miércoles, 12 de noviembre de 2008

33º Ordinario, 16 noviembre 2008

Lecturas del día
+ Proverbios 31: 10-13, 19-20, 30-31;
+ Salmo 127;
+ 1ª. Tess. 5: 1-6;
+ Mt. 25: 14-30.

Dios nos abre “su corazón”, ¿de qué otra forma podríamos conocer sus designios?, y al escucharlo, nos reconforta y nos anima, cuanto viene de Él nos llega envuelto en la Paz, “en la que el mundo no puede dar”, la que ayuda a vencer toda aflicción y esclavitud, la que mantiene encendida la lámpara de la oración y la confianza, la que fija el rumbo para lograr la felicidad verdadera; felicidad que todo ser humano desea y aun cuando sea don del Señor, nuestro trabajo y servicio, como seres comprometidos con El, con los demás, con la creación entera, no pueden quedarse al margen.

Las lecturas de la liturgia de hoy ejemplifican, sapiencialmente, la necesidad del trabajo productivo, constante, fiel, generoso, de tal forma, que atienda a propios y extraños. Muy llamativo el que en una cultura que no tenía en gran aprecio a la mujer, ésta sirva como puntal para engarzar las virtudes, las actitudes, las acciones y la practicidad de quien acepta y vive su misión en la tierra, de quien ha aprendido a usar de los bienes y pone los talentos recibidos a disposición de todos. La mujer ideal que presenta el Libro de los Proverbios, la que todos desearíamos conocer y enriquecernos con su trato, tiene como corona, más allá de los encantos y la hermosura, “el temor del Señor”, temor que no provoca rigidez ni encogimiento porque pueda traer un castigo, sino que ha nacido, y perdura, de la convicción del servicio por amor a Aquel de quien todo lo ha recibido y que le hará evitar cuanto pudiera empañarlo.

El Salmo llama dichoso al hombre que ha encontrado a una mujer con tales cualidades, también el “es dichoso porque teme al Señor”, porque mantiene el mismo tono de espiritualidad y el complemento de interioridades hace que la bendición del Señor venga sobre ellos; de sobra sabemos que la bendición encierra mucho más que “el decir bien”, y si abraza a la “trinidad en la tierra”: Dios, el esposo, la esposa, asegura su permanencia. Pidamos al Señor que multiplique su Gracia sobre los matrimonios para que vivan esta íntima comunicación, que es mutuo enriquecimiento, y se prolonga en los hijos.

El fragmento de la Carta de Pablo y el Evangelio, sacuden nuestra modorra; la primera, para que tengamos presente la trascendencia y la vocación de ser “hijos de la luz y del día”, y, consecuentemente, vivamos “sobriamente aguardando el día del Señor”; Jesús, desde la parábola, relato al alcance de todos, quiere que estemos en constante vigilancia, en actividad, en responsabilidad creativa, “esperando su regreso”, porque, ya nos advierte que los talentos infructuosos, egoístas, temerosos del riesgo, acabarían, junto con nosotros, “arrojados a las tinieblas, al llanto y la desesperación”.

En cambio los trabajados con entusiasmo, fueren cuantos fueren, precisamente por la fidelidad en lo poco, pero puestos al servicio del Reino, que no es otra cosa que al servicio de los demás, serán doblados y abrirán el horizonte ilimitado.

La incertidumbre de lo incierto, se transforma en certidumbre de lo cierto: escuchar del mismo Señor el balance positivo, que por su Gracia, nos da la inacabable felicidad: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Entra a tomar parte en la alegría de tu Señor”.