lunes, 29 de septiembre de 2008

27º Ordinario, 5 octubre, 2008.

Is. 5: 1-7; Salmo 79; Filip. 4: 6-9; Mt. 21: 33-43.

“Todo depende de tu voluntad. Señor, nadie puede resistirse a ella”. Es verdad, somos creaturas, “hechura de Dios” que gozaremos de esa realidad tanto cuanto aceptemos que “la creación es una dependencia para la libertad”; no es contradicción, es lo más nuestro de nuestro ser: seremos auténticamente libres desde la total aceptación de nuestra cuádruple relación con Dios: creaturas, contingentes, relativos, hijos e hijas; de no convertirla en vida, aunque nunca dejaremos de ser “hechura de Dios”, nos estaremos resistiendo a su Voluntad; somos los únicos que, usando mal del precioso don de la libertad, podemos romper el plan de Dios: “Ninguna creatura estorba a su compañera, nunca desobedecen las órdenes de Dios”, (Eclesiástico 18: 28), por eso le pedimos que continúe “dándonos más de lo que merecemos y deseamos, perdone nuestras ofensas y nos otorgue lo que necesitamos”, para realizar siempre lo que espera de nosotros.

Por tercer domingo consecutivo encontramos la comparación de la Viña; primero fueron los contratados por el dueño, a diversas horas y comentábamos que nunca es tarde para trabajar por el Reino; después la petición del padre a los hijos para que fueran a trabajar, y con seguridad nos vino a la mente la palabra de Jesús: “No el que me dice, Señor, Señor – ya voy – sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos”; ahora “el canto a la viña”, poema de contrastes, desde el cariño del amado que limpia, prepara, construye, confía y aguarda, hasta le decepción: “¿Qué más pude hacer por mi viña que no lo hiciera?”; los frutos jamás aparecieron.
La reacción es violenta: rompe y derriba, deja esa tierra querida a su propia suerte que, alejada de la mano protectora, producirá solamente “abrojos y espinas”. Israel, “la plantación preferida”, se convirtió en erial porque la justicia ya no encontraba lugar en sus corazones. “El dolor y la tristeza” del Dueño, del Señor, parece que no acaba, sigue buscando frutos en el nuevo Israel, en la Iglesia, en cada uno de nosotros. Que encuentre nuestra súplica humilde: “vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la cepa plantada por tu mano…, ya no nos alejaremos de Ti…, míranos con bondad y estaremos a salvo”. Aquí encontraremos “la Paz de Dios que sobrepasa toda inteligencia”, entonces la fidelidad nos sostendrá para buscar y cumplir “lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable y honroso”. Volviendo sobre la no contradicción: “la creación, una dependencia para la libertad”, hallamos su profundo sentido: somos de Dios y para Dios.

Jesús hace la aplicación de Isaías, la actualiza, compromete a los Jefes del pueblo, y en ellos a todo ser humano, a conocer y reconocer “la historia de la Historia”; nadie es simple espectador, todos somos actantes, libres para aprender y decidir, libres para aceptar y proseguir, libres para escoger o desechar la Piedra que sostenga, con firmeza, el proyecto de casa que queremos. El tiempo aún es nuestro, mientras tengamos tiempo.

¡Señor, Tú nos plantaste, nos has cuidado con un esmero que sólo encontramos en Ti, nos llenas de gracias y oportunidades, iluminas las mentes y enciendes los corazones!, una vez más te pedimos nos des “aquello que necesitamos” para que nunca perdamos el Reino, sino que demos frutos que duren para siempre.

lunes, 22 de septiembre de 2008

26º ordinario, 28 septiembre 2008.

Ez. 18: 25-28; Salmo 24; Filip. 2: 1-11; Mt. 21: 28-32.

“Podrías, Señor, hacer recaer sobre nosotros todo el rigor de tu justicia…”. Ese tiempo condicional podría hacernos temblar como resultado de un sincero examen de conciencia, de una introspección profunda, de un recorrer nuestras intenciones y más aún nuestras acciones, porque ¿quién habrá que encuentre en su ser la transparencia total?; lo que ciertamente encontramos es que “hemos desobedecido tus mandatos, hemos pecado contra Ti”; reconocer el desvío es el principio para corregir el camino, eso ya es Gracia, y continuará actuando positivamente al afianzarnos en que Dios “hace honor a su nombre y nos trata conforme a su inmensa misericordia”. Experimentar su presencia, su cercanía, su comprensión, evitará que “desfallezcamos en la lucha por obtener el cielo que nos ha prometido”. No está de más recordar que el cielo no es un sitio, es donde el Señor está, y que inicia aquí, en el cumplimiento de su voluntad.

¡Cómo nos parecemos a Israel cuando nos atrevemos a juzgar a Dios sin habernos visto previamente! ¡Con qué facilidad encontramos culpables a quienes achacar los males, las desgracias, los infortunios y dejamos de lado nuestra responsabilidad al tomar decisiones! Seguirá siendo un misterio la conjunción de nuestra libertad y la acción que Dios nos ofrece para la salvación; el profundo respeto que manifiesta por nuestro ser y al mismo tiempo la paciente espera de nuestra respuesta que anhela en el versículo 23, poco antes de lo que hoy leímos: “que enmendemos nuestra conducta y vivamos”.

¡Vivir en paz y en convivencia, en la seguridad, toda la que pueda darnos una conciencia, avalada por la fuerza del Espíritu Santo, recta y honesta, que pide “encontrar sus caminos para tener todos, los mismos sentimientos que Cristo Jesús, evitar rivalidades y buscar el interés de los demás antes que el propio”.

Aquí está condensado el trabajo en la viña, para realizarlo, no de cualquier manera, sino conforme al Ejemplar: Cristo Jesús, “que no fue un ambiguo sí y no; mas en Él ha habido únicamente un sí” (2ª.Cor. 1: 19), “para mí es alimento cumplir el designio del que me envió y llevar a cabo su obra” (Jn. 4:34), hasta “la muerte y una muerte de cruz”. Sin duda temblamos otra vez, pero ahora por el horizonte abierto y experimentado por Jesús: por la Cruz y Pasión a la gloria de la Resurrección, temor que amainará porque el Señor aumenta y afianza nuestra esperanza: que a salario de Gloria no hay trabajo pequeño.

El Señor nos hace la misma pregunta que a los fariseos: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” ¿Con qué hijo nos identificamos? ¿Con el de las promesas amables que tratan de tranquilizar al Padre y a la propia conciencia, pero quedan al viento? ¿Ofrecemos la Paz, decimos el Amén, pedimos ser perdonados y todo se vuelve viejo cada día sin llegar a la vida?, o ¿con el de la actitud, inicialmente rebelde y egoísta, pero que aprovechó la capacidad para reflexionar, rectificar el camino y cumplir con la voluntad del Padre?

Muchas voces persisten invitándonos, sabemos que no podemos contentarnos con oírlas; todo tiempo es tiempo para crecer en coherencia de amor, pensamiento y acción. ¡Ya hemos visto!

Pidamos que la conversión prosiga como un “sí” continuado.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

25º ordinario, 21 septiembre 2008.

Is. 55: 6-9; Salmo 144; Filip. 1: 20-24, 27; Mt. 20: 1-16.

El trayecto de relación con nuestro Dios es inalcanzable desde nosotros; inútil entrar en vericuetos intransitables que sobrecogen nuestra mente y nuestro corazón; esas nubes se disipan al escuchar la antífona de entrada: “Yo soy la salvación de mi pueblo…, los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen y seré siempre su Dios”. Eres Tú quien acorta el camino para encontrarnos, ¡no podría ser de otra manera!, y en ese encuentro descubrimos, otra vez, “que tu bondad se extiende a todas las creaturas”, y de manera especial, en los hombres, en los prójimos, en los hermanos. Descubrimos el contenido de la Buena Nueva: “Que todos reconozcamos a Dios como Padre y nos amemos como hermanos”; ¡ésta es la Nueva Ley! Amor que no calcula, que no actúa por la recompensa, que se da gratuita, total, enteramente.

Isaías anima al pueblo que sufre el exilio, que busca, sin encontrar, remedio a sus males, a su tristeza, a su tribulación; pero sin mirar hacia arriba ni hacia dentro, sin cambiar de actitud, pertinaz en tener la vista fija en el suelo y no en el cielo. La salvación no llega desde un horizonte terreno, viene desde Aquel que se muestra siempre piadoso aunque las circunstancias digan otra cosa. La inteligencia y la lógica humana, al no poder subir más allá, pierden toda esperanza; ésta renacerá al intentar comprender que “los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, ni nuestros caminos son los suyos”; entonces ¿cómo se realizará nuestra liberación? “Dejemos a Dios ser Dios”, “Él es justo en sus designios y están llenas de amor todas sus obras”, sin que por eso nos ahorremos el trabajo, el esfuerzo, la oración, que no son contrato comercial sino reconocimiento y confianza en su promesa: “El Señor no está lejos de aquellos que lo buscan”. ¡Tenemos alas para llegar al Infinito!

Este nuevo rumbo nos dará la posibilidad, en esa ascensión a Dios por Cristo, de exclamar con Pablo: “Cristo será glorificado en nosotros; porque para nosotros la vida es Cristo y la muerte una ganancia”, y mientras llega esa corona de gloria, “trabajamos todavía con fruto, llevando una vida digna del Evangelio”. Para mantener firmes la mente y los pasos, pedimos: “Abre, Señor, nuestros corazones para que comprendamos las palabras de tu Hijo”.

Sin considerarnos “privilegiados” porque ya nos llamó a trabajar en su viña, hagámoslo “soportando el peso del día y del calor”, ya que el Denario sobrepasa todo esfuerzo, pues como expresa Santo Tomás de Aquino: el Denario es Dios mismo, y, Dios no puede menos de dársenos a Sí mismo.

La elección, el llamamiento nos ha llegado desde el Dueño de la Viña: “no son ustedes los que me eligieron, sino que Yo los elegí a ustedes”, (Jn. 15: 16), esta convicción alejará de nosotros cualquier pensamiento de envidia –tristeza del bien ajeno-, y nos llenará de alegría porque el Señor es de todos y para todos, aun para los que llegaron a última hora ya que ¡nunca es tarde para el encuentro con Él!

Señor, no sabemos si somos de los últimos o de los primeros, lo que sabemos es que no quieres “que estemos todo el día sin trabajar”; deseamos, con tu gracia, esforzarnos y recibir de Ti el mejor salario: Tú mismo en un abrazo gratuito que dura para siempre.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

24º Ordinario, 14 septiembre 2008.

Eclesiástico 27: 33 a 28: 9; Salmo 102; Rom. 14: 7-9; Mt. 18: 21-35.

Reflexionábamos, el domingo pasado, en la justicia, la rectitud, la equidad, la sincera vivencia de esa Ley Natural ya impresa en todo ser humano; ahora el Señor nos invita a dar un paso más: no es suficiente esa Ley, necesitamos completarla con la Ley Evangélica: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. De ahí que pidamos “experimentar vivamente su amor”, como innumerables veces ya ha sucedido, pero que tiene que volverse costumbre impulsadora, a partir de la reflexión, del reconocimiento y de la acción de gracias porque nos ha perdonado y nos seguirá perdonando, para que nos llene de fuerza y decisión, y llegar a ser coherentes, desde el interior, ya purificados gratuitamente, y comportarnos con los demás como Él lo hace con nosotros.

La primera lectura, tomada del Eclesiástico, Libro Sapiencial, insiste en el daño que nos hacemos a nosotros mismos si damos cabida al rencor, que nos amarga, y a la venganza; que nos quita la paz, e insiste en la reciprocidad del perdón, actitud que sólo desde la fe, con la luz de la Gracia y a través del constante recordar que el camino de la vida llegará, por sí mismo, hasta su término, nos ayudará a dar ese paso, que condensaría San Ignacio en el “magis”: siempre más allá de los estrechos límites del cálculo, permítaseme la palabra, de la “desquitanza”. El brillo de “la Alianza con el Señor hará que pasemos por alto las ofensas”.

“Vivos o muertos, somos del Señor”, y ¡Qué Señor! Recordemos el Salmo: Él es: “compasivo, misericordioso, que perdona, cura, rescata, colma de amor y de ternura, no nos trata como merecemos”, su compasión, que “siente con nosotros”, cubre cielos y tierra. ¿Hacemos el esfuerzo por ser algo parecidos a Él? No dudo que el perdonar en serio, sin que permanezcan residuos, más si nos “hemos dejado herir”, parecería imposible, en verdad no lo es si nos dejamos traspasar por el perdón total de Dios, en Jesucristo…, después de mirarnos y mirarlo en su entrega a la muerte para darnos la vida, ¿qué podríamos esgrimir para no perdonar?

En el Evangelio, Pedro se detiene en cifras que considera desmedidas: “hasta siete veces”, pero Jesús, imagen viva del Padre, no sólo expresa el “más”, sino el “Siempre” que Él vive y nos incita a vivirlo desde Él y con Él, no por las consecuencias que se nos seguirían de no hacerlo, sino para ser como el Padre Celestial “que hace salir el sol sobre buenos y malos y deja caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt. 5: 45) Es un “siempre” cotidiano, universal, inacabable.

La parábola, toda ella claridad, nos entrega un termómetro-compromiso: ¿me comporto como el rey magnánimo o como el compañero insensible? Del mismo modo que a los compañeros del “entregado a los verdugos”, nos arrebata la indignación, pero antes de emitir ningún juicio contra otro, volvamos a nuestro interior con toda la sinceridad posible y pidámosle, una y mil veces, las necesarias, al Padre Celestial, que nos enseñe a perdonar como Él, gratuita y definitivamente, pues “si somos fieles, Dios permanece fiel; si somos infieles, Dios permanece fiel pues no puede desmentirse a sí mismo”, (2ª. Tim. 2: 13) ¡qué alivio y a la vez, cómo crecen la gratitud y la presencia de una respuesta fiel!

martes, 2 de septiembre de 2008

23º Ordinario, 7 Septiembre 2008.

Ez. 33: 7-9; Salmo 94; Rom. 13: 8-10; Mt. 18: 15-20.

Reconocer la justicia, la verdad, la rectitud, aun en nuestro tiempo tan envuelto de excesivo subjetivismo, podemos considerar que, racional y primariamente, debería ser lo normal; de hecho correspondería al proceder de una naturaleza humana bien hecha por Dios Creador y Padre: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno”, (Gén 1: 31) Si estamos tan bien hechos, ¿por qué nos encontramos, a veces, quizá más de las que querríamos, tan mal aprovechados? Por ello, en el imprescindible viaje a nuestro interior, en el intento de crecer coherentes a esa maravillosa creación de Dios, descubrimos la necesidad de reconocernos anhelantes de perdón y de fuerzas, de amor y de confianza, de apoyo y de sostén para que, en nuestra libertad, obremos “libremente en justicia, verdad y rectitud”.

Pidamos al Espíritu Santo nos guíe con su luz para que comprendamos y ubiquemos lo que su Palabra nos ha comunicado por medio del profeta Ezequiel y de San Pablo y que Jesús, Palabra Encarnada, nos pide en el Evangelio, con tales acompañantes se hará realidad lo que proclamamos juntos al responder al Salmo: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”.

El punto de partida lo marca el primer renglón del párrafo que oímos de la carta a los Romanos: “Hermanos: No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley…” Volviendo con esta perspectiva a lo que el Señor Dios dice a Ezequiel, queda de manifiesto que no se trata de enjuiciar ni condenar a nadie, sino de mirar con verdadero amor, con un deseo enorme de que la salvación se realice en todo ser humano, y todo ello porque hemos “escuchado” previamente al Señor, porque, “el ser constituido centinela para la casa de Israel”, ya es misión que acompaña a todos los hombres y mujeres que nos queremos interesar vivamente por el bien de los demás; lejos de cualquier crítica vana, deseosos de comunicar, con el corazón en la mano, el camino que lleva a la vida porque lo vamos experimentando. ¡Qué gran responsabilidad velar celosamente por el bien profundo de los otros! ¡Qué responsabilidad ser espejos que ejemplifiquen el verdadero uso de la libertad! No es el Señor quien amenaza, no es Él quien condena, recordemos lo que dice Jesús: “Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt. 9:13), y lo que dice San Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva”, son nuestras decisiones desquiciadas.

Llamar con nuestra vida a la Vida. Hacer Comunidad que atraiga, que ore, que ruegue, que afiance, que se preocupe, efectivamente, por todos; aquí está el verdadero poder de “atar y desatar”, no solamente concedido a Pedro sino a la Comunidad, para atar con los lazo del amor y la comprensión, para desatar del mal.

Sentimos que hay situaciones que nos desbordan, que nos hacen mascar la impotencia, si en verdad le creyéramos a Cristo, no cejaríamos en la oración: “si se ponen de cuerdo en pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.

¡Señor, ilumina, todavía más a la humanidad, Tú sabes lo que necesitamos; ilumina a nuestro país, ilumina a nuestras familias, ilumina a nuestra Comunidad!