miércoles, 30 de diciembre de 2009

Santa María Madre de Dios, 1° enero 2010.

Primera Lectura: del libro de los Números 6: 22-27
Del Salmo 66: Ten piedad de nosotros, Senor, y bendicenos.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Gálatas 4: 4-7
Evangelio: Lucas 2: 16-21.

¿Costumbre, rutina? ¡Aguardamos el 1º de Enero para decir a voces: Feliz Año Nuevo!, si detenemos por un momento el paso y el pensamiento, captamos que “lo nuevo” es cada instante y lo grandioso de la novedad es que, al fijarnos en el tiempo, comprendemos que en sí mismo, mirando el segundero del reloj, “no es, es y deja de ser”, en un paso rítmico e interminable que recorre, acompasado, carátulas y vidas, como un algo que se va, se va y no retorna.

¿Qué novedad es ésta, que no es; esa a la que apenas miro y ya se ha ido? La que señala el camino que acaba y no termina, la que nos hace conscientes de estar viviendo entre la trama del espacio y aquello que llamamos tiempo, magnitudes que estrechan la visión y por lo mismo invitan a romperla porque el latido sigue, porque el horizonte de la esperanza se abre en infinito y urge, no a acelerar el paso, no podemos, ya que él mismo nos lleva hasta el final concreto, desconocido en sí, pero seguro en el encuentro cuando se rompan, en silencio, lo que llamábamos el espacio y el tiempo y comencemos, sin otra referencia externa, a vivir la intensidad total, fuera de miedos, de distancia y relojes, el hacia dónde, que el Señor imprimió, desde el principio, en lo profundo del ser de cada uno. Ésta es la novedad: ¡ya estamos viviendo la Eternidad!

La “bendición de Dios” nos acompaña, “hace resplandecer su rostro sobre nosotros, nos mira con benevolencia y nos concede la paz”. ¿Qué mejor augurio podemos desear par el año que inicia? El mismo Señor nos enseña a invocar su nombre.

“La plenitud de los tiempos”, no hace referencia temporal, indica la maduración progresiva de la historia que ha alcanzado la plenitud necesaria para que Dios, en Cristo, por María, llegue hasta nosotros la filiación divina, en un hermano, en un hombre cuyo nombre nos salva y enaltece: Jesús, el Salvador, Hijo de Dios e Hijo de María. Jesús por Quien y en Quien podemos llamar a Dios ¡Padre!, y ser herederos del Reino que ¡ya está entre nosotros!

Seamos como los pastores: corramos y encontremos a María a José y al Niño y salgamos, con una nueva luz, a proclamar que la salvación ha llegado; ese es el distintivo del cristiano: contemplar, llenarse de Dios en Cristo y en María y promulgar con alegría que ya no somos esclavos sino hijos.

Imitemos también a María, la creyente, la fiel y obediente, la que se da tiempo y da tiempo a Dios “guardando y meditando todas estas maravillas en su corazón”, la discípula excelsa que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios.

Antiguamente se celebraba en este día El Santo nombre de Jesús: “El Señor salva”, hoy están unidas las dos festividades: la circuncisión, momento en que se imponía el nombre al nuevo miembro de la comunidad judía, que abarca ahora a la comunidad humana, y la de María, Madre de Dios al haber dado a luz, con la fuerza del Espíritu Santo, al Hijo Unigénito de Dios. Vuelve a relucir la Buena Nueva: “hemos sido transladados de las tinieblas a su luz admirable”.

sábado, 26 de diciembre de 2009

La Sagrada Familia, 27 diciembre 2009.

Primera Lectura: del primer libro del profeta Samuel 1: 20-22, 24-28;
Salmo Responsorial, del Salmo 83:
Segunda Lectura: de la primera carta del apostol San Juan 3: 1-2, 21-24
Evangelio: Lucas 2: 41-52.

Día de la Familia Cristiana, día que nos invita a confrontar los criterios de educación que, constatamos, contradicen los ejemplos de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a lo cotidiano en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos en Nazaret por Jesús, María y José.

No se trata de idealizar, de forma abstracta, los valores de la familia; ni siquiera de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos y las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge la exigencia de cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que, quizá, estén arraigados en nuestras familias. El reto es encontrar los modos, para que Dios esté presente en la más pequeña pero verdadera Iglesia.

Ana, madre de Samuel, ha orado para que el Señor le conceda un hijo; no guarda el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la lactancia, va al templo y lo “entrega”, “lo ofrece para que quede consagrado de por vida al Señor”. Sin duda no es necesario “ofrecer a todos para que vivan en el Templo”, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos de que están, de que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”; de que existe una gran Familia, la humanidad entera, cada ser humano en concreto, que participa de la filiación divina, fruto “del amor que nos ha tenido el Padre”. El deseo de cualquier padre es ver crecer a sus hijos en los valores que perduran, en los que encaminan, no a una identificación impuesta, sino a una realización aceptada, por reflejo y convicción, para que sepan discernir y elegir lo que erige al ser humano en una persona digna y confiable. Dios no impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta luz, tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar y realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada uno de nosotros!

Jesús no es “un muchacho rebelde”, sencillamente enseña los modos y caminos; sin duda sabe que causará dolor y angustia en María y José; pero hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre, realidad que ellos comprenderán mucho más tarde.

Jesús los ha abandonado sin avisar; María y José, después de tres días de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es dulce pero verdadero: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. La respuesta es inesperada: “¿Por qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Igual que nosotros, “ellos no entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su corazón”.

No ha iniciado Jesús la brecha generacional, ha iluminado la meta, no rompe los lazos familiares, los abre a toda la familia humana; primero está la solidaridad social más fraterna, justa y solidaria, tal como lo quiere el Padre. Regresa a Nazaret “y siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo joven, a todo adulto, seguir creciendo “hasta que seamos semejantes a él”.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Natividad del Señor, Misa de media noche, 25 diciembre 2009.

Primera lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo responsorial, del Salmo 95: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a Tito 2: 11-14
Evangelio: Lucas 2: 1-14.

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.

La humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad; ¿dónde encontrarla en medio de las tinieblas?

El misterio del hombre empezará a esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al dejarnos inundar de la luz del misterio de Dios.

“El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha mucho” (2ª. Cor. 9: 6), y para repartir el botín, debemos luchar y vencer. El Señor nos da semilla abundante, nos provee de armas para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.

¡La realidad supera nuestra imaginación: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres, es absurdo regresar a las ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar.

Hoy todo es canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir religados a Dios, renunciando a los deseos mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y a practicar el bien. No hay excusa para actuar de otra forma.

Intentemos, como invita San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, volvernos “esclavitos indignos” y extáticos miremos a las personas, escuchemos sus palabras, rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza, y rompa las ansias locas de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos, en verdad, que” siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza?” (2ª. Cor. 8: 9-10)

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.

martes, 15 de diciembre de 2009

4º Adviento, 20 Diciembre 2009

Primera Lectura: del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Responsorial, del Salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 5-10
Evangelio: Lucas 1: 39-45.

Todas las creaturas están a la expectativa, lo capta y anuncia Isaías, lo hemos escuchado en la antífona de entrada: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga germinar al Salvador”. Hoy el profeta Miqueas retoma el grito de esperanza: la luz que desvanece las tinieblas de un horizonte obscuro lleno de corrupción e injusticia, y “se remonta a los tiempos antiguos”, tan antiguos como la Eternidad de Dios y nos descubre su designio de paz y de unidad, el que estuvo desde el inicio de la creación, y se manifestará en todo su esplendor “cuando dé a luz la que ha de dar a luz”.

Siete siglos después se cumple la promesa: Jesús, el Buen Pastor, guiará a su pueblo, a toda la humanidad, “con la fuerza y majestad de Dios”; fuerza y majestad totalmente distintas a las que imaginamos los hombres: “De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”. Desde el silencio aparece el retoño, ya expresará Jesús: “El Reino de Dios no aparece con ostentación, ni podrán decir: míralo aquí o allí; porque, miren, ¡dentro de ustedes está!” (Lc. 17: 20-21) De la misma forma llega Él, se hace uno con nosotros en una aldea perdida, humilde, olvidada. “No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Los antiguos sacrificios se han suprimido y Cristo nos enseña a vivir según la voluntad del Padre, y con la ofrenda de su propio cuerpo, en una Alianza nueva y eterna, “quedamos santificados”.

Contemplemos la escena que presenta San Lucas, toda ella se centra en dos mujeres que van a ser madres, los varones adultos están ausentes, los pequeños, ocultos a los ojos, se hacen presentes en la participación del gozo en el Espíritu Santo. Ejemplo del encuentro que estamos preparando.

María lleva en sí al que es la alegría del Padre, de los ángeles, de cuantos quieran ser como Ella que ha sabido escuchar y confiar: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, actitud preaprendida de Jesús, Hijo de Dios e Hijo suyo; proclamación de una fe que, de inmediato, se manifiesta en los actos: “María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y saludó a Isabel”. Servicio, atención, delicadeza, claros signos de la presencia de Jesús a quien ya lleva en su seno y que provoca el salto de gozo de Juan Bautista, que llena del Espíritu a Isabel y le inspira la primera Bienaventuranza: “Dichosa tú que has creído, bendita entre todas las mujeres, bendito el fruto de tu vientre”. Bienaventuranza que seguimos proclamando en el Ave María.

Que la pregunta de Isabel, hecha asombro, se repita desde nuestro interior: “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a verme?” María, la primera evangelizadora, la portadora de la Buena Nueva, el Arco de la Alianza, nos trae a Jesús y nos lleva hacia Él, recibirla es recibirlo. Aceptemos la fuerza del Espíritu, que ambos nos comunican; destrabe nuestros labios y anunciemos, con fe entusiasmada, la promesa y el cumplimiento de la salvación.

martes, 8 de diciembre de 2009

3º Adviento, 13 Diciembre 2009

Primera Lectura: Sofonías 3: 14-18;

Salmo Responsorial, del Salmo 12: El Señor es mi Dios y mi Salvador.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Filipenses: 4: 4-7
Evangelio: Lucas 3: 10-18.

“¡Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca!” Alegría plena, espera esperanzada que superó lo esperado, porque, “El Señor está no solamente cerca”, sino ya en medio de la humanidad, dentro de nosotros, hecho nuestra carne.

Alegría, que cambia el morado y se viste de rosa. No cesan la reflexión ni el recorrer los caminos del arrepentimiento; es fiesta adelantada porque el corazón y el ánimo proclaman el reencuentro, la confianza y el sentido del gozo que se prolonga más allá de una fecha, que supera nuestros estrechos límites espaciotemporales, lanza fuera el temor y el desfallecimiento, reconoce mucho más que el perdón y mira la realidad iluminada por una luz que no podríamos imaginar desde nuestro ser pequeño: ¡soy, somos cada uno, para Dios: “gozo y complacencia”! ¿Aceptamos, aun rodeados de imperfecciones y de olvido, “ser causa de la alegría de Dios”? ¡El asombro de tal Luz nos deslumbra y enaltece! Amados desde siempre, elegidos, creados, redimidos y adoptados, ¿ensombreceremos esa alegría divina?

En el fragmento que escuchamos de la Carta a los Filipenses, encontramos el eco de la antífona de entrada y vuelve a insistir en que estemos alegres porque el Señor todo lo llena. Es una alegría que llega como flor mañanera y con sólo mirarla, se iluminan los ojos, el corazón y el deseo de ser benevolentes, de reflejar el Amor recibido y ser agradecidos por la Paz que nos llega de manera gratuita y “sobrepasa toda inteligencia”.

Con esta actitud consciente, a ejemplo de María, aceptamos el don con decisión irrevocable de no perderlo nunca y de esmerarnos en darlo a conocer por nuestras obras.

Participemos de la “expectación” del pueblo hebreo y presentemos “en toda ocasión nuestras peticiones a Dios, en la oración y la súplica”, para que en todos los hombres renazca la esperanza de un mundo más humano, más hermano “que ponga su corazón y pensamientos en Cristo Jesús”. Empresa nada fácil, pero recordemos que “para Dios nada es imposible”.

Si entusiasma la voz de Juan Bautista, ¿qué no hará la Palabra? La voz responde con claridad a la pregunta “¿qué debemos hacer?”: exhorta a compartir lo que se tiene, a vivir en justicia, a no abusar de nadie. La Palabra lo resumirá todo en la Ley Evangélica: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. (Jn. 13: 34) No basta el agua, precisamos del fuego del Espíritu para cumplir su mandato, y el mismo Jesús nos lo ha traído y junto con el Padre, nos lo ha enviado, ¡ésta es la Buena Nueva!

Cuando llegue el momento de la siega, si hemos permanecido fieles al Espíritu, nos encontraremos con Cristo en el Granero, alejados de la paja que consume el fuego.

viernes, 4 de diciembre de 2009

2º Adviento. 6 dic. 2009

Primera Lectura: del libro del profete Baruc 5: 1-9;

Salmo Responsorial, del Salmo 125: Grandes cosas haz hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Filipenses 1: 4-6, 8-11
Evagelio: Lucas 3: 1-6

“Sólo el silencio germinal contiene la plenitud de la Palabra exacta”. ¡Necesitamos la quietud interior para escucharla! Probablemente el desierto nos dé miedo. “Subo por el silencio con el peligro de encontrarme a mí mismo”. Danos, Señor, la sabiduría que discierne, que enseña a concentrarnos, que aparta distracciones y encuentra “la Fuente de la Vida”, ahí, donde todo parece sequedad estéril.

La voz de Yahvé, desde la voz humana del profeta Baruc, alegra nuestra historia, ésta que se nos muestra dura, carente de sentido para muchos, alejada de la fraternidad y del servicio, rodeada de temores, sobresaltos y angustias. Nos suena a sueño inalcanzable: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate, pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Él pone la creación a nuestro servicio, allana los caminos, ordena a los árboles que nos cubran con su sombra, y el mismo Señor es nuestro Pastor. “Nos escoltará con su misericordia”, hasta que reinen la justicia y la paz. De la esclavitud a la libertad porque hemos aprendido a “levantar los ojos, a constatar que Dios siempre se acuerda de nosotros”.

¿Cuántas veces no habremos repetido lo cantado en el Salmo: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”?, y lo maravilloso es que las sigues haciendo. ¡Ábrenos los ojos internos y externos para que nos alegremos, con el corazón y los brazos levantados porque vemos tu amor, tu misericordia y tu presencia, y ayúdanos a enseñar a los demás a mirar y a agradecer porque contigo todo cambia: el desierto ya es río, las lágrimas se han ido y vuelven las sonrisas! La espera, en el Adviento, se transforma en esperanza llena de luz, de paz y de armonía. ¡Eres Tú quien se acerca a nuestra carne, en Jesucristo tu Hijo y nuestro Hermano!

Queremos revivir el gozo con el que Pablo se siente unido a los filipenses; “Siempre pido por ustedes”, el lazo es palpable: la “alegría, porque han colaborado conmigo en la causa del Evangelio”. Estar plantados en Cristo Jesús, fortalece y anima, porque “Quien comenzó en nosotros su obra, la irá perfeccionando siempre”. El cómo, lo sabemos: crecer en “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, para dar “frutos que permanezcan para siempre”.

San Lucas nos ubica en el tiempo y la historia: se ha escuchado la Voz que anuncia la Palabra. Reaparecen el desierto, la meditación, el silencio, el arrepentimiento que mide el horizonte y recibe la Paz que viene desde arriba, con el gozo consciente de sabernos amados.

Abajar las colinas y rellenar los valles, vernos a los ojos, todos a la misma altura, es la única forma de preparar el Reino para que a todos llegue “la salvación de Dios”.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

1º de Adviento, 29 noviembre 2009.

Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 33: 14-16
Salmo Responsorial, del Salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos
Segunda Lectura: de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses 3:12, 4: 2
Evangelio: Lucas 21: 25-28, 34-36

El Señor vino, se fue, se quedó y volverá; es el Dios presente a nuestro alcance en Jesucristo; constatarlo es fácil si nos zambullimos en el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Iniciamos, con el Adviento, el Ciclo C del tiempo litúrgico en el que nos guiará el Evangelio de San Lucas. Hoy, con gran atingencia, nos enseña a mirar ese tiempo y esa historia; ya ha sucedido el asedio y la destrucción de Jerusalén, la comunidad cristiana siente que la esperanza se esfuma, el pesimismo crece, el futuro, si siempre ha sido incierto, parecería más; ¿qué queda por venir?

Regresemos a la antífona de entrada y dejémonos inundar por esa luz: “A Ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en Ti confío, no quede yo defraudado”. Confianza que inicia en nuestro interior, que va aprendiendo a discernir, que no se amedrenta por cataclismos futuros, sino que analiza hacia dónde orienta nuestra vida. Por ello se eleva nuestra petición: “Despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo”, ignoramos el cuándo y el cómo; pero sabemos que lo encontraremos al fin del camino de la vida.

Junto con la petición, el compromiso, la acción que se abre hacia los demás a través de “las obras de misericordia” éstas surgirán como respuesta acorde con “nuestro despertar”. Cada día, “el día” está más cerca, como expresa mi hermano Mauricio en alguno de sus poemas: “Cada paso me acerca al momento del abrazo”, no es imaginación de un futurible, sino la realidad que vamos construyendo con fundamento en la Palabra que leímos en Jeremías: “Se acercan los días en que cumpliré mi promesa”. ¿Anhelamos abrazarnos a Él como “vástagos santos que nos hará crecer en justicia y en derecho” para abrir caminos hasta que reine la paz?

Aceptemos la advertencia de Pablo a los Tesalonicenses y revistámonos de la mirada del cristianismo siempre nuevo, “conserven sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”.

La actitud convencida de esperanza, recordando que el que nada espera, nada obtiene, nos hará profundizar en las palabras de Jesús mismo: “levanten las cabezas porque se acerca su liberación”.

A continuación, el mismo Jesús nos indica el complemento para que la preparación sea efectiva: “velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder, - escapar de la falsa seguridad que pudiera envolvernos si nos encerramos en nosotros mismos – y comparezcan seguros ante el Hijo del hombre”.

Pidamos a Cristo, quien en la Eucaristía, condensa el perenne significado del Amor, nos ayude a mantener la visión completa de la Misión que realizó en total obediencia al Padre: desde su Encarnación, Nacimiento, anuncio de la Buena Nueva en su Vida Pública, su Pasión, Muerte y Resurrección, y nos “haga rebosar de amor mutuo y hacia todos los demás”, que pudiéramos completar como él: “como el que yo les tengo a ustedes”, y festejar, con esperanza creciente, el culmen del Adviento en Navidad y a planear, con una visión renovada, la gracia de un Año Nuevo en el que toda decisión esté presidida por su presencia.

martes, 17 de noviembre de 2009

Cristo Rey. 22 noviembre 2009

Primera Lectura: del libro del profeta Daniel 7: 13-14;
Salmo Responsorial, del Salmo 92: Señor, tú eres nuestro rey.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del apostol San Juan . 1: 5-8;
Evangelio: Juan 18: 33-37.

¡Cristo Rey del Universo!, y llega a nuestros corazones la inquietante pregunta, ¡de verdad lo aceptamos como tal? Realidades, conceptos, vivencias contrapuestas que nos quitan la seguridad con la que creemos pisar el mundo en que vivimos. En la antífona de entrada encontramos, ojala profundicemos, los cimientos del Reino que durará para siempre. Cristo recibe lo que, en su entrega, ha conquistado: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria e imperio”, siete que simboliza la totalidad. Él es “la piedra angular” que “recapitula todo cuanto existe en el cielo y en la tierra” (Col. 1: 29). En Él, y, solamente desde Él, nos vemos liberados de la esclavitud y encontramos el dinamismo que impulsa al servicio universal, filial y agradecido al Padre, para hacer vida, ya en esta vida, la alabanza, el reconocimiento y el gozo que permanecerán para siempre.

Ambas lecturas, la de Daniel y la de Juan manifiestan la realidad de un Reino que rompe las concepciones que se apoyan en el poder, la riqueza y el vasallaje. Un Reino que orienta las decisiones y nos muestra el camino para que llegar a ser; que nos convierte en Reino para el Padre. ¡Imposible entenderlo sin conocer y amar a Aquel que nos lo anuncia, no con retórica vacía, sino con cada acto de su vida, hasta la muerte y la resurrección!

De frente a la Verdad, no repitamos la acción de Pilato, porque la confrontación nos hace elegir el camino más fácil: la huída, Pidamos valentía, audacia y fe, para abrir oídos y corazón a su palabra: “Soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, que sigue resonando, “porque mis palabras no pasarán”, como escuchábamos el domingo pasado.

Esa Verdad, que aprieta y compromete a ser testigos fieles, a ser coherentes con la interioridad y la palabra y, más aún, con nuestras acciones como proyección de nuestro ser completo; no es doctrina teórica, es llamada que transforma la vida y nos lanza, conscientes de la presencia de su Espíritu en nosotros, a ser transformadores del mundo a nuestro alcance y cooperar en la construcción de un Reino universal, Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz..

Pidamos a María Reina, para que como Ella, sepamos discernir y elegir, confiar y caminar siguiendo los pasos de “Aquel que es el primogénito de los muertos y el primogénito de los resucitados”; que quitemos la escoria y las mentiras que ensombrecen el auténtico seguimiento de Jesús, para que resuene como eco repetido e incesante, allá, en lo profundo de la entraña: “Conocerán la Verdad y la Verdad los hará libres”.

¡Cristo Eucaristía, fortalece nuestra fe! Que creamos, en serio en Ti y en tu promesa: “Confíen, Yo he vencido al mundo y estaré con ustedes todos los días”.

martes, 10 de noviembre de 2009

33º Ordinario, 15 Noviembre, 2009.

Primera Lectura: Daniel 12: 1-3;
Salmo Responsorial, Salmo 14: Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 11-14, 18;
Evangelio: Marcos 13: 24-32.

Ha llegado al Señor nuestra súplica, su respuesta es tonificante: “Yo tengo designios de paz, no de aflicción”. Él siempre actúa mirando nuestro bien: “los libraré de su esclavitud dondequiera que se encuentren”. Le pedimos que nos libere de lo que más nos impide seguirlo, de nuestra egolatría, para vivir de forma que respaldemos con nuestros actos y “su ayuda la búsqueda de la felicidad verdadera”.

Con el profeta Daniel nos preguntamos estremecidos por su visión apocalíptica: ¿hacia dónde vamos, cómo será es fin en el que nos envolverá la angustia? Aun cuando no nos llegara como revelación, todo ser humano trata de escudriñar el más allá. ¡Imposible imaginar lo no experimentado!, y van surgiendo figuras que ensombrecen, lejanas de la realidad, y, para disiparlas, fijémonos en la luz de la esperanza: “Entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro”; - ya pedíamos hace dos domingos que nuestros nombres estuvieran en “esa multitud que nadie podría contar”. Al seguir leyendo y escuchando, “muchos de los que duermen en el polvo, despertarán; descubrimos que ya está plantada en nosotros la semilla de la resurrección; el proyecto de Dios es que despertemos a “la vida eterna”, si es que, siguiendo los impulsos del Espíritu, procedimos como “sabios y justos, para brillar como estrellas por toda la eternidad”. No podemos olvidar la contraparte que nos advierte el Apocalipsis: “Escribe: Dichosos los que en adelante mueran en el Señor. Cierto, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos, pues sus obras los acompañan” (14: 13). ¿Nos presentaremos ante el Señor con las manos vacías?, ¿pondremos en riesgo el gozo eterno?, ¿aguardamos un despertar amanecido o bien optamos por quedarnos en polvo hecho obscuridad?

Si no soy lo que soy, jamás llegaré a ser lo que quisiera ser. El tiempo, que no existe, nos apresura a discernir, no lo urgente, sino lo importante. Caminamos aquí para trascender y encontrar, al final, que el esfuerzo, el silencio, la introspección, la confiada plática con Dios, van llenando el esbozo que fuimos al principio y encarnan en nosotros la única realidad que seguirá viviendo: el ser de Cristo, de ese Cristo que, otra vez nos pone enfrente la Carta a los Hebreos, “que se ofreció en sacrificio por los pecados y se sentó a la derecha de Dios; con su ofrenda nos ha santificado”. ¡Cuánto sentido toma nuestra oración del Salmo!: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”. Que aceptemos con todo nuestro ser, que Tú eres el Camino, cualquier otro nos desviará de nosotros mismos.
El discurso apocalíptico de Jesús, invita a que encontremos convicciones que alimenten la esperanza: La historia de la humanidad llegará a su fin, esta vida no es para siempre, va hacia el Misterio de Dios.
Jesús volverá “y lo veremos”, sin necesidad de sol, ni luna ni de estrellas; la luz de la verdad, de la justicia y de la paz, emanando desde Él, iluminarán a la nueva humanidad. Viene a “reunir a los elegidos”, -que tu misericordia nos encuentre entre ellos-, porque con la presencia activa del Espíritu, habremos hecho vida tu proclama: “Mis palabras no pasarán”.
En petición constante, te expresamos, Señor: ¡que estemos atentos al brote de la higuera y entendamos los signos manifiestos!, no son preludio de un vacío, sino anuncio de la estación final, la del abrazo eterno, contigo Padre, con Jesús, abrazados por el Espíritu de Vida.

jueves, 5 de noviembre de 2009

32º Ordinario, 8 Noviembre, 2009

Primera Lectura: del primer libro de los Reyes 17: 10 - 16
Salmo Responsorial 145: El Señor siempre es fiel a su palabra.
Segunda Lectura: Lectura de la carta a los hebreos 9: 24 - 28
Evangelio: Marcos 12: 38 - 44

Al recorrer nuestra vida y detenernos, al menos un instante, a analizar nuestra forma de orar, de confiar, de permitir que el Espíritu nos haga experimentar la cercanía de Dios, ¿hemos encontrado en Él, oídos sordos?, o más bien ¿no hemos escuchado su respuesta? Su Palabra no es ni puede ser vacía: “El Señor escucha el clamor de los pobres y los toma a su cuidado”. ¿Nos hará falta elevar más nuestro clamor y vivir despegados de lo que, según nosotros, nos da seguridad?

Ya nos lo enseñaba Jesús el domingo pasado: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”. Pobreza que no se aferra a nada de este mundo porque sabe que todo pasa, que se abre a la aventura, porque ha aprendido “a dejar en las manos paternales de Dios, todas sus preocupaciones”; es la forma de liberarnos de la “neurosis de posesión”, para aceptar, vivencialmente, que el ser es inmensamente más que el poseer.

Lo sabemos, lo sentimos, pero, hurgando en mi interior, y, sin prejuzgar, probablemente en el de cada uno de nosotros, encuentro que mucho se ha quedado a nivel de “intención, de deseo, de horizonte lejano, de cierta impotencia práctica”, todo surgido de la naturaleza que se contenta con una fe fría que no ha logrado entusiasmarse por Cristo y por el Reino, que se fía más de lo palpable, de lo que está al alcance, de lo que “resuelve los problemas inmediatos” y olvida mirar el final del camino.

¡Qué diferencia entre nuestras actitudes y las de Elías y la viuda de Sarepta! El profeta, perseguido, pobre, errante, acepta la indicación de Dios y se encamina a tierra pagana; lleva lo único que no falla: “la fe en el Señor”, allá lo encontrará en una mujer pobre como él, que escucha una voz, quizá temblorosa, que le pide todo lo que tiene: “Tráeme, por favor un poco de agua para beber…, y un poco de pan”. La respuesta es trágica: “Te juro, por el Señor, tu Dios, que no me queda ni un pedazo de pan; tan sólo un puñado de harina y un poco de aceite en la vasija…, prepararé un pan para mí y para mi hijo, lo comeremos y luego moriremos”. En tierra pagana existen corazones grandes, abiertos al Señor Dios, con una confianza envidiable, que aceptan lo imposible y ven cumplidas las promesas; dan todo y ya no les faltará nada. Veámonos en ella, ¿en quién pensamos primero, y cómo actuamos? ¡Descúbrenos, Señor, tus caminos, porque el ansia de seguridad, de guardar lo que creemos tener, impide la aventura de crecer!

Jesús, en el Evangelio, enseña a mirar y a deducir la riqueza interior: “El Señor no juzga por las apariencias” (Is. 11:3); no se dejen impresionar por las dádivas de lo que “sobra”: “Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”. Dos moneditas que no aumentarían el tesoro del templo. Jesús no se fija en la cantidad, sino en la grandeza del corazón, la confianza y el desprendimiento.

Animarnos a dar, como Cristo Jesús, el todo, sin detenernos a medir. Él se da a Sí mismo de una vez para siempre, para purificarnos, para abrirnos el camino hacia el Padre, y “ser la salvación de aquellos que lo aguardamos y tenemos en Él nuestra esperanza”.

viernes, 30 de octubre de 2009

31º Ordinario, Todos Santos, 1º noviembre, 2009.

Primera Lectura: del libro del Apocalipsis del apostol San Juan 7: 2-4, 9-14.
Salmo 23: Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apostol San Juan 3: 1-3.
Evangelio: Mateo 5: 1-12.

Domingo de alegría que ha nacido y es fecundada por la fe hasta que alcance la plenitud al encontrarnos con Dios. ¡Creo en la resurrección de los muertos y en la Vida Eterna! ¡Creo que existe la verdadera felicidad y que nuestra vida no es “un ¡ay! entre dos nadas”! ¡Creo que el Padre nos creó par que participáramos de su Bondad, de su cariño, de sus abrazos y de su mirada! ¡Creo en la Comunión de los santos, y en esa Comunión estrecharé a todos mis seres queridos! Crecerá, junto con la alegría, la admiración al encontrar a tantos hombres y mujeres que supieron amar más a los otros que a sí mismos, porque sabiéndolo o sin saberlo, amaron a Dios en Jesucristo presente en cada hombre y mujer a quien amaron, por quien se preocuparon, a quien atendieron y apoyaron. Agradeceré, ya jubiloso, su intercesión por mí cuando aún era peregrino.

Fe perseverante en que la Gracia siempre ha sido y será más fuerte que mis flaquezas y mis inconstancias. Fe en que encontrarás en mí, Señor, “el sello de pertenencia a Ti”, de aceptación de tu Historia en mi historia y que me asegurará, gratuitamente, hacer trascender mi propia historia, porque “la salvación viene de nuestro Dios y del Cordero”.

Confío que me cuentes “en esa inmensa muchedumbre que nadie puede contar y que hermana para siempre a hombres de todas las naciones y razas, de todo los pueblos y lenguas”. Me has “lavado en tu Sangre”, que en el día señalado, me encuentres “con el manto blanqueado”, como fruto seguro de tu amor predilecto; no será por mis méritos, Tú y yo lo sabemos, sino por tu misericordia inacabable que perdona, que sana y capacita para que pueda ser “de la clase de hombres que te buscan, Señor”.

Me sé en el camino, porque Tú, Jesús, has abierto el camino que nos conduce al Padre y al conjuntar el texto de san Pablo en Rom. 8: 16, con el que acabo de leer en 1ª Jn. 3: 1-2, se ensancha el corazón; puedo llamar a Dios, sin ningún titubeo: “¡Abba!”, “¡Padre!”, porque Tú intercediste para que el Espíritu residiera en mí y que “no sólo me llame sino que sea hijo”, y si hijo, heredero, coheredero contigo de la gloria “que me haga semejante”, y “poder contemplarlo” –no sé cómo, ya me enseñarás a abrir los ojos- “tal cual Es”. Puesta en Él mi esperanza, seré purificado.

Que ese Espíritu me ayude a rehacer mi escala de valores, a vivir los que tu me propones para “bien aventurarme”; felicidad y dicha diferentes al programa que acosa desde fuera, el que insiste en el éxito, el tener y el valer por sobre los demás; el tuyo, en cambio, apunta a lo profundo, revuelve las entrañas, porque buscar el Reino es volcarme, por entero, a los otros, deshacerme de mí y caer en la cuenta del presente que afirmas al abrir y cerrar las Bienaventuranzas: “la pobreza de espíritu”, ya es el Reino; “la constancia en la fidelidad ante las oposiciones”, “ya es el Reino”. Mi carne se rebela, mi espíritu se aquieta, porque vale más tu Palabra, tu actuar, siempre coherente, que todas las promesas que nacen de este mundo y en él se quedan.

Mi alegría y mi salto de contento, se unirán, para siempre a todos los que en fe caminaron y siguieron tu ejemplo. Lléname de tu Espíritu para que el Padre me acoja como hijo.

martes, 20 de octubre de 2009

30° Ordinario, 25 Octubre 2009

Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 31: 7-9;
Salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 5: 1-6
Evangelio: Marcos 10: 40-52.

Buscar, aunque sea a tientas, pero con la mente y el corazón puestos en la meta. No podemos caminar por la vida sin la meta precisa, de seguro nos perderíamos. Quien siente la inquietud de llegar, pondrá los medios, no solamente unos medios, para conseguir lo anhelado. Tenderá la mano y encontrará seguridad de donde asirse. La presencia del Señor es visible aun en la obscuridad más densa; intentemos hacer real la antífona de entrada: “Busquemos continuamente su presencia”.

Colgados del amor, en alas de la fe y de la esperanza, nos sentiremos como flechas lanzadas por el Arquero experto que nos orienta al centro mismo de los seres, a Dios, que nos espera para dársenos a Sí mismo, no como premio, sino como don gratuito, que llena, que rebosa, que transforma en luz nuestras tinieblas; completará así el círculo perfecto, salimos de Él y a Él volvemos. “Los cantos de alegría y regocijo” son prenda clara de que El Camino sale a nuestro encuentro. Es un Camino amplio, todos caben; el Corazón de Dios es grande, acoge a todos los que sufren: “cojos, ciegos, mujeres en cinta y aquellas que acaban de dar a luz”. Es un Camino llano y sin tropiezos, es la mano buscada y encontrada, es el cariño del Padre que funde, en un abrazo inacabable, a todo ser humano que acepte reconocerse como hijo.

No es sólo Israel, el Pueblo liberado, somos también nosotros, que miramos y admiramos “las grandes cosas que ha hecho por nosotros”; ha roto cadenas más pesadas que las de la esclavitud, de la lejanía, de la ilusión quebrada, del horizonte oculto a la mirada, del alma solitaria; ha roto las cadenas del olvido y se ofrece a romperlas sin cansarse, para formarse un Pueblo nuevo, limpio de pecado. Regresarán la risa y la alegría, las que superan todos los pesares, porque al levantar los ojos, miraremos los campos florecidos, las espigas fecundas, las aguas claras y abundantes.

Lo que fue signo y promesa en la voz del profeta, se torna en plenitud palpable en Jesucristo; ya no serán sacrificios de corderos, ni incienso, ni cantos de alabanza agradecida, sino la Sangre de Aquel que nos conoce y que no duda un instante en ofrecerla para que sirva como riego fecundo y nos lave por dentro; el nuevo y eterno sacerdocio ha quedado instaurado: “Tú eres sacerdote eterno como Melquisedec”.

El sacerdocio antiguo pedía primero perdón por sus pecados; Jesús, el único Justo, “el Hijo, eternamente engendrado”, la transparencia misma, en el que todo es gracia, el que nos lleva al Padre, se entrega libremente y es, a un mismo tiempo, Víctima, Sacerdote y Altar; con Él “el retoño renace” y nos pide, simplemente: ¡ayúdenlo a crecer!

Son del mismo Jesús los pasos que resuenan muy cerca de nosotros; como Bartimeo, sentados al lado del camino, escuchemos, desde la obscuridad, la mano que anhelamos, la que salva y levanta, y gritemos sin miedo: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!” Nos urge la insistencia de una fe que confía, que no haga caso de aquellos que la quieren callar. Imploremos más fuerte. Sabemos que Jesús siempre atiende al que con fe lo invoca. Sigamos escuchando: “¡Ánimo!, levántate, porque Él te llama”. Arrojemos el manto, todo aquello que estorbe nuestro encuentro; demos el salto decidido hacia la Voz que aguarda, y, ya cerca de Él, pidamos lo que tanto nos falta: “Maestro, que pueda ver”.

Las maravillas del Señor continúan al alcance de un corazón deseoso; la claridad, la luz y los colores, darán vida a la vida, y Él mismo nos dará la fuerza necesaria para mantenernos humildes y sencillos para seguir sus pasos.

lunes, 12 de octubre de 2009

29º, Domingo de las Misiones, 18 octubre 2009.

Primera Lectura: Del libro del profeta Zacarías 8: 20-23

Salmo 66: Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor
Segunda Lectura: De la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 10: 9-18
Evangelio: Marcos 16: 15-20.

Nos invita la antífona de entrada a que “contemos a los pueblos las maravillas del Señor”. La experiencia personal, el haber constatado en nuestras vidas que el Señor sigue realizando maravillas, es manantial del que fluye, de modo natural, la comunicación gozosa de haber sido encontrados por Aquel que es la Paz, la Armonía, la Salvación. Experiencia que no se contenta con discursos y cantos, sino que se muestra en la acción específica de ser testigos creíbles del mensaje de la Buena Nueva, del llamamiento que Jesús nos hace a todos, como Iglesia, para formar en Él y con Él, una humanidad nueva, una familia unida por la fraternidad.

El profundo sentido de “misión”, de misionero, de enviado, no ha variado, continúa vigente y nos atañe a todos. Sigue siendo necesario, como lo fue en la primitiva comunidad cristiana y en la Historia de la Iglesia, que hombres y mujeres, habiéndose dejado llenar por el amor del Padre y de Jesús, e impulsados por la fuerza del Espíritu, imiten –imitemos lo más de cerca posible- la entrega total al Evangelio, “recorriendo los montes como mensajeros que llevamos buenas noticias”. Historia que es presente y estamos escribiendo como cristianos y como Iglesia. ¿Cuál es el contenido de lo que pronunciamos, si es que de verdad queremos vivir el compromiso?, ¿cuál es el fundamento que sostiene las acciones que emprendemos? No puede ser otro que “La Piedra Fundamental”: Cristo Jesús y su fidelidad a la voluntad del Padre: “No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn. 5: 30). “Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo” (Jn. 20: 21), entonces comprendemos que la Iglesia y, reconozcámonos como Iglesia, aparece, desde el primer momento como la comunidad de los discípulos cuya razón de ser es la actuación, en el tiempo, de la misión del mismo Cristo: la evangelización del mundo entero.

Interiorizamos, que no solamente nos llamamos sino que queremos ser cristianos, que al estar en contacto con las personas, descubran en nosotros ese “algo especial”, se acerquen a nosotros y nos “tomen del manto” porque han percibido “que Dios está con nosotros y nosotros con Dios”. Que nuestra fe contagie, que nuestra oración invite, y constaten que nuestra esperanza, al estar firme en el Señor, “nunca defrauda”. Esta es nuestra forma de ser portadores de la Buena Nueva, del sentido de trascendencia, del camino que une en la mirada y en la fe para “hacer que su Voz resuene en todos los rincones de la tierra”, a través de nosotros. Revivimos nuestro sacerdocio bautismal en unión con Cristo Sacerdote, Cristo Profeta y Cristo Rey y abrimos espacios en el mundo para que éste conozca, encuentre o reencuentre a Cristo Mediador.

Para poder “predicar el Evangelio a toda creatura”, necesitamos aprender del mismo Jesucristo, escuchar su palabra, conocer sus acciones, tratarlo en la oración y pedirle que tengamos, no sólo el deseo, sino la actitud de poseer un corazón, una mirada, una preocupación universal que a nadie excluya, “para que todos los hombres lleguen al conocimiento de la Verdad”.

No pidamos “milagros”, mejor pidamos “ser el milagro que convierta al mundo”.

martes, 6 de octubre de 2009

28º Ordinario, 11 Octubre 2009

Primera Lectura: Sabiduría 7: 7-11
Salmo 89: Sácianos, Señor,de tu misericordia.
Segunda Lectura: De la carta a los Hebreos 4: 12-13
Evangelio: Marcos 10: 17-30

Olvidar, perdonar, salvar de manera definitiva, solamente Tú, Señor. Concédenos que la tristeza y la amargura, el desánimo que nos empuja a devaluarnos por la conciencia de nuestras faltas y pecados, queden borrados por la presencia de tu misericordia, de otra forma “¿quién habría, Señor, que se salvara?”

Ojalá, convencidos, insistamos en la oración que abre el interior hacia los demás, los que tenemos a nuestro alcance y los lejanos a los que nos une la realidad humana y la misión bautismal: “Que te descubramos en todos y –de verdad- te amemos y sirvamos en cada uno”. Es muy fácil pedirlo y aun aceptarlo en la mente, necesitamos que lata en el corazón y viva en las obras; ahí está la “Sabiduría”, la auténtica, la que nos llega a través del Espíritu, si permitimos que la Palabra “penetre hasta la médula de los huesos y divida la entraña”. Recibirla es constatar que “con ella nos llegan todos los bienes”, los que perduran, los que pesan más que todas las riquezas de la tierra, la que mide y discierne creaturas y contorno, la que ilumina, “con luz que no se apaga”, que “el ser para los otros” es el camino que acerca a Jesucristo, que evita el ansia posesiva de “mis cosas, mi yo y mi egoísmo”.

La espada corta y rasga, le tememos; pero ella limpia y “deja al descubierto las intenciones de nuestro corazón”, nos quita la confianza en la falsa coraza que nos daban los bienes conseguidos, derrumba merecimientos “comerciales”, y nos impulsa a cambiar la mirada, a ir más allá del mero cumplimiento…, el Reino es mucho más.

Seguro que anhelamos la mirada amorosa de Jesús que nos llama, que ha trazado el camino con su propia pisada, que espera de nosotros la respuesta precisa que supera horizontes terrenos, que escucha, acoge y vive la invitación concreta: “Ve, y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. ¿Qué sucedió en el joven que “se acercó corriendo y se arrodilló ante Jesús”? No bastaron palabras ni mirada envueltas en cariño, pudo más lo cercano, lo pensado como algo seguro, y se alejó con la tristeza rodeándole las manos, el corazón, la mente y el camino.

El comentario de Jesús nos estremece, su mirada ha variado, su Palabra incita, sin violentar, a examinarnos por dentro, todos juntos, individual y colectivamente: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!”. No bastan los deseos, por muy altos que sean.

"Síganme”, ¿abandonado todo, especialmente a este “yo” que tanto cuido?; ¡qué difícil romper las ataduras que con tanto trabajo hemos unido!, si esta es la consigna, “¿quién puede salvarse?”.

Sintamos, oigamos la Palabra, captemos la mirada, otra vez cariñosa, que nos llevan a la esperanza que toca la certeza: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”. ¡Que Jesús Eucaristía, nos repita la promesa y le creamos!

martes, 29 de septiembre de 2009

27º Ordinario, 4 Octubre 2009

Primera Lectura: Génesis 2: 18-24
Salmo127: Dichoso el que teme al Señor
Segunda Lectura: Carta a los Hebreos 2: 9-11
Evangelio: Marcos 10: 2-16.

En la antífona de entrada, Esther ha decidido presentarse ante el rey Asuero, sin haber sido llamada, sabe que se expone a morir, pero está dispuesta a todo por el bien de su pueblo perseguido; antes, ora, ayuna y pone toda su confianza en Dios: “Todo depende de tu voluntad, Señor, y nadie puede resistirse a ella. Tú eres el Señor del universo”. Ella vive lo que reconocemos en la oración: “Tú que nos concedes más de lo que merecemos y esperamos”, en verdad, ¿qué podemos merecer si todo lo hemos recibido?, por eso continuamos: “Danos aquellas gracias que necesitamos y no hemos sabido pedirte”.

Algo sabemos, y por eso insistimos: Ilumina los corazones de todos los hombres para que comprendamos tu Palabra, tu Proyecto, la huella del Amor que has puesto en nuestros corazones y descubramos que tu Gracias es eficaz y vivamos con ella: “No está bien que el hombre esté solo”, nos has formado según la realidad de tu Ser, que es Comunicación; que cada hombre, como Adán redivivo, busque el rostro que repita el suyo, que al pasar revista a los seres sin escuchar un corazón presente, encuentre la respuesta, a su lado, sonriente: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, no es posesión, es compañera, es vida, es esperanza que acompasa y guía, es realidad que resume todos los anhelos de saber que los pasos toman un ritmo nuevo, de dos en uno, el caminar seguro; de un “yo” hacia otro “yo” en “tú” ya convertido, hasta el pleno nosotros, de tal manera unidos que rige en firmes trazos el futuro.

Sin esta convicción alimentada por la fe, no hay lazo que perdure; los ojos se desvían, la carne se estremece y la ilusión se apaga. En cambio, con tu Voz y Presencia resonando en lo íntimo, se mantendrá encendido el ¡Sí!, pronunciado al unísono: “te acepto porque te amo”, amor que supera altibajos sensibles, circunstancias adversas, disgustos momentáneos, ofuscaciones que nublan la alegría del encuentro primero, para esbozar de nuevo el grito del asombro al escuchar el “tú”, mi “yo”, pronunciado con un labios estrenados; sólo así entenderemos y vivirán coherentes su vocación, los que así la encontraron, a la luz del proyecto venido desde Ti: “Lo que Dios ha unido que nada ni nadie lo separe”.

Te pedimos, Señor, que cuides y despiertes la conciencia de nuestra creaturidad y le indiques el camino a seguir. Señor respetas y amas a tu propia creación y en nosotros los hombres, lo que más nos asemeja a Ti: la libertad; pero no permaneces impasible ante nuestros desvíos; constantemente nos sale al encuentro tu amor inacabable porque somos tu imagen. Que cada ser humano refleje su origen y su meta, que comprenda, que busque y que encuentre en la comunicación sincera y en la entrega sin límites, la identificación con Jesús “autor y guía de nuestra santificación”, el camino que lleve a la hermandad perfecta.

Contigo, viviendo en nuestro interior, no cabrán excusas ni pretextos, resplandecerá la sencillez del niño, nacido transparente, sin dobleces, sin miradas esquivas, con la sonrisa entera porque sabe qué mano lo acaricia y lo bendice.

Te pedimos, otra vez, la abundancia de tu Gracia para saber amarnos mutuamente y sentir que tu Amor, que eres Tú mismo, va llegando en nosotros a la plenitud.

martes, 22 de septiembre de 2009

26º ordinario, 27 septiembre 2009

Primera Lectura: Números 11: 25-29
Salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: De la carta del aposto Santiago 5: 1-6
Evangelio: Marcos 9, 38-43, 45, 47-48.

El domingo pasado nos decía claramente el Señor: “Los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen”, y haciéndole caso le suplicamos que “no nos trate como merecen nuestros pecados”, que gracias a “su perdón y misericordia, no desfallezcamos en la lucha por obtener el cielo”, ese cielo que no es más que la eternidad junto a Él, poder “mirarlo cara a cara”. ¿Cómo veremos “la cara de Dios”?, no lo sé, pero si Él lo promete como nos dice por san Pablo en 1ª Cor 13: 12, tenemos fe en que su Palabra es Verdad. Ella nos fortalecerá y no permitirá que desfallezcamos en el camino, nos animará para continuar esforzándonos de modo que nada terreno nos impida proseguir, ni riquezas que deslumbran, ni lujos inútiles aun cuando agraden, ni oro ni plata ni vestidos, y menos aún desviarnos por la senda de la injusticia y la opresión; nos recordará constantemente que “la apariencia de este mundo es pasajera” (1ª Cor. 7: 31), entonces ¿qué creatura puede emular la grandeza del Señor?, Él permanece para siempre, ¿nos expondremos, insensatamente, a perderlo y a perdernos?

La primera lectura y el Evangelio dejan en claro que “la palabra de Dios no está encadenada” (2ª Tim. 2: 9). Moisés se ha quejado, no puede él solo cargar con el pueblo y pide a Dios ayuda, el Señor responde conforme a lo prometido: “en cualquier tribulación en que me llamen, los escucharé”. Hemos de preguntarnos, una vez más, qué tanto llamamos al Señor, qué tanto confiamos en la eficacia de su promesa y en la prontitud de su respuesta. “Tomó del espíritu de Moisés, -que es el Espíritu que el mismo Dios le había concedido- y lo dio a los setenta ancianos”. Dos de los elegidos no acudieron a la cita, sin embargo el Espíritu se mueve, su Sabiduría “siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama a quienes conviven con la Sabiduría. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto”, (Sab. 7: 27ss) y se posó también sobre los ausentes que “comenzaron a profetizar”. La visión de Moisés, envuelta en gratitud, apacigua el celo exclusivista de Josué, porque es la visión de Dios: “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el Espíritu del Señor”.

Jesús no puede proceder de manera diferente, tiene y Es el mismo Espíritu de Dios Trinitario que “no tiene acepción de personas” (Rom. 2: 11), es universal, delicado, respetuoso y profundamente visionario, por eso responde a Juan, que “sigue pensando según los hombres y no según Dios”: “no se lo prohíban…, todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Quien intenta liberar a cualquier hombre del mal y le ayuda a reencontrar su propia dignidad, está trabajando por el Reino, aunque no lo sepa. La conciencia de este gozo crece porque está renaciendo, por caminos insospechados, una humanidad nueva. La exclusividad de la verdad no es nuestra, es del Absoluto y Él la reparte para el bien común. A nosotros nos toca vivirla con intensidad, con coherencia, con armonía ejemplar, de modo que no haya en nuestras vidas ninguna ocasión de escándalo que pueda lesionar la fe de los sencillos. “Córtate la mano, el pie, sácate el ojo”, no se refieren a una acción física, sino a la purificación de nuestras intenciones que conduzcan nuestras obras, porque nuestra eternidad y la de los que nos rodean, está en juego. La llegada al Reino vale más que todos los bienes de la tierra.

martes, 15 de septiembre de 2009

25° ordinario, 20 septiembre 2009.

Primera Lectura: Del libro de la Sababiduría 2: 12, 17-20
Salmo 53: El Señor es quien me ayuda.
Segunda Lectura: Del libro del apóstol Santiago 3: 16, 4: 3
Evangelio: Marcos 9: 30-37

“Yo soy la salvación de mi pueblo…, los escucharé en cualquier tribulación en que me llamaren”. Al sentirnos inmersos en una realidad social tan alejada de la conciencia de pertenecer a Dios, ¿no es la hora precisa, urgente, para orar, pedir, confiar, llamar, insistir, y descubrir que de verdad nos escucha? Cuánto debemos sopesar las últimas palabras del apóstol Santiago: “Si no alcanzan es porque no se lo piden a Dios. O si piden y no reciben, es porque piden mal”.

¿Cuánto ha crecido nuestra confianza en la oración?, ¿cuánto ha crecido aquella semilla de la Fe recibida, gratuitamente, en el Bautismo? “La fe, creyendo, crece”, dice Santo Tomás de Aquino. Pero, ¿en qué “dios” creemos?, ¿nos comportamos como los idólatras ante figuras que “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen pies y no caminan, tienen boca y no hablan”?, (Salmo 135), si nuestra concepción es tan plana, tan material, tan simplemente humana, entendemos que no pueda escucharnos ni tampoco podamos escucharlo, ni para qué esforzarnos en amar lo que es insensible, frío e impasible. En cambio si la fe es auténtica, producirá frutos de paz, de solidez, de increíble resistencia ante las adversidades que acosan al “justo”, porque está llena de “la sabiduría de Dios”, del Dios verdadero que nos manifiesta, por mil caminos, que “mira por nosotros”.

Con Él y desde Él recibiremos “el temple y valor” necesarios para ser testigos de la verdad y la justicia al precio que sea. Empeño nada fácil, y me atrevo a decir, menos aún ahora, pues nos exponemos a ser tildados de “extraños, raros y antisociales”, contrarios a “los valores” que deshumanizan y dominan las mentalidades y actitudes que nos rodean: poder, sexo, dinero, parecer; mentalidades que “usan” a las personas en vez de acogerlas con cariño, con entrega, con ansias de comunicarles vida y horizontes que les hagan sentir su dignidad.

No estamos muy lejos de aquella incomprensión que mostraron los discípulos, los cercanos, los que llevaban tiempo de convivir con Jesús, los que creían conocerlo pero lo encerraron en una idea preconcebida y totalmente nacida de perspectivas personales; seguían y seguimos “pensando según los hombres y no según Dios”.

Vivamos la escena, metámonos en ella, actuemos sinceramente: Jesús los lleva –y nos lleva- aparte, quiere que lo conozcamos, que al aceptarlo nos encaminemos al Padre, que le permitamos entrar en el corazón, en la mente y lo proyectemos en las obras. ¡Con qué atención y sin pestañear siquiera, escuchamos las confidencias de un amigo, su grito de apoyo y comprensión; guardamos silencio respetuoso o preguntamos, con delicadeza, lo no comprendido! Jesús deja entrever su interior, anuncia, por segunda vez, lo que le espera; es algo muy superior a los enfrentamientos que ha tenido con los escribas y fariseos, a la ocasión en que quisieron despeñarlo, a las preguntas capciosas con que lo han acosado, habla del sufrimiento y de la Pasión, de la muerte, y vuelve a anunciar la Resurrección. Los discípulos –nosotros- dejamos pasar de largo lo importante: la angustia del otro, se enfrascan -nos enfrascamos- en trivialidades, no entienden ni entendemos y para evitar la consecuencia de la verdad, seguimos teniendo miedo de pedir explicaciones”. ¿Nos hemos dejado tocar por esa comunicación, casi en secreto?, ¿han y hemos intentado “tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús”, como nos pide San Pablo en Filipenses 2: 5? ¿De qué discuten los discípulos?, no los juzguemos, comencemos por analizarnos a nosotros mismos y descubramos lo que Jesús ya nos había enseñado: “De lo que hay en el corazón, habla la boca”, (Lc. 6: 45). Que al menos la vergüenza de haberlo relegado nos deje mudos. “¿Quién es el mayor?”, la respuesta llega acompañada del ejemplo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. El niño, el transparente, el sin dobles intenciones, el marginado, el olvidado, el que refleja mi presencia, el que es como Yo que vivo pendiente de la voluntad del Padre. Entonces se nos abrirán los ojos y me encontrarán en él y al encontrarme, encontrarán al Padre.

¿Esperamos mayor claridad en el camino a seguir?, por ello hemos pedido: “Concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para alcanzar la vida eterna”.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

24° Ordinario, 13 Septiembre, 2009.

Primera Lectura: Isaías 50: 5-9;
Salmo114: Caminaré en la presencia del Señor
Segunda Lectura: Carta del Apostol Santiago 2: 14-18;
Evangelio: Marcos: 8: 27-35

Hay páginas difíciles en el Evangelio, las conocemos y quisiéramos borrarlas: esas que hablan de sacrificio, de Pasión y de Muerte…, sigamos leyendo y encontraremos el triunfo final: la Resurrección.

Isaías en el tercer cántico del Siervo Sufriente, nos ayuda a preparar una seria confrontación con nuestro corazón, nuestras ideas y nuestra vida. ¿Qué modelo de Mesías esperamos?, ¿el fácil, el acomodaticio, el triunfador, el que no sacuda las interioridades y permita contemplar un paisaje florido, llano, sin cuestas, sin dificultades, ni sinsabores, ni sacrificios?

El domingo pasado Jesús pronunció el “¡Ábranse!” a nuestros oídos y nuestra lengua, de la misma forma “hizo oír su palabra y modeló la lengua del Siervo Sufriente”. Le hizo sentir su cercana presencia, el apoyo, la comprensión y la fuerza, la seguridad para enfrentar a cualquier adversario: “El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”

Aunque la carne tiemble, atrevámonos a pedirle al Señor tener la experiencia de su cercanía, de ella nacerán las fuerzas necesarias para servirle sin reparos, ni reticencias, nacerá la luz que dé a luz palabras sinceras de fe y reconocimiento verdadero; porque es fácil enlazar respuestas que vengan de otros labios, de aquellos que se escudan en rumores, pero que o no lo conocen o no quieren conocerlo, y enredados con ellos, evitamos la búsqueda interior, la mirada de frente, y hacemos nuestro lo que no compromete: “Algunos dicen…”, y nuestro yo se queda al margen, contento con ideas, descripciones e imágenes más o menos cercanas; en el fondo, tememos acercarnos al misterio que se encierra en Jesús.

A pesar de la pronta respuesta de Pedro, ni él ni los demás comprenden la realidad del verdadero Mesías. De momento todo se entenebrece, el anuncio del rechazo y la muerte, provoca sobresalto, incita a buscar seguridad, la persuasión intenta, al prever consecuencias personales, que Jesús cambie el rumbo; la reacción del Señor nos parece violenta, pero su fidelidad al Padre y la conciencia concreta de haber aceptado la misión, hace vida el anuncio de Isaías: “no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás”, completará el camino y aquello de “resucitará al tercer día”, comenzarán a entenderlo después de la Pascua y llegarán a lo profundo con el fuego del Consolador en Pentecostés. ¡Qué difícil es “no juzgar según los hombres y aprender a juzgar según Dios”! Señor, que nunca oigamos de tus labios mirándonos fijamente: “¡Apártate de Mí, Satanás!”

¡Cuánto por caminar, examinar y hacer coincidir la palabra con las obras!, que hablen menos la mente y las promesas, que suene menos la proclamación vacía y florezcan, regadas por tu Sangre, las decisiones firmes, las que, a pesar del temblor y la obscuridad que a ratos nos circundan, subrayen y confirmen “esa renuncia al yo” para abrazar la cruz, pero contigo y encontrarme, así, abrazando a todos mis hermanos.

Sé que solo no puedo, “aumenta la esperanza de los que en Ti confían, y a todos danos la paz” que orienta los pasos que van hacia el encuentro.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

23º Ordinario, 6 septiembre 2009.

Primera Lectura: Isaías 35: 4-7;

Salmo 145: Alaba Alma mía al Señor.
Segunda Lectura: Carta de Santiago 2: 1-5;
Evangelio: Marcos 7: 31-37

El Señor es, igualmente Justo y Bondadoso, algo que nos parecería lógicamente imposible. Justo porque a cada quien le reconoce sus esfuerzos; Compasivo porque, sean las que fueren, limpia nuestras culpas. Observamos su Ser y el nuestro y comprendemos que es el Único que puede “ayudarnos a cumplir su voluntad”.

En la oración, no importa que repitamos la reflexión, le pedimos a Dios que “nos mire con amor de Padre”. ¿No puede mirar de otra forma? ¡Cuánto hemos deformado la realidad de Dios con imágenes e ideas peregrinas! Nos dice San Agustín: “Si tienes una imagen de Dios, bórrala, ese no es Dios”. La pregunta incesante se hace presente: ¿Cómo eres, Señor?, no te puedo alcanzar… La respuesta nos llega Encarnada: En Jesús se nos hace presente, tangible, visible, cercano, es Jesús quien nos enseña a ser audaces, a volar más allá de la imaginación pequeña y transitoria: “Cuando oren, digan: Padre nuestro”. (Mt. 6:9) Y el Espíritu, por labios de San Juan, nos lo confirma: “Miren qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios y además lo somos”. (1ª Jn. 3: 1) Invitación a crecer en la fe, a confiar y actuar de manera coherente: oro, pido, me arropo en el Padre, desde Él, como nos recordaba Santiago: “Provienen todos los bienes”.

Ya Isaías anunciaba la salvación total: “Ánimo, no teman; los ojos de los ciegos se iluminarán, los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como venados y la lengua del mudo cantará”. Jesús, el Mediador convierte en realidad la profecía; al recorrer los campos de Palestina, va dejando una estela de paz, de sonrisa y cariño que vuelve al hombre a su ser primigenio: otros necesitaron que les abriera los ojos, que les consolidara las piernas, que reavivara su cuerpo; hoy su palabra “abre” los sentidos que todos necesitamos que nos cure. ”La fe llega por la palabra”, (Rom. 10: 17), ¿cómo escuchar con los oídos tapados? El sordo vive aislado, no sabe del mundo ni del hermano, las señas no le bastan, la soledad lo abraza y lo margina. El mudo o “tartamudo”, tapia la comunicación y aumenta el desamparo. ¡Señor, la sordera y la mudez me acechan, impiden escuchar la invitación y pronunciar el compromiso, devuélveme al mundo y a tu mundo!

Sin saberlo, escuché tu Palabra el día de mi Bautismo: “Effetá”. “Que a su tiempo sepas escuchar su Palabra y profesar la fe, para gloria de Dios Padre”. Ya tocaste mis oídos y mi lengua para que sea capaz de “Anunciar las maravillas que el Señor me ha hecho”, ahora, toca mis ojos y mi corazón. ¡La vida será vida que viene desde Ti y me lleva a encontrar al hermano! Que reconozcamos, juntos: “Todo lo haces bien”, y lo sigues haciendo. ¡Gracias, Jesús, por ser como eres!

viernes, 28 de agosto de 2009

22° Ordinario, 30 agosto 2009.

Primera Lectura: Deuteronomio 4: 1-2, 6-8;
Salmo 14: ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Segunda Lectura: Carta de Santiago 1: 17-18,21-22,17;
Evangelio de Marcos 7: 1-8, 14-15, 21-23.

Orar es, dice el catecismo de Ripalda: “elevar el alma a Dios y pedirle mercedes”.”Todo el que pide recibe y al que llama se le abre…”, (Mt. 7: 7-8). La Palabra de Dios es Verdad, creamos que está pendiente de nosotros, de nuestra búsqueda, y, que su amor nos responde de inmediato, pero necesitamos detenernos a analizar qué es lo que pedimos, con un horizonte que vaya mucho más allá de nuestro pequeño mundo de necesidades personales. “El Padre sabe lo que nos hace falta, antes de que se lo pidamos”. (Mt. 6: 8), a Él le agrada que confiemos en su bondad, en su largueza, en su generosidad; que confiemos, de verdad en que es nuestro Padre. Su Gracia, que es Él mismo, que es la Trinidad actuante, nos hará perseverar en la decisión de vivir tomados de “su mano”.

Los tres domingos anteriores, espero nos hayamos interiorizado en la invitación del salmo y “habremos hecho la prueba y visto qué bueno es el Señor”, lo habremos comprobado, no de oídas, sino vivencialmente, “que su Bondad llena la tierra”, (Salmo 119: 64), que nos abraza a cada uno, como somos, personales y concretos, únicos, pequeños, limitados, pero hijos e hijas. Esta experiencia viene desde la escucha de su Palabra que se muestra patente por sus obras y espera de nosotros la respuesta libre y coherente al gozo de tenerla. Continuamos la historia, la verdadera, cuando Dios entra en ella y aceptamos caminar a su lado: “Escucha, Israel, los mandatos y preceptos que te enseño para que los pongas en práctica y vivas en paz”. Mandamientos que son Sabiduría de Dios, no queramos “enmendarle la plana”.

Sabemos los Mandamientos de memoria, ahora nos preguntamos si son faros que guían nuestras vidas, si son el camino para “mostrarnos gratos a sus ojos”.

Nos ha dado otro regalo, que su Palabra surta efecto y se convierta en acción. Mirándonos desde Dios y mirándolo a Él, sirvamos al hermano, para llegar, así, a concretar su deseo: “ser primicia de las creaturas”. Otro faro reluce y nos recuerda que “todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces”, camino seguro sin desviaciones.

La tradición no es mala, el grave error es no discernir si aún nos lleva a Dios, si no nos ha encerrado en “culto inútil”. Jesús no se opone a esas tradiciones, las orienta y las supera. Es el corazón lo que necesitamos “lavar”, y al decir corazón, nos dice: el ser entero, tu propio “yo”, el que toma decisiones, el que proyecta lo que tienes dentro.

Nuestra preocupación primera es revisar el pasado, y hacer palpable, ahora, la aceptación audaz de Jesucristo, sin ocultarnos con el velo de tradiciones humanas, por muy venerables que pudieran parecer. ¡Señor ayúdanos a mirarte sin miedo de nosotros, sin reticencias que quieren adaptarte a lo fácil! ¡Danos un corazón nuevo del que broten frutos de justicia y santidad! ¡Danos apertura a tu Espíritu que limpia por entero nuestro ser de creaturas!

jueves, 20 de agosto de 2009

21º Ordinario, 23 Agosto 2009.

Primera Lectura: Josué: 24: 1-2,15-17, 18.
Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 5: 21-32.
Evangelio: Juan 6:55, 60-69.

Regresa, con insistencia de aquel que se percibe, conoce y palpa pequeño e indigente, la súplica confiada: “Salva a tu siervo que confía en Ti”.

Urgidos de la paz, anhelando aquello que nos haga pregustar la felicidad verdadera, en medio de los miedos, de la inseguridad que nos rodea, encontramos la indicación exacta: “amar lo que nos mandas, Señor”; amar que es “servir” nacido del conocer que lleva a la decisión personal, liberadora, de no tener los ojos y el corazón sino puestos en Ti.

¿Puede haber felicidad entre los hombres, entre nosotros, que parecería que no la buscamos o que nos extraviamos por caminos diferentes? Al reflexionar, una vez más, sobre el egoísmo, sobre el exceso de individualismo que pinta por entero a la sociedad y a cada uno de nosotros, pedimos al Señor, porque sabemos que “puede darnos un mismo sentir y un mismo querer”. El amor propio es reacio, por eso continúa nuestra súplica: Tú puedes cambiarnos y lograr que desde nuestro interior “amemos lo que nos mandas y anhelemos lo que nos prometes”. Tus mandatos parecerían pesados, pero cuando ha crecido el amor, se clarifica el contenido de la elección: la decisión para lograr el Bien Mayor.

Josué en la primera lectura, proclama su elección, la que ha aprendido de la irrupción de Dios en la historia del hombre. ¿“Quién es el Señor? ¿Quién los sacó de Egipto?”. Tradición hecha vida que comparte y que invita: “Si no les agrada servir al Señor, sigan aquí y ahora a quién quieren servir…, en cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor”. El ejemplo, testimonio de un ser que sabe en Quién ha puesto su confianza, fortalece el compromiso, rompe las ataduras que pudieran desviarlo y contagia al pueblo para que dé la respuesta acorde a la Bondad que los ha guiado; así surge espontánea, sincera, al menos de momento, aunque después la fragilidad la rompa: “Lejos de nosotros abandonar al Señor”. La memoria regresa al presente los pasos del pasado. ¡Que nuestro decir no se pierda en los tiempos; que ilumine con luz nueva el ahora constante en que vivimos!

Tres veces, en domingos sucesivos, el Salmo nos impele a “hacer la prueba y ver qué bueno es el Señor”, el Espíritu no obra por casualidad; ¿qué nos quiere decir con su insistencia?

En la lectura de la Carta de San Pablo brilla el profundo significado del matrimonio, tan lejano en el mundo actual y tan necesario para que encuentre el fundamento real que puede sostenerlo; Cristo y la Iglesia en unidad indisoluble, por sobre las limitaciones, infidelidades y desvíos, Él se entregó a sí mismo para presentar a la Iglesia “sin mancha ni arruga ni nada semejante sino santa e inmaculada”. Esposo y esposa en mutua entrega que busca, sin medida, el bien y el gozo del amado. ¿No está presente otra vez la fuerza del Espíritu?

Jesús no ceja, su palabra suena definitiva: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.Los oyentes “se escandalizan: duras son estas palabras, ¿quién podrá soportarlas?”, acto seguido, lo abandonan; elección que evade el compromiso de aceptar la entrada “del Espíritu y la Vida”. La pregunta de Jesús a sus discípulos nos abarca: “¿También ustedes quieren dejarme?” Antes de responder, analicemos con de Pedro la actitud que, una vez más conlleva el compromiso: “Señor, ¿a Quién iremos?, Tú tienes Palabras de vida eterna”. ¡Señor haznos coherentes con la fe en Ti, danos ese mismo “sentir y querer”!

martes, 11 de agosto de 2009

20º Ord. 16 agosto 2009.

Primera Lectura: Proverbios 9: 1-6;
Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 5: 15-20;
Evangelio : Juan 6: 51-58.

“Un solo día en tu casa, es más valioso que mil en cualquier otra parte”, al reflexionar en este fragmento del salmo 83, ¿nos damos cuenta de que somos “casa de Dios”? Detengámonos y sopesemos lo que Jesús nos dice en el Evangelio de San Juan: “El que me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo amará y los dos vendremos y viviremos con él”. (14: 24) Vivo porque vivo en Ti, porque vives en mí, si esta realidad no enciende el fuego del amor, no sé qué podrá encenderlo. Es valioso que está a nuestro alcance porque Dios ya nos lo otorgó como don, como alargamiento de su Ser, nos ofrece, junto con él, multiplicidad de bienes que no podemos imaginar; pienso que bastaría con que rumiáramos lentamente ese: “ser morada donde Dios habita”, para que el gozo creciera sin medida y a su medida el compromiso de amar lo que Dios ama, es decir “a todas las cosas en Él y a Él en todas las cosas”. Aquí radica la Sabiduría como el arte de vivir bien, de buscar y enseñar aquello que ayuda al ser humano a orientarse en este mundo y a actuar mejor; “a comer y a beber el vino en el banquete de convivencia que Dios mismo ha preparado”. Participación y fraternidad de una humanidad nueva.

San Juan utiliza un lenguaje fuerte, insiste en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Sólo así experimentaremos en nosotros su propia vida. En definitiva, es necesario comer a Jesús: « El que me come a mí, vivirá por mí».
La afirmación tiene un tono que a los judíos sonó todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto no es simbólico, es realista. « Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Invitación y lenguaje que ya no producen impacto entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a repetir lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.

Por desgracia, todo puede quedar en doctrina pensada y aceptada; pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a Él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.
Comer a Cristo es mucho más que acercarnos, rutinariamente, a realizar el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se vive sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero tiene que proyectarse también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.

Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar, desde lo más profundo, encontrarnos con Él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y haga crecer lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme las zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar. Esto es “distinguir los signos de los tiempos” y “entender cuál es la voluntad de Dios”; entonces brotarán, espontáneamente los himnos de gratitud y de alabanza al Padre en el nombre del mismo Señor Jesucristo.

Alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de Él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio. Que María, cuya Asunción celebramos, interceda para que aprendamos a “subir”.

miércoles, 5 de agosto de 2009

19º Ord. 9 Agosto, 2009

Primera Lectura: Primer libro de los Reyes 19: 4-8
Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 4: 30 a 5: 2
Evangelio: Juan 6: 41-51.

Tu Alianza, Señor, es para siempre, el olvido, la distracción no dicen contigo. Nos conoces, Señor, convierte nuestros corazones para elevarnos hasta Ti. Necesitamos del Pan que da fuerzas, que cambia el interior, que nos permite crecer como hijos tuyos, así, al reconocer en nosotros a Jesús, nos aceptarás en la vida “otra”.

No sabemos cuánto dure el camino que sigue hasta llegar a Ti. Si medimos desde nuestra pequeñez, aun, antes de iniciarlo, sentiremos temor y evitaremos el esfuerzo. Crisis de fe como sufrió el Profeta a pesar de saberse eco de tu Palabra, y, por la nula respuesta de su pueblo, por su propia flaqueza, te pide: “Basta ya, Señor. Quítame la vida, no valgo más que mis padres”.

Dormir es escaparse, avestruz que se refugia en el agujero; mas el Señor no cede, lo despierta dos veces, le aviva la conciencia y le da lo necesario para el largo camino: “Levántate, come y bebe”. Cuando el Señor alimenta, surgen fuerzas insospechadas.

Si a Elías, lleno de Ti, así lo sacudiste para que desapareciera el marasmo ¡cuánto tendrás que despertarnos para quedar convencidos de que Tú eres el Único camino! ¡Ayúdanos a intentar lo que dijimos en el salmo:“haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”

Contigo dentro, “no contristaremos al Espíritu con el que nos has marcado para el día de la liberación final”. Nuestro trato se iluminará con comprensión, servicio, perdón y amor lo más semejante al tuyo. Nos sabemos débiles e incapaces de iniciar este ascenso y menos aún de perseverar en él sin Ti, Padre, sin Jesús, sin el Espíritu que proviene de Ti.

Imaginar es sumamente fácil; en el abstracto nada cuesta. La imaginación engañosa impide bajar a la realidad, porque ésta sí duele, pide trabajo, dominio, poder de escucha, fe, confianza, ¿dónde llenarnos de entusiasmo, cómo ser fuertes y constantes? Jesús Tú nos lo enseñas, ya estás Tú mismo, todo entero, como Pan en la mesa, “el Pan vivo que ha bajado del cielo”, ¿te creeremos?

Aquellos que tocaban tu manto, de inmediato sanaban, ¿qué explicación te damos si después de comerte, nos sentimos enfermos de duda y de pereza? Ayúdanos a darte la respuesta que esperas para sentir en nosotros que contigo somos otros, certeza que se erige en tu propia Palabra: “Yo les aseguro que el que cree en Mí, tiene vida eterna”.

Si Jesús no nos alimenta con su Espíritu de creatividad, seguiremos atrapados en el pasado, viviendo nuestra religión desde formas, concepciones y sensibilidades nacidas y desarrolladas en otras épocas y para otros tiempos que no son los nuestros. Entonces, no podrá contar con nuestra cooperación para engendrar y alimentar la fe en el corazón de los hombres y mujeres de hoy.

miércoles, 29 de julio de 2009

18º Ordinario, 2 agosto 2009.

Primera Lectura: Éxodo 16: 2-4, 12-15;
Salmo 77: El Señor les dio pan del cielo.
Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 4: 17, 20-24;
Evangelio: Juan 6: 24-35

Para que se convierta en realidad lo que hemos pedido en la oración: “renovados conforme a la imagen de tu Hijo”, no existe otro camino que la ayuda de la Gracia. Entramos, una vez más en ese misterio de la acción de Dios en nosotros, en la experiencia insubstituible de que dos causas: Dios y nuestra decisión, nuestra respuesta, confluyen a un mismo efecto: ser y comportarnos como hijos de Dios a ejemplo del Hijo Primogénito, Cristo Jesús; “revestidos de justicia y santidad de verdad”. Sabemos de nuestra impotencia y nos acogemos al amor del Padre que no violenta, sino que invita a confiar, a creer.

Desde esta plataforma de la fe, al leer el Éxodo, escuchamos, meditamos y aceptamos que el Señor, es El Señor nuestro Dios; Él a pesar del rechazo y de las murmuraciones, “es compasivo y misericordioso”, y aun cumple los caprichos de su pueblo: “les da pan por alimento”.

Esta actuación nos ayuda a enlazar el proceso creciente y pedagógico de la Revelación que culmina en el capítulo 6º de San Juan, que muchos autores han nombrado como “El Sermón del Pan de Vida”.

La gente busca a Jesús, hay algo en Él que los atrae, no solamente porque ha saciado su hambre, aunque el mismo Jesús se lo eche en cara. Vislumbran en Él algo más, pero no saben aún lo que buscan; el mismo Señor tratará de orientarlos aunque de momento no comprendan. Siento que es un momento propicio para detenernos y preguntarnos: ¿qué buscamos en Jesús, a Quién y para qué lo buscamos, qué esperamos de Él, qué espera de nosotros?

Jesús nos involucra en la conversación. Aclara desde el principio: el pan material es importante. Él nos ha enseñado a pedir a Dios «el pan de cada día» para todos. Pero necesitamos mucho más. Jesús nos ofrece un alimento que puede saciar para siempre nuestra hambre de vida. La gente, y ojalá nosotros con ella, pregunta: « y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? »; ¿prácticas, ritos, oraciones, mandamientos?

La respuesta de Jesús toca el corazón del cristianismo: «la obra que Dios quiere es ésta: que crean en el que Él ha enviado». Dios sólo quiere que creamos en Jesucristo, el gran regalo que ha dado al mundo. Ésta es la nueva exigencia. En esto han de trabajar. Lo demás es secundario. Necesitamos descubrir de nuevo que toda la fuerza y la originalidad de la Iglesia están en creer en Jesucristo y seguirlo. No podemos quedarnos en la actitud de adeptos de una religión de "creencias" y de "prácticas". La fe no es cumplimiento de códigos superiores a las del antiguo testamento. No. La identidad cristiana está en vivir un estilo de vida que nace de la relación viva con Jesús. Cristiano es el que quiere pensar, sentir, amar, trabajar, sufrir y vivir como Jesús. ¡Cuánto necesitamos al Espíritu!

Para subsistir en medio de una sociedad ausente de Dios, nos urge, más que nunca, el conocimiento, del que brotará el amor, de y a Cristo el Señor: Pan que no perece y Agua que salta hasta la vida eterna..

jueves, 23 de julio de 2009

17º ordinario, 26 junio 2009

Primera Lectura: Segundo Libro de los Reyes 4: 42-44;
Salmo 144: Bendeciré al Señor eternamente.
Segunda lectura: Carta de San Pablo a los efesios 4: 1-6;
Evangelio: Juan 6: 1-15.

Admirar, adorar y amar al Único Dios, consolida la fraternidad e impulsa a ir más allá de la mirada, a compartir lo poco o mucho que tengamos, a ser sabios en el uso de los bienes de la tierra, de manera que no sean tropiezo para alcanzar los bienes que perduran.

Los profetas vivieron siempre “a la sombra de Dios”, a la altura del llamamiento que habían recibido; la claridad de percepción, que venía desde dentro, les hacía ver de otra manera la inmediatez de la realidad, esa, la que la pequeña y limitada lógica consideraría ya impuesta e insuperable; sentían constante la presencia del Señor, presencia actuante que abre horizontes insospechados, acalla dudas y quiebra impotencias.

Eliseo recibe el regalo de un hombre sin nombre, pero que cree en Dios y lo manifiesta en la acción, “traía, para el siervo de Dios, como primicias, veinte panes de cebada y grano tierno en espiga”. El profeta abre el corazón y las manos a los demás: “Dáselos a la gente para que coman”. La lógica sin fe, reclama: “¿para cien hombres?”. La confianza responde en la certeza: “Esto dice el Señor: comerán todos y sobrará”; y así fue. Una vez más comprobamos que “el Señor es fiel a sus promesas, abre sus manos generosas y sacia de favores a todo viviente”. ¡Cuánto necesitamos crecer en la apertura, en la fe y en la confianza, que en sí mismas llevan el signo de multiplicación!

Del Evangelio de Marcos que escuchamos el domingo pasado, en el que Jesús “se conmovió al verlos como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles muchas cosas”, la liturgia pasa al de Juan como continuación más detallada de lo que seguiría en Marcos: la multiplicación de los panes.
Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano.
Felipe revive la impotencia del criado de Eliseo: son pobres, no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que dinero.

Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo sea «cinco panes de cebada y un par de peces».

La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar? ¿Quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿Hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿Se producirá algún día ese "milagro" de la solidaridad real entre todos?

Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos. Al compartir el pan de la eucaristía, los primeros cristianos se sentían alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús