miércoles, 1 de diciembre de 2010

2° Adviento, 5 diciembre, 2010.

Primera Lectura: Isaías 11: 1-10
Salmo Responsorial, del salmo 71: Ven, Señor, rey de justicia y de paz.
Segunda Lectura: de la carta a los Romanos 15: 4-9.
Aclamación:
Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos, y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Mateo 3: 1-12.

“Pueblo de Sión”, hombres de toda la tierra, “miren que el Señor viene a salvar a todos, su voz fuente de alegría para el corazón”. Voz que ordena el cosmos, que nos dice cómo manejar las realidades cotidianas, con una “sabiduría que nos prepare a recibir y a participar de su propia vida”.

“Toda Escritura – nos dice Pablo – se escribió para nuestra instrucción, paciencia, consuelo y esperanza”, es la visión que nos entrega Isaías; la realidad se hizo presente, cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación, nos regala los siete dones: “sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y santo temor de Dios”. Encantadora la descripción plástica de un futuro que inicia en la conversión personal y se extiende, como abrazo inmenso, hacia todo lo creado. Lo inimaginable, desde nuestra pobre experiencia, se hará posible: la paz total entre todas las creaturas, nadie hará daño a nadie, “estará lleno el país – el mundo entero -, de la ciencia del Señor”. No estamos ante una ilusión, la Palabra de Dios que nos lo señala, “esa raíz de Jesé”, es el enlace que continúa en proceso, el crecer inevitable, gozo para nosotros, de la Alianza.
 
Ya comenzamos, el domingo pasado, con la esperanza del Adviento: ¡La llegada de Jesús, su presencia física, su historia en nuestra historia, para que aprendamos a vivir según su historia!, que es el camino de salvación, que nos advierte, con toda claridad que “no juzgará por apariencias, ni a sentenciará de oídas, defenderá al desamparado y dará, con equidad, sentencia al pobre, herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío”. Atender a su advertencia nos hará más responsables de nuestros actos, analizaremos la repercusión de cada decisión personal, uniremos el precepto de la Ley Natural al de la Ley Evangélica: “trataremos a los demás como queremos que nos traten y nos amaremos como Él nos ha amado”, la respuesta es personal y comprometedora. Ocasión propicia para preguntarnos ¿Cómo tratamos a los que tenemos más cerca? ¿Intentamos sinceramente la armonía de unos con los otros? ¿Integramos un coro que proclame que somos “un solo corazón y una sola voz”? “¿Nos acogemos, como Cristo nos acogió”? 

Ésta es la actitud que prepara el camino del Señor: “hacer rectos los senderos para que todos los hombres vean la salvación”, es la patentización del verdadero cambio, de la conversión, del giro que tiene por centro a Cristo y su mensaje, a Cristo y su seguimiento, a Cristo aceptado y amado en cada ser humano.  

La tentación de huída está presente: ser fariseos, buscar la tranquilidad superficial apegada a “la ley”; ser saduceos apegados a la riqueza y al prestigio, escudados en tradiciones que dejan “intacto” el corazón y evitan el compromiso con Dios y con los hermanos; si es nuestra realidad, nos sacudirán las palabras de Juan el Bautista: “¡Raza de víboras!, ¿quién les ha dicho que podrán escapar del castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión”.

¡Dichosos nosotros, porque después de la voz, ya escuchamos a La Palabra; Jesús ha evitado que la segur corte nuestra raíz; recibimos el bautizo del fuego del Espíritu Santo, Él nos guardará “como trigo en su granero”. ¡Señor, que en este Adviento, nuestras espigas se llenen de granos maduros, porque ya nos sabemos contigo!