jueves, 23 de diciembre de 2010

La Sagrada Familia, 26 dic. 2010.

Primera Lectura: del libro del Eclesiástico 3: 3-7, 14-17
Salmo Responsorial, del salmo 127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Colosenses 3: 12-21
Aclamación:  Que en sus corazones reine la paz de Cristo; que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza.
Evangelio: Mateo 2: 13-15, 19-23.

Haber escuchado y creído al llamamiento, a la voz que llegó desde fuera, impulsó a los pastores a obedecer, a ponerse en camino, ir y buscar para encontrar. El anuncio había sido espectacular, en el hallazgo brilla la sencillez: un niño como los que ellos conocen, “pobre, débil y pequeño”; el misterio del pesebre se queda en sus corazones, y, con seguridad, los acompañará el resto de sus vidas.

Celebramos la festividad de la Sagrada Familia. En la oración pedimos a nuestro Padre Dios entender para imitar, mirar con atención para ser capaces de tener las actitudes que hacen resplandecer las relaciones familiares, las que nos unen a quienes no hemos escogido pero que el Señor nos ha obsequiado.

No tenemos que pensar mucho para aceptar que necesitamos, cada uno en la realidad que vive, hacer crecer lo que San Pablo expone a la gran familia de la comunidad cristiana y que comienza en el trato íntimo con los de casa: “Dios nos ha elegido y nos ha dado su amor”, y lo que Dios da es para ponerlo a disposición de todos, especialmente de los más cercanos, como nos recuerda San Pedro: “los dones que cada uno ha recibido, úselos para servir a los demás, como buenos administradores de la múltiple gracia de Dios” (1ª. 4: 10).

En familia vamos recorriendo juntos el camino; pero, sin “el sentir con el otro”, sin la anchura de alma, sin la humildad que nos confronta con la verdad, sin la afabilidad, la paciencia y el perdón, el camino se volverá pesado, fastidioso, obscuro y solitario. Escuchemos, también nosotros, la voz que nos llega desde Dios, si queremos vivir en alegría y propiciar el gozo de una convivencia que alienta a cuantos nos acompañan en la vida: “por sobre todas esas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión”.

Recordemos que amar es “querer el bien del otro”, todavía más: que mi gozo sea el gozo de tu gozo. Esto sí que es realizar esa bella definición de Tehillar de Jardin: “el hombre es un ser para el encuentro”, es tener siempre presente “al otro”, como sujeto, jamás como objeto. Las dos lecturas proponen caminos concretos para cada miembro de la familia, consejos y actitudes que no podremos realizar si no tenemos como centro de nuestra vida a Dios en Cristo Jesús.

Detengámonos a contemplar la sencillez de vida de la Sagrada Familia: Jesús que acepta la voluntad del Padre “sin aferrarse a las prerrogativas divinas”; María que, en medio del misterio, va más allá de sí misma, confía y con su “¡Sí!”, abre el camino para que la historia de la humanidad se parta en dos al concebir al Hijo de Dios, a Emanuel, Dios con nosotros; José, el “hombre justo”, el que supera toda lógica y cree en lo incomprensible, para convertirse en el custodio de Aquel por quien todo fue hecho. Los sueños se hacen realidad en medio de penurias, pobreza, persecuciones y angustias, pero que dejan su alma henchida del Dios de la paz y la fortaleza. Oremos para que todas nuestras familias aprendan y realicen, cada día, la convivencia que las hace sagradas.