miércoles, 8 de diciembre de 2010

Nuestra Señora de Guadalupe. 2010.

NOTA: En México la fiesta de la Virgen de Guadalupe es Solemnidad, por esta razón no se toman las lecturas correspondientes al 3er Domingo de Adviento. 

Primera Lectura: lectura del libreo del Eclesiástico 24: 23-32; 
Salmo 66
Segunda Lectura: de la carta del apóstol San Pablo a los Gálatas 4: 4-7; 
Evangelio: Lucas 1: 39-48.


El miércoles celebrábamos la festividad de la Inmaculada Concepción de María, preservada de cualquier mancha “en previsión de los méritos de Cristo", recordemos que para el Señor Dios todo es presente, (no intentemos entenderlo, esa omnisciencia nos sobrepasa), aceptamos la explicación de Ockam: “Pudo hacerlo, convenía que lo hiciera, por lo tanto, lo hizo”, y preparó digna morada para su Hijo.

Hoy, hace 479 años, Santa María de Guadalupe, se hace presente como “esa señal que aparece en el cielo –de nuestro México-, una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”; una y la misma a quien veneramos con diversas advocaciones, pero que tiene una relación de especial afecto, porque se presenta, Madre y Protectora, desde la cuna de nuestra nacionalidad. 

El cariño y la devoción de los mexicanos la ha acompañado, y nosotros, de alguna forma hemos vivido lo que Ella misma quiso y realizó: “mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy su piadosa Madre”.  

Revivamos ahora, en su fiesta, el deseo y el compromiso de imitarla en la preparación de la entrada de Cristo en nuestra historia.

Meditemos lo escuchado del Libro del Eclesiástico, en primer lugar aplicado a Cristo, “Sabiduría Encarnada”, en quien está, todavía más, quien Es “En mí está la gracia del camino y de la verdad, de la esperanza de vida y de virtud” ; preguntémonos ¿qué tanta hambre y sed sentimos de Él? Si la necesidad nos impulsa a buscar y encontrar al único satisfactor, hambre y sed crecerán, Él mismo, como alimento que fortalece e ilumina, impedirá que nos desviemos por otros caminos.  

Lo reflexionado se ajusta, también, a María, “Yo soy la Madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza”. María que acepta lo humanamente inexplicable y cree “en el Testigo Fiel”, Ella no pone barreras a la acción del Espíritu, y, proclama, gozosa, “las maravillas que el Señor ha realizado”: “la llena de gracia”, la Madre de Dios y Madre de los hombres.

Santa María de Guadalupe nos acoge con un cariño muy especial, pues, aun cuando se haya aparecido en Lourdes, en Fátima, en Medyguory y quizá en otras partes del mundo, con nosotros, con México, hizo patente lo que leeremos en la Antífona de la Comunión: “No ha hecho nada semejante con ningún otro pueblo; a ninguno le ha manifestado tan claramente su amor”. 

Pidámosle que nos obtenga las gracias necesarias, Ella, “La Omnipotencia Suplicante”, como la llama San Bernardo, para prepararnos, siguiendo su ejemplo, a la venida de Jesús.