lunes, 22 de noviembre de 2010

1° de Adviento (ciclo A), 28 noviembre, 2010.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 2: 1-5
Salmo Responsorial, del salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del aapóstol Pablo a los Romanos 13: 11-14
Aclamación: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Evangelio: Marcos 24: 37-44.

Adviento: ¡que llega! Actitud de  atentos centinelas que aguardan al Amigo; conciencia de ser creaturas dentro de la historia que Cristo Jesús quiso compartir. Llegó en la humildad de nuestra condición para elevar esta misma condición a ser hijos de Dios; y volverá, revestido de la Gloria de Dios mismo, ¡cualquier día!, por eso nos advierte que estemos vigilando. Esa venida no es, ni puede ser motivo de angustia para quienes, por su gracia, le agradecemos creer en Él; advenimiento que trae esperanza, paz y triunfo; la condición: que nos encuentre “despiertos, vestidos de luz, lejos de las obras de las tinieblas, como quien vive en pleno día”, claramente: “revestidos de Cristo que impedirá que demos ocasión a los malos deseos”.

Isaías, vive en los tiempos aciagos del exilio, probablemente no pronuncia esta visión profética, más bien fueron sus sucesores, el segundo o tercer Isaías, pero, sin duda él participa del sueño de paz universal, de unión de todos los pueblos en una sola familia que sube, jubilosa, “al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, a Sión, donde escucha las instrucciones para caminar por sus sendas”.  La concreción del fruto es el anhelo de todo hombre que busca la verdad: “El encuentro jubiloso con el árbitro de todas las naciones”, porque ha puesto los medios: “no espadas sino arados, no lanzas sino podaderas, no guerra sino fraternidad consciente”. Este será el único modo de caminar “a la luz del Señor”. Así tendrá sentido el cántico: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”.

Los domingos anteriores han preparado nuestras mentes y nuestros corazones, han iluminado la realidad de nuestra realidad: “somos peregrinos, vamos de pasada”, “no tenemos aquí ciudad permanente”, (Heb. 13: 14), de modo que entendemos que cada instante nos acerca a ese “encuentro”, ojalá ardientemente deseado, él será la culminación de todos los esfuerzos, para que la Gracia que nos obtuvo y sigue ofreciendo el Señor Jesús, no quede estéril, sino que dé frutos abundantes que perduren por toda la eternidad.

Jesús Maestro, propone como una dinámica del espejo; sus oyentes conocen la Escritura,  han reflexionado sobre los sucesos vividos en el seno de la familia, la muerte de un pariente, quizá un robo, y de ahí los, y, nos hace brincar hasta la trascendencia, para que dejemos que los signos de los tiempos toquen el interior y nos proyecten, conscientemente, hasta el fin del camino.

¿Por qué la insistencia de su parte?, porque no nos atrae pensar en que un día, “el menos pensado”, nos presentaremos ante “el Árbitro de las naciones, el Juez de pueblos numerosos”. Con frecuencia imagino que ese día está lejos, con mayor frecuencia lo pensarán los más jóvenes; atendamos al ejemplo que trae a la memoria el Señor: “Así como sucedió en tiempos de Noé…”, todo seguía igual, “comían, bebían, se casaban, - dejaban que la vida transcurriera sin preocupaciones, sin mirar hacia dentro – hasta el día en que entró en el arca…”; de dos durmiendo o en la molienda, “uno tomado, otro dejado”…, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿seré el elegido?..., Y completo: ¿vigilo mi casa como lo que soy: “morada de Dios”, o permito el saqueo? 

Él nos conoce y por ello nos advierte: “Estén preparados”, y nosotros le pedimos: “¡Despiértanos del sueño, Señor! Que advirtamos, más a fondo el significado del signo que eres Tú: “La Salvación está más cerca”, queremos crecer en el creer para actuar en consonancia. Que advirtamos que tenemos nuestra eternidad entre las manos, ¡no permitas que las abramos…, porque la consecuencia sería irreversible!, mejor Contigo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Cristo Rey - 21 de noviembre de 2010.

Primera Lectura: del 2° libro de Samuel 5: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Colosenses 1: 12-29
Aclamación: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!

Evangelio: Lucas 23: 35-43.

El domingo de la indescifrable paradoja desde nuestra limitación, comprensible, y, ojalá, comprendida y vivida, desde la visión de Cristo, desde el Amor del Padre hecho palpable por nosotros en la entrega total del Hijo.

En la Antífona de Entrada leemos 7 realidades que, solamente es digno de recibir El Cordero Inmolado; 7 que es símbolo de plenitud, 7 que lo es todo, precisamente porque murió para abrirnos el verdadero Reino junto al Padre. No todo ser humano lo ha captado, lo ha aceptado, por ello pedimos “que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a su majestad y la alabe eternamente.”

David, elegido por Dios rey y pastor del pueblo, es pálido reflejo de la realeza de Cristo: “El consagrante y los consagrados son todos del mismo linaje.” (Hebr. 2: 11) No tiene reparo en llamarnos “hermanos”; somos de su misma sangre. Cristo, Ungido, nos ha ungido para que seamos “Pueblo elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad.” (1ª. Ped. 2: 9) Por eso cantamos desde las entrañas: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”.

Participamos de una realeza diferente, de una herencia imperdible, “por su Sangre hemos sido lavados”. Íntimamente unidos a “Aquel que es el primogénito de toda creatura, Fundamento de todo, donde se asienta cuanto tiene consistencia, Cabeza de la Iglesia, Primogénito de entre los muertos, Reconciliador de todos por medio de su Sangre.” (Col. 1: 18) Vamos descifrando la paradoja: “Morir para vivir.”

“Yo soy Rey, pero mi reino no es de este mundo”, (Jn. 18: 37) había dicho a Pilato. No cede a la triple tentación postrera: “Si es el Mesías, el Hijo de Dios, que se salve a sí mismo”, le dicen las autoridades. “¡Sálvate a Ti mismo!”, le espetan los soldados. “Sálvate a ti y a nosotros”, se mofa uno de los ladrones. ¡Qué fácil hubiera sido desprenderse de los clavos y bajar de la Cruz!, ¡todos hubieran creído en Él!, pero no era esa la Voluntad del Padre y Jesús ya la había aceptado: “Si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” (Lc. 22: 42) ¡Qué difícil es para nuestra carne, para nuestro supuesto bienestar, para nuestra molicie y comodidad, aceptar este Reino tan diferente a los que conocemos! Aquí no hay lujo, no hay poder, no hay servidumbre, no hay ejército sino muerte y muerte cruel, deshonrosa, fracaso desdichado, y este es nuestro “Camino, Verdad y Vida…”, (Jn. 14: 6) necesitamos otros ojos y un corazón nuevo, una fe como la del buen ladrón para escuchar en nuestro último momento: “Yo te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Imitemos Dimas, hagamos, con una fe que supere las apariencias, nuestro mejor robo: El Reino.

jueves, 11 de noviembre de 2010

33º ordinario, 14 noviembre 2010.

Primera Lectura: del libro de Malaquías 3: 19-20
Salmo Responsorial, del salmo  97
Seguna Lectura: de la 2a carta del apóstol Pablo a los Tesalonicenses 3: 7-12
Evangelio: Lucas 21: 5-19.

Hoy es el último domingo del tiempo ordinario, el próximo será la Fiesta de Cristo Rey, fiesta que cerrará el ciclo litúrgico C.

La semana pasada reflexionábamos sobre la “Vida Nueva”, el camino y la llegada a la Patria; seguro nos impresionaron los jóvenes que prefirieron perder los miembros y la vida temporal con la seguridad de la Resurrección; certeza que floreció desde la fidelidad a la Ley, de la confianza plena en que Yahvé no permite que se pierda ninguno de sus hijos.

El Señor Jesús, único Mediador para llegar al Padre, nos mostró como ES: “Dios de vivos”; San Pablo nos exhortó a que permitamos que Él dirija nuestros corazones “para amar y para esperar, pacientemente, la venida de Cristo”.

Jeremías, en la antífona de entrada, nos prepara para que, con ánimo aquietado, miremos hacia la escatología y redescubramos que el Señor “tiene designios de paz, no de aflicción”, e insistamos en la oración, invocándolo porque “nos escuchará y nos librará de toda esclavitud”. Ésta es la forma de preparar lo que, sin ella, sería de temer: “El día del Señor, como ardiente horno”; pero con ella: “brillará el sol de justicia que trae la salvación en sus rayos”.

Conviene que volvamos a preguntarnos: ¿cómo y qué espero, no para el “fin del mundo”, sino para mi encuentro personal con Dios, para “el fin de mi mundo”, el que ahora se encuentra limitado por el espacio y el tiempo? No es temor, es conocimiento que ilumina la decisión del amor, San Juan no ayuda a profundizar: “En el amor no existe el temor; al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor anticipa el castigo, en consecuencia, quien siente temor aún no está realizado en el amor”. (1ª.Jn.4:18); meditándolo acertaremos con la respuesta adecuada…, si no la encontramos como viva en nuestro interior, démonos tiempo para prepararla.

Las palabras de Jesús en el Evangelio, nos advierten y exhortan para que atendamos a los “signos de los tiempos”; no es que ya estemos al final, aunque si continuamos destruyendo el planeta, parecería que la humanidad entera quisiera adelantarlo. ¡Cuánto egoísmo y ausencia de conciencia! ¡Cuánta soberbia y ansia de riqueza! ¿En qué lado nos encontramos? Sabemos que el testimonio a favor de Jesús y del Evangelio, causan y causarán dificultades. Permanecer y actuar a favor de la justicia y de la verdad, será señal de que estamos bajo la Bandera de Cristo, dominemos la imaginación y, otra vez, el miedo, es Él quien nos asegura: “sin embargo, no teman, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”. (Lc. 21: 18)

Recordando a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré ahí” (1: 21), cubramos esa desnudez con actos nacidos de la entrega efectiva: “Escribe: Dichosos los que en adelante mueran en el Señor. Cierto, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos, pues sus obras los acompañarán”. (Apoc. 14: 13)

martes, 2 de noviembre de 2010

32º ordinario, 6 noviembre 2010.

Primera Lectura: del 2º libro de los Macabeos: 7:1-2, 9-14
Salmo Responsorial, del salmo 16  Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura: de la 2ª carta del apostol Pablo a los Tesalonicenses 2:16, 3:5
Aclamación: Jesucristo es el primogénito de los muertos; a él sea dada la gloria y el poder por siempre.
Evangelio: Lucas 20:27-38.   

La liturgia de hoy nos pone en actitud de alerta llena de esperanza; no podemos quedarnos en el principio de la Revelación, recordemos que el Señor es el gran Pedagogo y sabe que necesitamos tiempo para asimilar, para descubrir el verdadero horizonte, el eterno. La muerte es algo real, ¿quién no ha experimentado, de cerca, la partida de un ser querido, de un amigo, de un compañero? Necesitamos, leer más allá del 2° Libro de las Crónicas: “Nuestra vida terrena no es más que una sombra sin esperanza”, (29: 15); anclarnos en esa visión nos llenaría de angustia sin sentido: ¿termina todo en la tumba o las cenizas?, entonces ¿para qué el esfuerzo, la oración, la mirada que busca la trascendencia? ¿Pereceremos igual que los animales?, ¿no existe ese “algo” que nos enaltece, que nos hace “semejantes a Dios”, quien ha plantado en cada ser humano la semilla de eternidad? En el lento camino que el Señor va iluminando, ya aparece en el libro de Job, un fuerte destello: “Yo sé que mi Redentor vive y que al final se levantará en mi favor; de nuevo me revestiré de mi piel y con mi carne veré a mi Dios; Yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo contemplarán. 

Ésta es la firme esperanza que tengo”. (19: 25-27)   
Esta convicción, fruto de la fidelidad a la Palabra, la que ilumina el espíritu, fortaleció a los jóvenes cuya valentía escuchamos en la primera lectura. Proclaman la certeza que tanto necesitamos en el mundo actual para reorientar pasos y decisiones, perdido en una absurda superficialidad, empentando en el egoísmo y en el incomprensible placer de la opresión y aun de la muerte, para adquirir poder. Podríamos preguntar: ¿por cuánto tiempo? 

El viento del Espíritu es más fuerte que el temor de la carne, ¿le creemos?, ¿somos capaces de pronunciar, sin dudar en lo más mínimo, esas palabras que dejan al descubierto corazones recios, y dejan mudos y admirados a los que viven encerrados en sí mismos?: “Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”. Crece la valentía, alentada por la fe “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna”. “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de Él espero recobrarlos”. La plenitud florece: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”. Recalquemos las últimas: “resucitar para la vida”. 

Vivieron, en la fe, lo que es morir: “Morir es encontrar lo que se buscaba. Abrir la ventana a la Luz y a la Paz. Es encontrarse cara a cara con el Amor”. Así lo vivió Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”. (Filip. 1:21) Sin No hay posibilidad de huída; volvamos a preguntarnos: ¿qué actitud tengo ahora y quiero mantener ante la muerte? El misterio está delante, meditemos y aceptemos la realidad que nos encamina hacia la Realidad con mayúsculas: somos esa maravillosa unión de espíritu y corporeidad, lo que quede de nosotros, “la materia”, se destruye, se quema, perece, pero la corporeidad nos la “regresa” Dios en la resurrección, pues lo que Él ha hecho, permanecerá para siempre. Oigamos la afirmación de Jesús: “¡Dios no es Dios de muertos sino de vivos!”. El Padre jamás pierde a sus hijos: “nos ha dado por Jesús, gratuitamente, un consuelo eterno y una feliz esperanza”.

Amen a Dios y esperen pacientemente su venida”. El gozo nos aguarda, ¡preparémoslo!