miércoles, 29 de diciembre de 2010

Epifanía del Señor, 2 enero 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaias 60: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 71: Que te adoren, Señor, todos los pueblos.Segunda Lectura: de la carta del apostol San Pablo a los Efesios  3: 2-3, 5-6
Aclamacion: Hemos visto su estrella en el oriente y hemos venido a adorar al Señor.
Evangelio: Mateo 2: 1-12.

Manifestación que llega con potestad, con imperio, pero de dimensiones diametralmente opuestas a los criterios del mundo. “Misterio escondido, pero ahora revelado por el Espíritu”. Misterio de Salvación que abraza a todos los pueblos, a cada hombre en particular, sea de la raza que sea, para hacerlo coheredero de la promesa hecha realidad en Jesucristo.

Si la Luz y la Gloria resplandecen, ¿por qué los seres humanos insistimos en permanecer en las tinieblas, trastabillando, chocando con las personas y las cosas? Descubrir el significado de los signos es vivir en lo concreto, dejar las abstracciones, apresar la realidad y hacerla nuestra, hacernos realidad; “levantar los ojos, mirar a nuestro alrededor, abrir los brazos y el corazón para recibirlos a todos”, llenarnos de la riqueza que nos ofrece el Señor para enriquecer a cuantos encontremos en la vida; convertirnos en signos que guíen y que solamente se detengan ante Jesús, “que habitó entre nosotros”, que vino a reunir a los que estaban dispersos, que nos trae la reconciliación y el sentido de la vida, toda otra riqueza es efímera.

Epifanía: Dios que sale a nuestro encuentro, que se nos da a conocer, que lleva pacientemente el proceso de “descorrer el velo”, desde los Patriarcas y Profetas, hasta su culminación en Jesucristo quien se implica en nuestra historia y es inicio y plenitud de un Pueblo Nuevo, Primogénito renacido de la muerte, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, realizador de las promesas que se ensanchan mucho más allá de las fronteras de Israel y abarcan al mundo entero. Celebramos hoy la vocación universal de todo ser humano: ser hijo de Dios, a través del Único Mediador: Jesucristo.

Mateo narra la extrañeza, que llega a la consternación en Herodes y en toda Jerusalén; Jesús es “la piedra angular que han desechado –y siguen desechando-  los constructores”; el temor impera donde la fe no abre el horizonte de la esperanza que trasciende; la astucia busca los modos de mantener lo que cree poseer, sin que le importe el precio mismo de la sangre inocente. De la boca temerosa del rey, brota un camino importante: “Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño y, cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo.” Los hombres ansiosos de verdad, siguen su marcha y la Estrella los vuelve a luminar para encontrar a aquel que da la Luz de la vida. Si miramos con atención, veremos a Dios, no sólo en las estrellas, sino en cada hombre y en cada acontecimiento, y nuestro testimonio de amor, de fe, de valor y esperanza nos convertirá en guías para tantos que no encuentran el sentido de su vida. 

Santa María, Madre de Dios.

Primera Lectura: Números, 6: 22-27
Salmo Responsorial, del salmo 66: Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos.4: 4-7
Segunda Lectura: de la carta del apostol San Pablo a los galatas 
Aclamacion: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su hijo.
Evangelio: Lucas  2: 16-21. 

Aclamamos a María, Madre de Dios por haber aceptado, con su “¡fiat!, ser la Madre de Jesús, el Hijo Eterno del Padre, el Engendrado antes de los siglos pero que quiso, conforme al designio de Dios, comenzar a ser lo que nunca había sido: hombre, sin dejar de ser lo que siempre ha sido, es y seguirá siendo: Dios.

María en su fe, en su obediencia, en la confianza sin medida, se convierte en el Puente para que el Salvador, el Mesías anhelado, viva como uno de nosotros, en todo igual, menos en el pecado. Continuamos  ante el  misterio insondable del Amor de Dios por nosotros, palpamos su cercanía: El invisible, se hace visible en Cristo Jesús.

El acto de fe que tiene como actitudes fundamentales el conocer y el confiar, cree no por la claridad del contenido que se le comunica, sino por la Veracidad de Aquel que lo comunica: María, Madre de Dios, ¿quién podría, desde el proceso “racional”, penetrar esta maravilla?, en verdad “hay razones del corazón que la razón no entiende”, y menos aún si provienen del “Corazón de Dios”.

La Bendición que escuchamos en el Libro de los Números, nos alcanza a todos los que confiamos y queremos confiar en Dios: bendición que va acompañada de multitud de favores, de protección, de sincero interés para que progresemos, pero sobre todo de Paz. Bendición que necesitamos, no solamente para los días aciagos, sino para cada momento de nuestra existencia; ya nos advierte el mismo Señor: “invoquen así mi nombre y Yo los bendeciré”. Nos perdemos en mil vericuetos internos y externos y olvidamos que la salvación la tenemos al alcance del corazón y de los labios.

San Pablo enuncia, sin más: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. Antes fue promesa de herencia, ahora, en Cristo, por María, ya es realidad; liberados de cualquier atadura para poder decir, sin miedo, con asombro, a Dios: “¡Abba!”, es decir: Padre. De siervos a hijos, de hijos a herederos en virtud de la gratuidad de Dios.

María, que a ejemplo tuyo, sepamos “guardar los recuerdos en el corazón”, eso nos posibilitará, un día, la magnitud de su comprensión; es lo que ha hecho la Iglesia: descubrir en Navidad y en la Pascua, que es en la debilidad donde actúa el poder de Dios. Como los pastores, que seamos audaces para proclamar cuanto has recibido y hemos recibido de parte de Dios en Jesucristo

jueves, 23 de diciembre de 2010

La Sagrada Familia, 26 dic. 2010.

Primera Lectura: del libro del Eclesiástico 3: 3-7, 14-17
Salmo Responsorial, del salmo 127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Colosenses 3: 12-21
Aclamación:  Que en sus corazones reine la paz de Cristo; que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza.
Evangelio: Mateo 2: 13-15, 19-23.

Haber escuchado y creído al llamamiento, a la voz que llegó desde fuera, impulsó a los pastores a obedecer, a ponerse en camino, ir y buscar para encontrar. El anuncio había sido espectacular, en el hallazgo brilla la sencillez: un niño como los que ellos conocen, “pobre, débil y pequeño”; el misterio del pesebre se queda en sus corazones, y, con seguridad, los acompañará el resto de sus vidas.

Celebramos la festividad de la Sagrada Familia. En la oración pedimos a nuestro Padre Dios entender para imitar, mirar con atención para ser capaces de tener las actitudes que hacen resplandecer las relaciones familiares, las que nos unen a quienes no hemos escogido pero que el Señor nos ha obsequiado.

No tenemos que pensar mucho para aceptar que necesitamos, cada uno en la realidad que vive, hacer crecer lo que San Pablo expone a la gran familia de la comunidad cristiana y que comienza en el trato íntimo con los de casa: “Dios nos ha elegido y nos ha dado su amor”, y lo que Dios da es para ponerlo a disposición de todos, especialmente de los más cercanos, como nos recuerda San Pedro: “los dones que cada uno ha recibido, úselos para servir a los demás, como buenos administradores de la múltiple gracia de Dios” (1ª. 4: 10).

En familia vamos recorriendo juntos el camino; pero, sin “el sentir con el otro”, sin la anchura de alma, sin la humildad que nos confronta con la verdad, sin la afabilidad, la paciencia y el perdón, el camino se volverá pesado, fastidioso, obscuro y solitario. Escuchemos, también nosotros, la voz que nos llega desde Dios, si queremos vivir en alegría y propiciar el gozo de una convivencia que alienta a cuantos nos acompañan en la vida: “por sobre todas esas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión”.

Recordemos que amar es “querer el bien del otro”, todavía más: que mi gozo sea el gozo de tu gozo. Esto sí que es realizar esa bella definición de Tehillar de Jardin: “el hombre es un ser para el encuentro”, es tener siempre presente “al otro”, como sujeto, jamás como objeto. Las dos lecturas proponen caminos concretos para cada miembro de la familia, consejos y actitudes que no podremos realizar si no tenemos como centro de nuestra vida a Dios en Cristo Jesús.

Detengámonos a contemplar la sencillez de vida de la Sagrada Familia: Jesús que acepta la voluntad del Padre “sin aferrarse a las prerrogativas divinas”; María que, en medio del misterio, va más allá de sí misma, confía y con su “¡Sí!”, abre el camino para que la historia de la humanidad se parta en dos al concebir al Hijo de Dios, a Emanuel, Dios con nosotros; José, el “hombre justo”, el que supera toda lógica y cree en lo incomprensible, para convertirse en el custodio de Aquel por quien todo fue hecho. Los sueños se hacen realidad en medio de penurias, pobreza, persecuciones y angustias, pero que dejan su alma henchida del Dios de la paz y la fortaleza. Oremos para que todas nuestras familias aprendan y realicen, cada día, la convivencia que las hace sagradas.   

lunes, 20 de diciembre de 2010

Natividad del Señor, 25 diciembre 2010.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 95: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la 1ª carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Aclamación: Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor.
Evangelio: Lucas 2: 1-14.

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo. 

Aun cuando no lo confiese, la humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad.

El misterio de la interioridad del hombre dejará de serlo cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al sumergirnos, inundados de su luz, en el misterio de Dios. 

Para cosechar necesitamos haber sembrado, para repartir el botín, debimos haber vencido. Cristo nos provee de semilla abundante, de armas imbatibles para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.  

¡Increíble: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! ¿No es absurdo, una vez libres, regresar a las ataduras? Abramos ojos y oídos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle como trono inicial, la interioridad de nuestro ser.

Hoy todo ha de ser canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir en constante religación, a renunciar a los deseos mundanos, a ser sobrios, justos y fieles a Dios, a practicar el bien. Verdaderamente no tenemos excusa si actuamos de otra forma. 

Hagámonos, como dice San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, “esclavitos indignos” y extasiémonos mirando a las personas, escuchando sus palabras, rumiando en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Pidamos que entre con toda su fuerza y rompa nuestra ansia loca de tener sin tenerlo a Él. Verdaderamente “nos enriqueció con su pobreza”    

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.

martes, 14 de diciembre de 2010

4º Adviento, 19 de diciembre de 2010

Primera Lectura:  del libro del profeta Isaias 7: 10-14
Salmo Responsorial, del samo 23: Ya llega el Señor, el rey de la gloria.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 1: 1-7
Aclamación: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Evangelio: Mateo 1: 18-24.

Toda la Creación se une en asombro, en expectativa, en esperanza: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al Justo; que la tierra se abra y haga germinal al Salvador”, unámonos a esta petición y preparémonos a recibir la caricia del rocío, de la lluvia y a recibir de la tierra el Fruto Nuevo. 

Más gozosos que la creación, somos los que “hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación del Hijo de Dios, para que lleguemos – siguiendo sus pasos, su mirada, sus preferencias, que sobrepasan todo entendimiento humano -, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección”. 

La petición condensa cuanto hemos meditado durante el tiempo de Adviento: nuestra Patria nos aguarda y el único Camino es Jesucristo, Mediador, desde su Naturaleza Divina que lo constituye en “Emmanuel”, Dios con nosotros, y su naturaleza Humana, verdadero hombre “del linaje de David”, en esa misteriosa y maravillosa unión en una sola Persona Divina, cuyos méritos son infinitos y por ello capaz de salvar a todos los hombres.  

En la primera lectura, Isaías se opone a que Ajaz haga alianza con Asiria para defenderse de Damasco y Samaria, pues la única Beerith (Alianza) sólida es con Yahvé; y es el mismo Dios quien invita al rey, y, en él a nosotros, a confiar, a renunciar a la seguridad aparente y lanzarse y lanzarnos, dejarse y dejarnos en sus manos, como Él se ha puesto en las nuestras a pesar de cómo lo tratamos y lo relegamos al olvido. La confirmación de que su amor es verdad, viene en la profecía: “El Señor mismo les dará una señal. He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel”. Desde la más antigua tradición cristiana este oráculo tiene un horizonte profético profundo, que se va haciendo patente a las generaciones sucesivas; la garantía de la continuidad dinástica tiene su razón de ser en el heredero mesiánico; la salvación sigue gravitando hacia El Salvador.

Esta aplicación la expresa con toda claridad Pablo, todo es Gracia, fundada en Jesucristo, a fin de que todos los pueblos acepten la fe para gloria de su nombre; “entre ellos se encuentran ustedes, llamados a pertenecer a Cristo Jesús; en Él la paz de Dios, nuestro Padre”.

Dios espera nuestra cooperación en el misterio de la salvación, tal como lo hicieron María y José. La aceptación por la fe, el ¡sí! al plan de Dios, sin pedir más explicaciones. El fiat de María. La justicia de José que vive “el santo temor de Dios”, piadoso, profundamente religioso, que confía más en María que en sí mismo y experimenta lo que muchas veces habría cantado: “El Señor está siempre cerca de sus fieles”, le hace superar el estupor, lo incomprensible y crecer en la certeza de que lo bueno para todos los hombres, es “estar junto a Dios”.  Imitemos a María y José en ese estar junto a Cristo y nos enseñen a disponernos, como ellos, a seguir la voluntad de Dios con toda fidelidad.de María. La justicia de José que vive “el santo temor de Dios”, piadoso, profundamente religioso, que confía más en María que en sí mismo y experimenta lo que muchas veces habría cantado: “El Señor está siempre cerca de sus fieles”, le hace superar el estupor, lo incomprensible y crecer en la certeza de que lo bueno para todos los hombres, es “estar junto a Dios”.  Imitemos a María y José en ese estar junto a Cristo y nos enseñen a disponernos, como ellos, a seguir la voluntad de Dios con toda fidelidad.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Nuestra Señora de Guadalupe. 2010.

NOTA: En México la fiesta de la Virgen de Guadalupe es Solemnidad, por esta razón no se toman las lecturas correspondientes al 3er Domingo de Adviento. 

Primera Lectura: lectura del libreo del Eclesiástico 24: 23-32; 
Salmo 66
Segunda Lectura: de la carta del apóstol San Pablo a los Gálatas 4: 4-7; 
Evangelio: Lucas 1: 39-48.


El miércoles celebrábamos la festividad de la Inmaculada Concepción de María, preservada de cualquier mancha “en previsión de los méritos de Cristo", recordemos que para el Señor Dios todo es presente, (no intentemos entenderlo, esa omnisciencia nos sobrepasa), aceptamos la explicación de Ockam: “Pudo hacerlo, convenía que lo hiciera, por lo tanto, lo hizo”, y preparó digna morada para su Hijo.

Hoy, hace 479 años, Santa María de Guadalupe, se hace presente como “esa señal que aparece en el cielo –de nuestro México-, una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”; una y la misma a quien veneramos con diversas advocaciones, pero que tiene una relación de especial afecto, porque se presenta, Madre y Protectora, desde la cuna de nuestra nacionalidad. 

El cariño y la devoción de los mexicanos la ha acompañado, y nosotros, de alguna forma hemos vivido lo que Ella misma quiso y realizó: “mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy su piadosa Madre”.  

Revivamos ahora, en su fiesta, el deseo y el compromiso de imitarla en la preparación de la entrada de Cristo en nuestra historia.

Meditemos lo escuchado del Libro del Eclesiástico, en primer lugar aplicado a Cristo, “Sabiduría Encarnada”, en quien está, todavía más, quien Es “En mí está la gracia del camino y de la verdad, de la esperanza de vida y de virtud” ; preguntémonos ¿qué tanta hambre y sed sentimos de Él? Si la necesidad nos impulsa a buscar y encontrar al único satisfactor, hambre y sed crecerán, Él mismo, como alimento que fortalece e ilumina, impedirá que nos desviemos por otros caminos.  

Lo reflexionado se ajusta, también, a María, “Yo soy la Madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza”. María que acepta lo humanamente inexplicable y cree “en el Testigo Fiel”, Ella no pone barreras a la acción del Espíritu, y, proclama, gozosa, “las maravillas que el Señor ha realizado”: “la llena de gracia”, la Madre de Dios y Madre de los hombres.

Santa María de Guadalupe nos acoge con un cariño muy especial, pues, aun cuando se haya aparecido en Lourdes, en Fátima, en Medyguory y quizá en otras partes del mundo, con nosotros, con México, hizo patente lo que leeremos en la Antífona de la Comunión: “No ha hecho nada semejante con ningún otro pueblo; a ninguno le ha manifestado tan claramente su amor”. 

Pidámosle que nos obtenga las gracias necesarias, Ella, “La Omnipotencia Suplicante”, como la llama San Bernardo, para prepararnos, siguiendo su ejemplo, a la venida de Jesús. 

miércoles, 1 de diciembre de 2010

2° Adviento, 5 diciembre, 2010.

Primera Lectura: Isaías 11: 1-10
Salmo Responsorial, del salmo 71: Ven, Señor, rey de justicia y de paz.
Segunda Lectura: de la carta a los Romanos 15: 4-9.
Aclamación:
Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos, y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Mateo 3: 1-12.

“Pueblo de Sión”, hombres de toda la tierra, “miren que el Señor viene a salvar a todos, su voz fuente de alegría para el corazón”. Voz que ordena el cosmos, que nos dice cómo manejar las realidades cotidianas, con una “sabiduría que nos prepare a recibir y a participar de su propia vida”.

“Toda Escritura – nos dice Pablo – se escribió para nuestra instrucción, paciencia, consuelo y esperanza”, es la visión que nos entrega Isaías; la realidad se hizo presente, cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación, nos regala los siete dones: “sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y santo temor de Dios”. Encantadora la descripción plástica de un futuro que inicia en la conversión personal y se extiende, como abrazo inmenso, hacia todo lo creado. Lo inimaginable, desde nuestra pobre experiencia, se hará posible: la paz total entre todas las creaturas, nadie hará daño a nadie, “estará lleno el país – el mundo entero -, de la ciencia del Señor”. No estamos ante una ilusión, la Palabra de Dios que nos lo señala, “esa raíz de Jesé”, es el enlace que continúa en proceso, el crecer inevitable, gozo para nosotros, de la Alianza.
 
Ya comenzamos, el domingo pasado, con la esperanza del Adviento: ¡La llegada de Jesús, su presencia física, su historia en nuestra historia, para que aprendamos a vivir según su historia!, que es el camino de salvación, que nos advierte, con toda claridad que “no juzgará por apariencias, ni a sentenciará de oídas, defenderá al desamparado y dará, con equidad, sentencia al pobre, herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío”. Atender a su advertencia nos hará más responsables de nuestros actos, analizaremos la repercusión de cada decisión personal, uniremos el precepto de la Ley Natural al de la Ley Evangélica: “trataremos a los demás como queremos que nos traten y nos amaremos como Él nos ha amado”, la respuesta es personal y comprometedora. Ocasión propicia para preguntarnos ¿Cómo tratamos a los que tenemos más cerca? ¿Intentamos sinceramente la armonía de unos con los otros? ¿Integramos un coro que proclame que somos “un solo corazón y una sola voz”? “¿Nos acogemos, como Cristo nos acogió”? 

Ésta es la actitud que prepara el camino del Señor: “hacer rectos los senderos para que todos los hombres vean la salvación”, es la patentización del verdadero cambio, de la conversión, del giro que tiene por centro a Cristo y su mensaje, a Cristo y su seguimiento, a Cristo aceptado y amado en cada ser humano.  

La tentación de huída está presente: ser fariseos, buscar la tranquilidad superficial apegada a “la ley”; ser saduceos apegados a la riqueza y al prestigio, escudados en tradiciones que dejan “intacto” el corazón y evitan el compromiso con Dios y con los hermanos; si es nuestra realidad, nos sacudirán las palabras de Juan el Bautista: “¡Raza de víboras!, ¿quién les ha dicho que podrán escapar del castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión”.

¡Dichosos nosotros, porque después de la voz, ya escuchamos a La Palabra; Jesús ha evitado que la segur corte nuestra raíz; recibimos el bautizo del fuego del Espíritu Santo, Él nos guardará “como trigo en su granero”. ¡Señor, que en este Adviento, nuestras espigas se llenen de granos maduros, porque ya nos sabemos contigo!