miércoles, 22 de junio de 2011

13° Ordinario, 26 junio 2011

Primera Lectura: del 2° libro de los Reyes 4: 8-11, 14-16
Salmo Responsorial, del salmo 88
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 6: 3-4, 8-11
Evangelio: Mateo 10: 37-42.

“Aclamar al Señor con gritos de júbilo”, alegría que nace de sabernos “hijos de la luz”, conscientes de que la presencia y la actuación de la Gracia nos mantendrá “alejados de las tinieblas del error y permanecer en el esplendor de la verdad”. Preguntémonos, con sinceridad, si existe algo que más nos interese, y al descubrir que somos y queremos ser sinceros, se acrecentará el júbilo; y si aún faltara profundidad en nuestro interior por vivir el esplendor de la verdad, ahora es ocasión propicia para pedir, más y más, sentirnos “hijos de la luz”.  

La liturgia de hoy nos presenta variaciones sobre la actitud de apertura, de acogida, de hospitalidad, de aprender a “ver a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Dios”.  

Eliseo es un profeta itinerante, pasa con cierta regularidad por la ciudad de Sunem; una mujer distinguida le insiste en que se hospede en su casa, él acepta; los esposos no contentos con ofrecerle comida, deciden construir una modesta habitación donde repose. El agradecimiento nace de manera espontanea y Eliseo pregunta a su criado qué hacer por aquellas personas tan amables; éste le pinta el panorama que ha descubierto: “No tienen hijos y el marido es anciano”.
Capta el “hombre de Dios” y, desde su enorme confianza en Yahvé, llama a la mujer y le promete algo que ya no podían esperar humanamente: “El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos”. Definitivamente la recompensa que viene de Dios, supera toda expectativa: Quienes han dado hospedaje gratuitamente, tendrán descendencia; bendición que llega de arriba.
Seguro que cantaron con todo entusiasmo el salmo que deberíamos recitar con mayor frecuencia y con plena conciencia: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”.      

San Pablo nos insta a un “hospedaje” de mayor nivel, somos nosotros los itinerantes que no tenemos, desde nosotros, donde reposar y es Cristo quien nos invita a ser “injertados en Él”; no en una habitación pasajera, sino en la Casa que nos ofrece la Vida permanente. Ya, por su gratuita elección, hemos recibido el Bautismo: sumergidos con Él para resucitar con Él, –siguiendo la comparación- “muertos al pecado, vivamos para Dios, en Cristo Jesús”. La vida nueva la ha comenzado Él en nosotros y contamos con Él para continuarla.

Jesús no puede dejar de recordarnos la radicalidad del Evangelio, de nuestro compromiso, de la aceptación de que todo es relativo, y, que el Padre y Él, en unión con el Espíritu Santo, son, ES, el único Absoluto, y el camino para demostrarlo, -entendámoslo o no- es la Cruz, no como sufrimiento, sino como seguimiento, como “pérdida que es la ganancia final”. Para intentar comprender, de alguna forma, lo que nos parece “demasiado difícil”, no tenemos otra instancia más que pedir que “esa Luz, de la que somos hijos”, ilumine nuestras carencias y enderece nuestras elecciones.

Toda creatura es reflejo de la bondad de Dios, nuestros más cercanos, nuestra misma vida, cada ser humano y de manera especial “los más pequeños”. Recibir con sinceridad y alegría a cuantos encontremos en la vida, ¡creámosle al Señor!, es recibir a Cristo y recibir al Padre. No pensemos en la recompensa, vivamos, ¡ya!, la verdadera liberación que nos conduzca a encontrar, experiencialmente, a Dios en todas las cosas y a todas en Él.  

miércoles, 15 de junio de 2011

La Santísima Trinidad, 19 de junio de 2011.

Primera Lectura: del libro del Éxodo 34: 4-6, 8-9
Salmo Responsorial, del salmo 3: Bendito seas, Señor, para siempre.
Segunda Lectura: de la 2ª carta del apóstol Pablo a los Corintios 13 11-13
Aclamación: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá
Evangelio: Juan 3: 16-18. 

Celebramos el “misterio” escondido desde los siglos en Dios, pero revelado por Jesucristo y ratificado por el Espíritu Santo. “Misterio”, no en el sentido de que nosotros no podríamos ni imaginarlo, pero que Dios en y por Jesús lo ha manifestado al darnos a conocer “su inmenso amor”. 

“Creados a imagen y semejanza de Dios”, (Gén. 1: 26) vemos la magnitud y alcance de nuestra manera de crecer conforme a esa “imagen y semejanza”: Dios no es ni solitario ni lejano; Dios es perfecta y continua Comunicación, convivencia, cordialidad, bondad, entrega. Amor que es el Hijo Encarnado y el Espíritu derramado en nuestros corazones. Amor que se define a Sí mismo: “Compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel”. ¡Qué lejos estábamos los hombres de la Realidad íntima de Dios! ¡Qué agradecidos ahora que se nos ha dado a conocer! “Nadie conoce mejor el interior del hombre que el espíritu del hombre que está en el hombre; nadie conoce mejor el interior de Dios que el Espíritu de Dios que es Dios…” (1ª. Cor. 2: 10-11) Y “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo ha revelado”. Ya somos poseedores de ese conocimiento, “El que cree en el Hijo, cree en el Padre”, y todavía más: “Cuando les envíe el Espíritu los confirmará en la Verdad que les he enseñado”.   ¡Esta es nuestra Fe que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro! Es verdad que Dios Infinito nos sobrepasa y nuestra inteligencia se estremece y se siente tentada a dudar; pero no lo hará porque “sabe en Quién ha puesto su confianza”.

El cristianismo o es Trinitario o no es cristianismo. “La Gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo, están siempre con nosotros”. Nos santiguamos Trinitariamente, todas nuestras oraciones finalizan con la invocación Trinitaria, Glorificamos, juntamente, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, creemos en el Padre, el Hijo y el Espíritu vivificador, hemos sido bautizados en el nombre de Dios Trino y Uno, nuestra despedida del día y de la vida está cobijada por el Padre Creador, por el Hijo Salvador, por el Espíritu santificador.

Alentadora, fortalecedora, comprometedora es nuestra aceptación porque está  fundada, no en razonamientos humanos, sino en la Palabra Verdad y Promesa, que se ha cumplido y nos ha liberado; en el Amor Trinitario hecho “carne” como la nuestra en Cristo Jesús para que podamos recibir la herencia imperecedera de Aquel a quien confiadamente llamamos “¡Abba!”, “Padre”. 

viernes, 10 de junio de 2011

Pentecostés, 12 junio 2011.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 103:  Envía, Señor, tu Espíritua renovar la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura: de la 1ª carta del apóstol Pablo a los Corientios 12: 3-7, 12-13
Aclamación: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Evangelio: Juan 20: 19-23.
 
Concluye, hoy, el Tiempo Pascual, desde la “Pascua Florida”, llegamos a la “Pascua Granada”. “No sólo es de flores la fiesta, sino Flor de Fruto es ésta”. Cristo regresó al Padre; reconoció, con toda la fuerza de su Verdad que “todo estaba cumplido”, en lo que a Él se refería. Conforta a sus discípulos con esa presencia intermitente y repite, una y otra vez, que la promesa pronunciada, se cumplirá: “De aquí a pocos días serán bautizados en Espíritu Santo y en Fuego”.

Viento y fuego que rompen las ataduras de la timidez y la desesperanza, que construyen un lenguaje nuevo, que trastocan la confusión de Babel, que dejan atónitos a los oyentes y los congrega en el gozo de escuchar, en su propia lengua, “las maravillas del Señor”. La lista de 15 países diferentes anuncia la universalidad del llamamiento a la Esperanza, a la Verdad, a la Comunión.

La consolidación de la Iglesia está sellada e inicia su acción; exactamente la misma que Jesús ha llevado a plenitud en su entrega sin límites: la Buena Nueva, el perdón, la unión con el Padre a través del mismo Espíritu. “No son ustedes los que me han elegido, sino que yo los he elegido para que vayan y den fruto y ese fruto perdure”. “No tengan miedo, el Padre pondrá en sus bocas las palabras exactas que no podrán rebatir los adversarios.”

Que nuestra oración haya estado colmada de confianza al recitar el Salmo: Ahí  está, verdaderamente, la única posibilidad de cambio: “Envía Señor tu Espíritu a renovar la tierra.” ¿Qué nos responderá el Señor?: Ya lo envié y continúa presente, ¡déjenlo actuar! Él es Quien conjuntará la diversidad de miembros, como lo hizo en la primera comunidad cristiana, para que sean Un solo Cuerpo en Cristo Jesús. Dones al por mayor, pero una sola finalidad: el bien común. En serio necesitamos esta fuerza que viene desde arriba para que anide en nuestros corazones. ¡Es tan profundo nuestro aislamiento egoísta, nuestra falta de audacia y valentía para dar una respuesta digna, que únicamente Él nos comunicará, la convicción, hecha acción, para decir: “Jesús Es el Señor”!

El saludo de Jesús a sus discípulos:”La paz esté con ustedes”, lleva consigo algo sumamente importante para nuestras vidas: ¡el perdón! Perdón y purificación que Él nos otorga para que hagamos lo mismo.

Reitera “el envío”, la misión y tarea: que seamos cristos vivos, consoladores y amigos, nos miremos y tratemos como hermanos “para que el mundo crea”.

Oremos al Espíritu: “Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza, tus siete sagrados dones. Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno.”