sábado, 31 de diciembre de 2011

Santa María, Madre de Dios. 1° Enero 2012

Primera Lectura: del libro de los Números, 6: 22-27
Salmo Responsorial, del salmo 66: Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 4: 4-7
Aclamación: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su hijo.
Evangelio: Lucas 2: 16-21.
Aclamamos a María, Madre de Dios por haber aceptado, con su “¡fiat!, ser la Madre de Jesús, el Hijo Eterno del Padre, el Engendrado antes de los siglos pero que quiso, conforme al designio de Dios, comenzar a ser lo que nunca había sido: hombre, sin dejar de ser lo que siempre ha sido, es y seguirá siendo: Dios.

María en su fe, en su obediencia, en la confianza sin medida, se convierte en el Puente para que el Salvador, el Mesías anhelado, viva como uno de nosotros, en todo igual, menos en el pecado. Continuamos ante el misterio insondable del Amor de Dios por nosotros, palpamos su cercanía: El invisible, se hace visible en Cristo Jesús.

El acto de fe que tiene como actitudes fundamentales el conocer y el confiar, cree no por la Veracidad de Aquel que lo comunica: María, Madre de Dios, ¿quién podría, desde el proceso “racional”, penetrar esta maravilla?, en verdad “hay razones del corazón que la razón no entiende”, y menos aún si provienen del “Corazón de Dios”.

La Bendición que escuchamos en el Libro de los Números, nos alcanza a todos los que confiamos y queremos confiar en Dios: bendición que va acompañada de multitud de favores, de protección, de sincero interés para que progresemos, pero sobre todo de Paz. Bendición que necesitamos, no solamente para los días aciagos, sino para cada momento de nuestra existencia; ya nos advierte el mismo Señor: “invoquen así mi nombre y Yo los bendeciré”. Nos perdemos en mil vericuetos internos y externos y olvidamos que la salvación la tenemos al alcance del corazón y de los labios.

San Pablo enuncia, sin más: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. Antes fue promesa de herencia, ahora, en Cristo, por María, ya es realidad; liberados de cualquier atadura para poder decir, sin miedo, con asombro, a Dios: “¡Abba!”, es decir: Padre. De siervos a hijos, de hijos a herederos en virtud de la gratuidad de Dios.

María, que a ejemplo tuyo, sepamos “guardar los recuerdos en el corazón”, eso nos posibilitará, un día, la magnitud de su comprensión; es lo que ha hecho la Iglesia: descubrir en Navidad y en la Pascua, que es en la debilidad donde actúa el poder de Dios. Como los pastores, seamos audaces para proclamar cuanto hemos recibido de parte de Dios en Jesucristo

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Natividad del Señor, 25 diciembre 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 95: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Tito 2, 11-14.
Aclamación:  Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor.
Evangelio: Lucas 2, 1-14

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.
A pesar de tanta confusión o precisamente por ella, la humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad.
El misterio de la interioridad del hombre dejará de serlo cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al sumergirnos, inundados de su luz, en el misterio de Dios.
Para cosechar necesitamos haber sembrado, para repartir el botín, debimos haber vencido. Cristo nos provee de semilla abundante, de armas imbatibles para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.
¡Increíble: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! ¿No es absurdo, una vez libres, regresar a las ataduras? Abramos ojos y oídos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle como trono inicial, la interioridad de nuestro ser.
Hoy todo ha de ser canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir en constante religación, a renunciar a los deseos mundanos, a ser sobrios, justos y fieles a Dios, a practicar el bien. Verdaderamente no tenemos excusa si actuamos de otra forma.
Hagámonos, como dice San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, “esclavitos indignos” y extasiémonos mirando a las personas, escuchando sus palabras, rumiando en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Pidamos que entre con toda su fuerza y rompa nuestra ansia loca de tener sin tenerlo a Él. Verdaderamente “nos enriqueció con su pobreza”
No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.

lunes, 12 de diciembre de 2011

4º Adviento, 18 Diciembre, 2011.

Primera Lectura: del segundo libro del profeta Samuel 7: 1-5, 8-12, 14, 16
Salmo Responsorial, del salmo 88: Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Segunda Lectura: lectura la carta del apóstol Pablo a los romanos 16: 25-27
Aclamación: Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho.
Evangelio: Lucas 1: 26-38.
 ¿No nos sentimos, como dice el Salmo 63:2: “como tierra agostada, sedienta, sin agua”?, pues repitamos la plegaria-deseo que recitamos en la Antífona de Entrada: “Destilen, cielos, el rocío, que la nubes lluevan al Justo, que se abra la tierra y germine al Salvador”. Oteamos el horizonte y observamos que las nubes están cuajadas de esperanza, que la tierra ya se ha refrescado con el mejor Rocío, que se ha abierto la tierra y está entre nosotros “El Deseado de los collados eternos”: Jesucristo.

Jesús, anuncio prometido y realizado; lo hemos conocido y queremos seguirlo conociendo; Como seres eminentemente sensibles, no deja de estrujarnos el contenido de nuestra petición: “que por su Pasión y su Cruz, lleguemos a la gloria de la Resurrección”. La verdad es que su Pasión inició con la Encarnación y prosiguió durante toda su vida mientras convivió con los hombres, y lo sigue haciendo aunque no lo merezcamos. Si a nosotros nos cuesta trabajo la relación interpersonal, maginemos lo que le costó a Él la incomprensión, el desaire, la indiferencia, pero siguió adelante. A base de oración, de contemplarlo y pedirlo, alguna vez llegaremos a aceptar que la muerte es el camino hacia la Resurrección, que “sin efusión de sangre, no hay redención”, (Hebreos 9: 22), y a superar nuestra lógica inmediatista y encerrada para que veamos la claridad del horizonte que supera todo horizonte. Aceptar a Jesús es aceptarlo “todo entero”, sin exclusiones, sin convencionalismos, en la radicalidad de su amor, de su obediencia al Padre, de su entrega ilimitada.

¿Quién sino el Espíritu nos podrá conceder “fuerzas para vivir el Evangelio”? y “dar gloria al Dios infinitamente sabio, por Jesucristo nuestro Señor”.
“Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios, para Dios no hay imposibles” (Mt. 19: 26) ¡Cómo lo constatamos en la lectura del Evangelio de hoy! En María y con ella, pasamos del asombro a la pregunta, a la escucha, a la disponibilidad absoluta de un corazón que no pone trabas a la “invitación del Espíritu”

Culminemos con Ella la preparación de este santo Advenimiento; Ella es el mejor ejemplo, de cuantos desearíamos, para dejarnos en las “manos de Dios”.
La Fe no se basa en la claridad del contenido del comunicado sino en la entera confianza depositada en el Comunicador, y todavía más, cuando nos hace partícipes de la decisión amorosa, compasiva, eficaz de la Trinidad: “El Señor Dios le dará el trono de David su Padre…, el Espíritu te cubrirá con su sombra…, el Santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios.”

¡Nuestro Padre Dios se nos entrega en su Hijo Jesucristo!, que nos cubra de nuevo el asombro de lo incomprensible, que, en medio de nuestras tinieblas, se hace Luz; jamás desde nosotros, pero sí en nosotros, si, como lo hizo María, nos atrevemos a decir: “Cúmplase en mí lo que has dicho”.

Que esa “fuerza del Espíritu”, que hemos recordado, nos vuelva atentos escuchas de lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, y como María, lo llevemos a cabo.

martes, 6 de diciembre de 2011

3° Adviento, 11 Diciembre 2011.

Primera Lectura: del libro de Isaías 61: 1-2, 10-11
Salmo Responsorial, de Lucas 1: Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses  5: 16-24
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Juan 1: 6-8, 19-28. 

En medio de la preparación austera del Adviento, hoy escuchamos el grito de Alegría, tanta, que la liturgia sugiere utilizar ornamento color rosa; la razón, la hemos estado viviendo: ¡El Señor está cerca!
“Mira Señor a tu pueblo que espera con fe el nacimiento de tu Hijo…, concédele celebrar este gran misterio con un corazón nuevo y con inmensa alegría”. El Misterio seguirá siendo misterio: ¡Dios hecho hombre!, y, por más que intentemos comprenderlo, jamás lo lograremos, ¡nos sobrepasa! El gozo brota del testimonio Increado del Padre, de Jesús que, viendo junto con el Padre y el Espíritu Santo, la desorientación en que se encontraba la humanidad entera, acepta comenzar a ser lo que nunca había sido: hombre, sin dejar de ser lo que siempre ha sido y será: Dios. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”, como atestigua el mismo Jesús en Jn. 3: 16. Así se vio realizada la súplica del profeta Isaías: “Cielos, destilen el rocío, nubes derramen al Justo, ábrase la tierra y germine al Salvador, y con Él, florezca la justicia”. (45: 8)
El mismo profeta anuncia lo que acontecerá en Jesús: “El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor”. ¿No es esto causa de una profunda y duradera alegría?, ¿quién de nosotros no tiene el corazón quebrantado?, ¿quién no necesita la liberación? La promesa se ha cumplido, los brotes de la Alianza, han aparecido por todas las naciones. “Año de Gracia”, reiterativo, presente, sin término, “para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento del Señor”.
María nos acompaña y en su cántico encontramos la forma de presentarnos ante nuestro Padre: “Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”, porque ha reconocido la realidad de su creaturidad y desde ella brilla la fuerza arrasadora del Espíritu, la transformación sin límites, la aceptación de ser aceptada. Esa presencia la invoca Pablo: “Estén alegres, esto es lo que Dios quiere en Cristo Jesús…, no impidan la acción del Espíritu Santo…, disciernan todo, pero quédense con lo bueno”, no viene de ustedes –de nosotros- la capacidad, sino de “Aquel que es fiel y cumplirá la promesa”.
La pregunta que hacen las autoridades a Juan el Bautista, deberíamos hacérnosla a nosotros mismos: “¿Qué dices de ti, quién eres tú?” La honestidad, la verdad que libera, brota espontánea: “Soy la voz del que clama en el desierto”. Nada de atribuciones falsas, todo es ausencia de soberbia; todo es claridad. Sólo soy una voz, pero la Palabra viene detrás, más aún “ya está en medio de ustedes”. Una voz sin palabra es incomprensible, es grito, es alarido, es queja; en cambio, articulada, consciente, como expresión de la Palabra, se transforma en luz, en advertencia, en profundidad y en compromiso. Sólo es posible pronunciarla en total adherencia e identificación con Ella; con la humildad del reconocimiento de su origen, y después, retirarse para que, en el silencio de los interiores, resuene salvadora y santificadora. ¿Somos voces que anuncian y preparan el constante sonar de la Palabra? El Agua del Espíritu, está lista, ¿encontrará dispuestas nuestras almas?