martes, 31 de enero de 2012

5° Ordinario, 5 de febrero 2012.

Primera Lectura: del libro de Job 7: 1-4, 6-7
Salmo Resposorial, del salmo 146:  Alabemos al Señor, nuestro Dios.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 9: 16-19, 22-23
Aclamación: Cristo hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.
Evangelio: Marcos 1: 29-39. 

Desde esta realidad concreta, en muchos aspectos desconcertante, donde brotan la interrogación y el sufrimiento, con una fe que todo lo supera, hagamos como la Antífona de entrada nos invita: “Entremos y adoremos de rodillas al Señor, creador nuestro, porque Él es nuestro Dios.”  En Él están nuestra esperanza y nuestra fuerza; si buscamos solamente  en nosotros la salida, entraremos a un callejón obscuro.  

¿Qué vemos en el mundo, en nuestro México, en la región que habitamos?: Violencia, fraternidad quebrada, brújulas locas. Esta experiencia que golpea el interior inerme, nos fuerza, al palpar esta niebla, a orar con fervor a nuestro Padre: “Que tu amor incansable nos cuide y nos proteja, porque hemos puesto en Ti, nuestra esperanza.” De ninguna manera es tomar el camino fácil, no es pasotismo que se desentiende; es todo lo contrario, ya que confiamos “en el amor incansable de nuestro Creador”, aceptamos, con ello, el compromiso de caminar a su lado, de mirar a hombres y criaturas, como Él los mira: de ser, todos los días, cristianos nuevos que sienten, como Pablo, el ansia de la vida verdadera, la que tiene por carril a Jesucristo: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”   

Sabemos que no basta la palabra, no basta con gritar a voz en cuello que Cristo vive y que nos aguarda. Para reunir las piezas y ayudar a los hombres a rehacerse, es preciso “hacerse todo a todos a fin de ganarlos a todos”. Debilidad con debilidad es fortaleza por ser de donde viene. ¡Qué luz esplendorosa brillaría del ser de cada uno, si el faro que alumbrara cada paso fuera este!: “¡Todo lo hago por el Evangelio!” La recompensa viene por sí sola: Estar injertados en Cristo, para siempre. 

El realismo de Job nos atenaza, el hombre justo que tiene al sufrimiento como “compañero inseparable de jornadas”; el hombre que se pinta y nos pinta en la ardua batalla, que no encuentra sosiego, que cuenta los meses de infortunio y las horas de la noche, una a una, aguardando las luces de la aurora: “¿Cuándo será de día?” Parecería que la dicha hubiera huido de sus ojos y la esperanza desaparecida; pero no flaquea, la fe en Dios va hasta el extremo del soplo de la vida: “Sé que mi Redentor vive y que con estos ojos, no los de  otro, yo mismo lo veré.” (19: 17) ¡La resurrección está presente! 

Marcos, después de haber mostrado la autoridad de Jesús como Maestro y dejado en claro que ha venido a combatir al maligno, ahora, en una especie de “sumario”, un tanto hiperbólico, nos deja ver otra faceta: la de taumaturgo. Dios, en Jesús, está de nuestro lado para luchar contra el mal y el sufrimiento: primero una acción familiar: cura a la suegra de Pedro y ésta, de inmediato “se puso a servirles”, ¡gratitud activa! Luego “el pueblo que se apiña” y regresa a casa alborozado, limpio de demonios y de males.  

Después el Señor desaparece: “salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.” ¡Lección que profundiza! Para anunciar la Buena Nueva: imprescindible el contacto con el Padre. ¿Captamos el camino de la cura de todos nuestros males? Jesús, en el silencio, se refuerza: “No hablo por mí mismo, lo que he escuchado del Padre es lo que digo” (Jn. 12: 49). Nuestra misión se nutre de la escucha de Aquel que sigue hablando y si le hacemos caso, partiremos con Cristo a “predicar el Evangelio a todo el mundo.”

martes, 24 de enero de 2012

4° Ordinario, 29 enero, 2012.

Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 18: 15-20
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 7: 32-35
Aclamación: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.
Evangelio: Marcos 1: 21-28.
Universalizamos la petición que hicimos durante la octava de oraciones por la unión de las Iglesias: “Reúnenos de entre todas las naciones y que nuestra gloria sea el alabarte.” ¿Cuál es la Gloria del Señor?: “Ámense como Yo los he amado”, y al percibir nuestra impotencia para vivir como Él lo espera, le pedimos nos conceda “amarlo con todo el corazón, pues solamente así podremos “con ese mismo amor, amar a nuestros prójimos.” Sin Él será imposible cumplir su mandamiento.
Para situarnos en la primera lectura: Yahvé Dios se ha comunicado por medio de prodigios y señales al Pueblo de Israel, éste ha experimentado de cerca su presencia, especialmente en el Sinaí y todavía tiembla: “No queremos volver a oír la voz del Señor nuestro Dios, ni volver a ver otra vez ese gran fuego, pues no queremos morir.” La imagen inmediata que aún los estremece, les impide percibir al Dios Justo, Bueno y Compasivo, y piden un intermediario, alguien que hable en el nombre del Señor, a un Profeta como Moisés. Dios, complaciente, lo acepta y en esta aceptación envuelve la promesa del Gran Intermediario: Jesucristo quien será no sólo portador de la palabra, sino La Palabra misma. Lo anunciado por Moisés, sigue vigente: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.
¡Con qué necesidad pedimos en el Salmo!: “Señor, que no seamos sordos a tu voz.” Conscientes, aceptamos que el saber compromete; pero si no sabemos de Ti, ¿qué sabremos del mundo y de nosotros? En cambio, teniéndote en el centro de la vida, “Aclamaremos al Dios que nos salva; nos acercaremos con júbilo y sin miedo”. La visión ha cambiado, el gozo se acrecienta porque “Tú eres nuestro Dios y nosotros tu pueblo”. Esta verdad vibrante hará imposible que el corazón se endurezca.
El domingo pasado San Pablo advertía: “El tiempo apremia” y “este mundo que vemos es pasajero”; congruente a su palabra va su ejemplo: “Vivir constantemente y sin distracciones en la presencia del Señor, tal como conviene”. En Corinto sonó a sorpresa, y aun ahora sigue sonando, la invitación al celibato, a la virginidad, precisamente para “vivir sin preocupaciones, ocupados en las cosas del Señor”. Entendámoslo bien: la vocación es personal, el camino de realización se multiplica, ni la más mínima sombra de desprecio por el matrimonio; es otra vía de santificación y crecimiento, lo que importa es “vivirla en presencia del Señor”.
En el Evangelio, San Marcos, después de narrarnos la vocación de los primeros discípulos, presenta, escuetamente, como suele, pero con precisión, a Jesús Maestro. Entra en la sinagoga y “se pone a enseñarles”. Para eso ha venido y lo cumple. De inmediato resuena la primera lectura: “Haré surgir de en medio de ustedes un Profeta”. Los presentes lo oyen y se admiran. En ese mismo sitio ha habido muchas voces, pero ahora encuentran la Palabra, de ahí su exclamación: “Habla como quien tiene autoridad y no como los escribas”.
Los maestros de la Ley, hacían referencia a maestros anteriores, Jesús no necesita eso, su fundamento es el Autor de la Ley y de la Alianza; es la Escritura viva: porque “aprendió a escuchar” y eso transmite: “Lo que el Padre me enseñó, es lo que digo”. (Jn. 8:28) “Les doy a conocer todo lo que le he oído al Padre”. (Jn. 15: 15) y vuelve a resonarnos la primera lectura: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas” ¡.Señor, haznos escuchas!
Una última referencia: dice San Agustín “los demonios también creen y tiemblan”, reconocen, ya tarde, al Señor: “Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo calla y lo expulsa. El demonio, con violencia, se retira; un rumor estupefacto se levanta: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Este hombre tiene autoridad para mandar a los espíritus inmundos y le obedecen.”
Te pedimos, Señor, que expulses a los “demonios” que nos cercan y que nuestros corazones tengan siempre presente lo que hace tantos años nos recuerda el Concilio Vaticano II: “Acompañen la oración a la lectura de la Sagrada Escritura, porque a Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas”. (Dei Verbum # 25)

lunes, 16 de enero de 2012

3° Ordinario. 22 enero 2012

Primera Lectura: del libro del profeta Jonás 3: 1-5, 10
Salmo Responsorial, del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la primera carta del  apóstol Pablo a los corintios 7: 29-31
Aclamación: El Reino de Dios está cerca, dice el Señor; arrepiéntanse y crean en el Evangelio.
Evangelio: Marcos 1: 14-20.
¿Proseguimos entonando el cántico al Señor? ¿Cuánto tiempo dedicamos a contemplar el esplendor de su belleza? ¿De verdad nos dejamos cautivar por su presencia? Son preguntas que nos hacen adelantar la reflexión a la que nos invita San Pablo en el pequeño fragmento de la Carta a los Corintios: “El tiempo apremia”, el tiempo sigue, y nosotros con él; no cambia, todas las horas del reloj son iguales, en ritmo acompasado, repetido y sin repetirse, camino circular que no termina. Avanza sin saberse, regresa y recomienza; cronos imperturbable que nos lleva en sus alas, ¿hacia dónde?
No es tanto este tiempo el que interesa, sino el “kairós”, el momento oportuno, la respuesta atinada, la dirección exacta, la decisión valiente, la que, midiendo el riesgo, se atreve a recorrerlo, y al hacerlo, sale de la rutina empantanada y traza una senda lineal que toca el cielo.
Jonás lo había entrevisto, ese “kairós” de Dios, y tuvo miedo; huyó temporalmente, pero el Señor persigue hasta alcanzar. Jonás acepta ser portavoz de destrucción y muerte: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. Se apropió la palabra y una ilusión morbosa lo envolvió, se quedó con el “cronos” y olvidó el “kairós”. Se llenó de tristeza por el fracaso de sus predicciones; pero Dios no es así: “viendo sus obras y cómo se convertían de su mala vida…, no les mandó el castigo”, se mostró como ES, con designios de paz y de perdón. Los ninivitas captaron que el “kairós” es exacto, y lo aceptaron. Pensemos un momento: ¡Cuánto “kairós” perdido en nuestro “cronos”!
La súplica del Salmo nos anima: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”, porque solos, nos perdemos en una absurda maraña de deseos; Contigo, en cambio, hermanaremos el tiempo y la distancia. Nuestros pasos serán eternidad presente, “porque este mundo que vemos es pasajero”. ¡Alcánzanos, Señor, haz que lleguemos!
El eterno “kairós” ya se ha cumplido. Jesús, “en Quien el Padre encuentra todas sus complacencias”, está entre nosotros, y sale a nuestro encuentro, y nos llama, igual que a sus discípulos Simón, Andrés, Santiago y Juan. No es necesario el diálogo, la Presencia lo suple y lo supera. La vocación es clara: “¡Síganme!” En sus interiores se desató un viento de aceptación y de obediencia. La Prestancia de Aquel que agrada al Padre, de alguna forma se hizo transparencia, y “dejándolo todo, lo siguieron”.
El futuro es inédito, todavía incomprensible: “Los haré pescadores de hombres”. No se preguntan: ¿qué quieres de nosotros? Comprenderán -¿comprenderemos?- que no busca sus cosas, sino su ser entero, disponible, para esparcir la Nueva de la paz, de la concordia, hasta entregar la vida por el Reino.
Repitamos la Oración y que el Espíritu nos levante en vuelo: “Conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos para que, unidos a tu Hijo amado, podamos producir frutos abundantes.”

martes, 10 de enero de 2012

2° Ordinario. 15 enero, 2012.

Primera Lectura: del primer libro del profeta Samuel 3: 3-10, 19
Salmo Responsorial, del salmo 39:  Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 6: 13-15, 17-20
Aclamación: Hemos encontrado a Cristo, el Mesías. La gracia y la verdad nos han llegado por él.
Evangelio: Juan 1: 35-42.
El Señor ha venido, se ha manifestado al pueblo de Israel, más aún, su Epifanía ilumina a todos los hombres. El esperado, se hace presente en la plenitud de los tiempos. Los que lo reciben, son llamados “hijos de Dios” e invitan a la tierra entera a que entone himnos a su gloria. ¿Se unen nuestras voces a este canto?
Si es así, nos mediremos desde la mirada paternal de Dios y nuestros días transcurrirán en su paz. ¿Qué más desea desear una creatura?
Comenzamos hoy el “ciclo ordinario”; 34 semanas en que seguiremos, paso a paso, las acciones, los dichos, la enseñanza, la voz de Jesucristo. Escucharlo, mirarlo y admirarlo, hará resonar en nosotros su reclamo: ¡Conóceme, acéptame, sígueme!
La primera lectura es anuncio, ejemplaridad, obediencia en una fe naciente, verdadero abandono, disposición para que el Espíritu del Señor halle morada. Tres veces Samuel se muestra solícito al servicio del sacerdote Elí: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste”? Tarde, pero al fin Elí comprende que otra Voz es la que llama y en su propuesta abre el camino a la oración cristiana: si otra vez te llama, responde: “Habla, Señor, tu siervo te escucha”. ¡Silencio, interioridad, atención a las mociones; percibir lo inimaginable: Dios de verdad nos habla! Para oírlo necesitamos acallar muchas voces que distorsionan la Voz de la Palabra. “Samuel creció y el Señor estaba con él”. ¡Nacidos para ser portadores de Dios!
El Salmo acrecienta el compromiso, si brota desde dentro: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Reconocemos creaturidad y filiación: “Lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón”. Dios ya se ha inclinado hacia nosotros y ha puesto el canto nuevo en nuestros labios; en Cristo aprenderemos la letra y la tonada: “Aquí estoy”.
Aunque el Señor nos hable en otras voces, “de su Voz semejanza”, no basta la inactiva paciencia, nos apremia el salir a su encuentro, soltar las inquietudes, que los pasos persigan al que Juan señalaba como “El Cordero de Dios”, que la inquietud lo alcance y los labios pronuncien, titubeantes, la primera pregunta: “¿Dónde vives, Rabí?” Su respuesta atañe a todo hombre: “Vengan a ver” Y fueron y hallaron la paz y la amistad,
la verdad que contagia.
“Escuchar” significa ponerse a disposición de Dios. “Ver”, no es más que abrir los ojos y responder con fe. “Ir”, es salir de nosotros, dejar el territorio y encaminar la vida hacia donde el Señor quiere. “Seguir”, denota esfuerzo, peregrinar renunciando al propio mapa. “Quedarse” con Jesús es estar en comunión con Él, pedir y permitir la transformación en discípulo para que Él viva en nosotros y su Espíritu nos convierta en ecos creíbles de la Buena Nueva, “miembros vivos de su Cuerpo y Templos del Espíritu para glorificar a Dios con todo nuestro ser.”

martes, 3 de enero de 2012

Epifanía, 8 de enero 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 60: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 71: Que te adoren, Señor, todos los pueblos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 3: 2-3, 5-6
Aclamación: Hemos visto su estrella en el oriente y hemos venido a adorar al Señor.
Evangelio: Mateo 2: 1-12.

“¡Miren, ya viene el Señor de los ejércitos! En su mano están el Reino, la Potestad y el Imperio.”

Mirar constantemente, descubrir los signos, encontraremos siempre lo que consolida la fe. Iluminados por esa fe, no perderemos el camino para llegar a contemplar, “cara a cara”, la hermosura de su Gloria.

Este pasaje de San Mateo es ¿una historia real o es un cuento de niños? Es un cuento, lleno de cariño del Niño Dios para los niños del Reino.

Mateo narra al modo oriental enseñando que ese Niño ante el que se postran hombres venidos de lejanas tierras es el mismo del que habla Isaías. Y al mismo tiempo nos enseña lo mismo que Juan va a decir en el prólogo de su evangelio: “Que vino a los suyos (los judíos) y no le recibieron”. Ninguna autoridad religiosa o civil se postra ante el Niño Dios, solo aquellos Magos venidos del Oriente.

Mateo hace Teología, y la Teología es necesariamente “ciencia de los niños”, de esas gentes sencillas y humildes, de esos pequeños, a los que el Padre les revela los infinitos misterios guardados por siglos eternos en su corazón de Dios: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos y humildes”

Para entender y entrar en el Reino de los cielos tenemos que hacernos como niños, allá no puede entrar nadie que no nazca de nuevo comenzando por ser niño otra vez. La Teología no cabe en programas de computadoras. Se estudia de rodillas, como los Magos se pusieron ante el Niño.

Hoy es el día de las estrellas. Día de la ilusión del que cree en lo maravilloso, del que entiende el asombro que hay en aquel dicho japonés: “Cuando una flor nace, el universo entero se hace primavera”. Día del que sabe apreciar la grandeza de lo pequeño. Del que no desprecia la luz vacilante de la estrella de la Fe, y sabe aceptar en un Niño a Dios, y con alegría se pone a sus pies y le entrega todo lo que tiene, como los Magos.

Cuantos hombres han querido ver a Dios a la luz del sol de mediodía y no han conseguido más que quemarse la retina, sin caer en la cuenta que Dios es demasiada luz para que quepa en nuestro entendimiento y que necesitamos de la mediación de la estrella de la Fe para llegar a Él sin abrasarnos. A veces decimos que nos falta Fe, lo que nos falta es sencillez de niño para aceptar la estrella que lleva a Dios y aceptar a Dios bajo la forma de Niño.

San Ignacio nos invita a entrar en casa de José y María, junto con los Magos y que hablemos con el Niño Dios. Y le digamos: “Señor, también yo vengo caminando por el desierto de la vida, tratando de seguir la estrella de la Fe, pero se me oculta con frecuencia. Y sin embargo aquí me tienes creyendo en Ti como en mi Dios. No me da vergüenza admitirlo, aunque muchos lo nieguen.

Yo no tengo nada que ofrecerte como estos Reyes. Sólo te entrego en propia mano mi carta a los Reyes. Como eres pequeño y no sabes leer te digo lo que te pongo en ella: Te pido que me hagas niño. Niño que se confíe totalmente a su Padre, Dios. Niño que crea y espere en Ti sin límites. Niño que pase por el mundo dando cariño y sonrisas, y confiando en que hay todavía bondad en los hombres de buena voluntad.

Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame por piedad. Vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar.