sábado, 7 de julio de 2012

14º ordinario, 8 julio 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 2: 2-5
Salmo Responsorial, del salmo 122:Ten piedad de nosotros, ten piedad.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios  12: 7-10
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí; él me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva.
Evangelio: Marcos 6: 1-6.
Recordar es revivir, es tener presentes los regalos recibidos y a los amigos que nos han tenido presentes con ocasión del onomástico, del cumpleaños, de la boda; quizá, lo ignoramos porque no conocemos los interiores, algunos de ellos, de los regalos, fueron “por compromiso”, de todas formas los agradecemos; pero en el caso del Señor no hay duda, “todo son dones de su amor. Revivimos, de manera especial la liberación de aquello que nos oprime internamente; el pecado. ¿Cómo hubiéramos obtenido esa liberación imposible desde nosotros mismos?, por eso añadimos en la oración colecta: “concédenos participar de una santa alegría y después de la felicidad eterna”.

Si el agradecimiento es la memoria del corazón, hemos de preguntarnos con más frecuencia: ¿qué tan vivo es ese agradecimiento y si va acorde a nuestros actos? La alegría de sabernos, gratuitamente, redimidos, ha de convertirse en una actitud contagiosa que invada todos los ámbitos de nuestro actuar; la interioridad auténtica acaba por manifestarse aunque no pronunciemos palabra, al grado que muchos se pregunten ¿de dónde le viene esta alegría? No necesitamos ser oradores ni predicadores “oficiales”, simplemente vivamos “la alegría del Evangelio” y ella, con la presencia de Jesús y la fuerza del Espíritu en nuestro interior, completara su obra.

Si acaso algo llegara a empañarla, por nuestra desidia, nuestra inconstancia, nuestro olvido, conocemos el camino de retorno: la súplica confiada: “Ten piedad de nosotros, ten piedad”, y Aquel que conoce los corazones, las intenciones y las flaquezas, nos escuchará; tocará nuestro interior para despertarnos.

Las mociones del Espíritu están siempre actuantes, quizá nos falte fineza en los oídos y audacia en el corazón, reconocimiento de nuestra realidad de creaturas que palpamos la flaqueza, las tentaciones, las dudas, otra vez, la impotencia, la incredulidad y aun el enojo…, recordemos lo que nos dice Santiago: “Que nadie diga en el momento de la prueba: Dios me manda la prueba, porque Dios no tienta a nadie. Cada uno es tentado por su propio deseo que lo arrastra y lo seduce; el deseo concibe y da a luz el pecado; el pecado crece y, al final, engendra la muerte. No se equivoquen, son las cosas buenas y los dones perfectos los que proceden de lo alto, y descienden del Padre de las luces”. (1: 16-17) La fuerza viene de Él y por eso le llega la respuesta a Pablo y en él a nosotros: “Te basta mi gracia, porque mi poder se muestra en la debilidad”; muy bien que lo comprendió el apóstol y nos comunica su experiencia: “Me alegro en mis debilidades, porque cuando soy débil, soy fuerte porque reluce en mí la fuerza de Cristo Jesús”.

En Jesús mismo están las respuestas a las inquietudes de sus coetáneos que no quisieron abrir ni corazón, ni mente, ni ojos, al grado que Jesús se extrañara de su incredulidad. Recordamos a S. Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”, ahora es bueno preguntarnos: ¿Nos sentimos de “los suyos”? Que nuestra respuesta afirmativa en obras y palabras, “le devuelva” la confianza que siempre ha tenido en los hombres.