jueves, 27 de diciembre de 2012

La Sagrada Familia, 30 diciembre 2012.

Primera Lectura: del pimer libro de Samuel 1: 20-22, 24-28
Salmo Responsorial, del salmo 83
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: 1-2, 21-24
Evangelio: Lc. 2: 41-52.

Día de la Familia Cristiana, día que nos invita a confrontar los criterios de educación que, constatamos, contradicen los ejemplos de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a lo cotidiano en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos en Nazaret por Jesús, María y José.

No se trata de idealizar, de forma abstracta, los valores de la familia; ni siquiera de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos y las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge la exigencia de cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que, quizá, estén arraigados en nuestras familias. El reto es encontrar los modos, para que Dios esté presente en la más pequeña pero verdadera Iglesia.

Ana, madre de Samuel, ha orado para que el Señor le conceda un hijo; no guarda el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la lactancia, va al templo y lo “entrega”, “lo ofrece para que quede consagrado de por vida al Señor”. Sin duda no es necesario “ofrecer a todos para que vivan en el Templo”, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos de que están, de que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”; de que existe una gran Familia, la humanidad entera, cada ser humano en concreto, que participa de la filiación divina, fruto “del amor que nos ha tenido el Padre”. El deseo de cualquier padre es ver crecer a sus hijos en los valores que perduran, en los que encaminan, no a una identificación impuesta, sino a una realización aceptada, por reflejo y convicción, para que sepan discernir y elegir lo que erige al ser humano en una persona digna y confiable. Dios no impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta luz, tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar y realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada uno de nosotros!

Jesús no es “un muchacho rebelde”, sencillamente enseña los modos y caminos; sin duda sabe que causará dolor y angustia en María y José; pero hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre, realidad que ellos comprenderán mucho más tarde.

Jesús los ha abandonado sin avisar; María y José, después de tres días de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es dulce pero verdadero: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. La respuesta es inesperada: “¿Por qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Igual que nosotros, “ellos no entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su corazón”. 

No ha iniciado Jesús la brecha generacional, ha iluminado la meta, no rompe los lazos familiares, los abre a toda la familia humana; primero está la solidaridad social más fraterna, justa y solidaria, tal como lo quiere el Padre. Regresa a Nazaret “y siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo joven, a todo adulto, seguir creciendo “hasta que seamos semejantes a él”.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Natividad del Señor, 24 diciembre 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 95
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Evangelio: Lc. 2: 1-14.

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.

La humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad; ¿dónde encontrarla en medio de las tinieblas?

El misterio del hombre empezará a esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al dejarnos inundar de la luz del misterio de Dios. 

“El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha mucho” (2ª. Cor. 9: 6), y para repartir el botín, debemos luchar y vencer. El Señor nos da semilla abundante, nos provee de armas para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.

¡La realidad supera nuestra imaginación: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres, es absurdo regresar a las ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle  la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar.

Hoy todo es canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir religados a Dios, renunciando a los deseos mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y a practicar el bien. No hay excusa para actuar de otra forma.

Intentemos, como invita San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, volvernos “esclavitos indignos” y extáticos miremos a las personas, escuchemos sus palabras, rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza, y rompa las ansias locas de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos, en verdad, que” siendo  rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza? (2ª. Cor. 8: 9-10)   

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

4º Adviento, 23 Diciembre 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Responsorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 5-10
Aclamación: Yo soy la esclava del Señor;  que se cumpla en mí lo que me  has dicho.
Evangelio: Lucas1: 39-45.

María es el mejor ejemplo para prepararnos a la venida del Señor; Ella resume lo que tanto hace falta en el mundo de hoy: el sentido, el proceso y la realización de las relaciones interpersonales, principalmente con el Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo y entre nosotros.

María enseñó a Jesús a orar, a buscar y aceptar, como Ella, la voluntad del Padre, a abrirse al misterio de la acción del Espíritu, a descubrir a Dios en el servicio a los demás, a ser puente que expandiera la presencia vivificadora del Espíritu.

Con precisión le aplicamos las palabras de Isaías que hemos escuchado en la antífona de entrada: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga  germinar al Salvador”. ¡María, desde tu perturbado silencio ante el anuncio del ángel, desde lo incomprensible para la razón humana, desde la conciencia de tu pequeñez engrandecida, enséñanos a dar el paso que tanto trabajo nos cuesta: “¡Hágase en mí según tu palabra!” ¿De quién sino de ti, pudo aprender Jesús lo que transformó en Vida durante su vida?: “Aquí estoy, Dios mío, vengo para hacer tu voluntad”. Relación filial con el Padre, como lo fue la tuya, desde el principio hasta el fin; en medio de obscuridades, incomprensiones, enjuiciamientos y sinsabores; desde el gozo de dar a luz al que es la Luz y no quedar enceguecida, de sostenerlo, apagado, en tu regazo, hasta volverlo a ver, sin duda, la primera, como una nueva luz, Resucitado, y verte, poco tiempo después, glorificada.   En Jesús, en unidad perfecta con el Padre, -misterio que nos rompe-, la decisión de venir y ser como nosotros, de seguir nuestros pasos, paso a paso, y, sin detenerse ante la muerte, revelarnos con su muerte la Vida verdadera: ¡Esto es cumplir, sin desviaciones, la Voluntad del Padre!

En Él y en ti, María, descubrimos que el Espíritu actúa incansable, que está presente y que se irradia y contagia, -porque así es su manera-, desde los corazones que se abrieron una vez a su impulso y jamás se cerraron.

¡Cómo aprendió  Jesús, aun antes de nacer, que el amor es servicio y encuentro consumado! Te acompañó en el viaje y engrandeció a Juan, desde tu seno; revistió a Isabel con el Espíritu y a través de esos labios, te proclamó dichosa. ¡Adviento venturoso que adelanta los frutos!

Te pedimos, María, sin ser irreverentes, que aprendamos de ti, que lo viviste intensamente, aquello que el zorro enseñaba al Principito: “Tú eres por los lazos que has creado”. ¡Que hondos lazos irrompibles ante el deseo del Padre; profunda convivencia con el Verbo Encarnado, que naciendo de ti, te hace Madre de todos; contemplación que por nada se interrumpe con el Dador de Vida. Lazos peregrinos que se van alargando con la historia, desde aquella, tu primera visita a Isabel, en busca de los otros; lazos que se prodigan, incesantes, en tus apariciones, en tus voces que insisten en el amor que abraza, en la oración confiada, en el gozo de sabernos, de verdad, hijos tuyos. ¡Enlázanos, Señora, de tal forma que no queramos seguir otros caminos, y como tú, nos aprestemos a recibir a Cristo y a compartir, como Él, con los hermanos, todo lo recibido!

jueves, 13 de diciembre de 2012

3º Adviento, 16 diciembre 2012

Primera Lectura: del profeta Sofonías 3: 14-18
Salmo Responsorial, del salmo 12: El Señor es mi Dios y salvador.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 4: 4-7
Aclamación: El Espíritu del Señor está  sobre . Me ha enviado para  anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Lucas 3: 10-18.

“¡Estén siempre alegres en el Señor!”  No debe extrañarnos que en tiempo de Adviento, tiempo de penitencia y purificación, la liturgia insista en el Alegría y en la alegría plena, rebosante, llena de esperanza; no necesitamos adivinar, la causa de esa alegría es porque “El Señor está cerca”.

El hombre es ser de fiestas, de aniversarios. ¡Con qué cuidado prepara el nacimiento del nuevo ser, el bautismo, la primera comunión, los 15 años de las hijas, los cumpleaños, y más aún, las bodas! El gozo de la convivencia, la ocasión de ver a amigos y parientes que están lejos y a quienes la fiesta reúne; la charla, las anécdotas, las sorpresas al ver crecidos a aquellos que se habían quedado pequeños en la imagen y que ahora la corrigen con su estatura, su voz grave, la nueva chispa que relumbra en los ojos, y la esperanza. Aquellas niñas, ahora convertidas en jovencitas apenas reconocibles. Alegría por el reencuentro de corazones que vuelven a latir al unísono y que renuevan la promesa de no dejarse en el olvido. Todos hemos vivido con intensidad esos momentos, quisiéramos que perduraran pero nos damos cuenta de que, probablemente, tendremos que esperar hasta otra fiesta para vernos…

El profeta Sofonías hace que bajemos a la realidad y no nos quedemos en los tristes e inútiles “hubiera”: “Da gritos de júbilo, gózate, regocíjate de corazón…”, no se trata de una fiesta que dura un día, es una fiesta que te renueva desde dentro, te ves, Israel, y nos vemos nosotros, en el destierro, esto ya terminó: “El Señor ha levantado la sentencia, no temas, que no desfallezcan tus manos, el Señor está en medio de ti.” ¿Puede haber una alegría más profunda y duradera que sentirnos en paz, en posesión del Señor? Dejemos que nos envuelva no las palabras, sino la realidad expresada: “Él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”. Puedo y quiero ser causa de que Dios se alegre. Espero que no seamos capaces de robárselo. Liberador y liberados participamos del mismo gozo.

Preparamos un Aniversario más  de la expresión del inabarcable amor de Dios hacia nosotros. Como inició la Misa con la antífona de entrada, ahora Pablo nos exhorta a estar siempre “Alegres en el Señor”, y lo reitera para que sintamos cómo esa alegría nos invade, “se lo repito, ¡alégrense!” Todo aquel que está alegre, contagia esa actitud porque le desborda por la sonrisa, por la cara de felicidad, por la irradiación entera de su ser, y en esa benevolencia abraza a todos. Alegres por la gratuidad del don de la paz que sobrepasa toda inteligencia, porque viene de la experiencia de Dios.

Comprendemos, en la respuesta de Juan Bautista a quienes le preguntan: “¿Qué debemos hacer?”, la imprescindible proyección de nuestros actos como fruto de haber decidido enfrentarnos a nuestra verdad. No nos pide aislarnos en el desierto, ni alimentarnos de saltamontes y miel silvestre, ni vestirnos con túnica de pelo de camello, para preparar la venida del Señor, simplemente que no nos aprovechemos de nadie, que no engañemos, que participemos de lo que tenemos, que no abusemos del poder y de la fuerza, que nos abramos a la solidaridad. La sencillez y claridad con que lo dice, aplaca nuestra inútil palabrería, y nos encamina al verdadero bautismo del Espíritu Santo y del fuego que ya nos trajo Jesús en su venida. Juan mirando a un futuro cercano, nos hace considerar un pasado perenne que permanece en presente y nos lanza al futuro definitivo, el trascendente.

sábado, 8 de diciembre de 2012

2º Adviento. 9 Dic. 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Baruc 5: 1-9
Salmo Responsaorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 4-6, 8-11
Aclamación: Preparen el camino del Señor,  hagan rectos sus senderos,  y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Lucas 3: 1-6.

Cuando el corazón oye la Voz de Dios no puede menos de alegrarse; ¡cómo necesitamos del silencio para poder escuchar su Palabra  en medio del aturdimiento de las cosas que nos rodean! Danos Sabiduría, Señor, para saber distinguir, para saber elegir, para llenarnos de tu propia vida

Nuestra realidad no es muy diferente a la que vivía Israel cuando el profeta Baruc los incita a la alegría ¿Alegría en el destierro, en la pobreza, en la penuria, en Babilonia, en la lejanía de la Ciudad Santa? ¡Sí!: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Todas las creaturas están para servirte, el camino será llano, la frescura de los árboles te dará sombra; el Señor es tu Pastor “te escoltará con su misericordia”.

Volviendo los ojos a nosotros: ¿alegría en las angustias económicas, en medio de los conflictos sociales, junto a hermanos que padecen hambre, frío, segregación? ¿Alegría en un mundo roto, donde los pasos tropiezan en subida, donde los árboles no pueden dar sombra porque están talados? ¿Vestirnos de gloria ante lo incierto del mañana, la escalada de precios, la sordera de los poderosos, la impotencia creciente ante el ansia de poder que destruye a los hombres? ¿Alegría cuando, junto con Dios, nos sentimos desterrados, lejos de la paz y la justicia? ¡Sí!, porque la Palabra se sigue pronunciando con la misma fuerza creadora y liberadora del inicio: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios, nada fue hecho sino mediante la Palabra y cuanto existe subsiste en ella”. 

Palabra que en Jesucristo se hace carne, como uno de nosotros, que viene a enseñarnos con su vida y su entrega, el camino que desemboca directo al corazón de cada uno, que conmueve y remoza, que convierte y transforma, que nos hace reconocer, más allá de lo que nos aprieta y acongoja, que “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros”, es quien alimenta la sólida alegría, la que supera todo, la que sabe que ha elegido el camino correcto aun cuando las circunstancias parecieran decirnos lo contrario.

Fidelidad y convicción, las que comunica Pablo a los filipenses; oración que hermana y mantiene tenso ese lazo de unión: “Siempre pido por ustedes”, descubre la razón, además del afecto: “Lo hago con alegría porque han colaborado conmigo en la  causa del Evangelio”. La Buena Nueva es el dinamismo porque en el centro está Cristo Jesús; la seguridad es plena porque “Aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre”. Ni son ellos solos, ni somos nosotros solos, es la Gracia, es “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, lo que nos hará producir “frutos de justicia para gloria y alabanza de Dios”. 

Lucas nos sitúa en el tiempo y en la historia, en el momento del reinicio de la Voz que viene a anunciar que la Palabra ha llegado; resuena en el desierto, en la meditación, en el silencio interior y exterior. Rellenar los valles, abajar las colinas: ni humildad inactiva ni soberbia altanera; horizonte sin límites que “permita a todo hombre ver la salvación de Dios”.