viernes, 25 de enero de 2013

3° Ord. 27 enero, 2013.

Primera Lectura: del libro del profeta Nehem. 8: 2-6, 8-10
Salmo Responsorial, del salmo 18: "Tus palabras, Señor, son espíritu y vida."
Segunda Lectura: de la primera carta de San Pablo a los corintios 12: 12-30
Aclamación: "Hoy se cumple esta Escritura"
Evangelio: Lucas 1: 1-4, 14-21.
 
Permanece nuestra expectativa-deseo: “Todos los hombres de la tierra, canten al Señor un cántico nuevo” La novedad está en el reconocimiento de la gratuidad, de sabernos amparados por el “esplendor de su gloria”; canto que brota simplemente al percibir nuestro ser de creaturas que se goza en el Creador. Canto admirado y agradecido.
Desde el conocimiento de nuestra limitación, bajamos a nuestra realidad y pedimos lo que no podríamos lograr por nosotros mismos: “producir frutos abundantes”, y comprendemos que sólo de Él puede llegar la ayuda para dar esos frutos, unidos íntimamente a Jesucristo. Casi espontáneamente hacemos la referencia a lo que el mismo Jesús nos dice en el evangelio de San Juan: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, así como el sarmiento no puede dar fruto si no está adherido a la vid, así ustedes sin Mí, no pueden hacer nada”. (15: 4-5)
Unidos a Él por el conocimiento de la Revelación, al escuchar su Palabra percibimos la alegría de saber el camino, de comprender la profundidad de la Ley, de acercarnos a la interioridad de Dios que se nos manifiesta y queda plasmada en la lectura del libro de Nehemías. El entendimiento, iluminado por la Verdad mueve a la voluntad a elegir Bien, y como hemos meditado en incontables ocasiones, “La Palabra de Dios es viva y eficaz”, lo vemos en la reacción del Pueblo al descubrir el poder de esa Palabra: “No estén tistes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza.”  Conciencia que se prolonga en el salmo: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”, en ellas hay perfección, rectitud, sabiduría, verdad, plenitud, refugio y salvación.
“Los hombres no somos islas”, dice Thomas Merton; nos necesitamos unos a otros, tan fuertemente como nos lo explica San Pablo en el fragmento que escuchamos de la Carta a los Corintios: somos muchos, pero formamos un solo cuerpo y tenemos a Cristo como Cabeza; tal como experimentamos en la vida, que donde va la cabeza, va el cuerpo, y donde está el cuerpo está la cabeza, de idéntica forma debería de ser nuestro proceder, acorde, unido, identificado con Cristo, para ejercer en bien de todos, –como analizábamos el domingo pasado-, los dones con que Dios dotó a cada uno. Multiplicidad de cualidades que confluyen al mismo fin: construir, con la Gracia del Espíritu, la totalidad del Cuerpo de Cristo. En el mejor de los sentidos, ¡no hay escape posible, si de verdad deseamos llevar a término nuestro caminar en el mundo!
 
San Lucas, después de haberse informado minuciosamente de todo, desde el principio,  nos presenta el programa de Jesús. El Cristianismo no consiste en leyes, preceptos y normas, no puede contentarse con escuchar, (recordemos que para el pueblo hebreo el escuchar ya es realizar), nos urge pasar a la acción: conocer, amar y seguir los pasos de Jesús: con la unción del Espíritu, conforme a la complacencia del Padre, viene “para llevar a los pobres la Buena Nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor”. En Él se cumple la profecía de Isaías y en nosotros, si es que aceptamos su programa, debe de continuarse. Éste, no otro, es el camino para proseguir la construcción del Cuerpo Místico.
 
Como Jesús vino a sembrar libertad, luz y gracia, no solamente en Galilea sino en el mundo entero, queremos, asombrados y agradecidos, cuidar y acrecentar lo que Él sembró, iniciando en nuestros interiores para impulsar a cuantos nos vayamos encontrando en la vida, a trabajar para que esa luz, esa libertad y esa gracia, alcancen la plenitud. Conscientes de la magnitud de la empresa, volvemos a pedir que Jesús nos mantenga adheridos a Él para poder “dar frutos abundantes”.