viernes, 25 de octubre de 2013

30° ordinario, 27 octubre 2013.

Primera Lectura: del libro del Eclesiástico 35: 15-17, 20-22
Salmo Responsorial, del salmo 33: El Señor no está lejos de sus fieles.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo 4: 6-8, 16-18
Aclamación: Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación.
Evangelio: Lucas 18: 9-14.

¿Se alegra, con toda sinceridad, mi corazón porque busco continuamente la ayuda del Señor, porque anhelo estar en su presencia? ¿Cómo es mi trato con Dios, ha pasado a ser para mí un factor determinante, ojalá,único, a quien acudo antes de cualquier elección, a quien reconozco como mi Señor? ¿Es mi oración un monólogo o un diálogo humilde y confiado que pide la solidificación de la fe, la esperanza y el amor para enderezar el camino y seguir sus mandamientos, para agradarlo y recibir de Él la corona prometida a cuantos esperan su venida?

¿Cuál es la realidad, mi realidad a la que me enfrento?, esa “verdadera historia”  que pide San Ignacio, la que es y como es, abierta en abanico, sin intentar solapar mi pequeñez con las minúsculas acciones, sin duda buenas, pero que distan, años luz, de lo que Él espera de mí. De ninguna manera se trata de un juicio condenatorio global, sino de que analice, con franqueza, si estoy viviendo el “cumplimiento” partido: “cumplo y miento”, o bien he profundizado en mi interior y me encuentro, sin rodeos, “pecador”. Viene a cuento lo que dice San Agustín: “pecador no es tanto el que peca, sino el que se sabe capaz de pecar”, de hacer a un lado a Dios y ponerse en el centro del propio hasta la acción, dictada por la intención: en la soberbia, en el apropiarse de lo que no es suyo, esgrimirlo como propio, como algo que le pertenece y que guarda, de manera larvada, el desprecio a los demás.

Por más que lo intente, “el Señor no se deja impresionar por apariencias…, escucha las súplicas del oprimido…, la oración del humilde – aquel que reconoce la verdad -, que atraviesa las nubes y, mientras no obtiene lo que pide, permanece sin descanso y no desiste hasta que el justo Juez le hace justicia”. Esta es la oración que oye Dios: “Señor, apiádate de mí que soy un pecador”. Se que no habrá cambios espectaculares en mi vida, no prometo nada, me voy conociendo y he constatado que esos propósitos, hechos mil veces, yacen olvidados en papeles amarillentos, simplemente estoy aquí para que me mires como sólo Tú sabes hacerlo: con misericordia, perdón y comprensión. ¡Mírame para que alguna vez pueda mirarte! ¡Aparta de mí la tentación de “la ilusión de la inocencia”, la que me haría, como incontables veces lo ha hecho, sentirme superior: ¡“Yo no soy como los demás”!

Que aprenda de los que te han servido fielmente, de Pablo, que siente en todo momento que “has estado, estás y permanecerás a su lado”, para luchar bien en el combate, para continuar caminando hacia la meta, perseverante en la fe, esperanzado en recibir el premio prometido; sin enorgullecerse por sus méritos, pues sabe de dónde proviene la capacidad de pronunciar y mantener el ¡sí! del compromiso para llegar, sostenido por ti, al Reino celestial y proclamar: ¡Gloria al Único que la merece!

¡Señor, que regrese, que regresemos, justificados, porque Te hemos reconocido como nuestro Dios y nuestro Padre, porque nos hemos reconocido pecadores, necesitados pero reanimados, seguros de tu amor y tu perdón pues ya nos has mirado y fortalecido con el Pan que da la Vida en esta Eucaristía, en ella te nos das en Jesucristo, tu Hijo y Hermano nuestro!

viernes, 18 de octubre de 2013

DOMUND, 20 octubre 2013



Primera Lectura: del libro del profeta Zacarías 8: 20-23
Salmo Responsorial, del salmo 66.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 10: 9-18
Evangelio: Marcos 16: 15-20.

Domingo de las misiones, “del envío, de la participación más plena de lo que vino a traer Jesús a la tierra: la Buena Nueva de la paz, de la fraternidad, de la salvación, del Reino”. “Padre, como Tú me enviaste al mundo, así los envío Yo”. (Jn. 17: 18)

¿A qué  los envía y nos envía?, “a contar a los pueblos la gloria de Dios, a que todas las naciones conozcan las maravillas del Señor…” Los Apóstoles y la Primera Comunidad cristiana cumplieron, hasta el derramamiento de su propia sangre, esta misión. Verdaderamente cayeron en la cuenta como pedimos al Señor que ocurra con nosotros, que estaban y hora estamos llamados a trabajar por la salvación de todos, que cooperemos para que se realice el “sueño” de Dios: una sola familia y una humanidad nueva en Cristo”.

Ya sabemos cómo surge inmediata, la, si no oposición, sí la ansiedad por encontrar la respuesta al ¿cómo? Sigamos al Espíritu que inspira a Zacarías: “los habitantes de una ciudad dirán a los de otra: vayamos a orar ante el Señor”. Es comunicación, es oráculo, es profecía; sin duda el pueblo  respondió, se sintió invitado, comprendió lo que significaba ser “elegidos del Señor” y se convirtieron en guías; sus obras iluminaban, invitaban y convencían: “diez hombres de cada lengua tomarán por el manto a un judío: queremos ir contigo, hemos oído que Dios está con ustedes”. No es simple repetición del oráculo, es apropiación del contenido a nuestra realidad personal, comunitaria, social, es pregunta que toca nuestro interior para que respondamos con autenticidad: ¿soy de los que llevan a los demás a adorar al Señor porque soy luz que ilumina, sal que sazona, camino que conduce?, esto es participar del envío que ya hizo y sigue haciendo Cristo a la Iglesia entera, para que se reconquiste y sea –seamos- capaces de conquistar el mundo entero para que forme parte activa, íntima, del Reino del Padre; ¡qué gozo el que un día podamos todos escuchar desde todos los rincones de la tierra: “Dios está con nosotros”!

En el fragmento de la Carta a los Romanos: Pablo nos entrega un completo análisis del acto de fe y de la evangelización que lo hace posible: la fe es principio de salvación, por adhesión interna y, consecuentemente, por confesión externa, no es un acto individualista y solitario, es una actitud manifiesta que construye comunidad; imposible sin saber en Quién se cree, por ello el conocimiento llega por la predicación y ésta, con la fuerza del mismo Cristo hace posible   la apertura del corazón que superará la tentación de endurecimiento. Se nos hace presente la petición reiterada durante la segunda semana de Ejercicios: “conocimiento interno de mi Señor Jesucristo que por mí se hace hombre, para que más lo ame y  lo siga”, conocer el bien es quererlo de inmediato, conocer al Sumo Bien ya es poseerlo porque nos arrebatará de tal forma que nada ni nadie podrá separarnos de Él. ¿Cómo no comunicar esta experiencia de paz y de plenitud, así nos convertiremos en “mensajeros que recorren los montes para llevar la buena noticia”.

Unámonos a la Iglesia misionera con nuestra oración, nuestra acción de gracias y con nuestros dones que ayuden a tantos que, lejos de su patria, esparcen la semilla de Cristo.

viernes, 11 de octubre de 2013

28° ordinario, 13 octubre 2013.



Primera Lectura: del segundo libro de los Reyes 5: 14-17
Salmo Responsorial, del salmo 90: El Señor, nos ha mostrado su amor y su lealtad.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo 2: 8-13
Aclamación:  Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan
Evangelio: Lucas 17: 11-19.
 
Parece que necesitamos grabar en nuestro ser que Dios es “un Dios de perdón”, convencernos que no “conserva el recuerdo de nuestras faltas”, que olvida de verdad, pues de otra forma, “¿quién habría que se salvara?” Esta insistencia nos invita a que analicemos nuestra manera de juzgar, que no deberíamos, a nuestros hermanos; de juzgarnos a nosotros mismos, que sí deberíamos hacerlo en el cotidiano examen de conciencia y a aprender a perdonar y a perdonarnos, sin caer, por ello, en la “presunción”. Espero que progresemos en el camino del autoconocimiento, y en él, de la sinceridad; que procuremos limar la viga que nos impide vernos con claridad y experimentar, con enorme confianza, al Señor de la misericordia. Con ojos limpios y corazón renovado, lograremos descubrir al mismo Dios en todos y cada uno de nuestros hermanos para seguir el proceso: del reconocimiento, del amor y del servicio. El recorrido parece tan obvio, tan fácil, tan al alcance de nuestro proceder, que nos sucede lo que en cualquier otro campo de conocimiento: lo que está a la vista, precisamente, por parecer tan sencillo, no lo aceptamos, lo complicamos y terminamos abandonándolo.

Mirémonos en la primera lectura, hay mucho de Naamán en nosotros: su proceder fue guiado, ionicialmente, por la sensatez: escuchó a su mujer que a su vez había escuchado a la joven israelita: “si mi amo fuera a ver al profeta, él lo curaría de la lepra”; acude al rey, parte con la carta y los regalos, lo acompaña su imaginación desbordada, por ella dejó de ver hacia adentro y se vertió hacia fuera,  igual que el rey de Israel. Eliseo, en cambio, cree y confía. Naamán “espera” una actuación portentosa y se encuentra con una simple indicación: “Báñate siete veces en el Jordán y quedarás limpio”. El castillo de naipes se ha caído, él se revuelve atufado, molesto, “imaginé que saldría, invocaría a su Dios, tocaría mi carne enferma…” ¡Cómo necesitamos que otros nos devuelvan al camino!, sus criados le hacen ver la sencillez de lo que le pide Eliseo. Naamán supera su soberbia, obedece y su carne quedó limpia como la de un niño”. ¡Queda sanado por fuera y por dentro!, “Ahora se que no hay más Dios que el de Israel”; su convicción lo acompaña de vuelta a Siria, con tierra de Israel: “A ningún otro dios volveré a ofrecer sacrificios”. La experiencia del encuentro ha florecido, la humildad y la obediencia dan sus frutos.

También a nosotros, de manera constante, “el Señor nos muestra su amor y su lealtad”, al reconocerla nos hace vivir el Aleluya: “Den gracias, siempre, unidos a Cristo Jesús, esto es lo que Dios quiere”. Esta realidad nos la muestra el Evangelio: Cristo, es verdaderamente hombre, aguarda, como nosotros, el agradecimiento y experimenta tristeza cuando éste está ausente. “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve?” Ha aceptado a los marginados, a los rechazados, les ha dado el regalo de poder reintegrarse a la familia y a la comunidad, de ser aceptados con toda su realidad de seres humanos. Los 10, yendo de camino, sienten la transformación, la plenitud del ser, el gozo de estar limpios; reconstruyamos sus reacciones: van al Templo a recibir la constatación de “pureza legal”, hacen fiesta con la familia, reencuentran a los amigos…, olvidan a Aquel que lo hizo posible. ¡Solamente uno y éste, “Extranjero, volvió a dar gloria a Dios”! Jesús completa su obra, no basta lo externo: “¡Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.

Mucho por aprender: saber escuchar, obedecer, moderar la imaginación, ser humildes y reconocer para regresar, alabar y bendecir a Dios. ¿De qué lepra nos tiene que curar el Señor?

viernes, 4 de octubre de 2013

27° ordinario, 6 octubre, 2013.



Primera Lectura: del libro del profeta Habacuc 1: 2-3; 2: 2-4
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo 1: 6-8, 13-14
Aclamación: La Palabra de Dios permanece para siempre. Y ésa es la palabra que se les ha anunciado.
Evangelio: Lucas 17: 5-10.

Es verdad, todo depende de la voluntad de Dios, pero como Él es respetuoso de su creación, no nos violenta y, aun cuando veamos que lo congruente sería “no resistirnos a esa voluntad”, que quiere nuestro bien, podemos desviarnos, ignorarla y no tener la disponibilidad de “recibir más de lo que merecemos y esperamos”; este egoísmo y desperdicio nos hace regresar a lo que hemos estado considerando los domingos pasados: “que tu misericordia nos perdone y nos otorgue lo que no sabemos pedir y que Tú sabes que necesitamos”.
No es algo nuevo en nuestra relación de creaturas e hijos, con nuestro Padre Dios; es la constante lucha para que nos reubiquemos, de ser posible, en cada instante de la vida, nos desnudemos de las intenciones desorientadas y sintamos el gozo de ser comprendidos y, sobre todo, amados; que captemos en verdad “aceptar ser aceptados”.
Habacuc, junto con todo el pueblo, sufre la invasión de los babilonios, puede situarse hacia el siglo VI a.C. Violencia y destrucción que provocan la queja del profeta, queja que aqueja a todo ser humano: “¿Hasta cuándo, Señor?”, grito que se eleva esperando inmediata respuesta que remedie los males, la opresión y el desorden; pero que no expresa un compromiso personal de acción para resolver los conflictos. No hay duda de que Dios es Dios y que dirige nuestras acciones, “si lo dejamos”; no hay duda de que la respuesta final será su firma; pero, ¿cuándo será?, en la hora veinticinco, ahí constataremos la promesa del mismo Cristo: “Confíen, Yo he vencido al mundo”, (Jn. 16: 30)  ¡Cómo nos cuesta “dejar a Dios ser Dios”!; ¡cuán lejos estamos de convertir en vida el último versículo: “el justo vivirá por su fe”.
Nos añadimos a la súplica de los discípulos: “Auméntanos la fe”, y con ellos nos quedamos pensativos ante la respuesta de Jesús: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza…”,  esa actitud que describe la Carta a los Hebreos: “Es la fe garantía de lo que se espera, la prueba de realidades que no se ven”. (11: 1)
  ¿Dónde nos encontramos en esa relación con Dios?, ¿es para nosotros un factor significativo, que sólo tomamos en cuenta cuando nos acechan las penas, las desgracias, la tentación y, pasada la tormenta, volvemos a guardarlo en el desván? ¿Es el Señor, un factor dominante, - que rige y dirige la conciencia -, presente antes de tomar cualquier decisión? O, lo que Él desea: ¿es factor único, a ejemplo de los que viven colgados de su Voluntad; “de los que beben del agua que Él da, y se convierte en fuente que brota para la vida eterna”?, como anuncia a la samaritana. (Jn. 4: 14). ¿Qué respondemos?
Recordando a Santo Tomás de Aquino: “la fe crece ejercitándola”; de manera cotidiana se nos presentan oportunidades para hacerlo, para poner al descubierto nuestras intenciones, nuestro proyecto de vida, la urgencia, como dice Pablo a Timoteo, “de reavivar el don que recibimos, de amor, de fortaleza y moderación, precisamente para “dar testimonio de nuestro Señor”, nunca nosotros solos, sino “con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”, la sociedad anhela encontrar en nosotros a esos cristianos dispuestos a “dar razón de nuestra esperanza”, (1ª. Pedro 3: 15); cristianos que no consideramos nuestro contacto con Dios como un contrato, pues ¿quién podría exigir una paga “por ser amado”?, sino que, pendientes de su voluntad, la del Amo Bondadoso, podamos decirle: “siervos inútiles somos, lo que estaba mandado hacer, eso hicimos”, añadimos: ¿qué sigue, Señor?