jueves, 22 de mayo de 2014

6° de Pascua, 25 mayo 2014.

Primera Lectura: lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17
Salmo Responsorial, del salmo 65: Las obras del Señor son admirables, Aleluya. 
Segunda Lectura: lectura de la Primera Carta del apóstol san Pedro 3, 15-18
Aclamación: El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor; y mi Padre lo amará y vendremos a él.
Evangelio: Juan 14, 15-21

¡Promesas que de verdad se cumplen, porque, ya lo sabemos, provienen del Señor! La invitación a anunciar la Buena Nueva hasta los últimos rincones de la tierra, sigue en presente.

Continuamos, captemos el tiempo verbal ”continuar celebrando”, significa que iniciamos y permanecemos en la misma actitud: Gozo, Alegría, Aceptación, Fe en Cristo Resucitado, “primicia de los que duermen”. Ya hemos reflexionado muchas veces que si la primicia es buena, la cosecha está asegurada, nosotros somos esa cosecha: “Cristo en su Cuerpo Místico, estará completo cuando el último hombre resucite.”

San Lucas narra que ha comenzado la “diáspora”, la dispersión, a causa de la persecución, ¡qué medios tan especiales utiliza el Señor, para que se desarrolle su mandato: “vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”.  Los seres humanos creemos que con la muerte, en este caso la de Esteban, todo termina; para el Señor, es el principio de la Vida. Felipe, uno de los diáconos, llega a Samaria, predica, convence, convierte, con y por la acción que le inspira el Espíritu. Posteriormente llegan Pedro y Juan, imponen las manos y los samaritanos “reciben el Espíritu Santo”.  Una vez más: Dios entre nosotros, por Cristo en el Espíritu hace crecer a la Iglesia.

Desde lo profundo de nuestros corazones pidámosle que veamos que con su venida “renueve continuamente la faz de la tierra.”  Que llevemos a cabo lo orado en el Salmo y nos dejemos impregnar de esa presencia amorosa, inacabable de Dios: “Las obras del Señor son admirables”, y no pueden ser de otra manera.

Insiste San Pedro en que la convicción salga a flote: “Den razón de su esperanza a los que se la pidan”, y me permitiría añadir: aunque no nos la pidan, que al vernos superar las tribulaciones, las disensiones, los embates de quienes se resistan a creer, por nuestras obras hagamos comprender que hemos aprendido la enseñanza de Cristo, El Justo, y junto con cuantos nos rodean lleguemos a la resurrección. Todo esto avalado con las obras, como nos pide el mismo Jesús en el Evangelio: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos y Yo rogaré al Padre y les enviará otro Consolador, el Espíritu de la Verdad”. Ya Él mismo ha realizado su misión de consolar, de animar, de impulsar, se va al Padre, pero nos enviará “Otro” con las mismas funciones y este Espíritu, que es Dios, nos enseñará a entender lo que es la Fe: la Unidad entre el Padre y Cristo en el mismo Espíritu; esa es la manera de participar en y de la vida Trinitaria: “Estar en el Padre y estar en Cristo y ambos en nosotros”. Manifestación que, valga la redundancia, debe manifestarse, “para que el mundo crea”.


El final es grandemente esperanzador: “Al que me ama a Mí, mi Padre lo amará, y Yo también lo amaré…”  Futuro que ya es pasado y continúa en presente: “Lo amo” ¡Dejémonos penetrar por esta realidad!: ¡Dios me ama!, y estoy seguro que cambiará nuestra vida.

martes, 13 de mayo de 2014

5° Pascua, 18 mayo 2014.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 6: 1-7
Salmo Responsorial, del salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 2: 4-9
Evangelio: Juan 14: 1-12.

Cristo, Nuestro Camino, Verdad y Vida
Los que creen en Cristo pueden hacer lo que Cristo hizo, e ir a donde él les conduzca, ya que Cristo es para nosotros el Camino, la verdad y la vida.

¡Qué insistencia de parte del Espíritu a través de la Liturgia, para que abramos lo más grande posible, nuestros ojos y nuestro corazón, para que nos solacemos en las maravillas de la Creación, para que no cese nuestra boca de reconocer las maravillas del Señor! La velocidad en la que vivimos, por la que nos hemos dejado arrastrar, nos impide los momentos de interiorización, de silencio, de asombro, de gratitud. ¿Nos hemos acostumbrado a ver sin “mirar”, a vivir lo inmediato como si nos fuera debido y no como regalo de nuestro Padre, a vagar sin rumbo?

En la oración persistimos, de otra forma, en lo pedido el domingo anterior: “que llegue tu pequeño rebaño, a donde ya está su Pastor resucitado”.  Hoy: que su mirada de amor, sentido y consentido, nos mantenga y acreciente en la fe, para que “quienes creemos en Cristo, obtengamos la verdadera libertad y la herencia eterna.” Reinsistencia en lo que perdura, en lo que llena de paz, en lo que conduce a lo que debe ser, diario, nuestro único horizonte, como le decíamos en el Salmo hace ocho días: “El Señor cuida de aquellos que lo temen.” 

La primera lectura nos hace ver que en toda comunidad, al fin y al cabo formada por seres humanos, aparecen ciertas disensiones, envidias, malentendidos; la solución debe ser la misma: “Piensen, oren, disciernan, bajo la Luz del Espíritu Santo”. ¡Con qué increíble familiaridad, con qué convicción oran, creen y actúan buscando siempre lo mejor para que el Reino, la Iglesia, crezcan! Ejemplo a imitar urgentemente: la importancia de la colaboración de todos, como “piedras vivas”, para la construcción del templo espiritual. Asistimos al nacimiento del diaconado, del servicio material y espiritual: los diáconos, que significa servidores, son elegido de en medio de la comunidad, pero fijémonos en sus características: “honrados, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, y volvemos al punto crucial: El Espíritu Santo es quien prosigue la obra de Cristo. ¿Qué tan dispuestos estamos para esta elección-misión? La Iglesia somos todos, o existe una colaboración activa, o seremos “piedras muertas”. Hay muchas cosas que no pueden realizar los Pastores, sean obispos, párrocos, sacerdotes o religiosas, es imprescindible que cada fiel se sienta comprometido con el Cuerpo de Cristo, con los demás, con el trabajo parroquial, con la promoción de la evangelización, con una sólida preparación. ¿Captamos lo importante que es nuestra respuesta?

Vamos juntos hacia el Padre, el único Camino es Jesucristo quien, gracias a las inquietudes y dudas de Felipe y Tomás, nos descubre su identidad con el Padre y nos anima a seguirlo para llegar a “la casa del Padre donde hay muchas habitaciones que ya nos tiene preparadas, para que donde Él está, estemos también nosotros.” Confirmamos la meta de nuestro caminar: la trascendencia y la felicidad sin límites, sin sobresaltos, sin temores. Como comentaba el domingo pasado: Quien tiene a Dios y es tenido por Él, lo tiene todo.

Oremos al Espíritu Santo para que reafirme nuestra fe en el Padre, en Cristo y en Él mismo, no tanto para hacer “cosas mayores”, sino para mantenernos en la fidelidad y en el amor prácticos, constantes y crecientes.


miércoles, 7 de mayo de 2014

4°. Pascua, 11 Mayo 2014.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 14, 36-41
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 2: 20-25
Evangelio: Juan 10: 1-10.
Jesús es el Buen Pastor que no abusa de su poder, sino que nos conoce personalmente y es nuestra puerta hacia la felicidad y alegría perdurables.

Toda la liturgia de hoy está enfocada para que escuchemos la voz del Buen Pastor. “El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”. No corramos el riesgo de quedarnos en la comparación que quizá ahora no nos diga mucho: el rebaño y el pastor, vayamos más adentro: Cristo Puerta, Cristo Guía, Cristo Vida.

La oración que elevamos a nuestro Padre, ya nos pone en la ruta: “llévanos a gozar de las alegrías celestiales, para que tu rebaño, a pesar de su fragilidad, llegue también a donde lo precedió su glorioso Pastor”.   Seguir a Cristo es ir hacia el Reino, ¿algo más debe importarnos en la vida?

Pedro, no olvidemos que está impulsado por el Espíritu, prosigue en su arenga y echa en cara a los israelitas su desvío y trata de convencerlos de que Jesús es “el Señor”. El Espíritu continúa con su acción: “sus palabras les llegaron al corazón”. ¿Llegan al nuestro de manera que repitamos la pregunta que le hicieron?: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta sigue vigente: “Conviértanse en el nombre del Señor Jesucristo, se les perdonarán los pecados y recibirán el Espíritu Santo”. La promesa de Dios, tengámoslo presente, es promesa que se cumple y aquí ya abarca a todos los hombres. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad,”  esa verdad que nos “pondrá a salvo de este mundo corrompido.” Es el mensaje del mismo Jesús, es el Espíritu que inspira, que conmueve, que convierte. Nos consideramos parte integrante de la Comunidad de la Iglesia, ¿actuamos como aquellos que recibieron así esta realidad e incrementaron la primitiva comunidad?

Si acaso la interrogante del camino nos asalta, tenemos la respuesta en el Salmo: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”. Quien tiene a Dios y es tenido por Él, lo tiene todo. Sin duda se presentarán “cañadas obscuras, hambre y sed”, todo quedará resuelto porque “su vara y su cayado nos dan seguridad”.  La petición que hicimos, se convierte en deseo ardiente: “Viviré en la casa del Señor por años sin término.”

Para llegar a la meta es necesario caminar, y en ese camino encontraremos, si de veras seguimos a Jesús: incomprensiones, calumnias, dificultades, desprecios…, Él, sin merecerlos, ya nos enseñó el modo de superarlos. “Con su muerte saldó la deuda que nos condenaba.” “Se ha convertido en Pastor y guardián de nuestras vidas.”  Dejemos que esta realidad nos transforme, no permitamos que nuestros interiores se “habitúen” a lo grandioso del Amor que Dios nos tiene y oremos, convencidos, para que seamos atentos a su voz, que la reconozcamos en medio de tanto ruido, que encontremos y traspasemos la puerta que Jesús nos abre para la Vida, no cualquiera, sino la “Vida en abundancia”.

Nos habla por nuestro nombre, ni se equivoca ni se olvida. ¿Lo escuchamos pronunciarnos, invitarnos, guiarnos, iluminarnos, alimentarnos? Como con los discípulos de Emaús persiste en alcanzarnos, en interesarse por nuestros pensamientos, en dialogar para que despejemos nuestras dudas y desahoguemos nuestros corazones. Sinceramente no podemos dejar nuestra respuesta al aire, seríamos unos desagradecidos e inconscientes. ¡Contamos con el Espíritu par no serlo!


domingo, 4 de mayo de 2014

3° Pascua, 4 mayo, 2014.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 14, 22-23
Salmo  Responsorial, del salmo 15: Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 1: 17-21
Aclamación: Señor Jesús, haz que comprendamos la Sagrada Escritura. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas.
Evangelio: Lucas 24: 13-35.

Continúa la alegría de la Pascua. La Resurrección del Señor nos hace aclamarlo, cantarle, darle gracias y esto será grato a sus ojos si proviene de corazones renovados en los que bullen el gozo y la esperanza. Pedimos al Señor que nuestros labios no encuentren trabas.

Aunque, litúrgicamente hablando, no celebramos aún Pentecostés, Pedro y los discípulos ya sentían fuertemente su impulso. Los ánimos apocados y temerosos han desaparecido y florece, impetuoso, el viento del Espíritu. Pedro lleva a cabo el encargo de ser testigo de lo que es el núcleo del cristianismo: “Jesús, acreditado por Dios en obras y palabras, al que ustedes, israelitas, crucificaron, ha resucitado”.  Por eso se alegró el corazón de David, por eso se alegran nuestros corazones. No podía ser abandonado a la muerte el que es el autor de la vida, “recibió del Padre el Espíritu Santo y lo ha comunicado, como ustedes lo están viendo y oyendo.”   ¡Cómo necesitamos que cuantos nos rodean, puedan ver y oír lo que realiza ese mismo Espíritu en nosotros! Él sigue presente, pero, en ocasiones le amarramos las alas, impedimos que su gracia actúe en el mundo, no permitimos que haga patente el triunfo logrado ya por Cristo sobre el mal, el pecado y la muerte! 

El Salmo, orado conscientemente, ávidamente, hará, como lo hizo Jesús con los discípulos caminantes, “se nos abran los ojos y lo reconozcamos”.  De verdad, Señor, ansiamos que nos “enseñes el camino de la vida”, ese camino que nos aparte de “la estéril manera de vivir”; ese que nos haga aquilatar el precio que pagaste por nosotros, redimidos “no con oro ni plata, sino con tu sangre preciosa.”  ¡Qué valioso soy, qué valioso es cada ser humano! ¿Crezco en esta conciencia al tratarlos? ¿Caigo en la cuenta de la dignidad que Cristo ha recuperado para cada uno de nosotros? ¿Preparo, cada día, el encuentro con los demás para encontrar en ellos a Cristo? Como Pedro y los discípulos, ¿crezco en la Fe en el Padre, precisamente a través de Cristo y es Él la semilla cierta de mi propia resurrección? ¡Cuántas preguntas surgen y cómo cobra sentido lo pedido en el Aleluya: “Que comprendamos las Escrituras; enciende nuestros corazones”.


Parece que uno de los peregrinos que se dirigían a la aldea distante unos 11 Km. Era el mismo evangelista Lucas; acompañémoslos, escuchemos sus lamentos, miremos sus ojos cegados por la tristeza y la desesperanza. ¿No nos pasa lo mismo al acercarse Jesús? Tenemos horizontes estrechos, y eso nos impide “reconocerlo”. Mucho de bueno podemos aprender de ellos, al menos iban hablando “de lo sucedido”, Jesús aún estaba en ellos pero no lo comprendían.  Él nos sale al paso en lo cotidiano, nos alcanza en la vida, se interesa por nuestras pesadumbres, invita al diálogo, brinda amistad, con delicadeza, pero sin rodeos, reprende, sacude e ilumina: “¡Insensatos, duros de corazón para creer!”, y comienza a ilustrarlos a través de un recorrido, desde Moisés y los Profetas, hasta llegar a su propia entrega para “así entrar en su gloria”.  Lenta transformación de los interiores al contacto con la Palabra de Dios. No dudo que la paz los fuera inundando. El momento del reconocimiento lo tenemos a la mano: “En el partir el pan”.  Es la fuerza del Espíritu, el mismo Cristo que actúa y convierte: “Con razón nuestro corazón ardía cuando nos explicaba las Escrituras”.  Poco antes Jesús había aceptado la invitación, pero fijémonos bien en lo que dice el Evangelio: “Entró para quedarse con ellos.”  Y se ha quedado de la misma forma con nosotros. Con qué velocidad recorrieron el camino de regreso para ser como Jesús: partícipes del gozo a los compañeros. ¡Mucho para pensar!