domingo, 25 de enero de 2015

3° Ordinario. 25 enero 2015.

Primera Lectura: del libro del profeta Jonás 3: 1-5, 10
Salmo Responsorial, del salmo 23: Descúbrenos, Señor, tus caminos. 
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 7: 29-31
Aclamación: El Reino de Dios está cerca, dice el Señor, arrepiéntanse y crean en el Evangelio. 
Evangelio: Marcos 1: 14-20.

¿Proseguimos entonando el cántico al Señor? ¿Cuánto tiempo dedicamos a contemplar el esplendor de su belleza? ¿De verdad nos dejamos cautivar por su presencia? Son preguntas que nos hacen adelantar la reflexión a la que nos invita San Pablo en el pequeño fragmento de la Carta a los Corintios: “El tiempo apremia”, el tiempo sigue,  y nosotros con él; no cambia, todas las horas del reloj son iguales, en ritmo acompasado, repetido y sin repetirse, camino circular que no termina. Avanza sin saberse, regresa y recomienza; cronos imperturbable que nos lleva en sus alas, ¿hacia dónde?

No es tanto este tiempo el que interesa, sino el “cairós”, el momento oportuno, la respuesta atinada, la dirección exacta, la decisión valiente, la que, midiendo el riesgo, se atreve a recorrerlo, y al hacerlo, sale de la rutina empantanada y traza una senda lineal que toca el cielo.

Jonás había entrevisto ese “cairós” de Dios, y tuvo miedo; huyó temporalmente, pero el Señor persigue hasta alcanzar. Jonás acepta ser portavoz de destrucción y muerte: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. Se apropió la palabra y una ilusión morbosa lo envolvió, se quedó con el “cronos” y olvidó el “cairós”. Se llenó de tristeza por el fracaso de sus predicciones; pero Dios no es así: “viendo sus obras y cómo se convertían de su mala vida…, no les mandó el castigo”, se mostró como ES, con designios de paz y de perdón. Los ninivitas captaron que el “cairós” es exacto, y lo aceptaron. Pensemos un momento: ¡Cuánto “cairós” perdido en nuestro “cronos”!

La súplica del Salmo nos anima: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”, porque solos, nos perdemos en una absurda maraña de deseos; contigo, en cambio,  hermanaremos el tiempo y la distancia. Nuestros pasos serán eternidad presente, “porque este mundo que vemos es pasajero”. ¡Alcánzanos, Señor, haz que lleguemos!

El eterno “cairós” ya se ha cumplido. Jesús, “en Quien el Padre encuentra todas sus complacencias”, está entre nosotros, y sale a nuestro encuentro, y nos llama, igual que a sus discípulos Simón, Andrés, Santiago y Juan. No es necesario el diálogo, la Presencia lo suple y lo supera. La vocación es clara: “¡Síganme!”  En sus interiores se desató un viento de aceptación y de obediencia. La Prestancia de Aquel que agrada al Padre, de alguna forma se hizo transparencia, y “dejándolo todo, lo siguieron”.

El futuro es inédito, todavía incomprensible: “Los haré pescadores de hombres”. No se preguntan: ¿qué quieres de nosotros? Comprenderán -¿comprenderemos?- que no busca las cosas, sino al ser entero, disponible, para esparcir la Nueva de la paz, de la concordia, hasta entregar la vida por el Reino.


Repitamos la Oración y que el Espíritu nos levante en vuelo: “Conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos para que, unidos a tu Hijo amado, podamos producir frutos abundantes.”

viernes, 16 de enero de 2015

2° Ordinario. 18 enero 2015.


Primera Lectura: del primer libro del profeta Samuel 3: 3-1 0, 19
Salmo Responsorial, del salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 6: 13-15, 17-20
Aclamación: Hemos encontrado a Cristo el Mesías. La gracia y la verdad nos han llegado por El.
Evangelio: Juan 1: 35-42.

El Señor ha venido, se ha manifestado al pueblo de Israel, más aún, su Epifanía ilumina a todos los hombres. El esperado, se hace presente en la plenitud de los tiempos. Los que lo reciben, son llamados “hijos de Dios”  e invitan a la tierra entera a que entone himnos a su gloria. ¿Se unen nuestras voces a este canto?

Si es así, nos mediremos desde la mirada paternal de Dios y nuestros días transcurrirán en su paz. ¿Qué más desea desear una creatura?

Comenzamos hoy el “ciclo ordinario” en que seguiremos, paso a paso, las acciones, los dichos, la enseñanza, la voz de Jesucristo. Escucharlo, mirarlo y admirarlo, hará resonar en nosotros su reclamo: ¡Conóceme, acéptame, sígueme!

La primera lectura es anuncio, ejemplaridad, obediencia en una fe naciente, verdadero abandono, disposición para que el Espíritu del Señor halle morada. Tres veces Samuel se muestra solícito al servicio del sacerdote Elí: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste”? Tarde, pero al fin Elí comprende que otra Voz es la que llama y en su propuesta abre el camino a la oración cristiana: si otra vez te llama, responde: “Habla, Señor, tu siervo te escucha”. ¡Silencio, interioridad, atención a las mociones; percibir lo inimaginable: Dios de verdad nos habla! Para oírlo necesitamos acallar muchas voces que distorsionan la Voz de la Palabra. “Samuel creció y el Señor estaba con él”. ¡Nacidos para ser portadores de Dios!

El Salmo acrecienta el compromiso, si brota desde dentro: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Reconocemos creaturidad y filiación: “Lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón”. Dios ya se ha inclinado hacia nosotros y ha puesto el canto nuevo en nuestros labios; en Cristo aprenderemos la letra y la tonada: “Aquí estoy”.   

Aunque el Señor nos hable en otras voces, “de su Voz semejanza”, no basta la inactiva paciencia, nos apremia el salir a su encuentro, soltar las inquietudes, que los pasos persigan al que Juan señalaba como “El Cordero de Dios”, que la inquietud lo alcance y los labios pronuncien, titubeantes, la primera pregunta: “¿Dónde vives, Rabí?”  Su respuesta atañe a todo hombre: “Vengan a ver”  Y fueron y hallaron la paz y la amistad, la verdad que contagia.

“Escuchar” significa ponerse a disposición de Dios. “Ver”, no es más que abrir los ojos y responder con fe. “Ir”, es salir de nosotros, dejar el territorio y encaminar la vida hacia donde el Señor quiere. “Seguir”, denota esfuerzo, peregrinar renunciando al propio mapa. “Quedarse” con Jesús es estar en comunión con Él, pedir y permitir la transformación en discípulo para que Él viva en nosotros y su Espíritu nos convierta en ecos creíbles de la Buena Nueva, “miembros vivos de su Cuerpo y Templos del Espíritu para glorificar a Dios con todo nuestro ser.”

sábado, 10 de enero de 2015

El Bautismo del Señor, 11 enero, 2015.


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 42: 1-4, 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 28: Te alabamos, Señor.
Segunda Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 34-38
Aclamación: Se abrió el cielo y resonó la voz del Padre, que decía: "Este es mi Hijo amado; escúchenlo".
Evangelio: Mateo 3: 13-17.

La festividad del Bautismo de Jesús cierra el tiempo de Navidad; los cielos se juntan con la tierra, la Palabra, del Padre, habita entre nosotros, los ángeles cantaron su gloria, el Amor universal de Dios para con todos, se manifestó en la Epifanía. Hoy, crece la admiración: el Padre unge con el Espíritu a Jesús para confirmar la realidad del Hijo, del Amado, “de Aquel en quien tiene sus complacencias”, Él será, toda su vida, testimonio de justicia, de liberación y de paz.

Dios siempre nos sorprende, toda novedad viene de Él; gracia y misericordia que sacan a la humanidad del profundo pozo de la desesperanza, de la angustia, de la impotencia del que no puede salir por sí misma; Él tiende “su mano”, en Jesús “Su elegido, su Providencia respetuosa, camino de alianza y de luz para todas las naciones, Él rompe las cadenas y abre las mazmorras”.

¿Cuál es, tiene que ser, la reacción que brote de cada uno de nosotros? No otra sino la del Salmo: “Te alabamos, Señor”. Actitud que abarca admiración y agradecimiento: “¿Qué es el hombre para que te ocupes de él?”, la respuesta es la misma que escuchó Jesús al salir del agua: “El hijo amado en quien tengo mis complacencias”.

Esto sucedió en nuestro bautismo, no lo percibimos entonces, ahora tratemos de experimentarlo: con la unción Trinitaria, recibimos el mismo Espíritu que descendió sobre Jesús, recibimos el mismo fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra y espera que sea incendiada, “fuego que enciende otros fuegos”, es el Espíritu del Padre, Espíritu de amor, y, solamente con su fuerza seremos capaces de vivir lo que pedimos en la oración: “ser fieles en el cumplimiento de su voluntad”. ¡El amor no tolera esperas!

Los frutos tienen que ser palpables, “es Dios quien nos sostiene”, ya somos sus elegidos, espera de nosotros que actuemos como Jesús: “no gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles, no romperá la caña resquebrajada…, embajador de justicia y de paz”.

Ser rostros resplandecientes de Dios en el mundo, tan necesitado de luz, de comprensión, de amistad, de fe. Él no solamente lo ha hecho realidad, sino que es La Realidad misma de lo que nos enseña.  La misión es para todos: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace acepción de personas, a todos nos ha envuelto con su Palabra.”  ¡Cristianos, cristos vivos, para, como Él, “pasar haciendo el bien!”.

Nos urge, y cada quien sabe su propia historia, purificar y enderezar nuestras intenciones, para sanar con nuestra oración, nuestras acciones, nuestra compañía a cuantos se sienten solos, abandonados, discriminados, rotos en su interior.

El Bautismo nos ha marcado para siempre como hijos de Dios, como hermanos de todos los hombres; que esa fuerza nos acompañe, durante al Año que inicia, hasta que nos llame a su presencia.