viernes, 20 de enero de 2017

3º Ordinario, 22 enero 2017.-.



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 8: 23-9: 3
Salmo Responsorial, del salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación.
Segunda Lectura: de la primera carta a los corintios 1: 10-13, 17
Aclamación: Jesús predicaba la buena nueva del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo.
Evangelio: Mateo 4: 12-23.

La Antífona de Entrada parece un eco que se prolonga desde la del domingo pasado: “Canten al Señor un cántico nuevo”, la razón la hemos ido descubriendo a través de la liturgia: “porque hay brillo y esplendor en su presencia”.  Donde está Dios no puede haber tinieblas, ni obscuridad, ni titubeos.

Juan Bautista ha pedido: “enderecen los caminos, que toda montaña sea aplanada y todo valle rellenado”, alejen las intenciones torcidas, abajen la mirada soberbia, llenen de entusiasmo los desánimos, “ya llega el que existía antes que yo”. Es Jesús sobre quien ha descendido el Espíritu Santo, es Él quien conduce nuestra vida por la senda de sus mandamientos y unidos a Él produciremos frutos abundantes.

Siempre me ha atraído considerar la Sagrada Escritura como dos grandes pilares, el Antiguo y el Nuevo Testamento y Cristo como el arco que los une. Desde Moisés y los Profetas hasta Juan, todo va referido al momento de la plenitud de los tiempos. “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, nos ha hablado por su Hijo…” (Hebr. 1:1)  En la primera lectura, Isaías abre el horizonte geográfico, “desde Zabulón y Neftalí, que se llenarán de gloria camino del mar, más allá del Jordán, en la región de los paganos”.  Tiempos de crisis, de asedio militar de los asirios, de deportación, de tristeza y obscuridad…, pero resuena la voz profética: “ese pueblo vio una gran luz”.

San Mateo retoma esa voz que habla en pretérito, para aquellos un presente ansiado, y nos muestra a Jesús que inicia su predicación precisamente en “la Galilea de los paganos”; no donde bautizaba Juan, no en Nazaret su pueblo natal, va a Cafarnaúm a la ribera del lago, en cruce de caminos, ciudad abierta al mar, desde donde partirá la salvación para todos los pueblos.

Todavía resuena en la memoria el Salmo 39 que cantábamos el domingo anterior: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Esto es lo que quiero, tu ley en medio de mi corazón”, que ahora complementamos con la última frase del 26: “Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía”. Juan ha sido encarcelado, Jesús no se arredra: “Comenzó a predicar. Diciendo: Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. Escuchándolo no podemos quedarnos sentados en las tinieblas, Cristo Luz, sigue brillando, sigue llamando a la humanidad, a la Iglesia, a cada uno de nosotros, como llamó a sus primeros discípulos que, “dejándolo todo, lo siguieron”.

Ponernos, decididos, al servicio de Dios y buscar la unidad en la fe y en el amor. Que esta sea nuestra petición primordial, El día 25 comienza la octava de oración por la unión de las Iglesias, y la otra no menos necesaria: ¡Danos vocaciones según Tu Corazón!, que las familias propicien la entrega de los hijos e hijas a la vida consagrada.

viernes, 13 de enero de 2017

2º Ordinario, 15 de enero 2017



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 49: 3, 5-6
Salmo Responsorial, del salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 1: 1-3
Aclamación: La Palabra de hizo carne y acampó entre nosotros. A cuantos la recibieron les dio poder para ser hijos de Dios
Evangelio: Juan 1: 29-34.

Bautizados por Jesús, no solamente en el agua, sino, en el Espíritu Santo, nos unimos en la Antífona de Entrada a  “cantar himnos en honor y alabanza del Señor en toda la tierra”. Himnos que nos ayudan a reconocer el “amor con el que gobierna cielo y tierra”, presencia que hará que “los días de nuestra vida transcurran en su paz”.

Isaías nos pone, otra vez, en contacto, a través del segundo cántico del Siervo de Yahvé, con “el Elegido” para manifestar a través de él, su gloria. El apelativo de “Siervo”, en la Sagrada Escritura, se reserva a grandes personajes en la historia de la salvación: Abrahán, Moisés, David, pero referido a Jesucristo realiza todo su contenido: “formado desde el seno materno…, luz de las naciones, para que haga llegar la salvación hasta los últimos rincones de la tierra”.

Ya considerábamos en la fiesta de Epifanía, la manifestación universal de Dios que abarca a todos los hombres. Y en el Bautismo del Señor, el testimonio del Padre: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias”.  

¿En qué consisten las complacencias del Padre?, sencillamente en vivir conforme a su voluntad, como entonamos en el Salmo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”; en esperar confiadamente en Dios; en experimentar su acción con una docilidad sorprendente.

A esto nos conduce el estar “bautizados por el Espíritu de verdad”; a recuperar nuestra identidad de cristianos, seguidores de Cristo; a liberarnos del egoísmo y la cobardía; a abrirnos al amor solidario, gratuito y compasivo; a mostrarnos como “santificados, como pueblo santo que invoca el nombre de Cristo Jesús”.  La consecuencia surge de inmediato: experimentar “la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre”. El Espíritu Santo no se equivoca, ¡pidamos aprender a dejarnos guiar por Él!

miércoles, 4 de enero de 2017

Epifanía, 8 enero. 2017.--



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 60: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 71:
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 3: 2-3, 5-6
Evangelio: Mateo 2: 1-12.

“¡Miren, ya viene el Señor de los ejércitos! En su mano están el Reino, la Potestad y el Imperio.”  

Mirar constantemente, descubrir los signos, encontraremos siempre lo que consolida la fe. Iluminados por esa fe, no perderemos el camino para llegar a contemplar, “cara a cara”, la hermosura de su Gloria.

Este pasaje de San Mateo es ¿una historia real o es un cuento de niños?  Es un cuento, lleno de cariño del Niño Dios para los niños del Reino.

Mateo narra al modo oriental enseñando que ese Niño ante el que se postran hombres venidos de lejanas tierras es el mismo del que habla Isaías. Y al mismo tiempo nos enseña lo mismo que Juan va a decir en el prólogo de su evangelio: “Que vino a los suyos (los judíos) y no le recibieron”. Ninguna autoridad religiosa o civil se postra ante el Niño Dios, solo aquellos Magos venidos del Oriente.

Mateo hace Teología, y la Teología es necesariamente “ciencia de los niños”, de esas gentes sencillas y humildes, de esos pequeños, a los que el Padre les revela los infinitos misterios guardados por siglos eternos en su corazón de Dios: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos y humildes.

Para entender y entrar en el Reino de los cielos tenemos que hacernos como niños, allá no puede entrar nadie que no nazca de nuevo comenzando por ser niño otra vez. La Teología no cabe en programas de computadoras. Se estudia de rodillas, como los Magos se pusieron ante el Niño.

Hoy es el día de las estrellas. Día de la ilusión del que cree en lo maravilloso, del que entiende el asombro que hay en aquel dicho japonés: “Cuando una flor nace, el universo entero se hace primavera”. Día del que sabe apreciar la grandeza de lo pequeño. Del que no desprecia la luz vacilante de la estrella de la Fe, y sabe aceptar en un Niño a Dios, y con alegría se pone a sus pies y le entrega todo lo que tiene, como los Magos.

Cuantos hombres han querido ver a Dios a la luz del sol de mediodía y no han conseguido más que quemarse la retina, sin caer en la cuenta que Dios es demasiada luz para que quepa en nuestro entendimiento y que necesitamos de la mediación de la estrella de la Fe para llegar a Él sin abrasarnos. A veces decimos que nos falta Fe, lo que nos falta es sencillez de niño para aceptar la estrella que lleva a Dios y aceptar a Dios bajo la forma de Niño.

San Ignacio nos invita a entrar en casa de José y María, junto con los Magos y que hablemos con el Niño Dios. Y le digamos: “Señor, también yo vengo caminando por el desierto de la vida, tratando de seguir la estrella de la Fe, que se me oculta con frecuencia. Y sin embargo aquí me tienes creyendo en Ti como en mi Dios. No me da vergüenza admitirlo, aunque muchos lo nieguen.

Yo no tengo nada que ofrecerte como estos Reyes. Sólo te entrego en propia mano mi carta a los Reyes. Como eres pequeño y no sabes leer te digo lo que te pongo en ella: Te pido que me hagas niño. Niño que se confíe totalmente a su Padre, Dios. Niño que crea y espere en Ti sin límites. Niño que pase por el mundo dando cariño y sonrisas, y confiando en que hay todavía bondad en los hombres de buena voluntad.

Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame por piedad. Vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar.