viernes, 11 de octubre de 2019

28° ordinario, 13 octubre 2019.-.


Primera Lectura: del segundo libro de los Reyes 5: 14-17
Salmo Responsorial, del salmo 90: El Señor, nos ha mostrado su amor y su lealtad.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo 2: 8-13
Aclamación: Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan.
Evangelio: Lucas  17: 11-19.

La insistencia, para que nos convenzamos, permanece: Dios es “un Dios de perdón”, ¿hacia dónde nos volveríamos si “conservara el recuerdo de nuestras faltas”?, la verdad es fuerte y nos hace reflexionar: “¿quién habría que se salvara?” La respuesta es clara: ¡nadie! Nuestra actitud, si hemos reflexionado, será la de aquellos que están “colgados de Dios” y de su Gracia, para sentirnos acompañados siempre y podamos actuar en consonancia: “descubriéndolo, amándolo y sirviéndolo en cada prójimo”.

El compromiso, a primera vista, se presenta como un camino obvio, fácil, al alcance de cualquiera, pero, lo hemos comprobado en el recorrido de nuestra propia historia, lo que tenemos enfrente, ¡no lo vemos o lo complicamos y acabamos por descartarlo!

Analicemos el proceder de Naamán, y descubramos lo que hay de él en nosotros: inicialmente se guía sensatamente: escucha, presenta al rey su petición, pues le ha impresionado la palabra de la doncella israelita “si mi amo fuera a ver al profeta, él lo curaría de la lepra”; emprende el camino, lleva regalos para el profeta, su imaginación lo acicatea: ¡me librará de esta ignominia de la lepra! Presenta la carta y se sorprende por la reacción del rey de Israel, probablemente Naamán pensaba que todo el pueblo sabía de la existencia de Eliseo, y de los prodigios que Yahvé realizaba por su medio.

Eliseo, hombre de Dios, vive de la fe y la confianza, “colgado de Dios”. Naamán, extranjero, ignorante –sin culpa-, imagina según sus criterios y se desanima al escuchar la proposición de Eliseo: “Báñate siete veces en el Jordán y quedarás limpio”. No entiende –la Fe supera la lógica-, el enojo y la desilusión se apoderan de él; pero sus criados le invitan a reflexionar; accede, con humildad obedece y  su carne quedó limpia como la de un niño”. ¡Sanado de la lepra y la ignorancia!, entiende y agradece: “Ahora se que no hay más Dios que el de Israel”; ha experimentado lo inesperado aunque ansiado, y proclama su fe, fruto de la experiencia del encuentro con Dios Salvador: “A ningún otro dios volveré a ofrecer sacrificios”.

A nosotros, también, constantemente “el Señor nos muestra su amor y su lealtad”, al reconocerla y revivirla, proclamemos vivamente el Aleluya: “Demos gracias, siempre, unidos a Cristo Jesús, esto es lo que Dios quiere”.

Jesús nos aguarda, ¡curados de tantos males!, a que regresemos, no solamente a darle las gracias, sino para, exultantes, “alabar  a Dios en voz alta”.
Jesús, con el Padre y el Espíritu Santo, “Nos ha rescatado cuando aún éramos pecadores”, (Rom. 5: 8), nos conserva en la existencia, nos llena de oportunidades para reintegrarnos a la Comunidad, a la familia, al profundo sentido de la vida; por su muerte nos ha dado vida para que captemos que no somos extranjeros ni advenedizos, “sino ciudadanos del cielo”, (Filip. 3: 20).

Jesús mismo nos ha enseñado a pedir, repasemos el Padre Nuestro, pero juntamente a ser agradecidos, a reconocer que el Señor es Dios; que el Gloria, que tantas veces hemos recitado, lo meditemos para que, lentamente, en contacto con la Trinidad, proyectemos que ¡“el agradecimiento es la memoria del corazón! Escuchemos con ánimo renacido: “¡Levántate y vete. Tu fe te ha salvado!”.

Mucho por aprender: saber escuchar, obedecer, moderar la imaginación, ser humildes y reconocer para regresar, alabar y bendecir a Dios. ¿De qué lepra nos tiene que curar el Señor?

viernes, 4 de octubre de 2019

27º. Ordinario, 6 Octubre 2019.-


Primera Lectura: de libro del profeta Habacuc 1: 2-3; 2: 2-4
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo 1: 6-8, 13-14
Aclamación: La Palabra de Dios permanece para siempre. Y ésa es la palabra que se les ha anunciado.
Evangelio: Lucas 17: 5-10

Es verdad, todo depende de la voluntad de Dios, pero como Él es respetuoso de su creación, no nos violenta y, aun cuando veamos que lo congruente sería “no resistirnos a esa voluntad”, nos desviamos, la ignorarla, resistirnos y no tenemos la disponibilidad de “recibir más de lo que merecemos y esperamos”; este egoísmo y desperdicio nos invita a regresar a la petición: “que tu misericordia nos perdone y nos otorgue lo que no sabemos pedir y que Tú sabes que necesitamos”.

No es algo nuevo en nuestra relación de creaturas e hijos, con nuestro Padre Dios; es la constante lucha para que nos reubiquemos en cada instante de la vida, nos desnudemos de las intenciones desorientadas y sintamos el gozo de ser comprendidos y, sobre todo, amados; que captemos en verdad “aceptar ser aceptados”.

Habacuc, junto con todo el pueblo, sufre la invasión de los babilonios, puede situarse hacia el siglo VI a.C. Violencia y destrucción que provocan la queja del profeta, queja que aqueja a todo ser humano: “¿Hasta cuándo, Señor?”, grito que se eleva esperando inmediata respuesta que remedie los males, la opresión y el desorden; pero que no expresa un compromiso personal de acción para resolver los conflictos. No hay duda de que Dios es Dios y que dirige nuestras acciones, “si lo dejamos”; no hay duda de que la respuesta final será su firma; pero, ¿cuándo será?, en la hora veinticinco, ahí constataremos la promesa del mismo Cristo: “Confíen, Yo he vencido al mundo”, (Jn. 16: 30)  ¡Cómo nos cuesta “dejar a Dios ser Dios”!; ¡cuán lejos estamos de convertir en vida el  versículo: “el justo vivirá por su fe”.

Nos unimos a la súplica de los discípulos: “Auméntanos la fe”, y con ellos nos quedamos pensativos ante la respuesta de Jesús: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza…”, actitud que describe la Carta a los Hebreos: “Es la fe garantía de lo que se espera, la prueba de realidades que no se ven”. (11: 1)

¿Dónde nos encontramos en esa relación con Dios?, ¿es para nosotros un factor significativo, que sólo tomamos en cuenta cuando nos acechan las penas, las desgracias, la tentación y, pasada la tormenta, volvemos a guardarlo en el desván? ¿Es el Señor, un factor dominante, - que rige y dirige la conciencia -, presente antes de tomar cualquier decisión? O, lo que Él desea: ¿es factor único, a ejemplo de los que viven colgados de su Voluntad; “de los que beben del agua que Él da, y se convierte en fuente que brota para la vida eterna” ?, ¿Qué respondemos?

Santo Tomás de Aquino afirma:   “la fe crece ejercitándola”, diario se nos presentan oportunidades para hacerlo, para poner al descubierto nuestras intenciones, nuestro proyecto de vida, la urgencia, como dice Pablo a Timoteo, “de reavivar el don que recibimos, de amor, de fortaleza y moderación, precisamente para “dar testimonio de nuestro Señor”, nunca nosotros solos, sino “con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”; urge a la sociedad actual encontrar en nosotros a esos cristianos dispuestos a “dar razón de nuestra esperanza”, (1ª. Pedro 3: 15); cristianos que no consideramos nuestro contacto con Dios como un contrato, pues ¿quién podría exigir una paga “por ser amado”?, sino que, pendientes de su voluntad, la del Amo Bondadoso, podamos decirle: “siervos inútiles somos, lo que estaba mandado hacer, eso hicimos”, ¿qué sigue, Señor?

sábado, 28 de septiembre de 2019

26º ordinario, 29 septiembre 2019.-


Primera Lectura: del libro del profeta Amós 6: 1, 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo 6: 11-16
Aclamación: Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza.
Evangelio: Lucas 16: 19-31.

Las lecturas de este domingo reconfirman la advertencia, que el domingo pasado, nos hicieron Amós y Jesús: el peligro real de sobrevalorar los bienes materiales, -premorales en sí mismos-, pero cuyo uso correcto o abuso egoísta, les dan, con nuestra intención y actuación, la moralidad o la ausencia de sentido; si ésta es la que predomina en nuestras decisiones,  rompemos la visión fraterna, servicial, humana, nos rompemos a nosotros mismos. Recordemos “la regla de oro” que ofrece  San Ignacio de Loyola en el Principio y Fundamento: “todo lo demás lo dio Dios al hombre para que lo use, tanto cuanto, le ayude a conseguir el fin para que fue creado, y se abstenga de aquello que le impida conseguir ese fin”. Otra vez la oración: “obtener el cielo que nos has prometido”.

Amós, como todo verdadero profeta es audaz, claro, contundente, como deberíamos de ser los que decimos escuchar y vivir la Palabra de Dios.  “¡Ay de ustedes – los que viven del placer- y no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”, que repetirá el mismo Jesús en Lc. 6: 24 “¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo”. ¿Qué clase de consuelo?: efímero, fugaz, incapaz de dar la felicidad que perdura.

La parábola no trata de mostrar cómo será “el más allá”, sino cómo todo empieza desde “el más acá”. Pone de relieve las consecuencias de lo que realizamos si no tenemos en cuenta a los demás, especialmente a los que  -querámoslo o no-, nos necesitan. El rico, no tiene nombre, no tiene identidad, no hace el mal, sencillamente, tan fácil decirlo, no mira al que tiene a la puerta de su casa; la miseria y el dolor, ¡es mejor no verlos, fingir demencia, alejarlos de la experiencia!, ¿y luego?...  Lázaro, que significa “Dios ayuda”, confía en “el Señor que salva”. Lo sabemos, pero ¿lo aceptamos de verdad?, y Dios no defrauda.

La actitud que nos mantendrá preparados para “la venida de nuestro señor Jesucristo”, es la fe y el testimonio veraz, pero, como no sabemos “ni el día ni la hora”, necesitamos alimentarla con la Palabra, “Moisés y los profetas”, y con la corona que resume la Revelación: Jesucristo, “Rey de reyes y Señor de los señores”. ¡Señor, que aprendamos a conocerte y a seguirte, así no perderemos el camino!