domingo, 25 de abril de 2021

4° de Pascua, 25 abril, 2021.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 4: 8-12
Salmo Responsorial,
del salmo 117: La piedra  que  desecharon  los constructores es ahora la piedra angular. Aleluya.
Segunda
Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: -2
Evangelio:
Juan 10: 11-18. 

Deben de persistir el gozo y la alabanza al Señor, la maravilla de su amor llena toda la tierra y en ella, nuestros corazones. Su “poder” no aterra, sino que tranquiliza, pacifica; no es el poder del “mundo”, sino el poder del amor el que lo precede, lo guía y nos guía a la cercanía, a la unión, al Reino, a la plenitud del Espíritu. 

Reencontramos esa plenitud del Espíritu, como fuente de vida en el caminar audaz y decidido de la primitiva Comunidad cristiana, y hoy, concretamente, en Pedro quien culmina su profesión de fe en Jesucristo. Clarifica, sin apropiarse lo que es del Señor; ha curado al paralítico en el nombre de Aquel que es “la piedra angular, el desechado, el crucificado”, Jesús “resucitado de entre los muertos”, en cuyo nombre, y sólo en Él, encontramos todos la salvación. Sabe Pedro, deduce, por las miradas que lo cercan, cuál puede ser el desenlace; pero no se arredra. Casi de inmediato vendrán las amenazas, los azotes, pero todo lo envuelve en el gozo de poder participar en los padecimientos de Cristo. ¡Cómo se acordaría de las palabras del Maestro: “La verdad los hará libres”! La Verdad que incomoda, revuelve, trastoca los “valores del mundo” cómodamente aceptados, y pide la apertura, la conversión. No hay otro camino que el de Cristo.

De nuevo bullen en nuestro interior, sentimientos encontrados: ¿fe y confianza, lucidez para proclamar la Verdad?, o ¿temor al cambio, miedo a las consecuencias, preferencia por la posición adquirida que pensamos nos asegura en el “tener”, pero que impide nuestro correr hacia el “ser”? Tenemos mucho para reflexionar personal, familiar, comunitaria y socialmente; discernir para decidir.

El Salmo nos anima: “Te damos gracias, Señor, porque eres Bueno, porque tu misericordia es eterna. Más vale refugiarse en el Señor que poner en los hombres la confianza”. Ni estamos solos ni luchamos por una utopía; el Señor nos precede, ¿le creemos? 

¿Deseamos más luz? San Juan la enciende: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”. ¿Nos considera “el mundo” como suyos? Entonces no reflejamos la imagen del Hijo rechazado; nuestras obras no van conforme al Reino, no hacen ruido que despierte y que avive las conciencias, ni siquiera las nuestras. Ese no es el camino para encontrarnos con el Señor “cara a cara, ni ser semejantes a Él”. Quedarnos contemplando nuestra debilidad, a nada nos conduce; la Gracia y el tiempo están de nuestro lado, ¡partamos decididos! 

Jesús, el Buen Pastor, jamás detuvo el paso; ni siquiera ante la misma muerte; siguió siempre adelante, no descuida a ninguno, quiere acoger a todos, no cesa de llamarnos. Él sabe dónde están las aguas cristalinas y el abundante pasto, el banquete exquisito y la paz duradera, el sendero seguro y el triunfo sobre el lobo. 

Lo sabe todo porque ha escuchado al Padre; reconoce su voz y nos la entrega. La verdad, suena “triste”: “Doy la vida por mis ovejas” ¡y hay tantas sordas, porque hay muchas otras vocees que las aturden y les impiden percibir la que dice cariño, seguridad y paz y vida eterna! 

Su súplica-deseo: “a todas las dispersas es necesario que las traiga para que haya un solo rebaño y un solo Pastor”, tiene que resonarnos hasta el fondo y, desde ahí, confiados en su voz hecha Palabra, nos atrevamos a decirle: ¡Escuché tu llamada, aquí estoy, Señor, ¡quiero seguirte!

sábado, 17 de abril de 2021

3°. Pascua, 18 abril 2021.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 3: 13-15, 17-19
Salmo Responsorial,
del salmo 4: En ti, confío Señor. Aleluya.
Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Juan 2: 1-5
Evangelio:
Lucas 24: 335-48. 

Jesús sabe lo que sucede en nuestro interior, de preocupa por nosotros:” ¿Por qué se alarman? ¿Por qué surgen tantas dudas en su corazón?»

Cuántos hombres y mujeres de nuestros días responderíamos inmediatamente enumerando razones y factores que provocan el nacimiento de mil dudas y vacilaciones en la conciencia del hombre moderno que desea creer.

Es bueno recordar que muchas de nuestras dudas, aunque quizá las percibamos hoy con una sensibilidad especial, son dudas de siempre, vividas por hombres y mujeres de todos los tiempos.

No olvidar lo que con tanto acierto dice Jaspers: «Todo lo que funda es oscuro». La última palabra sobre el mundo y el misterio de la vida se nos escapa. El sentido último de nuestro ser nos preocupa.

Pero, ¿qué hacer ante interrogantes e inquietudes que nacen en nuestro corazón? Cada uno ha de recorrer su propio camino y buscar a tientas, con sus propias manos, el rostro de Dios. Pero es bueno recordar algunas cosas válidas para todos.

Reconocer y aceptar que el valor de la vida depende del grado de sinceridad y fidelidad con que vive cada uno de cara a Dios. No es necesario que hayamos resuelto todas y cada una de nuestras dudas para vivir en verdad ante Él.

Comprender que para que muchas de nuestras dudas se diluyan, es necesario que nos alimentemos interiormente con oración y sacramentos. Desde estas fuentes comenzaremos a comprender algo, si nos dejamos arrebatar por el misterio.

Anhelar el querer creer, ya es una manera humilde pero auténtica de vivir en verdad ante Dios. a pesar de las interrogantes que nos asedian sobre el contenido de dogmas o verdades cristianas, - no se trata de evidencias inmediatas.

Quisiéramos vivir algo más grande y gozoso y nos encontramos con nuestra pobre lógica que desea todo claro y rectilíneo. Quisiéramos asirnos a una fe firme, serena, radiante y vivimos una fe oscura, pequeña, vacilante.

Si en esos momentos, sabemos «esperar contra toda esperanza», creer contra toda increencia y poner nuestro ser en manos de ese Dios a quien seguimos buscando a pesar de todo, sí hay fe en nuestro corazón; somos creyentes. Dios entiende nuestro pobre caminar por esta vida.  

Jesús Resucitado nos acompaña y seguirá acompañándonos hasta el fin de los tiempos. Una vez más pidamos como el padre del niño epiléptico: “¡Creo, Señor, ¡aumenta mi fe!”

domingo, 11 de abril de 2021

2º de Pascua, 11 abril 2021.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 4: 32-32
Salmo Responsorial
, del salmo 117: La misericordia del Señor es eterna. Aleluya

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Juan 5: 1-6
Evangelio:
Juan 20: 19-31.

Abrir el corazón a la alegría y a la gratitud, porque Dios nos ha llamado a su Reino, y ese llamamiento se hizo concreto en cada uno de nosotros el día de nuestro nacimiento y sigue resonando cada día. ¡Dios me llama en Jesús y me confía la misma misión, cómo no voy a alegrarme! Para que esa alegría sea profunda, venida desde arriba, la oración colecta nos recuerda, en nuestra petición, la riqueza que nos llega, y queremos que permanezca, por el bautismo, que es purificación; por el Espíritu que es nueva vida; por la Sangre que es salvación. Al crecer en conciencia, trataremos de reproducir, no a la letra lo que era la comunidad ideal en la comunicación de bienes, pero sí en la participación en la oración y en la Eucaristía para ser verdaderos testigos de la Resurrección del Señor, y de la nuestra, anunciada en la suya.

En la carta de San Juan encontramos la identificación de fe y amor: “el que cree en Jesús, ha nacido de Dios”, y “el que ha nacido de Dios, ama al Padre y ama también a los hijos”; aparece un conjunto familiar arropado por la misma fuerza, la que nos ayuda a superar diferencias porque limpia la mirada y nos da la victoria sobre el mundo, sobre el egoísmo; porque nos edifica en la Verdad, en el Espíritu, y nos habitúa a tener presente la trascendencia.

Otro punto luminoso para nuestra alegría, a pesar y por sobre nuestras infidelidades, vacilaciones, olvidos, pecados, yerros, es que “la misericordia del Señor es eterna”; ¿qué haríamos, a dónde iríamos?, sin el perdón de Dios sólo experimentaríamos el vacío y la soledad. ¡Maravillosa es la creación y más maravillosa aún la Redención, “obra de la mano de Dios, un milagro patente”; nacer y renacer, recibimos lo primero sin saberlo, lo segundo sin merecerlo por eso exclamamos: “es el triunfo del Señor”, ¡que continuemos festejándolo!

Jesús nos pide lo mismo que a Tomás, que “no dudemos, que creamos”; queremos “pruebas”, no confiamos en el testimonio de la comunidad, en la experiencia de los hermanos, por eso no tenemos esa paz que el Señor da con su presencia; rompemos la fraternidad  al pensar consciente o inconscientemente que el único criterio válido es el nuestro; Jesús nos comprende, nos invita a superar la duda, a recorrer ese camino, muchas veces obscuro, para llegar hasta Él; nos une, como a Tomás, en la misma misión y en el ámbito de la Paz que siempre vienen con Él; a que sintamos, desde dentro la alegría de su Resurrección y la recepción del Espíritu Santo que hagan florecer  la aceptación total de su Persona más allá de lo que pudiera dar la visión física: “Señor mío y Dios mío”.

sábado, 3 de abril de 2021

Domingo de Resurrección. 4 abril 2021.- (ciclo B)


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 34, 37-43

Salmo Responsorial,
del salmo 117: Este es el día del triunfo del Señor.

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 3: 1-4

Evangelio:
Juan 20: 1-9

Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús resucitado por Dios, intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la Humanidad y en la creación entera.

Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimientos, queden olvidados para siempre.

Creer en el Resucitado es confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: "Entra para siempre en el gozo de tu Señor".

Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea para siempre un "Dios oculto" del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente en Jesús.

Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el Reino.

Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.

Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las "huellas" que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.

Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios: "Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida". Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas porque todo eso habrá pasado.