viernes, 28 de enero de 2022

4°. ordinario, 30 enero 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías 1: 4-5, 17-19

Salmo Responsorial, del salmo 70: Señor, tú eres mi esperanza.

Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 31, 13: 13

Evangelio: Lucas 4: 21-30
 

En la antífona de entrada le pedimos al Señor que “nos reúna de entre todas las naciones”, y recordamos el último versículo de la 1ª. Lectura del domingo anterior: “Celebrar al Señor es nuestra fuerza”. 

San Lucas nos presentó, el Programa de Jesús; hoy Jeremías y Pablo nos enseñan cómo vivir esa misma misión que, necesariamente, culmina en el mismo Jesús, único Mediador para la salvación de todos. 

Jeremías, en su vida prefigura, quizá el que lo hace más claramente, la vida de Jesús: “Te conozco desde antes de que nacieras, te consagré como profeta de las naciones”. Jesús, engendrado antes de todos los tiempos, consagrado por Voluntad del Padre para ser La Piedra Angular, para darnos a conocer “cuanto ha oído del Padre”. Como a Jeremías le harán la guerra, “pero no podrán con Él, pues Dios Padre está a su lado para salvarlo”. 

De manera similar, Pablo es elegido: “Yo lo he escogido para que lleve mi nombre a todas las naciones”.  Y aprenderá cuánto ha de sufrir por mi nombre. 

Es Dios mismo quien confiere la misión, no nos la señalamos nosotros. La encomienda que llega desde Dios tiene una doble dirección: denuncia y destrucción de lo que impida el crecimiento del Reino; por ese tinte, los profetas no fueron bien acogidos, y por otra parte, de construcción, de acogida especialmente a los pobres y segregados. Su proclama insistía en que “enderezaran los caminos hacia el Señor” y como eso requiere esfuerzo personal, sacrificio, sinceridad, constancia y apertura, la respuesta que encontraron fue la muerte, para acallarlos. Escuchar la invitación de Dios, aceptarla, ponerla en acción, conlleva riesgo, y no cualquiera, ¡la misma muerte! 

Jeremías siente la cercanía de Dios: “Cíñete y prepárate, ponte en pie; diles lo que Yo te mando. No temas, no titubees delante de ellos.” 

Jesús escucha, inicialmente, “la aprobación y la admiración de la sabiduría de las palabras que salían de sus labios”; pero cuando confronta la incredulidad de los corazones, cuando trata de orientarlos para que comprendan la universalidad del llamamiento de Dios, la extensión del Reino y les recuerda los milagros de Elías y Eliseo, en tierra extranjera como signo palpable de que “la Palabra de Dios no está encadenada”, la actitud inicial se trueca y “todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, lo sacaron de la ciudad, lo llevaron al monte para despeñarlo”…; pero Él no está solo, la fuerza del Espíritu lo acompaña, “y Jesús, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí”. ¡Valentía que llega desde arriba y se ha consolidado en su interior: “¡El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado…, hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura!” 

Misión y envío que nos comprometen a cada uno; ya hemos recibido una doble unción, en el Bautismo y en la Confirmación; somos nuevos Jeremías, nuevos Pablos, “otros Cristos”, para ser voces de los sin voz, para denunciar y para construir, con el mismo arrojo y venciendo todo temor, la vía del Reino. 

Pablo nos insta a buscar “los dones más excelentes”, al amor, lo único que perdurará, lo que aprendió de Cristo, no por haberlo visto, sino por haberlo experimentado internamente. 

Estamos en circunstancias similares a las de Jeremías y Pablo: escucha, oración, fe y total confianza en que “Cristo está a nuestro lado para salvarnos, para sostenernos, para alentarnos”, es su misión la que nos ha confiado, no podemos descuidarla. ¡Corramos el riesgo de aceptarla! ¡No estamos solos!

viernes, 21 de enero de 2022

3°. Ordinario, 23 enero 2022.-



Primera Lectura
: del libro del profeta Nehemías 8: 2-6, 8-10

Salmo Responsorial, del salmo 18:
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 12-30

Evangelio: Lucas 1: 1-4, 14-21. 
 

Permanece nuestra expectativa-deseo: “Todos los hombres de la tierra, canten al Señor un cántico nuevo” La novedad está en el reconocimiento de la gratuidad, de sabernos amparados por el “esplendor de su gloria”; canto que brota simplemente al percibir nuestro ser de creaturas que se goza en el Creador. Canto admirado y agradecido. 

Desde el conocimiento de nuestra limitación, bajamos a nuestra realidad y pedimos lo que no podríamos lograr por nosotros mismos: “producir frutos abundantes”, y comprendemos que sólo de Él puede llegar la ayuda para dar esos frutos, unidos íntimamente a Jesucristo. Casi espontáneamente hacemos la referencia a lo que el mismo Jesús nos dice en el evangelio de San Juan: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, así como el sarmiento no puede dar fruto si no está adherido a la vid, así ustedes sin Mí, no pueden hacer nada”. (15: 4-5) 

Unidos a Él por el conocimiento de la Revelación, al escuchar su Palabra percibimos la alegría de saber el camino, de comprender la profundidad de la Ley, de acercarnos a la interioridad de Dios que se nos manifiesta y queda plasmada en la lectura del libro de Nehemías. El entendimiento, iluminado por la Verdad mueve a la voluntad a elegir Bien, y como hemos meditado en incontables ocasiones, “La Palabra de Dios es viva y eficaz”, lo vemos en la reacción del Pueblo al descubrir el poder de esa Palabra: “No estén tistes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza.”  Conciencia que se prolonga en el salmo: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”, en ellas hay perfección, rectitud, sabiduría, verdad, plenitud, refugio y salvación. 

“Los hombres no somos islas”, dice Thomas Merton; nos necesitamos unos a otros, tan fuertemente como nos lo explica San Pablo en el fragmento que escuchamos de la Carta a los Corintios: somos muchos, pero formamos un solo cuerpo y tenemos a Cristo como Cabeza; tal como experimentamos en la vida, que donde va la cabeza, va el cuerpo, y donde está el cuerpo está la cabeza, de idéntica forma debería de ser nuestro proceder, acorde, unido, identificado con Cristo, para ejercer en bien de todos, –como analizábamos el domingo pasado-, los dones con que Dios dotó a cada uno. Multiplicidad de cualidades que confluyen al mismo fin: construir, con la Gracia del Espíritu, la totalidad del Cuerpo de Cristo. En el mejor de los sentidos, ¡no hay escape posible, si de verdad deseamos llevar a término nuestro caminar en el mundo! 

San Lucas, después de haberse informado minuciosamente de todo, desde el principio, nos presenta el programa de Jesús. El Cristianismo no consiste en leyes, preceptos y normas, no puede contentarse con escuchar, para el pueblo hebreo el escuchar ya es realizar, nos urge pasar a la acción: conocer, amar y seguir los pasos de Jesús: con la unción del Espíritu, conforme a la complacencia del Padre, viene “para llevar a los pobres la Buena Nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor”. En Él se cumple la profecía de Isaías y en nosotros, si es que aceptamos su programa, debe de continuarse. Éste, no otro, es el camino para proseguir la construcción del Cuerpo Místico.

Como Jesús vino a sembrar libertad, luz y gracia, no solamente en Galilea sino en el mundo entero, queremos, asombrados y agradecidos, cuidar y acrecentar lo que Él sembró, iniciando en nuestros interiores para impulsar a cuantos nos vayamos encontrando en la vida, a trabajar para que esa luz, esa libertad y esa gracia, alcancen la plenitud. Conscientes de la magnitud de la empresa, volvemos a pedir que Jesús nos mantenga adheridos a Él para poder “dar frutos abundantes”.

 

viernes, 14 de enero de 2022

2°. Ordinario, 16 ene4ro 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 62: 1-5
Salmo Responsorial, del salmo 95: Cantemos la grandeza del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios
12:2 4-11
Evangelio: Juan 2: 1-11.

Todavía con el sabor del amor y del misterio que el Padre nos ha revelado en Jesucristo, comenzamos la serie de domingos ordinarios, con la atención despierta, con la expectación constante para seguir creciendo en la profundización del significado de todo lo que en este tiempo de Anuncio, Navidad, Epifanía, Bautizo del Señor hemos vivido.

Ansiamos de verdad que la antífona de entrada se vuelva realidad: “Que se postre ante el Señor la tierra entera, que todo ser viviente alabe al Señor”. ¿Llegará el día en que la humanidad entera aprenda a levantar los ojos, a doblar las rodillas agradecidas por tanto bien recibido, a dejarse guiar por el amor paterno y a comprender que solamente así transcurrirán los días en paz y en armonía? Tú mismo lo prometes, Señor y tu palabra es verdadera: “Por amor a mi pueblo” – que somos todos – “haré surgir al justo y brillará su salvación como una antorcha”.  Nuestra esperanza, espera, a pesar de vivir largos lapsos de obscuridad y angustia. No más desolación, ni sombra de abandono; no se trata de Ti, somos nosotros los que hemos tergiversado el camino y damos pasos de ciego en medio de la luz, por eso deseamos escuchar tu palabra que alumbra, entusiasma y anima: “A ti te llamarán ´Mi complacencia´, y a tu tierra ´Desposada´”. ¿Puede haber algo que cause más alegría que el sabernos complacencia de Dios?, ¿puede un esposo enamorado olvidar el día de su boda? ¡Renuévanos, Señor, la memoria para poder cantar tus grandezas y especialmente la mejor de todas: “Que nos has llamado a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo”! 

El Espíritu ha derramado dones a raudales, todos “para el bien común”, para que ayudándonos los unos a los otros, reencontremos el camino de la Vida, la comunidad que supera las divisiones porque es el mismo Espíritu el que actúa en nosotros, de Él viene la posibilidad de la justicia y la seguridad de la salvación. ¿Reconocemos y usamos los que nos ha dado? 

En el Evangelio de hoy, San Juan nos muestra, en María, un modelo de quien pone en acción los dones personales para bien de los demás.

Jesús y María han sido invitados a una boda; la alegría llena el recinto y parecería que nadie se ha dado cuenta de algo que resultaría bochornoso, de algo que rompería la alegría de la fiesta; pero… ahí está María, la mujer perspicaz, la atenta, la cuidadosa, la que vela por todos, la silenciosamente humilde y confiada; se acerca a Jesús y le dice: “Ya no tienen vino”. Asimila la respuesta desconcertante de su Hijo: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora”, y con el amor y la confianza de Madre de Jesús y Madre nuestra, Intercesora inigualable, indica a los servidores: “Hagan lo que Él les diga”. Ya escuchamos y conocemos la secuencia. Agua convertida en un vino mejor que el primero; asombro de los sirvientes que habían hecho caso a María y a Jesús y el reproche admirado al novio, de parte del encargado de la fiesta.

Dos actitudes deberían seguir latiendo en nosotros: continuar escuchando a María que nos repite: “Hagan lo que Él les diga” y la mente y el corazón abiertos de los discípulos que “creyeron en Él”.     

sábado, 1 de enero de 2022

Epifanía, 2 enero 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 60: 1-6
Salmo Responsorial,
del salmo 71: Que te adoren, Señor, todos los pueblos.
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los efesios 3: 2-3, 5-6
Evangelio:
Mateo 2: 1-12. 

Manifestación que llega con potestad, con imperio, pero de dimensiones diametralmente opuestas a los criterios del mundo. “Misterio escondido, pero ahora revelado por el Espíritu”. Misterio de Salvación que abraza a todos los pueblos, a cada hombre en particular, sea de la raza que sea, para hacerlo coheredero de la promesa hecha realidad en Jesucristo.

Si la Luz y la Gloria resplandecen, ¿por qué los seres humanos insistimos en permanecer en las tinieblas, trastabillando, chocando con las personas y las cosas? Descubrir el significado de los signos es vivir en lo concreto, dejar las abstracciones, apresar la realidad y hacerla nuestra, hacernos realidad; “levantar los ojos, mirar a nuestro alrededor, abrir los brazos y el corazón para recibirlos a todos”, llenarnos de la riqueza que nos ofrece el Señor para enriquecer a cuantos encontremos en la vida; convertirnos en signos que guíen y que solamente se detengan ante Jesús, “que habitó entre nosotros”, que vino a reunir a los que estaban dispersos, que nos trae la reconciliación y el sentido de la vida, toda otra riqueza es efímera. 

Epifanía: Dios que sale a nuestro encuentro, que se nos da a conocer, que lleva pacientemente el proceso de “descorrer el velo”, desde los Patriarcas y Profetas, hasta su culminación en Jesucristo quien se implica en nuestra historia y es inicio y plenitud de un Pueblo Nuevo, Primogénito renacido de la muerte, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, realizador de las promesas que se ensanchan mucho más allá de las fronteras de Israel y abarcan al mundo entero. Celebramos hoy la vocación universal de todo ser humano: ser hijo de Dios, a través del Único Mediador: Jesucristo. 

Mateo narra la extrañeza, que llega a la consternación en Herodes y en toda Jerusalén; Jesús es “la piedra angular que han desechado –y siguen desechando- los constructores”; el temor impera donde la fe no abre el horizonte de la esperanza que trasciende; la astucia busca los modos de mantener lo que cree poseer, sin que le importe el precio mismo de la sangre inocente. De la boca temerosa del rey, brota un camino importante: “Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño y, cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo.” Los hombres ansiosos de verdad, siguen su marcha y la Estrella los vuelve a iluminar para encontrar a aquel que da la Luz de la vida. Si miramos con atención, veremos a Dios, no sólo en las estrellas, sino en cada hombre y en cada acontecimiento, y nuestro testimonio de amor, de fe, de valor y esperanza nos convertirá en guías para tantos que no encuentran el sentido de su vida.