sábado, 31 de diciembre de 2022

Santa María Madre de Dios, 1° enero 2023.-


Primera Lectura:
del libro de los Números 6: 22-27
Salmo Responsorial, del salmo 66:
Te piedad de nosotros, Señor, bendícenos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 4: 4-7

Evangelio: Lucas 2: 16-21.
 

¿Costumbre, rutina? ¡Aguardamos el 1º de Enero para decir a voces: ¡Feliz Año Nuevo!, si detenemos por un momento el paso y el pensamiento, captamos que “lo nuevo” es cada instante y lo grandioso de la novedad es que, al fijarnos en el tiempo, comprendemos que en sí mismo, mirando el segundero del reloj, “no es, es y deja de ser”, en un paso rítmico e interminable que recorre, acompasado, carátulas y vidas, como un algo que se va, se va y no retorna. 

¿Qué novedad es ésta, que no es; esa a la que apenas miro y ya se ha ido? La que señala el camino que acaba y no termina, la que nos hace conscientes de estar viviendo entre la trama del espacio y aquello que llamamos tiempo, magnitudes que estrechan la visión y por lo mismo  invitan a romperla porque el latido sigue, porque el horizonte de la esperanza se abre en infinito y urge, no a acelerar el paso, no podemos, ya que él mismo nos lleva hasta el final concreto, desconocido en sí, pero seguro en el encuentro cuando se rompan, en silencio, lo que llamábamos el espacio y el tiempo y comencemos, sin otra referencia externa, a vivir la intensidad total, fuera de miedos, de distancia y relojes, el hacia dónde, que el Señor imprimió, desde el principio, en lo profundo del ser de cada uno. Ésta es la novedad: ¡ya estamos viviendo la Eternidad! 

La “bendición de Dios” nos acompaña, “hace resplandecer su rostro sobre nosotros, nos mira con benevolencia y nos concede la paz”. ¿Qué mejor augurio podemos desear para el año que inicia? El mismo Señor nos enseña a invocar su nombre. 

“La plenitud de los tiempos”, no hace referencia temporal, indica la maduración progresiva de la historia que ha alcanzado la plenitud necesaria para que Dios, en Cristo, por María, } traiga hasta nosotros la filiación divina, en un hermano, en un hombre cuyo nombre nos salva y enaltece: Jesús, el Salvador, Hijo de Dios e Hijo de María. Jesús por Quien y en Quien podemos llamar a Dios ¡Padre!, y ser herederos del Reino que ¡ya está entre nosotros! 

Seamos como los pastores: corramos y encontremos a María a José y al Niño y salgamos, con una nueva luz, a proclamar que la salvación ha llegado; ese es el distintivo del cristiano: contemplar, llenarse de Dios en Cristo y en María y promulgar con alegría que ya no somos esclavos sino hijos. 

Imitemos también a María, la creyente, la fiel y obediente, la que se da tiempo y da tiempo a Dios “guardando y meditando todas estas maravillas en su corazón”, la discípula excelsa que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. 

Antiguamente se celebraba en este día El Santo nombre de Jesús: “El Señor salva”, hoy están unidas las dos festividades: la circuncisión, momento en que se imponía el nombre al nuevo miembro de la comunidad judía, que abarca ahora a la comunidad humana, y la de María, Madre de Dios al haber dado a luz, con la fuerza del Espíritu Santo, al Hijo Unigénito de Dios. Vuelve a relucir la Buena Nueva: “hemos sido transladados de las tinieblas a su luz admirable”.

viernes, 23 de diciembre de 2022

Natividad del Señor, 25 diciembre 2022.-


Primera Lectura: de
l libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 95
: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Evangelio: Lucas 2: 1-14.
 

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.

Aun cuando no lo confiese, la humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad. 

El misterio de la interioridad del hombre dejará de serlo cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a las manos del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al sumergirnos, inundados de su luz, en el misterio de Dios.

Para cosechar necesitamos haber sembrado, para repartir el botín, debimos haber vencido. Cristo nos provee de semilla abundante, de armas imbatibles para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.

¡Increíble: ¡un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! ¿No es absurdo, una vez libres, regresar a las ataduras? Abramos ojos y oídos para escuchar al “consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle como trono inicial, la interioridad de nuestro ser. 

Hoy todo ha de ser canto, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir en constante religación con Dios, a renunciar a los deseos mundanos, a ser sobrios, justos y fieles a Dios, a practicar el bien. Verdaderamente no tenemos excusa si actuamos de otra forma.

Hagámonos, como dice San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, “esclavitos indignos” y extasiémonos mirando a las personas, escuchando sus palabras, rumiando en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Pidamos que entre con toda su fuerza y rompa nuestra ansia loca de tener sin tenerlo a Él. Verdaderamente “nos enriqueció con su pobreza”. 

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas. 

 


sábado, 17 de diciembre de 2022

4°. Adviento, 18 diciembre 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 7: 10-14
Salmo Responsorial, del salmo 23: Ya llega el Señor, el Rey de la Gloria.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 1:1-7
Evangelio:
Mateo 1: 18-24. 

Toda la Creación se une en asombro, en expectativa, en esperanza: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al Justo; que la tierra se abra y haga germinal al Salvador”, unámonos a esta petición y preparémonos a recibir la caricia del rocío, de la lluvia y a recibir de la tierra el Fruto Nuevo. 

Más gozosos que la creación, somos los que “hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación del Hijo de Dios, para que lleguemos – siguiendo sus pasos, su mirada, sus preferencias, que sobrepasan todo entendimiento humano -, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección”. 

La petición condensa cuanto hemos meditado durante el tiempo de Adviento: nuestra Patria nos aguarda y el único Camino es Jesucristo, Mediador, desde su Naturaleza Divina que lo constituye en “Emmanuel”, Dios con nosotros, y su naturaleza Humana, verdadero hombre “del linaje de David”, en esa misteriosa y maravillosa unión en una sola Persona Divina, cuyos méritos son infinitos y por ello capaces de salvar a todos los hombres. 

En la primera lectura, Isaías se opone a que Ajaz haga alianza con Asiria para defenderse de Damasco y Samaria, pues la única Alianza sólida es con Yahvé; es el mismo Dios quien invita al rey, y, en él a nosotros, a confiar, a renunciar a la seguridad aparente y lanzarse y lanzarnos, dejarse y dejarnos en sus manos, como Él se ha puesto en las nuestras a pesar de cómo lo tratamos y lo relegamos al olvido. La confirmación de que su amor es verdad, viene en la profecía: “El Señor mismo les dará una señal. He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel”. Desde la más antigua tradición cristiana este oráculo tiene un horizonte profético profundo, que se va haciendo patente a las generaciones sucesivas; la garantía de la continuidad dinástica tiene su razón de ser en el heredero mesiánico; la salvación sigue gravitando hacia El Salvador. 

Esta aplicación la expresa con toda claridad Pablo, todo es Gracia, fundada en Jesucristo, a fin de que todos los pueblos acepten la fe para gloria de su nombre; “entre ellos se encuentran ustedes, llamados a pertenecer a Cristo Jesús; en Él la paz de Dios, nuestro Padre”. 

Dios espera nuestra cooperación en el misterio de la salvación, tal como lo hicieron María y José. La aceptación por la fe, el ¡sí! al plan de Dios, sin pedir más explicaciones. El fiat de María. La justicia de José que vive “el santo temor de Dios”, piadoso, profundamente religioso, que confía más en María que en sí mismo y experimenta lo que muchas veces habría cantado: “El Señor está siempre cerca de sus fieles”, le hace superar el estupor, lo incomprensible y crecer en la certeza de que lo bueno para todos los hombres, es “estar junto a Dios”.  Imitemos a María y José en ese estar junto a Cristo y que nos enseñen a disponernos, como ellos, a seguir la voluntad de Dios con toda fidelidad.

sábado, 10 de diciembre de 2022

3º Adviento, 11 diciembre 2022.--.


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 35: 1-6, 10
Salmo Responsorial, del salmo 145:
Ven, Señor, a salvarnos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5: 7-10

Evangelio; Mateo. 11: 1-11.
 

¡Alegría, Alegría!, repetida, multiplicada, inacabable porque viene del Señor. Esperar al que viene a liberarnos del pecado, del desierto, del cansancio, esperanza que anima y que  reanima.

Ya meditábamos el domingo pasado que la esperanza es el lapso que va de la ilusión a la consecución; la vivimos repetidamente: las fiestas de familia, las bodas, los bautizos, los 15 años…, todos los aniversarios que van adornando nuestro caminar, rompen lo cansino del desierto, hacen florecer los sueños, adivinan oasis llenos de  agua, de sombra, de palmeras donde recuperar las fuerzas y alimentar los ojos para mirar más claro el horizonte y divisar, de lejos, la llegada.  “Volver a casa, rescatados, vestidos de júbilo, con el gozo y la dicha por escolta; dejadas atrás penas y  aflicciones”. 

Imagen colorida, apropiada a nuestro ser sensible, que se queda en pálido reflejo de lo que el Señor, en persona, viene a darnos, ¡cuántas veces lo hemos oído y repetido!: ¡la salvación total!

Nos preparamos a celebrar el inicio histórico de esta salvación, ¡cómo no vamos rezumar alegría! Jesús nace y crecerá, preparando el cumplimiento total de lo profetizado por Isaías: “Se iluminarán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará”. Todo lo que aqueja a nuestra humanidad pecadora, está en vías de sanación; comienza con lo que palpamos, con aquello que percibimos de inmediato, pero penetra más adentro, en palabras del mismo Jesús, más allá de lo externo, “a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”. 

Guiados por Santiago, “seamos pacientes hasta la venida del Señor, sean como el labrados que aguarda las lluvias tempranas y las tardías, mantengan el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”. Es conveniente repetirlo, pues el conocer se trueca en entender cuando es querido: Jesús ya vino, sigue viniendo en cada inspiración, en cada llamada a la conciencia, en cada clamor, en toda relación humana…, y volverá: “Miren que el juez está a la puerta”, pero no teman aunque sea “vengador y justiciero, viene ya para salvarnos”. Para lanzar lejos el temor, “no murmuren los unos de los otros”, reaparece la necesidad de acogernos, de querernos, de ser “hombres y mujeres para los demás”, del tratar a cada uno como hijo de Dios.

Juan, “el más grande nacido entre los hijos de mujer”, encerrado en la cárcel,  en su duda, envía mensajeros, pues la imagen de Jesús no concuerda con la que él esperaba: Mesías glorioso, victorioso, liberador del yugo romano, el anunciado por las Escrituras. Juan y nosotros tenemos que corregirla, y lo haremos si nos acercamos a Jesús y contemplamos sus acciones, su mensaje, su acercamiento a los desvalidos, la Buena Nueva de la conversión que trastoca todas las expectativas terrenas; ya lo vimos en la comparación de la realeza de David con la de Cristo. En la obscuridad de la celda, se hizo la luz para el Bautista: ¡Es Él, seguro que es Él, el Mesías, no hay que esperar a otro! Su convicción lo llevó hasta entregar la vida.

Señor, que te anunciemos en la verdad, en la humildad y en la austeridad, sólo así los hombres comprenderemos a lo que estamos llamados: “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que Juan el Bautista”. Todos, a participar de tu misma Vida.