jueves, 20 de febrero de 2025

7° Ord. 23 febrero 2025.-.


Primera Lectura:
del primer libro del profeta Samuel 26: 2, 7-9, 12-13, 22-23
Salmo Responsorial, del salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 45-49
Evangelio: Lucas 6: 27-38.

Cantar, expresión de alegría y más aún cuando el motivo es tan profundo: ”el bien que el señor nos ha hecho”. Como dijimos en el salmo, porque: “el Señor es compasivo y misericordioso”. Mirándolo a Él, recordando paso a paso cómo nos trata, nos cuida, nos aparta del peligro, no lleva cuenta de las culpas, nos hace sentir su amor y su ternura para que reavivemos la realidad de ser sus hijos, para que mirándonos así, nuestra verdadera ansiedad sea vivir según su voluntad.

Liturgia de lecturas y mensaje revolucionarios que sobrepasan cualquier proceso lógico, que mueven los cimientos desde lo más profundo y nos muestran, en la práctica diaria, el modo de vivir lo escuchado la semana pasada: las bienaventuranzas.

Somos fáciles para discurrir y recorrer, sin tropiezos, el camino de la racionalización, ahí, donde las ideas ni duelen ni comprometen, al quedarse encerradas en una ideología idealista, sin duda entusiasmante, pero estéril. Eso de ¡perdonar gratuitamente, de superar la oportunidad de venganza, que consideramos inconcebiblemente justa, de moderar el ímpetu que surge de nuestra dignidad herida! Eso, no puede marchar acorde con nuestros sentimientos, con lo que llamamos “autoestima”. ¿Permanecer impasible ante una ofensa? Sería desdecirme de mi ser de hombre…, podríamos aumentar, casi sin límites, “las razones” que justificaran una reacción violenta y dejaran satisfecho nuestro ego.

Por eso nos estruja y desconcierta el mensaje nuclear de estas lecturas: “amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a los que los maldicen, y oren por quienes los difaman.”  Realidad al alcance del hombre que ama a Dios, que actúa conforme al dictado de un corazón que mira siempre arriba; muchos siglos antes de que Jesús nos lo dijera, David lo realizó, como escuchamos en la primera lectura; “razones” las tenía, la oportunidad está presente, pero “no quise actuar contra el ungido del Señor”.

Fue y sigue siendo posible ir más allá de lo heredado del primer Adán, lo puramente humano, y ascender a lo “vivificado por el espíritu” que nos trajo Cristo. Semejantes al primero, necesariamente, llamados a imitar al segundo, libremente “tierra en carne de cielo”.

Jesús, maestro, con preguntas que atinan en el centro, describe nuestro andar cotidiano, el natural, el fácil y asequible: amar a los que nos aman, prestar con la seguridad de recibir a tiempo lo prestado, tratar bien a los que nos tratan con respeto…, eso también lo hacen los pecadores…, y vuelve el torbellino que nos cimbra: “ustedes en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa”. La razón supera lo terrestre: “así tendrán un gran premio”, pero más importante es lo que añade: “serán hijos del Altísimo”, ¿no es esto lo que anhelamos: “no nada más llamarnos sino ser en verdad hijos de Dios”?

El final de su discurso nos hace comprender que nos comprende: ¡somos tan interesados! “no juzguen, no condenen, perdonen”, todo esto revertirá en nuestro bien: “no serán juzgados, ni condenados, al contrario, serán perdonados”.

Día a día pueden ejercitar la misericordia, la donación, la fraternidad y nada de ello quedará infructuoso: “recibirán una medida sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica”.

Su última lección, breve, concisa, trascendente, tendría que acompañarnos toda la vida: “con la misma medida con que midan, serán medidos”. Nuestro actuar es nuestra firma, es nuestro yo en presente que escribe entre los hombres, la medida que nos mida.

viernes, 14 de febrero de 2025

6°. Ord. 16 febrero 2025.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías 17: 5-8
Salmo Responsorial, del salmo 1: Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 12, 16-20
Evangelio: Lucas 6: 17, 20-26. 

Hablar de Dios, nos dice San Agustín, sólo con mucho respeto y por analogías, ¿cómo expresar al inexpresable? Dios no es ni roca ni fortaleza inexpugnable, ni baluarte, pero ¡cómo nos sentimos seguros al profundizar en el hondo sentido del contenido de tales comparaciones! Él es tranquilidad, seguridad y guía; con enorme confianza le pedimos: Tú, Señor, “prometiste venir y morar en los corazones rectos y sinceros”, ven a nuestro interior, transfórmalo de tal forma que “nos haga dignos de esa presencia tuya”.

Si estás de corazón en cada cosa, con cuánta mayor razón en cada ser humano. ¡Vivir la realidad de Tu presencia en mí, de mi presencia en Ti, me dará la fuerza necesaria para ser constante en el esfuerzo!

Jeremías nos habla en presente, no es una voz lejana dirigida sólo al pueblo de Israel; la palabra de Dios traspasa las edades, los tiempos y los sitios, es universal y nos pide que consideremos la realidad del paralelismo: “maldito el hombre que confía en el hombre, y en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón”, será excluido de la promesa, se quedará estéril, será infeliz porque su fundamento es endeble. En cambio: “bendito el que confía en el señor y en él pone su confianza”.

Viene a continuación la comparación que, sensiblemente, nos ilustra con la feracidad de la naturaleza, “será como árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita”; convirtámonos en hombres “que ponen su confianza en el Señor”y vivamos el gozo intenso al saber, que tú estás en nosotros y nosotros contigo.

San Pablo nos sitúa en el centro de la revelación que ha culminado en cristo: la resurrección. Procede a base de absurdos condicionales: “si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de los hombres. Pero no es así, Cristo resucitó como primicia de todos los muertos.” Misterio pascual, alegría que corona toda la entrega de Jesús y que nos envuelve, no en una esperanza utópica, sino en la certeza de que con él daremos frutos eternos. Así entenderemos y superaremos lo que va en contra de nuestra visión inmediatista: persecución e insulto, maldición y rechazo, porque nos habremos aventurado a tomar en serio el evangelio; saborearemos desde ahora, la recompensa sin medida: nuestros nombres escritos en el libro de la vida.

Ignorar la palabra, por dura que parezca, nos envolverá en “¡los ayes!”, por habernos dejado atrapar por las creaturas, por haber olvidado que el presente se esfuma, que las cosas se acaban, y habremos quebrado la línea trascendente al cambiarla por un gozo ilusorio. 

Bienaventuranzas, paradoja que rompe los criterios, que invita a la conversión y al seguimiento de Cristo que lloró, fue pobre, sufrió y trabajó por la paz y la reconciliación, fue perseguido y entregó su vida por servir al bien y a la justicia.  “bienaventurado” es aquel que se aventura bien, que busca y encuentra el camino y lo sigue. ¿Cuál es nuestra decisión? Volvamos a pedir ser hombres y mujeres “de rectitud y sinceridad de vida”. El Espíritu nos ayudará a elevar la escala de valores.

 

 

viernes, 7 de febrero de 2025

5°. ORD. 9 febrero 2025.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 6: 1-2, 3-8
Salmo Responsorial 137: Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 1-11
Evangelio: Lucas 5: 1-11

 Se alarga, por tercer domingo la invitación universal, para reconocer al Señor como creador; a profundizar en la realidad innegable de nuestra creaturidad engrandecida por el llamamiento del mismo señor. 

Invitación que aguarda una respuesta, disyuntiva innegable: aceptación o rechazo; al considerar la procedencia y querer ser sensatos, nos acogemos al Señor y le pedimos que conserve y proteja lo que ya nos ha dado: ¡ser sus hijos!, por ello nuestra esperanza es firme. 

El domingo pasado considerábamos tres ejemplos de realización de un programa concreto sin detenerse a medir consecuencias: jeremías, pablo, Cristo mismo. Hoy la liturgia nos ofrece tres llamamientos, tres vocaciones, tres respuestas. 

  ¿A quiénes llama Dios? La respuesta inmediata sería: a quienes Él quiere, la pensada detenidamente: a todos. No podemos negar que hay invitaciones especiales, y en ellas reluce la doble libertad: la de Dios y la del hombre; aparecen circunstancias especiales en las que se manifiesta el llamamiento, en ninguna hay, ni puede haber, coacción de parte de Dios, en las tres que recordamos, brilla la benignidad libérrima de Dios. Quien elige a Isaías, de estirpe sacerdotal, a Pedro, inculto pescador y a Pablo – quien dice de sí mismo “soy como un aborto, porque perseguí a la Iglesia. De verdad que en Dios no hay acepción de personas. 

 El Señor ayuda a que lo descubramos, sin querer negar la posibilidad, ya que para Él todo es posible; difícilmente nos enviará un serafín con un carbón encendido para que purifique corazón y labios; tampoco presenciaremos una pesca tan inesperada y abundante, tan en contra de lo que concluye la lógica de un pescador que había pasado la noche en vano y que sabía que de día sería aún más difícil; ni aparecerá una luz celestial que nos deslumbre, ni una voz que resuene tan adentro que haga imposible la no conversión. 

Asimilamos la conciencia de “ser hombres de labios impuros”, pedimos humilde y conmovidamente a Jesús: “apártate que soy un pecador”, y aceptamos con Pablo, “por la gracia de Dios soy lo que soy”.  

Tres experiencias verdaderamente fuertes de la presencia de Dios a las que siguieron tres respuestas de donación total: Isaías, no duda, responde: “¡aquí estoy, señor, ¡envíame!”  Pedro y sus compañeros, azorados y sacudidos, dejan ver su interior con los hechos: “dejándolo todo, lo siguieron”. Pablo, sin vanas presunciones, fincado en la fuerza de Dios, acepta “haber trabajado más que todos”, pero no se lo atribuye a sí mismo: “su gracia no ha sido estéril en mí”.  

 Dios quiso y quiere “tener necesidad de los hombres”, que seamos sus manos para distribuirlo a quienes lo necesitan, sus labios para anunciarlo en todas las lenguas del planeta, sus pies para llevar la buena nueva a todos los rincones de la tierra… ¡qué condescendencia de Dios: hacerse mendigo de los hombres! 

Oigamos que repite: “¿a quién enviaré? ¿quién irá de parte mía?”. La respuesta también es gracia, ¡pidamos no ser insensibles a esa voz! Hemos recibido la vida para comunicarla, no la dejemos escondida.

sábado, 1 de febrero de 2025

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR. 2 FEBRERO 20’25.-


Primera Lectura:
del profeta Malaquías 43 1-4; 
Salmo Responsorial, del salmo 23
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 2: 1414
Evangelio: Lucas 2: 22-40-

CELEBRACIÓN DE LA LUZ, DE LA LLEGADA DEL MENSAJERO, DE LA PRESENTACIÓN DEL MESÍAS, EL ESPERADO DE ISRAEL; PRESENTACIÓN NO ANTE LAS AUTORIDADES CIVILES NI RELIGIOSAS, NO ANTE UNA LEY QUE AHOGABA (Y QUE SIN EMBARGO VIENE A CUMPLIR); SINO ANTE DOS CORAZONES SENCILLOS, LLENOS DE FE Y DE ESPERANZA QUE NO HAN PUESTO TRABAS A LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU; ANTE DOS ANCIANOS SIMEÓN, QUE LLEVA EN SU PROPIO NOMBRE EL RITMO DE SUS PASOS: “DIOS HA ESCUCHADO”, Y ANA, QUIEN ES UN “REGALO DE DIOS”, REGALO DESCONOCIDO, SILENCIOSO, QUE EN EL MOMENTO JUSTO, HABLA, DA TESTIMONIO Y REPRESENTA AL VERDADERO ISRAEL, ESE PEQUEÑO RESTO QUE AGUARDABA LA LIBERACIÓN INTERIOR NO SÓLO DE ISRAEL SINO DEL MUNDO ENTERO.

MALAQUÍAS DESCRIBE, VIVAMENTE, LA MISIÓN DE AQUEL QUE VIENE: FUEGO QUE FUNDE, QUE DERRITE, QUE LIMPIA DE ESCORIA, QUE PURIFICA NO SÓLO CORAZONES SINO LOS SERES ENTEROS PARA QUE LA OFRENDA SEA DIGNA DEL SEÑOR. 

LA EJEMPLARIDAD NOS DEJA MUDOS; YA NO SERÁ LA OFRENDA “COMO EN LOS AÑOS ANTIGUOS”, YA NO PICHONES, NI TÓRTOLAS, SINO EL HERMANO MAYOR, EL QUE LLEVA NUESTRA MISMA SANGRE, EL AUTÉNTICO REPRESENTANTE DE FAMILIA, NUESTRO SUMO SACERDOTE QUE CONTINUA EL RUMBO MARCADO DESDE SU ENTRADA EN LA HISTORIA HUMANA: POBREZA Y OBEDIENCIA, POR ESO ESCUCHARÁ, MÁS TARDE, LA VOZ DE ACEPTACIÓN DEL PADRE: “ESTE ES MI HIJO MUY AMADO EN QUIEN TENGO TODAS MIS COMPLACENCIAS; ESCÚCHENLO”. QUIENES HAN HECHO CASO, YA HAN ENTONADO EL CANTO DE SIMEÓN, LA MEJOR DESPEDIDA DE ESTE MUNDO, PORQUE LLENARON SUS OJOS CON LA LUZ DE LA SALVACIÓN. MARÍA ESCUCHA Y GUARDA EN SU CORAZÓN CADA PALABRA; EL DOLOR PREANUNCIADO NO LE ATERRA, PORQUE LA LUZ HABITA EN ELLA, MÁS AÚN, NOS HARÁ PARTÍCIPES DE SUS RAYO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS, CON SU AYUDA SEREMOS CAPACES DE PERSEVERAR EN EL TRIPLE CRECIMIENTO, A EJEMPLO DE SU HIJO: “EN EDAD”, QUE NO NOS COSTARÁ TRABAJO; “EN SABIDURÍA”, QUE REQUERIRÁ ESFUERZO, Y “EN GRACIA”, QUE, AUNQUE GRATUITA, PIDE CERCANÍA AL FUEGO PARA PERMANECER ILUMINADOS.

EL BAUTISMO NOS ENCENDIÓ, PRESENTÉMONOS AHORA CON JESÚS Y CON MARÍA Y PIDAMOS SER TESTIGOS CREÍBLES DEL AMOR Y DE LA FE.

sábado, 25 de enero de 2025

3°. Ord. 26 enero 2025

 

Primera Lectura: del libro del profeta Nehemías 8: 2-6, 8-10
Salmo Responsorial, del salmo 18:
Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios
Evangelio: Lucas 1: 1-4, 14-21

Permanece nuestra expectativa-deseo: “todos los hombres de la tierra, canten al Señor un cántico nuevo”.  La novedad está en el reconocimiento de la gratuidad, de sabernos amparados por el “esplendor de su gloria”; canto que brota simplemente al percibir nuestro ser de creaturas que se goza en el Creador. Canto admirado y agradecido.

Desde el conocimiento de nuestra limitación, bajamos a nuestra realidad y pedimos lo que no podríamos lograr por nosotros mismos: “producir frutos abundantes”, y comprendemos que sólo de Él puede llegar la ayuda para dar esos frutos, unidos íntimamente a Jesucristo. Casi espontáneamente hacemos la referencia a lo que el mismo Jesús nos dice en el evangelio de San Juan: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, así como el sarmiento no puede dar fruto si no está adherido a la vid, así ustedes sin mí, no pueden hacer nada” (15: 4-5).

Unidos a Él por el conocimiento de la revelación, por la escucha de su palabra. La alegría de saber el camino, de comprender la profundidad de la ley, de acercarnos a la interioridad de Dios que se nos manifiesta, queda plasmada en la lectura del libro de Nehemías. El entendimiento, iluminado por la verdad mueve a la voluntad a elegir bien, y como hemos meditado en incontables ocasiones, “la palabra de dios es viva y eficaz”, lo vemos en la reacción del pueblo al descubrir el poder de esa palabra: “no estén tistes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza.”  Conciencia que se prolonga en el salmo: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”, en ellas hay perfección, rectitud, sabiduría, verdad, plenitud, refugio y salvación.

“Los hombres no somos islas”, dice Thomas Merton; nos necesitamos unos a otros, tan fuertemente como nos lo explica San Pablo en el fragmento que escuchamos de la carta a los corintios: somos muchos, pero formamos un solo cuerpo y tenemos a cristo como cabeza; tal como experimentamos en la vida, que donde va la cabeza, va el cuerpo, y donde está el cuerpo está la cabeza, de idéntica forma debería de ser nuestro proceder, acordes, unidos, identificados con cristo, para ejercer en bien de todos, –como analizábamos el domingo pasado-, los dones con que dios dotó a cada uno. Multiplicidad de cualidades que confluyen al mismo fin: construir, con la gracia del Espíritu, la totalidad del cuerpo de Cristo. En el mejor de los sentidos, ¡no hay escape posible, si de verdad deseamos llevar a término nuestro caminar en el mundo.

San Lucas, después de haberse informado minuciosamente de todo, desde el principio, nos presenta el programa de Jesús. El cristianismo no consiste en leyes, preceptos y normas, no puede contentarse con escuchar, (recordemos que para el pueblo hebreo el escuchar ya es realizar), nos urge pasar a la acción: conocer, amar y seguir los pasos de Jesús: con la unción del Espíritu, conforme a la complacencia del padre, viene “para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor”. En Él se cumple la profecía de Isaías y en nosotros, si es que aceptamos su programa, debe de continuarse. Éste, no otro, es el camino para proseguir la construcción del Cuerpo Místico.

Como Jesús vino a sembrar libertad, luz y gracia, no solamente en Galilea sino en el mundo entero, queremos, asombrados y agradecidos, cuidar y acrecentar lo que él sembró, iniciando en nuestros interiores para impulsar a cuantos nos vayamos encontrando en la vida, a trabajar para que esa luz, esa libertad y esa gracia, alcancen la plenitud. Conscientes de la magnitud de la empresa, volvemos a pedir que Jesús nos mantenga adheridos a él para poder “dar frutos abundantes”.