sábado, 18 de enero de 2025

3° Ord- 18 enero 2025.- Bodas de Caná


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 62: 1-5
Salmo Responsorial, del salmo 95:
Cantemos la grandeza del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 4-11
Evangelio: Juan. 2: 1-11

 

Todavía con el sabor del amor y del misterio que el padre nos ha revelado en Jesucristo, comenzamos la serie de domingos ordinarios, con la atención despierta, con la expectación constante para seguir creciendo en la profundización del significado de todo lo que en este tiempo de anuncio, navidad, epifanía, bautizo del señor hemos vivido.

 

Ansiamos de verdad que la antífona de entrada se vuelva realidad: “que se postre ante el Señor la tierra entera, que todo ser viviente alabe al Señor”. ¿Llegará el día en que la humanidad entera aprenda a levantar los ojos, a doblar las rodillas agradecidas por tanto bien recibido, a dejarse guiar por el amor paterno y a comprender que solamente así transcurrirán los días en paz y en armonía? Tú mismo lo prometes, Señor y tu palabra es verdadera: “por amor a mi pueblo” – que somos todos – “haré surgir la justicia, y la salvación brillará como antorcha”.  Nuestra esperanza, espera, a pesar de vivir largos lapsos de obscuridad y angustia. No más desolación, ni sombra de abandono; no se trata de ti, somos nosotros los que hemos tergiversado el camino y damos pasos de ciego en medio de la luz, por eso deseamos escuchar tu palabra que alumbra, entusiasma y anima: “a ti te llamarán mi complacencia´, y a tu tierra ´desposada´”. ¿Puede haber algo que cause más alegría que el sabernos complacencia de Dios?, ¿puede un esposo enamorado olvidar el día de su boda? ¡Renuévanos, Señor, la memoria para poder cantar tus grandezas y especialmente la mejor de todas: “que nos has llamado a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo”!

 

El Espíritu ha derramado dones a raudales, todos “para el bien común”, para que, ayudándonos los unos a los otros, reencontremos el camino de la vida, la comunidad que supera las divisiones porque es el mismo espíritu el que actúa en nosotros, de él vienen la posibilidad de la justicia y la seguridad de la salvación. ¿Reconocemos y usamos los que nos ha dado?  Pienso que sería un magnífico comienzo del año nuevo.

 

En el evangelio de hoy, San Juan nos muestra, en María, un modelo de quien pone en acción los dones personales para bien de los demás.

 

Jesús y María han sido invitados a una boda; la alegría llena el recinto y parecería que nadie se ha dado cuenta de algo que resultaría bochornoso, de algo que rompería la alegría de la fiesta, pero… ahí está María, la mujer perspicaz, la atenta, la cuidadosa, la que vela por todos, la silenciosamente humilde y confiada; se acerca a Jesús y le dice: “ya no tienen vino”. Asimila la respuesta desconcertante de su hijo: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora”, y con el amor y la confianza  de Madre de Jesús y Madre nuestra, intercesora inigualable, indica a los servidores: “hagan lo que él les diga”.

 

Ya escuchamos y conocemos la consecuencia. Agua convertida en un vino mejor que el primero. Asombro de los sirvientes que había hecho caso a María y a Jesús, y el reproche admirado al novio, de parte del encargado de la fiesta.

 

Dos actitudes deberían seguir latiendo en nosotros: continuar escuchando a maría que nos repite: “hagan lo que él les diga” y la mente y el corazón abiertos de los discípulos que creyeron.

 

viernes, 10 de enero de 2025

El Bautismo del Señor. 12 de enero de 2015


P
rimera Lectura: del libro del profeta Isaías 40: 1-5, 9-11
Salmo Responsorial, del salmo 10
3: Bendice al Señor, alma mía.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14; 3: 4
Evangelio: Lucas 3: 15-16, 21-

Celebrábamos, el domingo pasado la Epifanía, la manifestación de Dios; esta manifestación es y ha sido siempre, desde la creación, “Tú que llamas a los seres del no ser para que sean”, cada creatura es presencia del Creador y desde cada una de ellas podemos aprender a llegar hasta el Señor; pero nuestra miopía, nuestra falta de relación, de comprensión, lo han impedido: “desde que el mundo es mundo, lo invisible de Dios, es decir, su eterno poder y su divinidad, resulta visible pare el que reflexiona sobre sus obras…” (Rom 1: 20) como sabio conocedor de nuestra flaqueza, le habla a Noé, a Abrahám, a Moisés, comunica su palabra por boca de los profetas, por los signos de liberación, en ocasiones difíciles de comprender en “nuestro ahora”: “todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonar de las trompetas y la montaña humeante. Y el pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. Dijeron a Moisés: háblanos tú y te escucharemos, que no nos hable Dios, que moriremos”. (Éx 20: 18-19), nos parece un Dios temible e inalcanzable. La historia es de rechazo, de alejamiento, de olvido, ¡tan parecida a la nuestra! “no hicieron caso, me dieron la espalda, rebelándose, se taparon los oídos para no oír”. (Zac 7: 11)

El señor nos quiere, es persistente, continúa ofreciendo su amor y su amistad a su pueblo, y en él a todos los hombres, porque en el proceso de salvación todos estamos involucrados; las palabras que escuchamos de Isaías nos llenan de esperanza: “consuelen, consuelen a mi pueblo, hablen al corazón de Jerusalén, -al corazón de todos los hombres-, ha terminado el tiempo de su servidumbre, preparen el camino del Señor…” y la Epifanía acompaña el correr de la historia, Dios, como “el lebrel del cielo”, sigue nuestras huellas; pero…, no nos dejamos alcanzar, queremos ignorar que nos quiere “presa” de su amor y salvación. Y llega al colmo: “llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley para liberar a los que estábamos bajo la ley, para que recibiéramos la condición de hijos”. (Gál 4: 4) con la anunciación, encarnación y nacimiento de Jesús, nueva epifanía, intenta ofrecernos Dios, señales más claras del interés que tiene por nosotros: “tanto amó Dios al mundo, que le envió a su hijo único para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en Él”. (Jn 3: 16) los ángeles fueron heraldos, los pastores y “los magos”, testigos; herodes, a pesar suyo, también es testigo del nacimiento de alguien diferente: ¡ha llegado el mesías.

Hoy una triple conjunción nos conmueve y confirma, ya no son los ángeles que cantan, ya no es la estrella, son los cielos mismos que se abren, la paloma que desciende, la voz del padre que escucha la “oración de Jesús” que nos trae el espíritu y el fuego y nos sella como pertenencia de Dios. El bautismo de Juan sólo conseguía una preparación interior, el instaurado por Cristo nos abre el camino hasta el Padre, pues a cada uno de nosotros se aplica, como cuerpo de Cristo, la bendición que desciende sobre él como nuestra cabeza: “Tú eres mi hijo, el predilecto; en Ti me complazco”. 

Que nuestra vida, como bautizados, sea una vida en la que Dios se complazca, así seremos manifestación de dios como verdaderos hijos suyos. Que el Señor Jesús, hecho pan y vino en la mesa eucarística, continúe alimentándonos e instruyéndonos para que vivamos, como él, ¡a gusto del Padre!

miércoles, 18 de diciembre de 2024

4°- Adviento, 22 diciembre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Responsorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 10: 5-10
Evangelio: Lucas 1: 39-45

Todas las creaturas están a la expectativa, lo capta y anuncia Isaías, lo hemos escuchado en la antífona de entrada: “destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga germinar al salvador”. Hoy el profeta Miqueas retoma el grito de esperanza: la luz que desvanece las tinieblas de un horizonte obscuro lleno de corrupción e injusticia, y “se remonta a los tiempos antiguos”, tan antiguos como la eternidad de Dios y nos descubre su designio de paz y de unidad, el que estuvo desde el inicio de la creación, y se manifestará en todo su esplendor “cuando dé a luz la que ha de dar a luz”.

Siete siglos después se cumple la promesa: Jesús, el buen pastor, guiará a su pueblo, a toda la humanidad, “con la fuerza y majestad de Dios”; fuerza y majestad totalmente distintas a las que imaginamos los hombres: “de ti, Belén de Efratá, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”. Desde el silencio aparece el retoño, ya expresará Jesús: “el reino de Dios no aparece con ostentación, ni podrán decir: míralo aquí o allí; porque, miren, ¡dentro de ustedes está!” (Lc 17: 20-21) de la misma forma llega él, se hace uno con nosotros en una aldea perdida, humilde, olvidada. “no quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. Aquí estoy, dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Los antiguos sacrificios se han suprimido y cristo nos enseña a vivir según la voluntad del padre, y con la ofrenda de su propio cuerpo, en una alianza nueva y eterna, “quedamos santificados”.

Contemplemos la escena que presenta San Lucas, toda ella se centra en dos mujeres que van a ser madres, los varones adultos están ausentes, los pequeños, ocultos a los ojos, se hacen presentes en la participación del gozo en el Espíritu Santo. Ejemplo del encuentro que estamos preparando.

María lleva en sí al que es la alegría del Padre, de los ángeles, de cuantos quieran ser como ella que ha sabido escuchar y confiar: “aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, actitud preaprendida de Jesús, hijo de Dios e hijo suyo; proclamación de una fe que, de inmediato, se manifiesta en los actos: “María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y saludó a Isabel”. Servicio, atención, delicadeza, claros signos de la presencia de Jesús a quien ya lleva en su seno y que provoca el salto de gozo de Juan Bautista, que llena del Espíritu a Isabel y le inspira la primera bienaventuranza: “dichosa tú que has creído, bendita entre todas las mujeres, bendito el fruto de tu vientre”. Bienaventuranza que seguimos proclamando en el Ave María.

Que la pregunta de Isabel, hecha asombro, se repita desde nuestro interior: “¿quién soy yo, para que la madre de mi señor venga a verme?” María, la primera evangelizadora, la portadora de la buena nueva, el arco de la alianza, nos trae a Jesús y nos lleva hacia Él, recibirla es recibirlo. Aceptemos la fuerza del Espíritu, que ambos nos comunican; destrabe nuestros labios y anunciemos, con fe entusiasmada, la promesa y el cumplimiento de la salvación.

sábado, 14 de diciembre de 2024

3°. Adviento, 15 diciembre 2024.-



Primera Lectura:
del libro del profeta Sofonías 3: 14-18
Salmo Responsorial, del salmo 12: El Señor es mi Dios y salvador.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses
4, 4-7
Evangelio:
Lucas .3: 10-18

“¡Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca!” Alegría plena, espera esperanzada que superó lo esperado, porque, “el Señor está no solamente cerca”, sino ya en medio de la humanidad, dentro de nosotros, hecho nuestra carne.

Alegría, que cambia el morado y se viste de rosa. No cesan la reflexión ni el recorrer los caminos del arrepentimiento; es fiesta adelantada porque el corazón y el ánimo proclaman el reencuentro, la confianza y el sentido del gozo que se prolonga más allá de una fecha, que supera nuestros estrechos límites espaciotemporales, lanza fuera el temor y el desfallecimiento, reconoce mucho más que el perdón y mira la realidad iluminada por una luz que no podríamos imaginar desde nuestro ser pequeño: ¡soy, somos cada uno, para dios: “gozo y complacencia”! ¿Aceptamos, aun rodeados de imperfecciones y de olvido, “ser causa de la alegría de Dios”? ¡El asombro de tal luz nos deslumbra y enaltece! Amados desde siempre, elegidos, creados, redimidos y adoptados, ¿ensombreceremos esa alegría divina?

En el fragmento que escuchamos de la carta a los filipenses, encontramos el eco de la antífona de entrada y vuelve a insistir en que estemos alegres porque el Señor todo lo llena. Es una alegría que llega como flor mañanera y con sólo mirarla, se iluminan los ojos, el corazón y el deseo de ser benevolentes, de reflejar el amor recibido y ser agradecidos por la paz que nos llega de manera gratuita y “sobrepasa toda inteligencia”.

Con esta actitud consciente, a ejemplo de María, aceptamos el don con decisión irrevocable de no perderlo nunca y de esmerarnos en darlo a conocer por nuestras obras.

Participemos de la “expectación” del pueblo hebreo y presentemos “en toda ocasión nuestras peticiones a dios, en la oración y la súplica”, para que en todos los hombres renazca la esperanza de un mundo más humano, más hermano “que ponga su corazón y pensamientos en Cristo Jesús”. Empresa nada fácil, pero recordemos que “para Dios nada es imposible”.

Si entusiasma la voz de Juan Bautista, ¿qué no hará la palabra? La voz responde con claridad a la pregunta “¿qué debemos hacer?”: exhorta a compartir lo que se tiene, a vivir en justicia, a no abusar de nadie. La palabra lo resumirá todo en la ley evangélica: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. (Jn. 13: 34) no basta el agua, precisamos del fuego del Espíritu para cumplir su mandato, y el mismo Jesús nos lo ha traído y junto con el Padre, nos lo ha enviado, ¡ésta es la buena nueva!

Cuando llegue el momento de la siega, si hemos permanecido fieles al Espíritu, nos encontraremos con Cristo en el granero, alejados de la paja que consume el fuego.

sábado, 7 de diciembre de 2024

2°. Adviento, 8 diciembre 2024.


Primera Lectura:
del libro del profeta Baruc 5: 1-9
Salmo Responsorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 4-6, 8-11
Evangelio: Lucas 3: 1-6

Cuando el corazón oye la voz de Dios no puede menos de alegrarse; ¡cómo necesitamos del silencio para poder escuchar su palabra en medio del aturdimiento de las cosas que nos rodean! Danos sabiduría, Señor, para saber distinguir, para saber elegir, para llenarnos de tu propia vida.

Nuestra realidad no es muy diferente a la que vivía Israel cuando el profeta Baruc los incita a la alegría ¿alegría en el destierro, en la pobreza, en la penuria, en babilonia, en la lejanía de la ciudad santa? ¡Sí!: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Todas las creaturas están para servirte, el camino será llano, la frescura de los árboles te dará sombra; el Señor es tu pastor “te escoltará con su misericordia”.

Volviendo los ojos a nosotros: ¿alegría en las angustias económicas, en medio de los conflictos sociales, junto a hermanos que padecen hambre, frío, segregación? ¿Alegría en un mundo roto, donde los pasos tropiezan en subida, donde los árboles no pueden dar sombra porque están talados? ¿Vestirnos de gloria ante lo incierto del mañana, la escalada de precios, la sordera de los poderosos, la impotencia creciente ante el ansia de poder que destruye a los hombres? ¿Alegría cuando, junto con Dios, nos sentimos desterrados, lejos de la paz y la justicia? ¡Sí!, porque la palabra se sigue pronunciando con la misma fuerza creadora y liberadora del inicio: “en el principio existía la palabra y la palabra estaba en Dios y la palabra era Dios, nada fue hecho sino mediante la palabra y cuanto existe subsiste en ella”.

Palabra que en Jesucristo se hace carne, como uno de nosotros, que viene a enseñarnos con su vida y su entrega, el camino que desemboca directo al corazón de cada uno, que conmueve y remoza, que convierte y transforma, que nos hace reconocer, más allá de lo que nos aprieta y acongoja, que “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros”, es quien alimenta la sólida alegría, la que supera todo, la que sabe que ha elegido el camino correcto aun cuando las circunstancias parecieran decirnos lo contrario.
 

Fidelidad y convicción, las que comunica pablo a los filipenses; oración que hermana y mantiene tenso ese lazo de unión: “siempre pido por ustedes”, descubre la razón, además del afecto: “lo hago con alegría porque han colaborado conmigo en la causa del evangelio”. La Buena Nueva es el dinamismo porque en el centro está cristo Jesús; la seguridad es plena porque “aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre”. Ni son ellos solos, ni somos nosotros solos, es la gracia, es “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, lo que nos hará producir “frutos de justicia para gloria y alabanza de Dios”.
 

Lucas nos sitúa en el tiempo y en la historia, en el momento del reinicio de la voz que viene a anunciar que la palabra ha llegado; resuena en el desierto, en la meditación, en el silencio interior y exterior. Rellenar los valles, abajar las colinas: ni humildad inactiva ni soberbia altanera; horizonte sin límites que “permita a todo hombre ver la salvación de Dios”.

sábado, 30 de noviembre de 2024

1°. Adviento, 1 de diciembre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías 33: 14-16
Salmo Responsorial, del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 3:12, 4
Evangelio: Lucas 21: 25-28, 34

¡Adviento!, el Señor que ya vino, ahora llega nuevamente, el dios siempre presente que se pone a nuestro alcance en Jesucristo. Quiere que analicemos el sentido cristiano del tiempo y de la historia.

Jeremías anima a la confianza; de parte del Señor anuncia lo que cumple: “nacer y renacer del retoño pujante”, que continúa abriendo caminos de justicia hasta que reine la paz.

El avanzar no es fácil, los enemigos son poderosos. En el entonces del profeta, Nabucodonosor asediaba a Jerusalén, pero Dios es fiel y “los que esperan en Él no se verán defraudados”. Cierto que a la victoria, la precede la lucha, pero qué diferencia de armas a armas, y de victoria a victoria; allá, escudos, lanzas, espadas y flechas tras, una muralla fortificada, más que con piedras, con la fe en Yahvé.

Escuchamos la exhortación de Pablo a los tesalonicenses y nos revestimos de la mirada del cristiano, la que ve hacia el futuro: “conserven sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”. 

Ésta es la actitud, la única, que mantendrá llenos de paz y de esperanza nuestros corazones, la que, ante los vaticinios estremecedores del final de los tiempos, nos hará fijarnos con mayor atención en las palabras de Jesús mismo: “levanten las cabezas porque se acerca su liberación”, lo profetizado por Jeremías llegará a su total cumplimiento: “el Señor es nuestra justicia”.

Alejados de cuanto nos aleje de Él, “velando en oración, podamos comparecer, seguros, ante el hijo del hombre”. Con el ejemplo e intercesión de cuantos han sabido elegir y mantenerse bajo la bandera de cristo, reafirmemos nuestra fe y nuestra confianza: “estando el Señor a mi lado, jamás vacilaré”.

viernes, 22 de noviembre de 2024

Cristo Rey, 24 noviembre 2024.-


Primera Lectura:
del profeta Daniel 7: 13-14
Salmo Resposorial, del salmo 92: Señor, Tú eres nuestro rey.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipis 1: 5-8
Evangelio: Juan 8: 33-37.

¡Cristo Rey del Universo!, y llega a nuestros corazones la inquietante pregunta, ¿de verdad lo aceptamos como tal? Realidades, conceptos, vivencias contrapuestas que nos quitan la seguridad con la que creemos pisar el mundo en que vivimos. En la antífona de entrada encontramos, ojalá profundicemos, los cimientos del Reino que durará para siempre. Cristo recibe lo que en su entrega ha conquistado: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria e imperio”, siete que simboliza la totalidad. Él es “la piedra angular” que “recapitula todo cuanto existe en el cielo y en la tierra” (Col. 1: 29). En Él, y, solamente desde Él, nos vemos liberados de la esclavitud y encontramos el dinamismo que impulsa al servicio universal, filial y agradecido al Padre, para hacer vida, ya en esta vida, la alabanza, el reconocimiento y el gozo que permanecerán para siempre.

Ambas lecturas, la de Daniel y la de Juan manifiestan la realidad de un reino que rompe las concepciones que se apoyan en el poder, la riqueza y el vasallaje. Un reino que orienta las decisiones y nos muestra el camino para que llegar a ser; que nos convierte en Reino para el Padre. ¡Imposible entenderlo sin conocer y amar a aquel que nos lo anuncia, no con retórica vacía, sino con cada acto de su vida, hasta la muerte y la resurrección!

De frente a la verdad, no repitamos la acción de Pilato, porque la confrontación nos hace elegir el camino más fácil: la huida, pidamos valentía, audacia y fe, para abrir oídos y corazón a su Palabra: “soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, que sigue resonando, “porque mis palabras no pasarán”, como escuchábamos el domingo pasado.

Esa verdad, que aprieta y compromete a ser testigos fieles, a ser coherentes con la interioridad y la palabra y, más aún, con nuestras acciones como proyección de nuestro ser completo; no es doctrina teórica, es llamada que transforma la vida y nos lanza, conscientes de la presencia de su Espíritu en nosotros, a ser transformadores del mundo a nuestro alcance y cooperar en la construcción de un reino universal, reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.

Pidamos a María Reina, para que como ella, sepamos discernir y elegir, confiar y caminar siguiendo los pasos de “aquel que es el primogénito de los muertos y el primogénito de los resucitados”; que quitemos la escoria y las mentiras que ensombrecen el auténtico seguimiento de Jesús, para que resuene como eco repetido e incesante, allá, en lo profundo de la entraña: “conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.

¡Cristo Eucaristía, fortalece nuestra fe! Que creamos, en serio en ti y en tu promesa: “confíen, Yo he vencido al mundo y estaré con ustedes todos los días”.

viernes, 15 de noviembre de 2024

33°. Ord. 17 noviembre de 2024


Primera Lectura:
del libro de Daniel 12: 1-3
Salmo Responsorial: del salmo 15: Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 11-14
Evangelio: Marcos 13: 24-32

Ha llegado al Señor nuestra súplica, su respuesta es tonificante: “Yo tengo designios de paz, no de aflicción”. Él siempre actúa mirando nuestro bien: “los libraré de su esclavitud dondequiera que se encuentren”. Le pedimos que nos libere de lo que más nos impide seguirlo, de nuestra egolatría, para vivir de forma que respaldemos con nuestros actos y “su ayuda la búsqueda de la felicidad verdadera”.

Con el profeta Daniel nos preguntamos estremecidos por su visión apocalíptica: ¿hacia dónde vamos, ¿cómo será es fin en el que nos envolverá la angustia? Aún cuando no nos llegara como revelación, todo ser humano trata de escudriñar el más allá. ¡Imposible imaginar lo no experimentado!, y van surgiendo figuras que ensombrecen, lejanas de la realidad, y, para disiparlas, fijémonos en la luz de la esperanza: “entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro”; ya pedíamos hace dos domingos que nuestros nombres estuvieran en “esa multitud que nadie podría contar”. 

Al seguir leyendo y escuchando, “muchos de los que duermen en el polvo, despertarán; descubrimos que ya está plantada en nosotros la semilla de la resurrección; el proyecto de Dios es que despertemos a “la vida eterna”, si es que, siguiendo los impulsos del espíritu, procedimos como “sabios y justos, para brillar como estrellas por toda la eternidad”. No podemos olvidar la contraparte que nos advierte el apocalipsis: “escribe: dichosos los que en adelante mueran en el Señor. Cierto, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos, pues sus obras los acompañan” (14: 13). ¿Nos presentaremos ante el señor con las manos vacías?, ¿pondremos en riesgo el gozo eterno?, ¿aguardamos un despertar amanecido o bien optamos por quedarnos en polvo hecho obscuridad?

Si no soy lo que soy, jamás llegaré a ser lo que quisiera ser. El tiempo, que no existe, nos apresura a discernir, no lo urgente, sino lo importante. Caminamos aquí para trascender y encontrar, al final, que el esfuerzo, el silencio, la introspección, la confiada plática con dios, van llenando el esbozo que fuimos al principio y encarnan en nosotros la única realidad que seguirá viviendo: el ser de Cristo, de ese Cristo que, otra vez nos pone enfrente la carta a los hebreos, “que se ofreció en sacrificio por los pecados y se sentó a la derecha de Dios; con su ofrenda nos ha santificado”. ¡Cuánto sentido toma nuestra oración del salmo!: “enséñanos, señor, el camino de la vida”. Que aceptemos con todo nuestro ser, que Tú eres el camino, cualquier otro nos desviará de nosotros mismos. 

El discurso apocalíptico de Jesús, invita a que encontremos convicciones que alimenten la esperanza: la historia de la humanidad llegará a su fin, esta vida no es para siempre, va hacia el misterio de Dios.

Jesús volverá “y lo veremos”, sin necesidad de sol, ni luna ni de estrellas; la luz de la verdad, de la justicia y de la paz, emanando desde él, iluminarán a la nueva humanidad. Viene a “reunir a los elegidos”, -que tu misericordia nos encuentre entre ellos-, porque con la presencia activa del Espíritu, habremos hecho vida tu proclama: “mis palabras no pasarán”.

En petición constante, te expresamos, Señor: ¡que estemos atentos al brote de la higuera y entendamos los signos manifiestos!, no son preludio de un vacío, sino anuncio de la estación final, la del abrazo eterno, contigo Padre, con Jesús, abrazados por el Espíritu de vida.

domingo, 10 de noviembre de 2024

32°- ordinario, 10 noviembre 2024--


Primera Lectura:
del primer libro de los Reyes 17: 10-16
Salmo Responsorial, 145: 
El Señor siempre es fiel a su palabra.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 9: 24-28
Evangelio: Marcos 12: 38-
44

La imaginación nos permite ver a nuestro Padre Dios con una sonrisa amable, como Él, cuando le decimos: “que llegue hasta ti nuestra súplica; acoge nuestras plegarias”. Sonrisa que hace preguntarnos si de verdad hemos orado, si hemos dirigido confiadamente hacia Él nuestra oración. Multitud de respuestas, venidas desde su palabra, llenan nuestra memoria: “pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. (Mt. 7:7). “Aunque una madre olvide al hijo de sus entrañas, Yo no me olvidaré de ti”. (Is. 49:15). “El Padre sabe de antemano lo que ustedes necesitan”. (Mt. 6: 32), ¿puede caber alguna duda de que nos oye, de que nos tiene presentes? Al permitir que esta realidad se convierta en realidad viva en nosotros, actuaremos acordes a lo que pedimos, unidos a toda la Iglesia, en la oración colecta: aprender a “dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones”, y, a “entregarnos con mayor libertad a tu servicio”. ¿Dónde estaremos más seguros y de dónde obtendremos la gracia para ser congruentes y enlazar necesidad, súplica y actuación? 

Las lecturas de hoy nos presentan espejos donde podemos mirarnos de cuerpo entero, seres que nos interpelan violentamente, que si los consideramos con sinceridad, nos hacen estremecer al constatar el abismo que hay  entre nuestro querer y nuestro ser, entre el deseo y la realización, que nos acicatean para reducir la distancia entre el aquí y el hacia allá, que nos hacen palpar cómo viven aquellos que están “colgados de Dios”, y, por eso, son capaces de mirar antes al otro que a sí mismos. ¡Cómo necesitamos experimentar, sin miedo, con audacia, el desprendimiento y la confianza! Creer en serio, como lo vivió pablo: “que hay más gozo en dar que en recibir”, (Hech. 20: 35), como la viuda de Sarepta, que no dudó en servir primero al profeta Elías con lo último que le quedaba, dispuesta a morir junto con su hijo; confió y no quedó defraudada. Percibió, de alguna manera, que “el Señor es siempre fiel a su palabra”, y “ni la harina faltó ni la vasija de aceite se agotó”. ¡Descúbrenos, Señor, tus caminos, porque el ansia de seguridad, de guardar lo que creemos tener, impide la aventura de crecer! 

Jesús, en el evangelio, nos muestra cómo analizar las acciones, cómo enriquecernos al mirar con ojos nuevos a los demás: “el Señor no juzga por las apariencias” (Is. 11:3), ve las intenciones del corazón: “esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”. Dos moneditas, las de menor valor, no aumentarían el tesoro del templo, destinado a ayudar a los menesterosos. Jesús no exalta la eficacia, sino la grandeza del corazón y la confianza. Volver al espejo y preguntarnos: ¿qué damos y con qué intención? 

El último espejo, el perfecto, el que refleja la imagen del Padre: Cristo Jesús, fiel a una misión incomprensible sin fe y sin amor. Él no da pan, agua, monedas, va siempre más allá, a donde quiere que lo sigamos; se da él mismo de una vez para siempre, no para incrementar el tesoro del templo, sino para purificarnos de toda mancha, para abrir las puertas del templo eterno, para volver por nosotros “que lo aguardamos y ponemos en él nuestra esperanza”. 

Tres espejos para analizar el reflejo de nuestra vida, para medir nuestras intenciones, para que, con la ayuda del Espíritu, “quitemos de nosotros toda afección que desborda.

domingo, 3 de noviembre de 2024

31 Ord. 3 de noviembre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del Deuteronomio 6: 2-6
Salmo Responsorial,
del salmo 17: Yo te amo, Señor, Tú eres mi fuerza.
Segunda Lectura:
de la carta a los Hebreos 7: 23-28
Evangelio:
Marcos 12: 28-34.

Ni que Tú te alejes, ni que yo me aleje; te necesito para tratar de comprenderte, de comprenderme y de comprender a los demás; sin Ti será imposible penetrar el alcance de tu mandamiento, porque en uno los reúnes todos: vertical y horizontal, todos en Ti y Tú  en todos; El resto, es consecuencia que brota, que desborda, que fecunda la vida. 

“¡Atrápame, Señor! ¡Átame fuerte!, que mis pasos no puedan más la hudía y mi mano a tu mano quede asida más allá del dolor y de la muerte.”  Son muchas las tentaciones de olvidarte, de perderte y perderme, me envuelve la ceguera y no te miro ni a Ti ni a los demás. Obstáculos que llegan desde dentro y de fuera, multiplican tropiezos; la meta es superarlos, pero sin Ti, sin mi ser en mí mismo, sin los hermanos, se volverá utopía.

En el Deuteronomio nos recuerdas que eres el Único Principio, el Fundamento, la Causa Primordial que ha de estar en presente todo el tiempo, el precepto que guía, el “Shema Israel”, colgado en cada puerta y la memoria: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”. Nuestra naturaleza lo percibe, sabe que el ser le fue entregado, que la única forma de volver al principio es encontrarte para cerrar el círculo y hallar la paz con todos.

¿Por qué el olvido constante y repetido? ¿Dónde quedó  el amor que fortifica? ¿Quién podrá suplantarlo? Nos sentimos cansados y vacíos, la multitud de las creaturas jamás podrá romper la soledad del hombre.

Tú entiendes, Señor, los pasos vacilantes, los nudillos que tocan en las casas sin eco de ternura y las ansias de llenarnos de emociones y cosas que se acaban. Haznos capaces de mirar esa Luz que trasciende, a Jesucristo que salva a todos, el único inocente que se entregó de una vez para siempre y es la puerta abierta para el acceso al Reino. Su Sacerdocio, recibido de Ti, envuelve a todo hombre, y en él lo purifica. Con la experiencia viva de sentirnos amados, entonamos el canto de alegría: “Yo te amo, Señor, Tú eres mi fuerza”. 

Regresando al inicio: Jesús engloba, el par de mandamientos; reducción increíble, ya no 613 que había en la Tradición hebrea. El “Shema Israel”, pide en reciprocidad lo dicho en el Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19: 18), y concluye: “No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. 

Dejemos convencernos para poder decir con el escriba: “¡Tienes razón, Señor!”, y que Jesús añada esas palabras que resuenen adentro, que nos llenen de paz y de confianza porque miramos seguro el horizonte, el cercano y el último: “No estás lejos del Reino de Dios”. 

Las preguntas, aun antes de enunciarlas, ya las ha respondido: Busca a Dios en el hombre y te hallarás con Él entre las manos, junto a ti mismo y a tu hermano.

jueves, 24 de octubre de 2024

30° Ord- 27 octubre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías
31: 7-9
Salmo Responsorial, del salmo 125: Cosas grandes has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 5: 1-6
Evangelio: Marcos 10: 46-52.

Buscar, aunque sea a tientas, pero con la mente y el corazón puestos en la meta. No podemos caminar por la vida sin la meta precisa, de seguro nos perderíamos. Quien siente la inquietud de llegar, pondrá los medios, no solamente “unos” medios, para conseguir lo anhelado. Tenderá la mano y encontrará seguridad de donde asirse. La presencia del Señor es visible aun en la obscuridad más densa; intentemos hacer real la antífona de entrada: “busquemos continuamente su presencia”.

Colgados del amor, en alas de la fe y de la esperanza, nos sentiremos como flechas lanzadas por el arquero experto que nos orienta al centro mismo de los seres, a Dios, que nos espera para dársenos a Sí mismo, no como premio, sino como don gratuito, que llena, que rebosa, que transforma en luz nuestras tinieblas; completará así el círculo perfecto, salimos de Él y a Él volvemos. “los cantos de alegría y regocijo” son prenda clara de que el camino sale a nuestro encuentro. Es un camino amplio, todos caben; el corazón de Dios es grande, acoge a todos los que sufren: “cojos, ciegos, mujeres en cinta y aquellas que acaban de dar a luz”. Es un camino llano y sin tropiezos, es la mano buscada y encontrada, es el cariño del Padre que funde, en un abrazo inacabable, a todo ser humano que acepte reconocerse como hijo.

No es sólo Israel, el pueblo liberado, somos también nosotros, que miramos y admiramos “las grandes cosas que ha hecho por nosotros”; ha roto cadenas más pesadas que las de la esclavitud, de la lejanía, de la ilusión quebrada, del horizonte oculto a la mirada, del alma solitaria; ha roto las cadenas del olvido y se ofrece a romperlas sin cansarse, para formarse un pueblo nuevo, limpio de pecado. Regresarán la risa y la alegría, las que superan todos los pesares, porque al levantar los ojos, miraremos los campos florecidos, las espigas fecundas, las aguas claras y abundantes.

Lo que fue signo y promesa en la voz del profeta, se torna en plenitud palpable en Jesucristo; ya no serán sacrificios de corderos, ni incienso, ni cantos de alabanza agradecida, sino la sangre de aquel que nos conoce y que no duda un instante en ofrecerla para que sirva como riego fecundo y nos lave por dentro; el nuevo y eterno sacerdocio ha quedado instaurado: “tú eres sacerdote eterno como Melquisedec”.

El sacerdocio antiguo pedía primero perdón por sus pecados; Jesús, el único justo, “el Hijo, eternamente engendrado”, la transparencia misma, en el que todo es gracia, el que nos lleva al Padre, se entrega libremente y es, a un mismo tiempo, víctima, sacerdote y altar; con Él “el retoño renace” y nos pide, simplemente: ¡ayúdenlo a crecer!

Son del mismo Jesús los pasos que resuenan muy cerca de nosotros; como Bartimeo, sentados al lado del camino, escuchemos, desde la obscuridad, la mano que anhelamos, la que salva y levanta, y gritemos sin miedo: “¡hijo de David, ten compasión de mí!” Nos urge la insistencia de una fe que confía, que no haga caso de aquellos que la quieren callar. Imploremos más fuerte. Sabemos que Jesús siempre atiende al que con fe lo invoca. Sigamos escuchando: “¡ánimo!, levántate, porque Él te llama”. Arrojemos el manto, todo aquello que estorbe nuestro encuentro; demos el salto decidido hacia la voz que aguarda, y, ya cerca de Él, pidamos lo que tanto nos falta: “Maestro, que pueda ver”.

Las maravillas del Señor continúan al alcance de un corazón deseoso; la claridad, la luz y los colores, darán vida a la vida, y él mismo nos dará la fuerza necesaria para mantenernos humildes y sencillos para seguir sus pasos.