viernes, 29 de septiembre de 2017

26º. Ordinario, 1º octubre 2017.-



Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 18: 25-28 
Salmo Responsorial, del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos. 
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 2: 1-11 
Aclamación: Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor, Yo las conozco y ellas me siguen
Evangelio: Mateo 21: 29-32.  

Reconocemos, aceptamos nuestro olvido del Señor, pero más allá   está la confianza en su misericordia, en su inacabable paciencia, comprensión y perdón. ¡Nada que argüir en nuestro favor, nos dejamos en su Corazón y en sus manos! Con humilde sinceridad oramos: “de Ti esperamos la gracia para no desfallecer en el camino hacia Ti”. 

¡Somos Israel actualizado! Con qué  facilidad buscamos culpables y con qué falta de lógica y de verdad nos atrevemos a señalar al Señor como causa de los males; por eso nos responde con el profeta: “¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?” por más que intentemos ocultar la responsabilidad de nuestros actos, no podremos, las consecuencias nos siguen como sombra: maldad e injusticia, o bien: honradez y justicia. Lo que sale del fondo del corazón moldea nuestra persona. Muy conveniente interrogarnos: ¿cómo deseamos encontrarnos en el momento final?. No podemos engañarnos, sabemos la respuesta: ¡Quiero ser un “sí” en cada instante! Lo que  debemos analizar es si la claridad de la percepción nos lleva a la eficacia en la acción.

Con todo el ser deseoso, repitamos lo dicho en el Salmo: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos por la senda de tu doctrina”. 

La conciencia creciente, iluminada por el asiduo trato con Jesucristo, haría resplandecer un mundo nuevo, una familia nueva, unas relaciones nuevas, todas ellas haciendo revivir en cada uno de nosotros “los sentimientos de Cristo Jesús”. ¡Esto es el Reino que nos vino a enseñar Jesús! Nada de egoísmos, ni prerrogativas, “hecho uno de tantos”, igualdad en la carne, ejemplaridad en el amor al Padre, en la obediencia, “en el caminar por sus sendas”, en la aceptación plena que supera el temor de la muerte, y, ¡qué muerte!, vivencia exacta de la meta, de la trascendencia, que tanto necesitamos, no tanto por el premio de la gloria, sino por el gozo de estar en consonancia con Dios. Ya Él se encargará de “escribir nuestros nombres en el libro de la Vida”, para que nuestro caminar llegue a su Principio.

La Viña necesita trabajadores; el domingo pasado el Dueño salió a diversas horas y el pago fue desde la Justicia Divina, que rompió nuestra concepción de justicia, y, ¡ojalá!, nos haya hecho pensar lo que son “los caminos de Dios”. Hoy la referencia directa está enfocada a los judíos que ni aceptaron a Juan Bautista ni aceptan a Jesús; pero en ellos estamos involucrados cada uno de nosotros; persiste el llamamiento y, precisamente, a los hijos: “Ve a trabajar a mi viña”. Las respuestas se repiten: “Sí, pero no fue”; respeto y corrección en la respuesta que se quedan en el vacío. El otro: “¡No quiero ir!, pero se arrepintió y fue”;  retobo, mal humor, comodidad; flojera…, sin embargo: reflexión, discernimiento y acción.

Resuena Ezequiel y nos remueve la conciencia; resuena la Carta a los Filipenses y sigue resonando allá dentro,  cómo escribe en la 2ª Carta a los Corintios (1:19): “Jesucristo no fue un ambiguo sí y no; en Él ha habido únicamente un sí.” Estos son “los sentimientos que hemos de compartir con Cristo Jesús”.  

La decisión no es fácil: “¡Qué angosta es la puerta y estrecho es el camino que llevan a la vida, y pocos dan con ellos!” (Mt. 7:14); “No basta con decirme, Señor, Señor, para entrar en el Reino de Dios, hay que poner por obra los designios de mi Padre del cielo.”(Mt. 7: 21)  Fortalece el contenido del compromiso San Pablo en 1ª Cor. 4: 20: “Porque Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa.” ¡Cuánto encierra el verdadero “sí, Señor”!, digámoselo y pidámosle la Gracia y la fuerza para realizarlo ahora que aún tenemos tiempo! “Contigo a mi lado, no vacilaré”. (Salmo 16 (15): 8)

domingo, 24 de septiembre de 2017

25º ordinario, 24 septiembre 2017.-



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 55: 6-9

Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor eternamente.

Segunda Lectura: de la carta del apóstol pablo a los filipenses 1: 20-24, 27

Aclamación: Abre Señor, nuestros corazones para que comprendamos las palabras de tu Hijo.

Evangelio: Mateo 20: 1-16.



   El proceso de relación con Dios es inalcanzable desde nosotros; inútil intentar transitar caminos intransitables que sobrepasan mente y corazón; sin embargo las nubes  se disipan al escuchar la antífona de entrada: “Yo soy la salvación de mi pueblo…, los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen y seré siempre su Dios”. Eres Tú quien acorta el camino, ¡no podría ser de otra manera!, y en ese encuentro descubrimos, otra vez, “que tu bondad se extiende a todas las creaturas”, y de manera especial, a los prójimos, a los hermanos, es el contenido de la Buena Nueva: “Que todos reconozcamos a Dios como Padre y nos amemos como hermanos”; ¡ésta es la Nueva Ley! Amor que no calcula, que no actúa por la recompensa, sino que se da gratuita, total, enteramente.



   Isaías anima al pueblo que sufre el exilio, que busca, sin encontrar remedio a sus males, a su tristeza, a su tribulación; porque no mira hacia arriba ni hacia dentro, no cambia de actitud, sigue con  la vista fija en el suelo y no en el cielo. La salvación no llega desde un horizonte terreno, viene desde Aquel que se muestra siempre piadoso aunque las circunstancias digan otra cosa. La inteligencia y la lógica humana, al no poder subir más allá, pierden toda esperanza; ésta renacerá al intentar comprender que “los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, ni nuestros caminos son los suyos”; entonces ¿cómo se realizará nuestra liberación? “Dejemos a Dios ser Dios”, “Él es justo en sus designios y están llenas de amor todas sus obras”, sin que eso nos ahorre el trabajo, el esfuerzo, la oración, no se trata  de un contrato comercial sino de reconocimiento y confianza en la promesa: “El Señor no está lejos de aquellos que lo buscan”. ¡Tenemos alas para llegar al Infinito!



   Este nuevo rumbo nos dará la posibilidad, en esa ascensión a Dios por Cristo, de exclamar con Pablo: “Cristo será glorificado en nosotros; porque para nosotros la vida es Cristo y la muerte una ganancia”, y mientras llega esa corona de gloria, “trabajamos todavía con fruto, llevando una vida digna del Evangelio”. Para mantener firmes la mente y los pasos, pedimos: “Abre, Señor, nuestros corazones para que comprendamos las palabras de tu Hijo”.



   Sin considerarnos privilegiados porque ya nos llamó a trabajar en su viña, hagámoslo “soportando el peso del día y del calor”, ya que el Denario sobrepasa todo esfuerzo, pues como expresa Santo Tomás de Aquino: el Denario es Dios mismo, y, Dios no puede menos de dársenos a Sí mismo.



   La elección, el llamamiento nos ha llegado desde el Dueño de la Viña: “no son ustedes los que me eligieron, sino que Yo los elegí a ustedes”, (Jn. 15: 16), esta convicción alejará de nosotros cualquier pensamiento de envidia –tristeza del bien ajeno-, y nos llenará de alegría porque el Señor es de todos y para todos, aun para los que llegaron a última hora ya que ¡nunca es tarde para el encuentro con Él!



   Señor, no sabemos si somos de los últimos o de los primeros, lo que sabemos es que no quieres “que estemos todo el día sin trabajar”; deseamos, con tu gracia, esforzarnos y recibir de Ti el mejor salario: Tú mismo en un abrazo gratuito que dura para siempre.  


sábado, 16 de septiembre de 2017

24º Ordinario, 17 septiembre 2017.-



Primera Lectura: del libro del Eclesiástico 27: 33 a 28: 9
Salmo Responsorial, del salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos: 14: 7-9
Aclamación: Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado.
Evangelio: Mateo 18: 21-35.

  El domingo pasado  reflexionábamos, , en la justicia, la rectitud, la equidad, la  vivencia de la Ley Natural ya impresa en todo ser humano; ahora el Señor nos invita a dar un paso más: necesitamos completarla con la Ley Evangélica: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”,  por eso pedimos “experimentar vivamente su amor”, que tiene que volverse costumbre a partir de la reflexión, el reconocimiento, la acción de gracias, Dios nos ha perdonado y nos seguirá perdonando, que nos conceda fuerza y decisión, solamente así llegaremos  a  ser coherentes, purificados gratuitamente, nos comportarnos con los demás como el Señor lo hace con nosotros. 

   La primera lectura, tomada de un libro sapiencial, descubre el daño que nos hacemos a nosotros mismos si damos cabida al rencor, que amarga, a la venganza; que quita la paz; insiste en la reciprocidad del perdón, actitud que sólo desde la fe, con la luz de la Gracia y a través  del constante recordar que el camino de la vida llegará, por sí mismo, hasta su término, nos ayudará a dar ese paso, que condensaría San Ignacio en el “magis”: siempre más allá de los estrechos límites del cálculo, del desquite. La Alianza hará que pasemos por alto toda ofensas”.

  La vivencia de Pablo nos sacude: “Vivos o muertos, somos del Señor”, y ¡Qué Señor! Recordamos el Salmo: Él es: “compasivo, misericordioso, que perdona, cura, rescata, colma de amor y de ternura, no nos trata como merecemos”, su compasión, que “siente con nosotros”, cubre cielos y tierra. ¿Nos esforzamos por ser algo parecidos a Él? No dudo que el perdonar, sin que queden residuos, parecería imposible, pero no lo es si nos dejamos traspasar por el perdón total de Dios, en Jesucristo…, después de mirarnos y mirarlo en su entrega a la muerte para darnos la vida, ¿qué podríamos esgrimir para no perdonar?

   En el Evangelio, Pedro se detiene en cifras que considera desmedidas: “hasta siete veces”, pero Jesús, imagen viva del Padre, no sólo acepta el “más”, sino que proclama el “Siempre” nos incita a vivirlo desde Él y con Él, no por las consecuencias que se nos seguirían de no hacerlo, sino para ser como el Padre Celestial “que hace salir el sol sobre buenos y malos y deja caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt. 5: 45) Es un  siempre  cotidiano, universal, inacabable.

   La parábola, toda ella claridad, nos entrega un termómetro-compromiso: ¿me comporto como el rey magnánimo o como el compañero insensible? Del mismo modo que a los compañeros del “entregado a los verdugos”, nos arrebata la indignación, pero antes de emitir ningún juicio contra otro, volvamos a nuestro interior con toda la sinceridad posible y pidámosle, una y mil veces al Padre Celestial, que nos enseñe a perdonar como Él, gratuita y definitivamente, pues “si somos fieles, Dios permanece fiel; si somos infieles, Dios permanece fiel pues no puede desmentirse a sí mismo”, (2ª. Tim. 2: 13) ¡qué alivio y a la vez, cómo crecen la gratitud y la necesidad de una respuesta fiel.