lunes, 18 de mayo de 2009

La Ascensión del Señor, 24 mayo 2009.

Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 1: 1-11;
Salmo 46;
Segunda Lectura: Carta de San Pablo Efesios 4: 1-13;
Evangelio: Marcos 16: 15-20.

La antífona de entrada nos anticipa el fin del relato que leímos en Hechos de los Apóstoles: no podemos quedarnos inmóviles “mirando al cielo”, con un sabor amargo de separación y despedida, y menos aún con un corazón frustrado porque nada de los que esperábamos ha sido como lo esperábamos. ¿Cuánto de terreno existe en nuestra visión y trato con Cristo, con qué profundidad vamos, aunque sea poco a poco, penetrando en la totalidad del Misterio de Jesús, en una mirada global que se esclarecerá con la llegada del Espíritu Santo. Mirada que no se inició con la llamada del mismo Jesús a los discípulos, a cada uno de nosotros, sino desde el instante de su Encarnación, lo oculto de su vida oculta, sus andares por la tierra anunciando el Reino, su Pasión, su Muerte, su Resurrección y ahora, su glorificación: “nadie sube al cielo excepto el que bajó del cielo”. (Jn. 3: 13) Verdaderamente ahora “Todo está cumplido”, (Jn. 19: 30)

En el camino que finalizará con su despedida, el Señor instruye a los discípulos, y como siempre, en ellos a nosotros; igual que ellos, necesitamos crecer en la fe, mirar más allá de los anhelos terrenos, sentir que la debilidad propia de nuestra naturaleza, es capaz de ser fortalecida: “Aguarden a que se cumpla la promesa del Padre…, dentro de pocos días serán bautizados en el Espíritu Santo”. De sobra sabemos que “Dios es fiel a sus promesas”; ésta la sigue cumpliendo, en la Iglesia, en los Sacramentos, en la Eucaristía. El Espíritu de Dios, que es Dios, como el Padre y Jesucristo, está presente, la Santísima Trinidad, misteriosa pero, eficazmente, nos guía, nos conduce y nos ilumina continuamente. De verdad necesitamos la luz del Espíritu par seguir confiando “en la eficacia de su fuerza poderosa” Llamados a ser uno en Cristo para que se cumpla su Palabra: “en Él nuestra alegría será plena”.

Ayúdanos, Señor, a comprender lo que dijiste en ese largo “testamento” preñado de sentido de trascendencia, de cariño y de entrega: “Si me amaran, se alegrarían conmigo de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo”. (Jn. 14: 28) Aceptar tu realidad humana como la nuestra y nuestra vocación de eternidad, como la tuya. La exhortación de Pablo nos hace pisar la realidad para llegar a la Realidad: “llevar una vida digna del llamamiento que hemos recibido; humildes, amables, comprensivos, - simplemente como Tú -, unidos en el amor y en la certeza de que el Espíritu nos conjunta para formar un solo cuerpo”.

Tú sí puedes decir: “me voy pero me quedo”; ya no hay fronteras terrenas ni limitaciones espaciales, te nos entregas a todos y tu llamamiento persiste, incesante, de modo que no exista quien no haya escuchado de Ti y del Reino. Lo sabemos pero nos lo recuerdas: ha llegado la hora de la Iglesia, Tú quisiste tener necesidad de los hombres y nos sentimos, debemos sentirnos contentos porque, desde Ti, todas nuestras acciones cobran sentido, tienen horizonte y se encaminan a la meta que ya lograste en Ti y para todos.

Te pedimos que sigas reforzando la fe de la Iglesia, la nuestra y que tengamos los ojos abiertos para constatar que “actúas con nosotros y confirmas la predicación”; en verdad no te pedimos milagros, sino que nos conviertas a cada uno en un milagro de tu presencia en el mundo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

6º de Pascua, 17 mayo, 2009

Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 10:25-26, 34-35, 44-48;
Salmo 97;
Segunda Lectura: Primera carta de Juan 4: 7-10;
Evangelio: Juan Jn. 15: 9-17.

Ya fuimos elegidos como heraldos del Amor que no debe encontrar límites en ninguna creatura, y menos aún, en ningún hombre, el único ser capaz de responder con libertad y conciencia a las “exigencias” del Amor. Es una alegría que brota, si la fe sigue actuando, por el triunfo de Jesús sobre el pecado y sobre la muerte. Alegría de sabernos ya resucitados con Él, porque confiamos en su Palabra: “Para que donde esté Yo, estén también ustedes”. (Jn. 14: 4)

Sigue prolongándose la culminación del “quehacer” de Cristo: su Resurrección; el centro de la esperanza viva y el inicio de nuestra transformación, inacabable mientras dure el camino; transformación que, de ser auténtica, no podrá dejar de manifestarse en nuestras obras, ese es el trasfondo de la petición que hacemos en la Oración junto con toda la Iglesia.

Al lado de Pedro y sus acompañantes, necesitamos vivir el asombro cotidiano del actuar del Espíritu. Solamente perciben la acción creadora de Dios los que mantienen los ojos de la fe abiertos, “lo verdaderamente importante se mira, no con los ojos, sino con el corazón”, y ese “descender del Espíritu Santo sobre los que estaban escuchando el mensaje”, no se capta con la retina, tan empañada de pequeñeces, sino adhiriéndose al canto de alabanza, a la proclamación de las maravillas de Dios. Aprender de Dios mismo lo que significa, sin pliegues ni reticencias, la universalidad; El Señor no es prerrogativa de nadie, Él no soporta muros que separen, “en Él no hay distinción de personas, acepta al que lo teme (filialmente) y practica la justicia, sea de la nación que fuere”. ¿Quién puede oponerse al Espíritu?... la respuesta es trágica: ¡yo!, en mi alocada libertad, en mi enconado egoísmo, puedo impedir que el Espíritu me mueva y remueva cuanto me rodea. ¡Señor concédeme querer no querer seguir así!

El Salmo nos reanima, reaviva el asombro y nos invita a unirnos al coro de gratitud, porque Dios “nos ha mostrado su amor y su lealtad”. San Juan responde a las inquietudes que han acompañado al hombre: ¿Quién es Dios?, no desde la filosofía, sino desde la iniciativa y el dinamismo: “Dios es Amor”, Dios es relación, Dios es cercanía, Dios es entrega, pues nos da lo más preciado: a su Hijo, para que nosotros seamos hijos suyos. ¿Se puede pedir más? “Nacidos de Dios para conocerlo y amarlo”, para encontrar en Él lo que nada ni nadie puede darnos, ese anhelo que, día a día, nos acompaña: la felicidad.

El cristianismo no es teoría, no es una serie de doctrinas, es la concreción pura: “Permanezcan en mi amor”, lo haremos si “cumplimos sus mandamientos, como Jesús cumplió los del Padre y permanece en su amor”. No multiplica preceptos, con sencillez recalca: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como Yo los he amado.” Y la promesa se va cristalizando: “para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”. Vivir, proclamar, difundir y proyectar esa “alegría”, desde nosotros mismos es imposible, pero lo haremos fincados en sus palabras: “Yo los elegí para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”. ¡Qué seguridad!: “Cuanto pidan en mi nombre, el Padre se lo concederá”. Te pedimos, Padre: ¡renueva tu Reino de justicia, de amor y de paz!

martes, 5 de mayo de 2009

5° Pascua, mayo 10 2009

Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 9: 26-31,
Salmo 21;
Segunda Lectura: Primera carta de Juan 3: 18-24;
Evangelio: Juan 15: 1-8.

Permanezcamos con los ojos abiertos, éstos abrirán las mentes y los corazones, para seguir cantando las maravillas del Señor. Contemplar y reflexionar: proseguir la conjunción de sentidos, razón y fe es darle la correcta finalidad a nuestro ser humano que mira la creación, busca las causas y acepta la revelación para encontrar en el diario caminar el Amor con que Dios nos mira y gozarnos en la realidad de la filiación divina, inmerecida, pero, ya realizada por la entrega de Cristo y la fuerte y constante acción del Espíritu Santo.

Escuchando la narración de los Hechos de los Apóstoles, ojalá aprendamos a no quejarnos de la incomprensión que, muchas veces simplemente imaginamos, sino a ser apoyo para los que se sienten solos, desconocidos. Fácilmente imaginamos a los discípulos de Jerusalén mirando con desconfianza a Pablo, ¡no pueden explicarse lo que sucede!: el perseguidor sostiene ahora nuestra misma visión de Jesús. Seamos como Bernabé que habla y explica, a quien tiene que hacerlo, para que todos recuerden las palabras de Jesús: “Para Dios nada es imposible”, (Mc. 10:27); la aceptación del testimonio da enorme confianza a Pablo y, como oíamos a Pedro el domingo pasado, la audacia y la libertad se apoderan de él, toca las fronteras peligrosas, lo amenazan de muerte. Pablo, sin duda, habrá recordado las palabras de Ananías: “Yo le enseñaré cuánto tiene que sufrir por Mí”, (Hechos 9:16). Los hermanos actúan (cuánto nos hace falta esto) y lo envían a Tarso, ahí está la presencia del Espíritu que cuida y guía y consolida a la Comunidad, y, bajo este impulso, ésta “crece y se multiplica”.

San Juan vive lo que enseña: “amemos de verdad y con las obras”. Lo vio con Bernabé y Pablo; reflexiona en la conversión de éste, comprende que obraba con una conciencia honesta: “fidelidad al propio interior” y constata que: “Dios es más grande que nuestra conciencia”; mira cómo el Señor hace que las conciencias honestas se vuelvan rectas, Pablo es un claro ejemplo: de perseguidor, a Apóstol de las gentes.

Ahora estamos en una situación difícil, magnífica ocasión para que crezca la fe en la oración, para que hagamos caso al Espíritu: “si hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de Él todo lo que le pidamos”, porque hablar del Espíritu es hablar del Padre, es hablar de Jesucristo, es permanecer en la Vida Trinitaria.

Jesús, atento observador, se adapta a su pueblo, sabe que conocen los cuidados que requiere una viña: limpieza, poda y cariño, habla sobre seguro, pero cambia las coordenadas, ya no se trata de cualquier viña: “Yo soy la vid, mi Padre el viñador, ustedes los sarmientos”. Cortar a tiempo, quizá sea doloroso, pero necesario; solamente así la savia se concentrará y dará fruto a su tiempo. Lo inútil: ¡al fuego! ¡Lo imprescindible: permanecer unidos al tronco que alimenta! Las consecuencias brillan por sí mismas.

“¡Sin Mí no pueden hacer nada!” ¿De verdad creemos y aceptamos su Palabra? Vuelven a resonar las escritas por San Juan, pero ahora desde los labios del que Es la Palabra: “Si permanecen en Mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá”. ¿Tendríamos que pensar mucho para tomar la decisión correcta?
¡Ilumínanos, Señor y danos el ímpetu para ofrecerte aquello que impida la Gloria del Padre! Corta lo que sea; sabemos que restañarás las heridas y nos ayudarás a dar fruto.