sábado, 9 de marzo de 2024

4°. Cuaresma, 10 marzo 2024.-


Primera Lectura:
del segundo libro de las  Crónicas 6: 14-16, 19-23;
Salmo Resposorial, del salmo 136: Tu recuerdo, Señor, es mi alegría.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 2: 4-10
Evangelio: Juan 3:14-21.
 
A mitad de tiempo de oración y penitencia, la liturgia inserta el Domingo de la Alegría: “Alégrate, Jerusalén, y todos ustedes los que la aman, reúnanse…, quedarán saciados con la abundancia de sus consuelos”. Alegría fundamental, profunda, alentadora: la razón: “Dios nos ama” y nos ama no porque lo merezcamos, no porque lo amemos como deberíamos, más bien hemos hecho todo lo posible por alejarnos de Él, por alejarlo de nosotros, sino porque “Dios es Amor”. Nos creó para mirarse en nosotros, para que lo miráramos en los otros, para que lo miráramos en nuestro corazón.

Una vez más, su Palabra, por los profetas, por los acontecimientos, por su
propio Hijo, nos echa en cara la deshechura que hemos perpetrado en el
mundo que nos dio, la ruptura de las relaciones fraternas y por haber dejado en el olvido la verdadera Piedad, esa virtud que nos une íntimamente a Él.
 
Un padre y menos aún Nuestro Padre, no puede desear nada malo para sus hijos, pero sí le interesa que recapacitemos y que volvamos a Él por uno o por otro camino: el del desgarramiento por las desgracias o el del reconocimiento de su Amor, de su Paciencia, de su Bondad, de su llamado constante “porque tiene compasión de su pueblo y quiere preservar su santuario”. Lo inesperado, ocurre: “El Señor inspiró a Ciro, rey de los persas” y ¡ojalá nos diera escuchar de todos los jefes de los pueblos, palabras semejantes!: “Todo aquel que pertenezca al Pueblo del Señor, que parta a reedificar su Santuario”. No violencia, sino hermandad; no separatismo sino solidaridad. ¡Volver a construir el mundo, volver a construir nuestros corazones!

Es verdad: “estábamos muertos por nuestros pecados, pero Él nos dio la vida por Cristo y en Cristo”. La alegría de hoy y de siempre, tiene un fundamento sólido: “la misericordia y la compasión de Dios; no nuestros méritos sino su gratuidad”. En nuestras vidas, sin duda, hemos meditado en el contenido de la Fe: es un don recibido que busca “un encuentro personal con el Dador del don”. ¿Qué mejor momento para activarla? Si acaso la sentimos desfallecida, rogar humildemente: “¡Creo, Señor, dame Tú la fe que me falta!”

El don se hace palpable, Cristo nos lo revela, abre la intimidad del Padre y nos enseña en Sí mismo, ese amor inabarcable: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Dios no se contenta con darnos mil muestras de amor y de ternura, Él toca los extremos, nos da lo más preciado: ¡A Su Hijo! La alegría y la confianza están de nuestro lado, porque Cristo “no ha venido a condenar sino a salvar”.

Miremos hacia arriba y encontraremos no al signo que curaba sino al Hijo de Dios, al Justo traspasado que espera que a su Luz actuemos todos, y en Él nos convirtamos en serie interminable de escalones por los que el mundo y los hombres, volvamos al Principio; allá, en donde la Alegría será inacabable.

sábado, 2 de marzo de 2024

3°. Cuaresma, 3 marzo 2024.-


Primera Lectura:
del libro del Éxodo 20, 1-17
Salmo Responsorial, del salmo 18: Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 11: 22-25
Evangelio: Juan 2: 13-25.
 
“Infúndenos, Señor, un Espíritu nuevo”. Lo prometiste cuando revelaras tu santidad y ya la has manifestado en Jesucristo. ¿Por qué no sentimos el viento de sus alas en nosotros? Sin tu Espíritu, ¿cómo nos sentimos? Progresamos, es cierto, pero de una manera chata, obscura y egoísta. Nos gloriamos de los triunfos técnicos y científicos, pero, ¿dónde han quedado el pensamiento, la religiosidad, los valores? Fincamos nuestro triunfo en la investigación y en el poder, en una comunicación inacabable de datos, cifras, estadísticas y predicciones con la que creemos dominar el mundo, y en vez de ser “Señores”, celosos cuidadores del ser y de los seres, nos hemos convertido en “amos” esclavizantes y soberbios.
 
Dudo mucho, Señor, que aceptes como realidad lo que te proponemos en la petición que elevamos: ¿“ayuno, oración y misericordia como remedio del pecado”? ¿Es que en verdad “reconocemos nuestras miserias y nos agobian nuestras culpas”? Si lo confesáramos en serio, seríamos otros a tus ojos y a los nuestros porque de inmediato nos sentiríamos “reconfortados con tu amor”. No es esta la humanidad que Tú quisiste, hemos roto tus planes; no hemos obedecido tus mandatos, tus leyes y preceptos y nos hemos encerrados como ostras, creyendo que la perla allá escondida, era en sí misma suficiente. ¿Capacidad?, nos la has dado a torrentes. Repartes con mano generosa para hacernos capaces de construir un mundo nuevo. Tu Palabra alumbra cada día, marca las mojoneras del único camino, “es vida eterna”.

Para guiar a tu Pueblo, y, con él a nosotros, entregas el Decálogo: síntesis que todo lo contiene: en verticalidad: filial adoración; en horizontalidad: fraternidad activa; en interioridad: aceptación consciente, nada queda al acaso, Tú todo lo previste, nos dejaste a nosotros la respuesta; pero sin Ti no la daremos ni personal ni colectivamente.
 
¿Otra nueva propuesta sin quedar marginada la primera? Sonó y sigue sonando a locura inconcebible. Ni aunque venga de Ti y se haya hecho en Cristo realidad palpable, eso de Cruz y Muerte, nos aterra, no cabe en nuestras mentes, nos repugna, por eso nos unimos al clamor del “escándalo”: ¿Cómo puede ser Dios fuerte en la debilidad? Va contra toda regla de lo lógica humana: ¡lo débil no puede sostenerse! Lógica que en Cristo se nos quiebra y con Él comienza a brotar la nueva.
 
Nos pedías “conversión”, ahora vislumbramos el modo: audacia y reciedumbre, “¡quiten todo de aquí y no conviertan en mercado la casa de mi Padre!”. Casa que es todo el mundo, y cada hombre. ¡Qué limpieza conlleva ser “morada de Dios”!
 
La novedad del Espíritu que supera lo externo: oro, ropajes, edificios, ofrendas y holocaustos, que ahora exige “odres nuevos para el vino nuevo”, que ante la indignación de aquellos que confían en los ritos, ofrece el propio ser en sacrificio: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré”. Anuncio que libera, que rompe las cadenas y confirma en su restauración, la nuestra.
 
Los discípulos tardaron en llegar, pero llegaron. A la luz de la Resurrección, se hizo luz en sus mentes: “El celo de tu casa me devora” y creyeron en Jesús y en la Escritura.

sábado, 24 de febrero de 2024

2°. Cuaresma, 25 febrero 2024.


Primera Lectura:
del libro del Génesis. 22: 1.2, 9-13, 15-18
Salmo Responsorial, del salmo 115:
Siempre confiaré en el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 31-34
Evangelio: Marcos 9: 2-10

  

 “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas…” ¿Podría, Quien es todo bondad y cariño, dejarnos en el olvido? Somos nosotros quienes hemos de tenerlo presente. “Con Él a mi lado, jamás vacilaré”, es Él, no yo, “quien derrotará al enemigo”. Proclives a la dispersión, no escuchamos al que está, no solamente junto, sino dentro de nuestro ser; sabedores de ello, le pedimos: “escucharlo en su Hijo y abrir los ojos para contemplar su gloria”. 

 

 Domingo de las paradojas del Amor. Cuando todo navega en mar tranquilo, el conocimiento, la afectividad, la ternura, parecen florecer naturalmente; pero que no se haga presente el sufrimiento, porque perdemos la pisada, nubes negras ocultan la frescura de la anterior mirada, el corazón se vuelve pensativo y amargo, la sonrisa se borra y pinta entre las cejas la interrogante indescifrable. ¿Qué sucede conmigo, con el otro o la otra?, todavía más, ¿dónde quedó el Otro que dice que me ama, me cuida y me protege?  

 

 Es ahora el tiempo propicio, el de volver, otra vez, al silencio que habla e ilumina, de regresar a la actitud de escucha, de atención permanente, de confiar más allá, más lejos todavía.  

 

 Abraham no imaginaba el dolor que venía; mecía entre sus brazos “la promesa hecha carne”, fruto de sus entrañas, constatación palpable de lo que fue promesa. De pronto, la Voz que lo estremece: “Abraham, Abraham”. Su respuesta es segura, resuena pronta y clara “sabe en Quién se ha confiado”: “Aquí estoy”, disponibilidad sin trabas, como la de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.  La paradoja crece, perturba el corazón y la conciencia, pero no la detiene, el hombre da el paso dolorido, de manera inmediata, incomprensible y nos muestra la realidad del que vive “colgado del Señor”. “Toma a tu hijo Isaac, al que tanto amas, vete a la región de Moira y ofrécemelo en sacrificio.”  La angustia hace achicar los huesos, al ser entero. La Fe supera todo cuestionamiento: “no te entiendo Señor, es la promesa, la que Tú me entregaste, ¿y quieres que la mate?” Al Señor no se le piden cuentas, se escucha y ama hasta lo incomprensible. No se trata de un juego, el dolor purifica, aquilata, hace ver lo invisible: “El Señor no abandona a sus fieles”. Sabemos la secuencia, Abraham no la sabía y por ello, por su actitud confiada, nos dice la Carta a los Hebreos: “Se le apuntó en justicia. Pensaba que poderoso es Dios para levantar a los muertos.”  (11: 19), y no fue defraudado. ¿Cuántos Issacs he de sacrificar sabiendo que no detendrás mi brazo? ¡Auméntame la fe!  

 

 Meditando un momento con San Pablo: “¿Qué podrá separarnos del Amordel Mesías?” “Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra?”. ¿Y todavía dudamos?  

 

 Jesús se Transfigura, nos enseña su Gloria, porque fue el Gran Escucha; es Quien resume todo, porque su vida, paso a paso, fue de agrado del Padre; otra vez el Espejo donde hemos de encontrar, rediviva en nosotros, su figura. 

 

 La Pasión y la Muerte, - vuelve la paradoja -, son camino de Resurrección y de Vida.  

 

  No podemos permanecer en el ocio de la contemplación sin compromisos, asombrada, deleitable y gustosa. Bajemos la montaña y preparemos el diario sacrificio, aunque no lo entendamos, para resucitar. Quizá sigamos preguntando: “¿Qué querrá decir eso de resucitar de entre los muertos?”. Con Abraham respondamos, como nos pide el Padre: “Escuchando”. Ya Dios se encargará de lo que sigue. 


viernes, 16 de febrero de 2024

1°. Cuaresma, 18 febrero 2024.-


Primera Lectura:
del libro del Génesis 9: 8-15
Salmo Responsorial. del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 3: 18-23
Evangelio: Marcos 1: 12-15

“Invocar al Señor, Él nos escucha, nos libra, nos sostiene”.  +Hoy nos pondrá el ejemplo en el desierto y Él nos precede, ahí nos mostrará un amor más fuerte, más profundo, el del que busca y encuentra un espejo completo en que mirarse en oración, en ayuno y en silencio. ¿De qué otra forma encontrará en nosotros su propia forma?  

Fuimos testigos de la curación interna y externa del leproso, aprendimos lo que es la auténtica fe, la que confía plenamente en Jesús, dejarnos tocar por Él y experimentar el gozo de la transformación
externa e interna.

El tiempo de Cuaresma proporciona, si nos metemos dentro, “que el conocer se trueque en entender cuando es querido”. Descubrir, con ojos nuevos, los signos de la Alianza, la comunión con todas las creaturas, retomar la Creación en nuestras manos, incluidos nosotros, y crecer y crecer, ya sin ninguna amenaza debida a nuestras culpas, bajo un cielo distinto con un arco brillante: Es el Señor que preside nuestros pasos y aleja todo miedo. 

Me atrevo a imaginar una leve sonrisa en Jesús, antes de su respuesta, cuando en el salmo clamamos: “Descúbrenos, Señor tus caminos”. ¿Qué no lo saben, no han oído que “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”? ¡Simplemente caminen, pisen sobre las huellas que he dejado! ¡Suban al Arca y escapen de la muerte! La entrega de mi Ser por cada uno, asegura su llegada hasta Dios. “Dejen atrás toda inmundicia y acepten el compromiso de vivir con una buna conciencia ante mi Padre”. ¡Resurrección que glorifica!  


Volvamos al espejo, al que refleja a todo ser humano que en verdad quiera serlo. La Misión se prepara en el silencio, en profundo contacto con el Padre, en la experiencia viva de ser Hombre, de tener hambre y ser tentado, de ver, en soledad, su ser rasgado, de superarlo todo, con fuerza duplicada en el Espíritu, sin apropiarse nada, para salir después, agradeciendo al Padre su constante presencia, a pregonar la libertad de
vida “porque el Reino ha llegado”. 

La invitación persiste, acompañando al tiempo y al espacio, y llega, apremiante, hasta nosotros: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. ¡No media conversión, sino completa!, ¡ni una fe que se queda esbozada entre los labios!, sino una decisión que mira hacia el futuro, consciente de los riesgos, cada uno, “fijos los ojos en el rumbo que me diera, ir camino al Amor, simple y desnudo”.

sábado, 10 de febrero de 2024

6° ordinario, 11 febrero 2024.- ciclo B


Primera Lectura:
del libro del Levítico 13: 1-2, 44-46
Salmo Responsorial, del salmo 31: Perdona, Señor, nuestros pecados.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 10: 31 a 11: 1
Evangelio: Marcos 1: 40-45.
 
Peligros verdaderos nos rodean, aunque a veces no queramos verlos: temor y desconfianza en lugar de estrechos lazos que nos unan; egoísmo que clausura la entrada a otros que necesitan un momento de amor, de escucha, de ternura; deshechura interior que nos tortura a pesar de negarlo; falta de sinceridad y rectitud que impiden que el Señor encuentre reposo en nuestro ser y nos conceda reposar en el suyo, que es fiel compañero y guía seguro.

¡Por eso oramos, pedimos y esperamos, sentirlo siempre cerca, como roca y baluarte que nos salve de nosotros mismos. Volando por los siglos, nos sentamos a escuchar lo que los sacerdotes explicaban, siguiendo las voces de Moisés y de Aarón: “Si aparecen esas escamas o una mancha brillante, ¡es la lepra!, ese tal será declarado impuro”. La sentencia lo rompe por completo, lejos de Dios, de su familia, de la comunidad. Condenado a vagar sin esperanza confesando a gritos su impureza; ¿qué horizonte le espera?: su vida está transida de soledad y de tristeza; seguirá cargando “el fruto del pecado”, nadie podrá acercarse, no volverá a sentir una caricia, un beso o un abrazo, está maldito y segregado. Ya leíamos el domingo pasado la corrección que hace Yahvé en el libro de Job, la enfermedad no es consecuencia de culpa personal, ni venganza o castigo, sí es clara manifestación de la presencia del mal, reflejo del absurdo querer del hombre, creatura al fin, encumbrarse hasta Dios sin contar con Dios. Esta actitud es la peor de las lepras y sólo hay una cura: acercarse a Jesús, humildes y confiados y pedir lo que cualquiera sin la fe, consideraría imposible: “Si Tú quieres, puedes curarme”.

¿Qué aprendimos de Jesús el domingo pasado?, su quehacer cotidiano era curar, sanar, orar, marchar en busca de todos los dolidos, ¿qué otra respuesta cabe esperar de Aquel que ha venido a enseñar con su vida que el amor es más que la ley, que el amor tiene una fuerza enorme que rompe las cadenas y que ese amor fluye de toda su Persona como río impetuoso que limpia cuanto toca y se deja tocar por Él? Escuchemos con alegría su palabra eterna, que llega hasta nosotros, que no teme acercarse a la impureza cualquiera que ella sea; escuchemos esa voz que nos devuelve a nuestro propio ser, el que salió de sus manos completo, sin mancha, sin arruga, sin torpezas, y, gocemos la vida que renace al decirnos: “¡Sí quiero: Sana!” Miremos como recién nacidos.
 
Jesús le pide que no lo cuente a nadie, no quiere que confundan la misión del Mesías y la reduzcan a un poder milagroso, Él viene a algo más, a limpiar toda la suciedad del mundo al precio de su sangre; pero sí le indica que vaya y ofrezca en el templo lo prescrito por la ley para que pueda reintegrarse a la comunidad y a la familia. Pero cuando el don recibido es tan grandioso, ni el corazón ni los labios pueden guardar silencio y “divulgó el hecho por toda la región”.

Igual hemos quedado limpios, porque Él ha querido. Pienso que ahora no nos pide que guardemos el don en lo secreto sino que seamos testigos clamorosos que busquemos, por todos los caminos, encaminar a todos hacia Cristo, que cuantos nos conozcan y a cuantos conozcamos, encuentren en nosotros el gozo compartido de saber orientar cualquier acción para gloria de Dios y en grito silencioso, fincado en cada obra, invitemos a todos a “ser imitadores nuestros como nosotros lo somos de Cristo”.

jueves, 1 de febrero de 2024

5°. Ord. 4 febrero 2024


Primera Lectura:
del libro de Job 7: 1-4, 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 140: Alabemos al Señor, nuestro Dios.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios  9: 16-19, 22-23
Evangelio: Mateo 1: 29-39

Desde esta realidad concreta, en muchos aspectos desconcertante, donde brotan la interrogación y el sufrimiento, con una fe que todo lo supere, hagamos como la Antífona de entrada nos invita: “Entremos y adoremos de rodillas al Señor, creador nuestro, porque Él es nuestro Dios.”  En Él están nuestra esperanza y nuestra fuerza; si buscamos solamente en nosotros la salida, entraremos a un callejón obscuro.  

¿Qué vemos en el mundo, en nuestro México, en la región que habitamos?: Violencia, fraternidad quebrada, brújulas locas. Esta experiencia que golpea el interior inerme, nos fuerza, al palpar esta niebla, a orar con fervor a nuestro Padre: “Que tu amor incansable nos cuide y nos proteja, porque hemos puesto en Ti, nuestra esperanza.” De ninguna manera es tomar el camino fácil, no es pasotismo que se desentiende; es todo lo contrario, ya que confiamos “en el amor incansable de nuestro Creador”, aceptamos, con ello, el compromiso de caminar a su lado, de mirar a hombres y criaturas, como Él los mira: de ser, todos los días, cristianos nuevos que sienten, como Pablo, el ansia de la vida verdadera, la que tiene por carril a Jesucristo: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”   

Sabemos que no basta la palabra, no basta con gritar a voz en cuello que Cristo vive y que nos aguarda. Para reunir las piezas y ayudar a los hombres a rehacerse, es preciso “hacerse todo a todos a fin de ganarlos a todos”. Debilidad con debilidad es fortaleza por ser de donde viene. ¡Qué luz esplendorosa brillaría del ser de cada uno, si el faro que alumbrara cada paso fuera este!: “¡Todo lo hago por el Evangelio!” La recompensa viene por sí sola: Estar injertados en Cristo, para siempre. 

El realismo de Job nos atenaza, el hombre justo que tiene al sufrimiento como “compañero inseparable de jornadas”; el hombre que se pinta y nos pinta en la ardua batalla, que no encuentra sosiego, que cuenta los meses de infortunio y las horas de la noche, una a una, aguardando las luces de la aurora: “¿Cuándo será de día?” Parecería que la dicha hubiera huido de sus ojos y la esperanza desaparecido; pero no flaquea, la fe en Dios va hasta el extremo del soplo de la vida: “Sé que mi Redentor vive y que con
estos ojos, no los de otro, yo mismo lo veré.” (19: 17) ¡La resurrección está presente! 

Marcos, después de haber mostrado la autoridad de Jesús como Maestro y dejado en claro que ha venido a combatir al maligno, ahora, en una especie de sumario, un tanto hiperbólico, nos deja ver otra faceta: la de taumaturgo. Dios, en Jesús, está de nuestro lado para luchar contra el mal y el sufrimiento: primero una acción familiar: cura a la suegra de Pedro y ésta, de inmediato “se puso a servirles”, ¡gratitud activa! Luego “el pueblo que se apiña” y regresa a casa alborozado, limpio de demonios y de males.  

Después el Señor desaparece: “salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.” ¡Lección que profundiza! Para anunciar la Buena Nueva: imprescindible el contacto con el Padre. ¿Captamos el camino de la cura de todos nuestros males? Jesús, en el silencio, se refuerza: “No hablo por mí mismo, lo que he escuchado del Padre es lo que digo” (Jn. 12: 49). Nuestra misión se nutre de la escucha de Aquel que sigue hablando y si le hacemos caso, partiremos con Cristo a “predicar el Evangelio a todo el mundo.”

sábado, 27 de enero de 2024

4°. Ordinario, 28 enero 2024


Primera Lectura:
del libro del Deuteronomio 18: 15-20
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 7: 32-35
Evangelio: Marcos 1: 21-28

Celebrábamos el jueves pasado la conmemoración de la conversión de San Pablo y finalizábamos la octava de oración por la unión de las Iglesias; hoy universalizamos nuestra petición en la Antífona de entrada: “Reúnenos de entre todas las naciones y que nuestra gloria sea el alabarte.”  ¿Cuál es la Gloria del Señor?: “Ámense como Yo los he amado”, y al percibir nuestra impotencia para vivir como Él lo espera, le pedimos nos conceda “amarlo con todo el corazón, pues solamente así podremos “con ese mismo amor, amar a nuestros prójimos.” Sin Él será imposible cumplir su mandamiento.

Para situarnos en la primera lectura: Dios se ha comunicado por medio de prodigios y señales al Pueblo de Israel, éste ha experimentado de cerca su presencia, especialmente en el Sinaí y todavía tiembla: “No queremos volver a oír la voz del Señor nuestro Dios, ni volver a ver otra vez ese gran fuego, pues no queremos morir.” La imagen inmediata que aún los estremece, les impide percibir al Dios Justo, Bueno y Compasivo, y piden un intermediario, alguien que hable en el nombre del Señor, a un Profeta como Moisés. Dios, complaciente, lo acepta y en esta aceptación envuelve la promesa del Gran Intermediario: Jesucristo quien será no sólo portador de la palabra, sino La Palabra misma. Lo anunciado por Moisés, sigue vigente: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.

¡Con qué necesidad pedimos en el Salmo!: “Señor, que no seamos sordos a tu voz.” Conscientes, aceptamos que el saber compromete; pero si no sabemos de Ti, ¿qué sabremos del mundo y de nosotros? En cambio, teniéndote en el centro de la vida, “Aclamaremos al Dios que nos salva; nos acercaremos con júbilo y sin miedo”. La visión ha cambiado, el gozo se acrecienta porque “Tú eres nuestro Dios y nosotros tu pueblo”. Esta verdad vibrante hará imposible que el corazón se endurezca.

El domingo pasado San Pablo advertía: “El tiempo apremia” y “este mundo que vemos es pasajero”; congruente a su palabra va su ejemplo: “Vivir constantemente y sin distracciones en la presencia del Señor, tal como conviene”. En Corinto sonó a sorpresa, y aun ahora sigue sonando, la invitación al celibato, a la virginidad, precisamente para “vivir sin preocupaciones, ocupados en las cosas del Señor”. Entendámoslo bien: la vocación es personal, el camino de realización se multiplica, ni la más mínima sombra de desprecio por el matrimonio; es otra vía de santificación y crecimiento, lo que importa es “vivirla en presencia del Señor”.

En el Evangelio, San Marcos, después de narrarnos la vocación de los primeros discípulos, presenta, escuetamente, como suele, pero con precisión, a Jesús Maestro. Entra en la sinagoga y “se pone a enseñarles”. Para eso ha venido y lo cumple. De inmediato resuena la primera lectura: “Haré surgir de en medio de ustedes un Profeta”. Los presentes lo oyen y se admiran. En ese mismo sitio ha habido muchas voces, pero ahora encuentran la Palabra, de ahí su exclamación: “Habla como quien tiene autoridad y no como los escribas”.

Los maestros de la Ley, hacían referencia a maestros anteriores, Jesús no necesita eso, su fundamento es el Autor de la Ley y de la Alianza; es la Escritura viva: porque “aprendió a escuchar” y eso transmite: “Lo que el Padre me enseñó, es lo que digo”. (Jn. 8:28)  “Les doy a conocer todo lo que le he oído al Padre”. (Jn. 15: 15) y vuelve a resonarnos la primera lectura: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas” ¡.Señor, haznos escuchas!

Una última referencia: dice San Agustín “los demonios también creen y tiemblan”, reconocen, ya tarde, al Señor: “Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo calla y lo expulsa. El demonio, con violencia, se retira; un rumor estupefacto se levanta: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Este hombre tiene autoridad para mandar a los espíritus inmundos y le obedecen.”

Te pedimos, Señor, que expulses a los “demonios” que nos cercan y que nuestros corazones tengan siempre presente lo que hace tantos años nos recuerda el Concilio Vaticano II: “Acompañen la oración a la lectura de la Sagrada Escritura, porque a Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas”. (Dei Verbum # 25)

sábado, 20 de enero de 2024

3° Ordinario. 21 enero 2024.-


Primera Lectura
: del libro del profeta Jonás 3: 1-5, 10 
Salmo Responsorial, del salmo 23: Descúbrenos, Señor tus caminos. Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol a los corintios 7: 29-31 Evangelio: Marcos 1: 14-20.

¿Proseguimos entonando el cántico al Señor? ¿Cuánto tiempo dedicamos a contemplar el esplendor de su belleza? ¿De verdad nos dejamos cautivar por su presencia? Son preguntas que nos hacen adelantar la reflexión a la que nos invita san Pablo en el pequeño fragmento de la carta a los corintios: “el tiempo apremia”, el tiempo sigue, y nosotros con él; no cambia, todas las horas del reloj son iguales, en ritmo acompasado, repetido y sin repetirse, camino circular que no termina. avanza sin saberse, regresa y recomienza; cronos imperturbable que nos lleva en sus alas, ¿hacia dónde?

No es tanto este tiempo el que interesa, sino el “cairós”, el momento oportuno, la respuesta atinada, la dirección exacta, la decisión valiente, la que, midiendo el riesgo, se atreve a recorrerlo, y al hacerlo, sale de la rutina empantanada y traza una senda lineal que toca el cielo.

Jonás lo había entrevisto, ese “cairós” de Dios, y tuvo miedo; huyó temporalmente, pero el Señor persigue hasta alcanzar. Jonás acepta ser portavoz de destrucción y muerte: “dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. se apropió la palabra y una ilusión morbosa lo envolvió, se quedó con el “cronos” y olvidó el “cairós”. se llenó de tristeza por el fracaso de sus predicciones; pero Dios no es así: “viendo sus obras y cómo se convertían de su mala vida…, no les mandó el castigo”, se mostró como es, con designios de paz y de perdón. los ninivitas captaron que el “cairós” es exacto, y lo aceptaron. Pensemos un momento: ¡cuánto “cairós” perdido en nuestro “cronos”!

La súplica del salmo nos anima: “descúbrenos, Señor, tus caminos”, porque solos, nos perdemos en una absurda maraña de deseos; contigo, en cambio,  hermanaremos el tiempo y la distancia. nuestros pasos serán eternidad presente, “porque este mundo que vemos es pasajero”. ¡alcánzanos, Señor, haz que lleguemos!

El eterno “cairós” ya se ha cumplido. Jesús, “en quien el Padre encuentra todas sus complacencias”, está entre nosotros, y sale a nuestro encuentro, y nos llama, igual que a sus discípulos Simón, Andrés, Santiago y Juan. no es necesario el diálogo, la presencia lo suple y lo supera. la vocación es clara: “¡síganme!”  en sus interiores se desató un viento de aceptación y de obediencia. la prestancia de aquel que agrada al padre, de alguna forma se hizo transparencia, y “dejándolo todo, lo siguieron”.

El futuro es inédito, todavía incomprensible: “los haré pescadores de hombres”. no se preguntan: ¿qué quieres de nosotros?
Comprenderemos- que no busca nuestras cosas, sino el ser entero, disponible, para esparcir la nueva de la paz, de la concordia, hasta entregar la vida por el Reino. 

Repitamos la oración y que el Espíritu nos levante en vuelo: “conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos para que, unidos a tu Hijo amado, podamos producir frutos abundantes.”

sábado, 13 de enero de 2024

2º Ordinario, 14 enero, 2024.


Primera Lectura:
del primer libro de Samuel 3: 3-10, 19
Salmo Responsorial. del salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 6: 13-15, 17-20
Evangelio: Juan 1: 35-42.
 
El Señor, en la Epifanía ilumina a todos los hombres, con su Bautismo los purifica, con su Voz, que llama constantemente, los guía; los que lo aceptan, son llamados “hijos de Dios” que invitan a la tierra entera a que entone himnos en su honor. Si nos encontramos entre ellos, nuestros días transcurrirán en su paz.
 
Finalizó el tiempo de Navidad, inicia el Tiempo Ordinario, semana tras semana meditaremos, paso a paso, las acciones, los dichos, las enseñanzas, la voz de Jesucristo. Oírlo, sentirlo cercano a cada hombre, encontrar dónde vive y aprender a pasar toda la tarde escuchándolo, nos
hará comprender la inquietud que lo invade: ¡Conóceme, acéptame, sígueme!
 
En Samuel admiramos una fe obediente, que supera flojeras, que tres veces se yergue, presurosa, en medio de la noche, que no pone pretextos
y en su constancia abre, todavía sin saberlo, su interior para que el Espíritu del Señor halle en él su morada.
Responder al llamado en silencio expectante, delinea lo que ha de ser la oración cristiana: “Habla, Señor, tu siervo te escucha”. ¡Interioridad, discernimiento; percepción de la Voz, para superar los ruidos que adentro provocamos y los que desde fuera aturden!
 
Captada, sin temores, la llamada, hace surgir la respuesta a tono con el Salmo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, y completamos alegres y sinceros: “Lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón”. El Señor nos habla en muchas formas, la paciencia es necesaria, seguimos como escuchas, pero el amor nos urge a salir al encuentro; no interrumpir los pasos tras aquel al que Juan señaló como “El Cordero de Dios”; que el asombro lo alcance y los labios enuncien la pregunta que inicie el diálogo profundo: “¿Dónde vives, Rabí?” Su respuesta nos llevará con Él, “Vengan a ver”. Con Él descubriremos que son posibles la paz y la amistad.
 
La convivencia pone el corazón a disposición de Dios. Haber “visto” a Jesús en su pobre morada nos invita a ofrecernos para que nos habite. La comunicación con Él, y el descubrir la Verdad, harán brotar el ansia de decirla a los otros. La experiencia vivida exigirá anunciarla para que todo aquel que la oiga, pueda sentir el mismo pero diverso gozo, según el nombre con que La Voz lo nombre. Ya lo sabemos, el que pone nombre a los seres, es dueño de los mismos; el Padre nos ha nombrado hijos en el Hijo, por tanto “ya no somos dueños de nosotros mismos”, “somos miembros de Cristo y nos hacemos con Él un solo espíritu”. ¡Glorifiquemos a Dios con nuestro ser entero!

 

domingo, 19 de noviembre de 2023

33º Ordinario, noviembre 19, 2023.-


P
rimera
Lectura: del libro de los Proverbios:  31: 10-13, 19-20, 30-31; 
Salmo Responsorial, del salmo 127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 5: 1-6
Evangelio: Mateo 25: 14-30.
 
La Antífona de Entrada evita que surja en nuestra mente una falsa concepción de Dios, de Él no pueden brotar sino “designios de paz; me invocarán y los escucharé, los libraré de toda esclavitud donde quiera que se encuentren.” ¡Cuántas veces hemos considerado que de la Fuente de Bondad no puede manar sino Bondad!
 
Nuestra respuesta no puede ser otra que la aceptación de sus mandatos, ellos son las mojoneras del camino para que no nos desviemos, para que encontremos la felicidad, la que perdura, la que, solamente, se consigue en el servicio fiel a su voluntad y en la entrega a los hermanos.
 
El sendero es fácil si estamos llenos de Dios; cuando encontramos piedras, espinas y abrojos, si prestamos atención, percibimos que nosotros mismos las hemos colocado, de nuestras manos ha salido la mala semilla; todavía es tiempo de escardar, de limpiar, de emparejar. ¿Capacidad para ello? Ya el Señor nos la dio de sobra, lo que no sabemos, recordando a las vírgenes descuidadas, es si nos alcanzarán las horas para entregar los frutos, por eso cualquier demora o exceso de confianza, pueden ser decisivos.

El canto de alabanza a la mujer hacendosa, que entona el Libro de los Proverbios, es un preludio a la parábola que utiliza Jesús; el Salmo, como variaciones sobre el mismo tema: “dichosa la que, con manos hábiles, teje lana y lino, que maneja la rueca, que abre las manos al pobre y desvalido”; talentos recibidos para alegrar la vida de los otros.
 
“Dichoso el hombre que confía en el Señor”. La bendición de arriba será su compañía y la verá, fecunda, con su mujer al lado. Basta abrir los ojos para encontrar a Dios en todas partes, y con Él encontrar la anhelada felicidad.
 
San Pablo ha dedicado largas, profundas horas al trato con Jesús; de Él ha aprendido lo que ya meditamos: lo incierto de lo cierto, y, de su amor confiado, porque es conocido, deshace las angustias de aquellos que quisieran saber la precisión del tiempo de llegada del Señor de los cielos. ¿Para qué preocuparse del tiempo cuando éste ya no exista? ¡Es ahora el momento de alejar las tinieblas, de espabilar el sueño, de vivir sobriamente y llenarnos de luz!
 
No es Dios el que se ha ido; Él no sale de viaje. Entrega los talentos y está a la expectativa. Mira cómo nos miramos las manos enriquecidas con sus dones y, más, con su confianza. Oímos, quedamente, lo que su amor pronuncia: “No son ustedes los que me han elegido a Mí, sino que Yo lo elegí para que vayan y den fruto y ese fruto perdure” Lo recibido es para que el Reino crezca. El don ya fue gratuito, para que haya cosecha se necesitan creatividad y esfuerzo. Temor y ociosidad jamás tendrán cabida, y si acaso aparecieran, están ya condenados.
 
Una doble mirada, a lo que he hecho y hago, pero con los ojos puestos en Aquel que vive de la entrega; siguiendo sus pisadas evitaremos “el ser echado fuera”.
 
¡Confiaste en mí, Señor, ¡y de ti espero responder del mismo modo!

viernes, 10 de noviembre de 2023

32°. Ord. 12 noviembre 2023.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría 6:12-16
Salmo Responsorial, del salmo64: Señor, mi alma tiene sed de ti.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 4: 13-18
Evangelio: Mateo 25: 1-13
 
¿Cuándo no han llegado hasta el Señor nuestras plegarias? La respuesta es sencilla: cuando hemos cerrado labios y corazón. Sin duda nos acordamos de Dios cuando la necesidad nos aprieta, cuando la tentación ronda incansable, cuando el dolor nos muerde…, es bueno, pero no suficiente, demuestra que hay fe en nuestro corazón, que sabemos a quién acudir en el momento en que el camino se vuelve pesado, cuando no encontramos respuestas en ninguna creatura y menos en nosotros mismos; más parecería un trato convenenciero que una relación amorosa que en serio dejara “en sus manos paternales todas nuestras preocupaciones”.
 
La oración es plática confiada con el Amigo, con quien conoce nuestras necesidades y aguarda, deseoso, que las expongamos confiadamente. No es un monólogo inútil; es la aplicación de la verdadera Sabiduría: el saborear el amor de Dios, el buscarlo con todas nuestras fuerzas, salir a su encuentro y hallarlo siempre a la puerta de nuestras vidas. Esa Sabiduría Encarnada no sólo nos espera sino que vino hasta nosotros: el fruto de ese encuentro conjunta nuestra voluntad con la suya y el resultado es lanzarnos a la trascendencia, a la plenitud y a la paz, en la total posesión de nuestro ser en el suyo. Esto es captar la “benevolencia del Señor”, quiere todo el bien para nosotros; todavía más, coopera, ilumina y guía nuestras decisiones para lograr y realizar el Proyecto de nuestros proyectos: ¡Llegar a Él! “La sed será saciada”, “la añoranza, será realidad”, “la bendición colmada no terminará”, “el júbilo será nuestra túnica, desde los labios nos cubrirá por completo”.
 
Ciertamente no ignoramos “la suerte de los que se duermen en el Señor”. “Jesús, primicia de los resucitados, nos arrebatará con Él para estar siempre a su lado.” ¿Necesitaríamos alguna consolación mayor? Las palabras están confirmadas por la vida de Aquel que vino para que tuviéramos Vida.
 
En el Evangelio Jesús nos previene, no es ninguna amenaza, nos hace pisar, con firmeza, nuestra realidad de creaturas: “Estén preparados porque no saben ni el día ni la hora”. Aceptamos la certeza de la muerte. Realidad que conmueve, que agita el interior, que, quizá sin pensar, quisiéramos borrar del futuro y que, a pesar de todos los esfuerzos, sabemos que está en camino, que nos cruzaremos con ella, pero no nos vencerá…, pues confiamos en tener “aceite para la lámpara” y que ésta se encontrará encendida cuando llegue el Esposo y “entraremos al banquete de bodas”. La seguridad nace de nuestra adhesión a Cristo, quien, como nos dice San Pablo: “como último enemigo, aniquilará –ya aniquiló con su muerte- a la muerte". 
 
La oración, la fidelidad, la cercanía son la previsión para mantenernos encendidos: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero".
 
“El que consulta a Dios, recibirá su enseñanza; el que madruga por él, obtendrá respuesta” (Eclesiástico 32: 14).
 
San Pedro, con la experiencia viva, nos afianza: “Esta voz, llegada del cielo…, hacen bien en prestarle atención como a lámpara que brilla en la obscuridad, hasta que despunte el día y el lucero nazca en sus corazones".
 
“Quiero estar consciente al preinstante de verte para poner en Ti el consentimiento y repetirte el ¡sí! definitivo”.