jueves, 23 de noviembre de 2017

34º Ord. Cristo Rey, 26 Noviembre, 2017.-



Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 34: 11-12, 15-17
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 20-26, 28
Aclamación: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Mateo 25: 31-46.

La coronación del Año litúrgico del Ciclo A, con la festividad de Cristo Rey. El próximo domingo inicia el Adviento, continuará la invitación para acompañar a Jesús en su “acampar entre nosotros”, a permanecer atentos a la escucha de su voz que nos guía como Pastor, Rey y Soberano; imágenes que utiliza el Profeta para que percibamos la cercanía de Dios, quien, lo sabemos, “aun antes de saber que lo sabíamos”, siempre toma la iniciativa en la búsqueda y el encuentro, cuidado y robustecimiento, de la participación de su vida; se pone  a nuestro alcance; ofrece la paz, el bienestar, la felicidad, la seguridad, la novedad siempre nueva, el camino hacia verdes praderas y las fuentes tranquilas. No podemos ignorar ni dejar de prever el momento final del rendir cuentas, el juicio.

Los antiguos consideraban a los soberanos “pastores de los pueblos”, cuánto más es aplicable el título a Jesucristo, “el Cordero inmolado, digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor., a Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”. Es la realización perfecta del Pastor, jamás buscó su propio bien, nunca obró por egoísmo, se enfrentó a todos los poderes buscando siempre el bien de los hombres y mujeres marginados, pobres, inútiles y despreciados, “nos rescató, no a precio de oro ni plata, sino por su sangre derramada” (1ª.Pedro. 1: 18-19); “dichosos los que han lavado sus vestiduras con la sangre del Cordero, estarán ante el trono de Dios, sirviéndole día y noche”. (Apoc. 7: 14).

Es Jesús, la Piedra sobre la que todo está fundado, el que libera de toda esclavitud, “primicia de los resucitados”, único Puente para volver a la vida, Mediador entre el Padre y la humanidad, ejemplar del hombre nuevo, vencedor del mal y de la muerte, consumador de toda perfección para que “Dios sea todo en todas las cosas”.

Preguntémonos si es Cristo, quien reina en nuestro corazón, si de verdad sentimos en el interior la inhabitarían del Espíritu Santo, si en nuestro caminar tenemos a Dios y a Cristo como un mero factor significativo que aparece en algunos momentos de la vida: bautizos, primeras comuniones, bodas, sepelios, un rato en la alegría o la tristeza, en la angustia y la impotencia; lo traemos brevemente a la memoria, nos conmovemos y después olvidamos. O bien es un factor determinante que orienta nuestras decisiones para buscar, encontrar y vivir según su voluntad, el que mantiene nuestra mirada hacia el Reino; o todavía mejor aún si ya ha llegado a ser en nosotros factor único, de modo que no elijamos sino lo que sea para su Mayor Gloria, entonces sí que habremos escuchado y seguido la Voz del Pastor, Rey y Guía.

El Evangelio de hoy lo leímos el día de la conmemoración de los fieles difuntos. Ellos ya fueron examinados, confiamos en la misericordia de Dios que hayan sido aprobados, pues supieron, de antemano, como ahora nosotros, las preguntas de la evaluación final: ¿Amaste a cuantos encontraste en tu vida?, ¿serviste de enlace entre ellos y Yo?, ¿aceptaste a todos sin distinción y especialmente a los más necesitados?, entonces: “Ven bendito de mi Padre, toma posesión del Reino preparado para ti desde la creación del mundo”. “Entonces irán los justos a la vida eterna”. ¡Señor contamos con tu gracia para que nuestras respuestas ya sean correctas desde ahora!

sábado, 18 de noviembre de 2017

33º Ordinario, 19 noviembre 2017.-


Primera Lectura: del libro de los Proverbios 31: 10-13, 19-20, 30-31

Salmo Responsorial, del salmo 127: Dichoso el que teme al Señor.

Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 5: 1-6

Aclamación: Permanezcan en mí y Yo en ustedes, dice el Señor; el que permanece en mi da fruto abundante.

Evangelio: Mateo 25: 14-30.



Dios nos abre “su corazón”, ¿de qué otra forma podríamos conocer sus designios?, y al escucharlo, nos reconforta y nos anima, cuanto viene de Él nos llega envuelto en la Paz, “en la que el mundo no puede dar”, la que ayuda a vencer toda aflicción y esclavitud, la que mantiene encendida la lámpara de la oración y la confianza, la que fija el rumbo para lograr la felicidad verdadera; felicidad que todo ser humano desea y aun cuando sea don del Señor, nuestro trabajo y servicio, como seres comprometidos con El, con los demás, con la creación entera, no pueden quedarse al margen.



Las lecturas de la liturgia de hoy ejemplifican, sapiencialmente, la necesidad del trabajo productivo, constante, fiel, generoso, de tal forma, que atienda a propios y extraños. Muy llamativo el que en una cultura que no tenía en gran aprecio a la mujer, ésta sirva como puntal para engarzar las virtudes, las actitudes, las acciones y la practicidad de quien acepta y vive su misión en la tierra, de quien ha aprendido a usar de los bienes y pone los talentos recibidos a disposición de todos. La mujer ideal que presenta el Libro de los Proverbios, la que todos desearíamos conocer y enriquecernos con su trato, tiene como corona, más allá de los encantos y la hermosura, “el temor del Señor”, temor que no provoca rigidez ni encogimiento porque pueda traer un castigo, sino que ha nacido, y perdura, de la convicción del servicio por amor a Aquel de quien todo lo ha recibido y que le hará evitar cuanto pudiera empañarlo.



El Salmo llama dichoso al hombre que ha encontrado a una mujer con tales cualidades, también el “es dichoso porque teme al Señor”, porque mantiene el mismo tono de espiritualidad y el complemento de interioridades hace que la bendición del Señor venga sobre ellos; de sobra sabemos que la bendición encierra mucho más que “el decir bien”, y si abraza a la “trinidad en la tierra”: Dios, el esposo, la esposa, asegura su permanencia. Pidamos al Señor que multiplique su Gracia sobre los matrimonios para que vivan esta íntima comunicación, que es mutuo enriquecimiento, y se prolonga en los hijos.



El fragmento de la Carta de Pablo y el Evangelio, sacuden nuestra modorra; la primera, para que tengamos presente la trascendencia y la vocación de ser “hijos de la luz y del día”, y, consecuentemente, vivamos “sobriamente aguardando el día del Señor”; Jesús, desde la parábola, relato al alcance de todos, quiere que estemos en constante vigilancia, en actividad, en responsabilidad creativa, “esperando su regreso”, porque, ya nos advierte que los talentos infructuosos, egoístas, temerosos del riesgo, acabarían, junto con nosotros, “arrojados a las tinieblas, al llanto y la desesperación”.



En cambio los trabajados con entusiasmo, fueren cuantos fueren, precisamente por la fidelidad en lo poco, pero puestos al servicio del Reino, que no es otra cosa que al servicio de los demás, serán doblados y abrirán el horizonte ilimitado.



La incertidumbre de lo incierto, se transforma en certidumbre de lo cierto: escuchar del mismo Señor el balance positivo, que por su Gracia, nos da la inacabable felicidad: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Entra a tomar parte en la alegría de tu Señor”.   

sábado, 11 de noviembre de 2017

32º Ordinario, 12 Noviembre 2017.-



Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 6:12-16
Salmo Responsorial, del salmo 62: Señor, mi alma tiene sed de ti.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 4: 13-18
Aclamación: Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.
Evangelio: Mateo 25: 1-13

¿Cuándo no han llegado hasta el Señor nuestras plegarias? Simplemente  cuando no las hemos hecho. Nos acordamos de Dios cuando la necesidad nos apremia, cuando la tentación ronda incansable, cuando el dolor nos muerde…, está bien, eso demuestra que hay fe en nuestro corazón, que sabemos a quién acudir en el momento del apremio cuando el camino se angosta y no encontramos respuesta en ninguna creatura y menos aún en nosotros mismos; sin embargo eso parecería más bien una transacción comercial que una relación amorosa que dejara “en sus manos paternales todas las preocupaciones”.

 La oración es plática confiada con el Amigo, con quien conoce nuestras necesidades y aguarda, deseoso, que las expongamos. No es un monólogo inútil; es la aplicación de la verdadera Sabiduría: el saborear el amor de Dios, el buscarlo con todas nuestras fuerzas, salir a su encuentro y hallarlo siempre a la puerta. Esa Sabiduría Encarnada no sólo nos espera ya vino a encontrarnos: el fruto de ese encuentro conjunta nuestra voluntad con la suya y el resultado es lanzarnos a la trascendencia, a la plenitud y a la paz, en la total posesión de nuestro ser en el suyo. Esto es captar la “benevolencia del Señor”, Él quiere todo el bien para nosotros; todavía más, coopera, ilumina y guía nuestras decisiones para lograr y realizar el Proyecto de nuestros proyectos: ¡Llegar a Él! “La sed será saciada”, “la añoranza será realidad”, “la bendición colmada no terminará”, “el júbilo será nuestra túnica, nos cubrirá por completo”.

No ignoramos “la suerte de los que se duermen en el Señor”. “Jesús, primicia de los resucitados, nos arrebatará con El para estar siempre a su lado.” ¿Necesitamos alguna consolación mayor? Las palabras están confirmadas por la vida de Aquel que vino para que tuviéramos Vida.

En el Evangelio Jesús nos previene, no amenaza, nos hace pisar, con firmeza, nuestra realidad de creaturas: “Estén preparados porque no saben ni el día ni la hora” cuando llegue la  certeza más cierta y más incierta: la muerte. Realidad que nos conmueve, que vemos con recelo, que quisiéramos borrar del futuro y que, a pesar de todos los esfuerzos, sabemos que está en camino, que nos cruzaremos con ella, que nos vencerá…, pero no definitivamente pues confiamos en tener “aceite para la lámpara”  y ésta se encontrará encendida cuando llegue el Esposo y “entraremos al banquete de bodas”; la seguridad nace de nuestra adhesión a Cristo, quien, “ya  aniquiló a la muerte.”  (1ª Cor. 15: 26).

La oración, la fidelidad, la cercanía, son la previsión para mantenernos encendidos: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.”  (Salmo 119 (118)): 105).
“El que consulta a Dios, recibirá su enseñanza; el que madruga por él, obtendrá respuesta.”  (Eclesiástico 32: 14)  San Pedro, con la experiencia viva, nos afianza: “Esta voz, llegada del cielo…, hacen bien en prestarle atención como a lámpara que brilla en la obscuridad, hasta que despunte el día y el lucero nazca en sus corazones”. (2ª Pedro 1: 19). “Quiero estar consciente al preinstante de verte para poner en Ti el consentimiento y repetirte el ¡sí! definitivo”.