sábado, 23 de julio de 2016

17° Ord. 24 julio 2016



Primera Lectura: del libro del Génesis 18: 20-32
Salmo Responsorial, del salmo 137
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 2: 12-14
Evangelio: Lucas 11: 1-13.

El único que puede darnos la fuerza y la constancia para  “habitar juntos en su casa”, es el Señor. Él nos hará capaces de superar todo aquello que rompe, rasga y divide, porque nos dará la Sabiduría que viene desde arriba y nos permitirá ver la estatura exacta de  cada creatura; con su luz impedirá que nos quedemos deslumbrados por los bienes de esta tierra, que, si bien todos son buenos, no todos nos ayudan a crecer mirando a la trascendencia. ¡Qué a modo llega a la memoria la “regla de oro”: “usar de las cosas tanto cuanto nos guíen para el fin que fuimos creados, y, apartarnos de aquellas que nos lo impidan”!

   La oración confiada, consciente, filial, platica con Dios, es universal, mira al bien de los demás y está dispuesta a considerarlo todo con una visión teológico- profética: “viene de Dios y vuelve a Dios”; parece que regatea, pero con ello expresa el abandono total a la voluntad divina. No siempre obtiene lo que pide pero sabe que recibe lo que le conviene. No fracasa, Dios tampoco fracasa, fracasamos los seres humanos cuando no aceptamos ser salvados de nosotros mismos.
  
 “Te damos gracias de todo corazón”: porque comprobamos tu “lealtad y tu amor, que nos infunde ánimos, nos pone a salvo y concluye su obra en nosotros”, la recibida en el Bautismo; ¿lo decimos convencidos?, ¿nos hace superar las dificultades que encontramos?, ¿sale de un corazón filial?, ¿experimentamos que somos de Dios, elegidos para la vida y para “la vida nueva con Cristo que anuló el documento que nos condenaba”? La gratuidad es manifiesta, que la gratitud responda sin límites.
  ¿Queremos aprender a orar, seguir aprendiendo?, con sencillez escuchemos a Cristo; con Él repitamos, conscientemente, la plegaria que eleva, que plenifica y que nos compromete a actuar como “hijos que se dirigen a su Abba, Padre”, para suplicarle que “vivamos en justicia y santidad” para santificar su nombre; para que la llegada del Reino colme la tierra; para que su Voluntad oriente nuestros pasos, que su Bondad sostenga nuestros días, que condone nuestras deudas y que hagamos lo mismo con todos los hermanos; nos libre del maligno que todo lo obscurece.

   El Señor se complace en los que son constantes, los que piden porque se saben necesitados, buscan lo que perdura y tocan en la puerta correcta; al “darnos su Espíritu”, con Él nos dará cuanto necesitamos: “dame lo que pides, y pide lo que quieras”.

viernes, 15 de julio de 2016

16° Ord. 17 julio 2016



Primera Lectura: del libro Génesis 18: 1-10
Salmo Responsorial, del salmo 14: ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 1: 24-28
Aclamación: Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran hasta dar fruto.
Evangelio: Lucas 10: 38-42.

Tú eres, Señor “auxilio y poyo”, en Ti podremos crecer en “la fe, la esperanza y la caridad”, que es el amor. Solamente así seremos capaces de mantenernos en tu servicio y en el de los demás.

De Ti viene la capacidad de escucha, de hospitalidad, de contemplación y de acción Meditábamos el domingo pasado qué difícil es recibir con amabilidad a un desconocido y ahora nos haces comprender lo que muchos años después, inspiraste al escritor de la carta a los Hebreos, en 13:2: “No se olviden de la hospitalidad; gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”, y, en ellos, a Ti, como le sucedió a Abrahám. Recibirte es acoger la promesa, es, vivir ya la salvación.

Muchos han visto, en el relato del Génesis, una anticipación de la Trinidad, “misterio mantenido oculto desde siglos y generaciones y que ahora has revelado a tu pueblo santo”, que, unido a las tribulaciones de Cristo, Dios hombre, nos invita a acoger a todo hombre, sin distinción de raza, pueblo o nación, para llevar a cabo la obra de la redención.

¿Qué podemos los hombres ofrecerte que sea grato a tus ojos?: “Honradez, justicia, sinceridad y apertura”, y cómo lograrlo sino contemplándote y escuchando tu palabra, desde la Palabra. Son demasiadas exterioridades las que nos preocupan, cuando “una es necesaria”, que sepamos escogerla y, como el prudente del Evangelio, cimentados en Roca, llevarla a cabo.

María y Martha nos muestran el camino de conjunción, el que, sin duda, ya habremos escuchado: “Ser contemplativos en la acción”. Que Jesús Eucaristía nos ayude a esa conversión tan necesaria.

jueves, 7 de julio de 2016

15° ordinario, 10 julio 2016.


Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 30: 10-14
Salmo Responsorial, del salmo 68: Escúchame, Señor, porque eres bueno.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 1: 15-20
Aclamación: Tus palabras, Señor, son Espíritu y vida. Tú tienes palabras de vida eterna.
Evangelio: Lucas 10: 25-37.

“Contemplaré tu rostro”, Señor. “al despertar espero saciarme de tu presencia”. Y para hacerlo, le pedimos nos ayude a rechazar cuanto desdiga del nombre de cristiano.

¿Por dónde va nuestro camino?, nos conocemos como amigos de lo fácil, de lo que no engloba compromiso, nos inclinamos más decididamente por una “libertad” que vamos convirtiendo en “libertinaje”, como nos advertía Pablo en su carta a los Gálatas, por eso insistimos en nuestra oración que nos inunde la Luz del Evangelio para que obrando en consonancia, verdaderamente nos comportemos como cristianos, como Cristo: pacientes, bondadosos, llenos de misericordia, decididos a la apertura universal, a reconocer como prójimo a todo ser humano. Que la Gracia del Espíritu irradie en nuestro ser para que jamás nos apartemos de lo que nos une a Cristo.

En el Deuteronomio encontramos lo que de sobra sabemos: las invitaciones de Dios, no sólo están cerca, están dentro de nosotros, en el corazón, en la mente y ojala en la boca, en la profesión y realización del compromiso concreto. Él “ya ha escrito su Ley en nuestro interior”, como prometió por el profeta Jeremías (31: 33).. La pregunta inicial, ¿por qué no la seguimos?, ¿qué está sucediendo en el mundo?, ¿por qué ha perdido su fuerza esta Ley Natural que enlaza la doble vertiente del amor a Dios y a los demás?, ¿qué es capaz de borrarla y encerrarnos en la actitud egoísta y ególatra?

“El Señor nos escucha, porque es bueno”, de nuevo preguntarnos qué tanto lo invocamos, qué tanto oramos por la paz, por nuestra sincera conversión, para que crezca el conocimiento que nos impulse “a acercarnos y permanecer con Él”.

El himno cristológico que nos brinda Pablo en la lectura de la carta a los Colosenses, ayuda a confirmar Quién es el Centro, el Fundamento, el Primogénito de toda la creación, también a descubrir, una vez más, que Cristo es el Camino para conocer al Padre, el Mediador de la nueva Alianza, la Cabeza de la Iglesia, y cómo por Él y por su entrega hasta la muerte, estamos reconciliados con Dios.

En San Lucas reafirma Jesús la unión que hay entre Deuteronomio y Levítico: La Ley Evangélica: el amor a Dios y el amor al prójimo tan íntimamente unidos que son la única fuente de la vida: “Haz esto y vivirás”. Omitamos preguntas inútiles: “¿Quién es mi prójimo?”  Tenemos clara en la mente la respuesta: “El que tuvo compasión del caído en manos de ladrones”. Aceptemos la invitación que viene de labios de Jesús:
“Anda y haz tú lo mismo”. Ese “tú”, es el “yo” de cada uno de nosotros; esquivar la responsabilidad, matar la compasión, cerrar los ojos ante tantos que “nos necesitan”, es desdecirnos del nombre de cristianos, es apartarnos de Cristo, es no permitir que lo orado en unión con la Iglesia, se vuelva realidad. Que Jesús Eucaristía nos dé ánimos para ser “luz y sal de la tierra, ciudad construida en lo alto”, que nuestras obras den buena cuenta de nuestro corazón.