sábado, 29 de mayo de 2021

Santísima Trinidad. 30 mayo 2021.-


Primera Lectura:
del libro del Deuteronomio 4 32-34
Salmo Responsorial,
del salmo 32: Dichoso el pueblo escogido por Dios.

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 14-17]
Evangelio:
Mateo 28: 16-20.

Estamos en el Centro mismo del cristianismo: uno más uno más uno, igual a UNO; donde la lógica y las matemáticas quedan mudas, el Amor habla, se explaya, deja al descubierto la intimidad de Dios.

Siglos de reflexión y disquisiciones han sido incapaces de penetrar el misterio; lo que sucede es que ese no es el camino para llegar a Dios. Para encontrarnos con Él, la vía es la Fe hecha humildad, sencillez y aceptación. Permitir que la Palabra hecha Carne nos ilumine. Jesucristo, en quien reside la Plenitud, al hablarnos de Sí mismo, nos descubre al Padre y al ascender a los cielos, el Padre y Él nos envían al Consolador, al Espíritu de Verdad que nos confirma en todo lo nos ha dicho.

El intento comparativo que han buscado los Santos y los teólogos, queda siempre incompleto. La Santísima Trinidad es como el sol, que es el mismo, pero su luz, sus rayos, su calor, procedentes de él, son él, pero diferentes; es como la fuente: el manantial, el agua que corre y empapa la vida, es la misma, pero son diferentes… ¿Qué entendimos de la esencia de Dios? ¡Nada! Todo esfuerzo por penetrar lo impenetrable queda trunco.

Diez y nueve siglos mantuvieron Israel la Fe en un Dios Único: “Reconoce, pues, y graba en tu corazón que el Señor es el Dios del cielo y de la tierra y que no hay otro”. Fundado en un monoteísmo “monolítico”, valga la comparación, para superar la tentación que provenía de los pueblos politeístas circundantes; pero muy lejano a la realidad que nos trae Jesús, al llegar la plenitud de los tiempos. Dios no es ni solitario ni lejano, es compañía, es comunicación, es, en la encantadora frase de San Juan “Amor”. Imposible amar en soledad, imposible Amar sin compartir, imposible Amar sin donarse. ¿Quién podría penetrar la intimidad de Dios, sino “El Espíritu que lo penetra todo”“Nadie conoce mejor el interior del hombre que el espíritu del hombre que está en el hombre, nadie conoce mejor el interior de Dios que el Espíritu de Dios que es Dios”. Ya ha recorrido el velo y el resultado es La Revelación de Dios.

“La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por substancia y por esencia”. (Catecismo Católico, n. 200) ¿Cuántas veces nos hemos santiguado, ¿cuántas hemos recitado el Credo? Y de ese incontable número, ¿cuántas veces nos hemos detenido a considerar lo que hacemos y lo que confesamos? “Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo”, Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Inútil estrujar el pensamiento, es la Fe en el Testigo Primordial, en Jesús, la que nos da un atisbo y hace estremecer todo nuestro ser al pronunciar la Palabra que nos engendra: “Padre”. Comenzamos a entender, de verdad, lo que nos decía San Pablo: “anhelando que se realice plenamente en nosotros nuestra condición de hijos de Dios”, (Rom. 8: 23). Si hijos, “herederos y coherederos con Cristo”; en la adhesión completa, aunque nos estremezca; “porque si sufrimos con Él, seremos glorificados junto a Él.”  Si el temor nos acosa, el Espíritu nos libera para ir por todo el mundo “ir a todas las naciones, enseñándoles a cumplir todo cuanto Jesús nos ha mandado.” La misión universal vuelve a relucir, nuestra impotencia nos puede hacer flaquear, pero “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, con la certeza de que Jesús estará con nosotros hasta el fin de los siglos, nos arriesgamos.

sábado, 22 de mayo de 2021

Pentecostés, 23 mayo 2021.-



Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 1-11
Salmo Responsorial,
del salmo 103
Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 3-7, 12-13;
Evangelio:
Juan 20: 19-23.

La vida, las obras, las palabras de Cristo rebosan sinceridad, definitivamente hacemos bien en confiar: “Dentro de poco me volverán a ver”, y lo vieron; “Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu Santo”, y lo cumple. “El Señor siempre fue un Sí”.

Nos reunimos cada semana bajo la acción del Espíritu, es Cristo mismo que lleva a plenitud otra de sus promesas: “No los dejaré huérfanos. Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. “Recibirán la fuerza del Espíritu y serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra”. Ese puñado de hombres medrosos, escondidos, temblorosos, decepcionados, ¿será capaz de cumplir esa misión? Nosotros, herederos no sólo del nombre sino de la vida íntima de Cristo, ¿seremos capaces de cumplir nuestra misión? ¡Jamás, sin la conmoción del Espíritu! Con el “ruhaj” de Dios, con el aliento de Dios, con el mismo con el que creó el universo, viene a renovar la tierra, a “encender los corazones con el fuego de su amor”.

Nos sabe humanos, desconfiados, expectantes de signos y prodigios y se acopla a nuestro ser: “De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Aparecieron lenguas de fuego que se distribuyeron y se posaron sobre ellos, se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse”. Suceso que conmueve, que convoca, que asombra, que convierte. Se congregan gentes de 16 países diferentes, diversidad de lenguas conjuntadas en una: “Proclamar las maravillas del Señor”. La Babel invertida, la dispersión reunida, porque el Espíritu es Uno y “el Señor, que hace todo en todos, es el Mismo”.  Inicia el cumplimiento de la oración-deseo que escuchábamos de labios de Jesús, el 4° domingo de Pascua: “Tengo otras ovejas que no son de este redil, es necesario que las traiga, que escuchen mi voz para que haya un solo rebaño bajo un solo pastor”.

La Iglesia se consolida con la llegada del Espíritu Santo. Nosotros solos no podríamos ni imaginarlo, pero sí con Él que es “Luz que penetra las almas, dador de todos los dones, que lava, fecunda y cura”. 

En la lectura del Evangelio, San Juan, vuelve sobre el tema: el miedo arrincona, atrinchera, paraliza. Jesús rompe toda barrera, con su presencia trae la paz: “la paz sea con ustedes”, lo repite dos veces para que el temblor se aquiete en sus discípulos. “Ellos se llenaron de alegría” al ver al Señor. ¿Puede ser otra la reacción de un ser humano ante Su Señor? ¿Qué tanto compartimos y difundimos la alegría del Evangelio?

De discípulos los convierte en Apóstoles, en Enviados. Para que esa paz se extienda, se derrame de manera que alcance a todo ser humano. Jesús, profundo conocedor del hombre, les confiere, y con ellos a la Iglesia, el poder de perdonar los pecados, el camino de reencuentro con Él y con el Padre, por la acción del Espíritu Santo. ¡Cuánto hemos de revalorar el Sacramento de la Reconciliación! “Sin tu inspiración divina, los hombres nada podemos y el pecado nos domina.”  ¡Señor, danos tu paz y tu alegría, y con ellas, un corazón agradecido! Verdaderamente te quedaste con nosotros, que nunca te perdamos de vista.

sábado, 15 de mayo de 2021

La Ascensión del Señor. 16 mayo, 2021.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial,
del salmo 46: Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los efesios 4: 1-13;
Evangelio
: Marcos 16: 15-20. 

Es bueno “mirar al cielo”, pero con los pies en la tierra. Aprender a ser, como nos dice San Gregorio: “hombres intramundanos y supramundanos a la vez”. Entre las creaturas, especialmente entre los hombres, a ejemplo de Jesús, sin huir contrariedades, molestias, incluso la muerte, porque vislumbramos, más aún, sabemos que “su triunfo es nuestra victoria, pues a donde llegó Él, nuestra Cabeza, tenemos la seguridad de llegar nosotros, que somos su cuerpo.” Esta es la forma de ser lo que somos para llegar a ser lo que seremos; ahora aquí en la entrega incondicional al Reino; después allá, adonde Cristo nos ha precedido. 

Camino al monte de la Ascensión, el Señor Jesús refuerza nuestra confianza: “Aguarden a que se cumpla la promesa del Padre…, dentro de pocos días serán bautizados en el Espíritu Santo”. Hemos aprendido, en la lectura de la Sagrada Escritura y en la experiencia personal, que “Dios es fiel a sus promesas”; ésta también la cumplió y la sigue cumpliendo, “iluminando nuestras mentes para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, la rica herencia que Dios da a los que son suyos.”

¿Aprenderemos a confiar “en la eficacia de su fuerza poderosa”? Convocados a ser uno en Cristo para participar de su Plenitud.

Como respuesta a la pregunta que le hacen los discípulos: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”, imagino a Cristo esbozando una sonrisa comprensiva, no en balde ha sido un ser totalmente intramundano, ha convivido con los hombres, les ha abierto su corazón y no han aprendido a “mirar hacia arriba”. ¿Qué clase de reino esperan todavía? ¿La riqueza, el poder, el engrandecimiento? ¡Qué pronto han olvidado aquella lección cuando discutían ente ellos sobre ¿quién era el mayor? “No sea así entre ustedes, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Ni lo que, sin duda, supieron que respondió a Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo”. Ya les y nos enviará al Espíritu para comprender cuanto les y nos ha dicho. De su mismo Espíritu brotará la fortaleza para cumplir la encomienda: “Serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.”  Los ángeles los sacan del asombro y les confirman que “ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá, como lo han visto alejarse”. ¡Revivamos con fe lo que diariamente decimos en la Misa!: “que vivamos libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo”. 

Sin dejar de mirar al cielo, es hora de volver a los hombres y de anunciar la Buena Nueva; es la hora de la Iglesia, es nuestra hora de “ir y enseñar a todas las naciones”. Su Palabra ya es promesa cumplida: “Yo estaré con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo”. 

La pléyade ejemplar de los que le han sido fieles, nos anima, aunque no hagamos milagros, ni curemos enfermos, ni expulsemos demonios. Aunque nos digan que vamos en sentido contrario, que es una utopía creer en el amor y en la bondad, en el servicio desinteresado, en la fraternidad 16universal, y el mundo nos grite que abramos los ojos y veamos el mal, el odio y la violencia que persisten, mostremos con las obras que el Señor “actúa con nosotros” y afirma nuestros pasos. ¡Alguien que vale la pena, nos espera, preparemos el encuentro final ya desde ahora!

sábado, 8 de mayo de 2021

6°. Pascua, 9 mayo 2021.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 10:25- 26, 34-35, 44-48
Salmo Responsorial,
del salmo 97: EI Señor nos ha mostrado su Amor y su lealtad. - Aleluya.

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Juan 4: 7-10
Evangelio:
Juan 15: 9-17.
 

“Voces de júbilo” llenan nuestras vidas. El júbilo nos llega por la victoria de Jesús, nuestro Hermano, nuestro ejemplo, nuestro Camino; esa alegría debe perdurar siempre, es el fruto de la paz que nos vino a traer para que se haga efectiva en la transformación de nuestras vidas, a tal grado que nadie tenga que preguntarnos si somos discípulos de Cristo, porque lo captarán mirando nuestras obras: “hechas a la luz para gloria del Padre”. 

Alegría que viene del Espíritu, ese “soplo universal” que inspira a todo ser humano: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”. Indecible la sorpresa de Pedro al ser testigo de que el Espíritu Santo descendía sobre los paganos. Comprendió, en toda su grandeza que “La Palabra de Dios no está encadenada”. Recordó que “El Espíritu va donde quiere, no lo ves, como al viento, pero sientes sus efectos.”  Ahí estaba, actuando frente a él y escuchando cómo aquellos hombres “proclamaban las grandezas de Dios”. ¿Quién puede oponerse al Espíritu? ¡Lástima que nos resistamos a su ímpetu, a sus mociones y no nos presentemos como instrumentos listos para transformar el mundo! Bajo la luz de Dios todo cambia de aspecto, todo brilla, todo es bello, todo es posible…, ¡aun nuestra conversión!

El Salmo continúa exaltando la alegría. ¿Quién no estará alegre al ver cómo el Señor nos ha mostrado, nos muestra y nos seguirá mostrando su amor y su lealtad? La Revelación sigue en presente, faltan oídos que la escuchen y corazones que le den albergue. Abramos el interior y dejemos que nos inunde, con toda su potencia, la realidad que tanto ansiamos: El Amor, motor incansable, fuerza transformadora que alimenta lo que, a la mirada puramente racional e inmediata le parece imposible: “Amarnos los unos a los otros”, simplemente para ser como Dios, porque “Dios ES AMOR”. Con Él y desde Él se limpiarán los ojos, se olvidarán heridas y rencores, se ensanchará el horizonte y, de verdad, constataremos que todo es bello. Trataremos de reproducir en cada ser humano, más aún en cada creatura, lo que ese Amor ha hecho de nosotros: existir y crecer.

Probablemente, Jesús, no nos pida la vida de una manera cruenta, como Él la ofreció al Padre por nosotros, pero sí la actitud bondadosa, amable, servicial, pronta y atenta, la del amigo de ojos transparentes, la que no esconde engaños, la que confía y comunica cuanto el Señor le ha hecho percibir de su presencia, como el mismo Jesús en relación al Padre.

Esto es vivir en el amor y en la apertura, es el seguir el rastro de sus huellas, es cumplir su mandato y estar constantemente agradecidos porque puso su morada entre nosotros.

“No son ustedes los que me han elegido, soy Yo quien los ha elegido y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”. Desde la eternidad fue hecha la elección, se ha concretado en un momento exacto: este, en el que somos y seguimos siendo. Es tiempo de revisar los frutos y preguntarnos, simplemente, ante Él, si están maduros.

domingo, 2 de mayo de 2021

5°. Pascua, 2 mayo 2021.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles: 9: 26-31
Salmo Responsorial,
del salmo 21: Bendito sea el Señor, Aleluya.

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Juan 3: 18-24
Evangelio:
Juan 15: 1-8.

Continuemos cantando las maravillas del Señor, la realidad de su victoria envuelve a toda la tierra.  Había dicho a sus discípulos: “Un poquito y no me verán y otro poquito y me volverán a ver”. Nosotros podemos “verlo” en la creación entera, en la presencia constante de su acción a través del Espíritu Consolador, en el crecer de la Iglesia, en la confirmación de la fe, en la multiplicación de aquellos que han creído y se entregan a difundir la Buena Nueva, a ser testigos de la Resurrección y del inefable Amor que nos demuestra.

Pedimos al Señor “que nos mire con amor de Padre”, y luego caemos en la cuenta de que no puede mirarnos de otra forma, mejor pidamos que lo miremos con ojos de hijos y así descubriremos el camino seguro que nos lleve más allá de lo inmediato, nos libere de ataduras terrenas, nos prepare para recibir la herencia eterna.

En el libro de los Hechos, hemos admirado la fuerza del Espíritu que infundió en San Pedro el valor y la audacia para proclamar su    fe; ahora admiramos la acción de esa gracia en San Pablo convertido; Bernabé ayuda a superar suspicacias, rechazos iniciales, desconfianzas y, el antes considerado como enemigo, ahora convive con los Apóstoles y “predica abiertamente en el nombre de Jesús”. Recordamos las palabras de Cristo: “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. El punto de partida para la conversión, para que la posibilidad se vuelva realidad es: dejarnos guiar por el Espíritu; “Él es quien consolida en la fidelidad”.  Fidelidad que nace en la conciencia honesta y recta, la que vive en el sí, sin reticencias, la que no solamente dice de amor sino que lo realiza.

Tentaciones, embates, flaquezas, nos pueden hacer perder la mirada de hijos, otra vez el Señor, por boca de San Juan, nos reanima: “Dios es más grande que nuestra conciencia”; Él mismo nos ayudará a permanecer en Él, para que Él permanezca en nosotros.

En el Evangelio, la viña y los cuidados requeridos para que dé frutos buenos, eran conocidos por todos los coetáneos de Jesús. La comparación les entra por los ojos, renueva la experiencia, ya miran la poda y prevén la floración pujante que dará lo esperado.

Cristo se apropia todo el panorama: “Yo soy la vid, mi Padre el viñador, ustedes los sarmientos”. Cortar lo innecesario, ¡es necesario!, pero más aún: ¡permanecer unidos al tronco que alimenta! ¿Es complicado sacar las conclusiones?

¡Cómo necesitamos que Cristo grabe su palabra con fuego ardiente en nuestros interiores: “Sin Mí no pueden hacer nada”! Con Él, en cambio, daremos gloria al Padre y manifestaremos al mundo cómo han de ser los verdaderos hijos.

¡Señor, corta y ayúdame a cortar todo lo que me sobra!