jueves, 29 de septiembre de 2022

27° ordinario, 2 octubre, 2022.-.


Primera Lectura:
del libro del profeta Habacuc 1: 2-3; 2: 2-4
Salmo Responsorial, del salmo 94
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo1: 6-8, 13-14
Evangelio: Lucas 17: 5-10. 

Es verdad, todo depende de la voluntad de Dios, pero como Él es respetuoso de su creación, no nos violenta y, aun cuando veamos que lo congruente sería “no resistirnos a su voluntad”, porque quiere nuestro bien, podemos desviarnos, ignorarla, resistirnos y no tener la disponibilidad de “recibir más de lo que merecemos y esperamos”; este egoísmo y desperdicio nos hace regresar a lo que hemos estado considerando los domingos pasados: “que tu misericordia nos perdone y nos otorgue lo que no sabemos pedir y que Tú sabes que necesitamos”. 

No es algo nuevo en nuestra relación de creaturas e hijos, con nuestro Padre Dios; es la constante lucha para que nos reubiquemos en cada instante de la vida, nos desnudemos de las intenciones desorientadas y sintamos el gozo de ser comprendidos y, sobre todo, amados; que captemos en verdad “aceptar ser aceptados”. 

Habacuc, junto con todo el pueblo, sufre la invasión de los babilonios, puede situarse hacia el siglo VI a.C. Violencia y destrucción que provocan la queja del profeta, queja que aqueja a todo ser humano: “¿Hasta cuándo, Señor?”, grito que se eleva esperando inmediata respuesta que remedie los males, la opresión y el desorden; pero que no expresa un compromiso personal de acción para resolver los conflictos. No hay duda de que Dios es Dios y que dirige nuestras acciones, si lo dejamos; no hay duda de que la respuesta final será su firma; pero, ¿cuándo será?, en la hora veinticinco, ahí constataremos la promesa del mismo Cristo: “Confíen, Yo he vencido al mundo”, (Jn. 16: 30)  ¡Cómo nos cuesta “dejar a Dios ser Dios”!; ¡cuán lejos estamos de convertir en vida el último versículo: “el justo vivirá por su fe”. 

Nos añadimos a la súplica de los discípulos: “Auméntanos la fe”, y con ellos nos quedamos pensativos ante la respuesta de Jesús: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza…”, esa actitud que describe la Carta a los Hebreos: “Es la fe garantía de lo que se espera, la prueba de realidades que no se ven”. (11: 1) 

¿Dónde nos encontramos en esa relación con Dios?, ¿es Él para nosotros un factor significativo, que sólo tomamos en cuenta cuando nos acechan las penas, las desgracias, la tentación y, pasada la tormenta, volvemos a guardarlo en el desván? ¿Es el Señor, un factor dominante, - que rige y dirige la conciencia -, presente antes de tomar cualquier decisión? O, lo que Él desea: ¿es factor único, a ejemplo de los que viven colgados de su Voluntad; “de los que beben del agua que Él da, y se convierte en fuente que brota para la vida eterna”?, como anuncia a la samaritana. (Jn. 4: 14). ¿Qué respondemos? 

Recordando a Santo Tomás de Aquino: si “la fe crece ejercitándola”; de manera cotidiana se nos presentan oportunidades para hacerlo, para poner al descubierto nuestras intenciones, nuestro proyecto de vida, la urgencia, como dice Pablo a Timoteo, “de reavivar el don que recibimos, de amor, de fortaleza y moderación, precisamente para “dar testimonio de nuestro Señor”, nunca nosotros solos, sino “con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”; pienso, con sinceridad, que urge a la sociedad actual encontrar en nosotros a esos cristianos dispuestos a “dar razón de nuestra esperanza”, (1ª. Pedro 3: 15); cristianos que no consideramos nuestro contacto con Dios como un contrato, pues ¿quién podría exigir una paga “por ser amado”?, sino que, pendientes de su voluntad, la del Amo Bondadoso, podamos decirle: “siervos inútiles somos, lo que estaba mandado hacer, eso hicimos”, ¿qué sigue, Señor?

sábado, 24 de septiembre de 2022

26º ordinario, 25 septiembre 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Amós 6: 1, 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo 6: 11-16
Evangelio: Lucas 16: 19-31

Al reflexionando en la antífona de entrada nos percatamos de ese tiempo condicional: “podrías hacer recaer en nosotros, todo el rigor de tu justicia”; hay suficiente razón para ello; pero “la misericordia triunfa sobre el juicio”, nos asegura Santiago, mas no por eso podemos “abusar de la paciencia de Dios”. La lucha es real: “¿No es una milicia lo que hace el hombre sobre la tierra?”). Necesitamos de una ayuda especial, como la pedimos en la oración, “para no desfallecer”, porque las tentaciones abundan, porque la reflexión y la oración se ausentan, porque el conformismo crece junto con la indiferencia hacia los otros, y todo ello tiene consecuencias, aunque no las percibamos de inmediato. El frío interior insensibiliza el corazón, ciega los ojos, oculta la trascendencia, nos deja vacíos y borra nuestros nombres del Libro de la Vida, ¡no podemos permanecer impasibles!

Las lecturas de este domingo reconfirman la advertencia, que el domingo pasado nos hicieron Amós y Jesús: el peligro real de sobrevalorar los bienes materiales, -premorales en sí mismos-, pero cuyo uso correcto o abuso egoísta les dan, con nuestra intención y actuación, la moralidad o la ausencia de sentido; si ésta es la que predomina en nuestras decisiones, rompemos la visión fraterna, servicial, humana, nos rompemos a nosotros mismos. Recordemos “la regla de oro” que ofrece San Ignacio de Loyola en el Principio y Fundamento: “todo lo demás lo dio Dios al hombre para usarlo tanto cuanto le ayude a conseguir el fin para el que fue creado, y se abstenga de aquello que le impida conseguir ese fin”. Otra vez la oración: “obtener el cielo que nos has prometido”.

Amós, como todo verdadero profeta es audaz, claro, contundente, como deberíamos de ser los que decimos escuchar y vivir la Palabra de Dios.  “¡Ay de ustedes! – los que viven del placer- y no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”, que repetirá el mismo Jesús: “¡Ay de ustedes los ricos!, porque ya tienen ahora su consuelo”. ¿Qué clase de consuelo?: efímero, fugaz, incapaz de dar la felicidad que perdura.

La parábola no trata de mostrar cómo será “el más allá”, sino cómo todo empieza desde “el más acá”. Pone de relieve las consecuencias de lo que realizamos si no tenemos en cuenta a los demás, especialmente a los que -querámoslo o no-, nos necesitan. El rico, no tiene nombre, no tiene identidad, no hace el mal, sencillamente, tan fácil decirlo, no mira al que tiene a la puerta de su casa; la miseria y el dolor, ¡es mejor no verlos, fingir demencia, alejarlos de la experiencia!, ¿y luego?...  Lázaro, que significa “Dios ayuda”, confía en “el Señor que salva”. Lo sabemos, pero ¿lo aceptamos de verdad?, y Dios no defrauda.

La actitud que nos mantendrá preparados para “la venida de nuestro Señor Jesucristo”, es la fe y el testimonio veraz, pero, como no sabemos “ni el día ni la hora”, necesitamos alimentarla con la Palabra, “Moisés y los profetas”, y con la corona que resume la Revelación: Jesucristo, “Rey de reyes y Señor de los señores”. ¡Señor, que aprendamos a conocerte y a seguirte, así no perderemos el camino!

 

viernes, 16 de septiembre de 2022

25° Ordinario, 18 Septiembre 2022.-


P
rimera Lectura:
del libro del profeta Amós 8: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 112: Que alaben al Señor todos sus siervos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo 2: 1-8
Evangelio: Lucas 16: 1-13 

La antífona de entrada nos centra en el Señor, cualquier otra creatura será pseudocentro que descentra: ”Yo Soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor”; conviene que analicemos la condicional: si el Señor es nuestro Centro, la petición de la oración colecta, brincará desde nuestro yo profundo: “concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para que podamos alcanzar la vida eterna”. 

La recriminación de Amós, en el siglo VIII, antes de Cristo, época en que Israel vivía una gran bonanza económica, no parece escrita para nuestra época, sí para otros tiempos de la historia del ser humano.  En esa bonanza olvidaron, y, seguimos olvidando que “las cosas”, todos los bienes materiales, son para que aprendamos a usarlos en bien de los hermanos, especialmente los pobres y marginados; que somos “Administradores de los bienes con que Dios nos ha bendecido y “lo que se pide a un administrador es que sea fiel no dueño, y, menos aún esclavo de ellos; la trampa, el embuste, el abuso, acompañan a nuestra naturaleza desde que “el hombre” quitó a Dios del centro de su vida.

Amós es claro, directo, estrujante, lo hemos escuchado: “El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: no olvidaré jamás ninguna de estas acciones”. Recordemos a Mt. 24: “Lo que hicieron con uno de estos, me lo hicieron a Mí.”  ¡Cuándo volvemos a sentir la necesidad de lo que pedimos: “descubrirte y amarte en nuestros hermanos”!

¿Nuestra actuación incita a “que alaben al Señor todos sus siervos”? ¿Tenemos ojos y corazón para todos? ¿Percibimos la vivencia de formar un solo cuerpo cuya Cabeza es “Cristo que se entregó como rescate por todos”? ¿Aceptamos el ser puentes para que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”? ¿Aceptamos su mediación, su testimonio, el despojo de su riqueza, para enriquecernos? Mil preguntas más que nos acorralan y no dejan salida al egoísmo, al pasotismo, al “pasarla bien” sin ocuparnos, valiente y activamente, de los pobres y afligidos, en contra de una globalización que agranda la brecha no sólo entre humanos, sino entre los países que se dicen cristianos, y el segundo, tercero, cuarto y quinto mundos…

¿Creemos en la fuerza de la oración, de la intercesión, de la acción de Dios, que pide la nuestra? “Hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que llevemos una vida en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido”. Orar dondequiera que nos encontremos, ¿será difícil?

Si fue claro Amós, más claro es Jesucristo, que en la parábola nos deja pensativos: ¿alaba la habilidad del mal administrador?, no, sino la astucia que emplea, aun renunciando a su comisión al cambiar los recibos de los deudores para procurarse un futuro menos malo, fincado exclusivamente en lo material; ¡vergüenza nos debería de dar que nos aventajen en los negocios los que pertenecen a este mundo, a nosotros que queremos pertenecer a la luz! El consejo, la proposición de Jesús nos da la solución: “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo”. Es el profundo sentido de la limosna, saber y querer compartir, aun sin resolver el problema de la pobreza, hará que nuestro corazón se desprenda de lo que es lastre para el vuelo.

El final, ¿lo habremos oído alguna vez? ¡Señor que ni se nos ocurra ofrecerte un interior partido!