Primera Lectura: del libro del profeta Oseas 2: 16-17, 21-22
Salmo Responsorial, del salmo102: ¡Qué bueno es darte gracias, Señor!
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 3: 1-6
Evangelio: Marcos 2: 18-22.
“El Señor me salvó porque me ama” Amor que crea, conserva, busca, protege y renueva, ¿necesitamos algo más para convencernos de su interés por nosotros?
Ha dejado el mundo en nuestras manos, nuestras mentes, nuestra iniciativa para guiarlo, no siguiendo el capricho, sino según su voluntad, por caminos de paz y de justicia, caminos que dan tranquilidad, que siembran alegría en todo hombre.
¿Siguen los acontecimientos de este mundo, esta ruta trazada con finura? La respuesta es un ¡no!, amargo y triste, pues hemos alejado los ojos del Esposo, le hemos dado la espalda para buscar, como “la esposa infiel”, amores pasajeros que dejan lacia el alma.
Desde la nada amasada entre las manos, volvemos a escuchar la voz que invita a recordar aquel primer encuentro; voz que salva y anima, que reafirma el contrato en justicia y derecho, que olvida nuestros pasos sin rumbo y nos muestra el amor que perdura, que nace desde dentro, que no se desanima ante el sí retardado, que se da a conocer completamente y permanece aguardando, con ternura, nuestra respuesta fiel.
Ante este mirar el mundo y mirarnos de nuevo, sube de tono el salmo que cantamos: “El Señor es compasivo y misericordioso”. ¿Qué sería de nosotros si Él no fuera así?
Jesús es el Esposo, no en boda prometida sino ya realizada; nos da en arras su Espíritu y escribe su Ley en nuestros corazones, transformados por Él, de piedras, en blandura. ¿Somos carta patente, inteligible, que todos puedan leer y que comprendan que no es nuestra la letra?; no hay faltas ni borrones porque ha sido escrita desde arriba.
No es tiempo de ayunar, el gozo del Esposo nos transforma. Más tarde, estamos advertidos, llegarán la tristeza, el desconcierto, las dudas de la fe, “la noche obscura”, el tiempo del ayuno, la oración que nos anime a desechar la ropa vieja, a comprar odres nuevos, para evitar cualquier rotura o se derrame la Alianza Eterna sellada con su sangre.
La Boda sigue viva. Cristo, en la Eucaristía, en su Palabra, en la fuerza del Espíritu que alienta, insiste en que lo imitemos en ese actuar, continuamente, cumpliendo la Voluntad del Padre, reuniendo los fragmentos de este mundo y de nuestro yo interno, para entregarlos, como salieron de Él, en el principio.
El miércoles inicia la Cuaresma, tiempo propicio para volver al silencio y al desierto, para escuchar de nuevo su llamada, para viajar adentro y pedirle que reescriba, con su letra, la Ley que vivifica, que nos hace hijos suyos, que nos salva.