viernes, 20 de junio de 2025

12° ordinario 22 junio 2025-.


Primera Lectura:
del libro del profeta Zacarías 12: 10-11; 13: 1
Salmo Responsorial, del salmo 62: Señor mi alma tiene sed de Ti.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 3: 26-29
Evangelio: Lucas 9: 18-24.

El salmo 27, en la antífona de entrada hace que reavivemos los ánimos y confesemos que el señor es “la única firmeza firme”, el que vela y guía nuestros pasos para que hundamos las raíces de nuestro ser en el suyo; ahí encontramos la amistad que moverá nuestras acciones en los caminos del amor y nos recordará lo que significa el “temor filial”, aquel que jamás elegirá algo que pudiera entristecer al Padre.

Descendientes de Abraham, como nos recuerda Pablo en la carta a los gálatas, porque hemos aceptado ser incorporados a Cristo, como aceptó el patriarca vivir conforme a la voluntad de Yahvé, hemos recibido, igual que Israel “el espíritu de piedad y compasión para tener los ojos fijos en el Señor”, para que nunca se borre de nuestra mente, de nuestra vida, de nuestro interior lo que anuncia Zacarías: “mirarán al que traspasaron” y que recoge San Juan como testigo presencial; (19:37)  de ese costado abierto manan la sangre y el agua que nos purifican “de todos los pecados e inmundicias”.  Pablo insiste, ya lo hizo el domingo pasado, en la necesidad de la fe en Cristo, al incorporarnos a él por el bautismo, “quedamos revestidos de Cristo”.  

Profundizando en la mentalidad bíblica, encontramos que el vestido indica la dignidad personal; una persona desnuda, la ha perdido; pero no juzga el Apóstol con criterios humanos, nos hace penetrar más: esa incorporación hace que la dignidad personal se vuelva dignidad eclesial, unidad que acaba con cualquier división porque ahora “somos uno en Cristo”. Ahondar en esta realidad, por la fe, nos ayudará a ver la luz que debe iluminar nuestras relaciones, en medio de tanta convulsión y confusión de actitudes que, no solamente parece, sino que en verdad quieren acabar con la dignidad humana, muy lejos de lo que todos somos, por gratuidad divina: hijos e hijas de Dios.

Parafraseando el salmo, universalizando la mirada, podemos constatar que no sólo “mi alma tiene sed de ti”, sino que el mundo entero tiene sed de ti, quizá sin querer confesarlo, pero queda de manifiesto en ese deseo, que brota por todas partes, de paz, de tranquilidad, de comprensión, de solidaridad, que es imposible encontrar en la violencia, en el egoísmo, en el ansia de poder y de tener. ¡Cómo necesitamos, Señor, que “derrames – todavía con más abundancia, porque no queremos comprender- tu Espíritu de piedad y compasión”!

En el Evangelio Jesús hace constantemente presente la pregunta que interpela a todo ser: “¿quién dices tú, que es el hijo del hombre?”, un plural personalizado para que busquemos, allá adentro, no una respuesta vaga y nada comprometedora, sino la que surja del encuentro vivo con Él, de tal forma que nos disponga a intentar crecer en su conocimiento “para más amarlo y seguirlo”, para no soñar en heroísmos lejanos, sino con la rutinaria cruz de cada día, aceptada en la entrega, en el sacrificio, en las molestias y fatigas, sin brillo externo, la que va unida a la pasión y muerte, la que colabora, silenciosamente, a la salvación de la humanidad. Vivida en el amor que vence al mal. Entonces constataremos que la promesa se cumple en cada uno de nosotros: “el que pierda su vida por Mí, la encontrará”. La senda es ardua, difícil, fatigosa, por eso nos ofrece el alimento necesario en la eucaristía, “para no desfallecer en el camino”.

jueves, 12 de junio de 2025

Santísima Trinidad. 15 junio, 2025


Primera Lectura:
del libro de los Proverbios 8: 2-31
Salmo Responsorial, del salmo 8: ¡Qué admirable, Señor, es tu poder!
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 1-5
Evangelio: Juan 16: 12-15.

Si nuestro cristianismo no es trinitario, no es cristianismo. Vivimos haciendo referencia a la gran revelación que nos trajo Jesucristo: Dios es familia, Dios es comunicación, Dios es interacción desde su misma esencia. ¿Cómo podríamos haberlo sabido los hombres?

La racionalidad que Dios nos dotó, la capacidad de asombro ante las maravillas de la creación, pero desde la conciencia de nuestra propia pequeñez, ha buscado, en todas las latitudes, la relación con aquel, alguien que está más allá de nosotros, que todo lo sobrepasa y a quien los hombres hemos llenado de nombres, los más variados y aun absurdos. La imaginación ha intentado describirlo, pintarlo o esculpirlo, siempre alejada de la realidad inabarcable, pero tratando de proyectar la inquietud que acompaña a todo ser humano. Quizá la más cercana, la de “un primer motor del mundo”, “la causa incausada”, parece que la aquieta con el logro, mas se queda en una abstracción que nada dice, la lejanía crece y la relación personal con “una idea”, la deja fría e incapaz de ligar un compromiso. “si los leones pudieran pintar un “dios”, pintarían un león”, nos dice Jenófanes. ¿Quién eres, Señor, cómo eres? La respuesta sería otra idea y, continúo con Agustín, “cualquier imagen que tengas de Dios, ese, no es dios”, entonces, ¿cómo saberte?

“Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”; es él quien se nos revela, quien nos busca y se nos da a conocer. De la misma manera que la descripción física de una persona sólo nos proporciona una serie de datos, pero nos deja en la ignorancia de su interior hasta que no entablemos una relación profunda, igual es con Dios: “nadie conoce mejor el interior del hombre que el espíritu del hombre que está en el hombre; nadie conoce mejor el interior de Dios que el Espíritu de Dios que es Dios”. (1ª. Cor. 2: 11) ese Espíritu que es la vida de Dios, ese espíritu prometido y enviado por Jesús, ese espíritu que está en Jesús es el que nos descubre quién es Dios.

Algo nos acerca el libro de los Proverbios: “sabiduría, palabra, acción creadora, cercanía gozosa con las creaturas, con nosotros, los hijos de los hombres”, pero quizá aún lo sintamos lejano e inalcanzable. Más nos ayuda el salmo al sentir que somos importantes para Dios, ya que pasamos de la admiración externa, a la experiencia interna de haberlo recibido todo: “¿qué es el hombre para que de él te acuerdes”? Al detenernos a considerar nuestra realidad de creaturas y aceptarla, comenzamos a vivir la verdadera libertad que es condición para crecer, para encontrar, para relacionarnos con quien nunca dudó en querernos, ni en seguirnos queriendo, sabiendo cómo somos, y “tanto nos amó que envió a su Hijo para que tengamos vida por Él”. Se va develando el “misterio”, que no es simplemente lo oculto, sino la acción salvífica que realiza Jesús y que prosigue el Espíritu Santo, por la fe, por la gracia, “por la esperanza que no defrauda”, porque nos sabemos llenos de ese Espíritu que el mismo Dios nos ha dado.

Jesús mismo, palabra del Padre, da luz a nuestros entendimientos para que atisbemos la vida trinitaria: Él regresa al Padre y ambos nos envían al Espíritu. “Todo lo que tiene el Padre es mío”, poseedor que posee lo poseído por otro. “El Espíritu me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando”. Comunicante de lo que se le ha comunicado.

Que, al recorrer la Liturgia Eucarística, vayamos reconociendo la presencia trinitaria en toda ella, desde el inicio mismo, al santiguarnos, hasta la despedida en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

¡Que la intimidad de esta presencia se haga presente a lo largo y en cada momento de nuestra vida!

 

viernes, 6 de junio de 2025

Pentecostés, 8 mayo 2025.-


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 103: Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta a los corintios 12: 3-7, 12-13
Evangelio: Juan 20: 19-23.

Concluye, hoy, el tiempo pascual, desde la “pascua florida”, llegamos a la “pascua granada”. “No sólo es de flores la fiesta, sino flor de fruto es ésta”. Cristo regresó al Padre; reconoció, con toda la fuerza de su verdad que “todo estaba cumplido”, en lo que a él se refería. Conforta a sus discípulos con esa presencia intermitente y repite, una y otra vez, que la promesa pronunciada, se cumplirá: “de aquí a pocos días serán bautizados en Espíritu Santo y en fuego”.

Viento y fuego que rompen las ataduras de la timidez y la desesperanza, que construyen un lenguaje nuevo, que trastocan la confusión de Babel, que dejan atónitos a los oyentes y los congrega en el gozo de escuchar, en su propia lengua, “las maravillas del Señor”.  La lista de 15 países diferentes anuncia la universalidad del llamamiento a la esperanza, a la verdad, a la comunión.

La consolidación de la Iglesia está sellada e inicia su acción; exactamente la misma que Jesús ha llevado a plenitud en su entrega sin límites: la buena nueva, el perdón, la unión con el Padre a través del mismo Espíritu. “No son ustedes los que me han elegido, sino que yo los he elegido para que vayan y den fruto y ese fruto perdure”. “No tengan miedo, el Padre pondrá en sus bocas las palabras exactas que no podrán rebatir los adversarios.”  

Que nuestra oración haya estado colmada de confianza al recitar el salmo: ahí está, verdaderamente, la única posibilidad de cambio: “envía Señor tu Espíritu a renovar la tierra.”  ¿Qué nos responderá el Señor?: Ya lo envié y continúa presente, ¡déjenlo actuar! Él es quien conjuntará la diversidad de miembros, como lo hizo en la primera comunidad cristiana, para que sean un solo cuerpo en cristo Jesús. Dones al por mayor, pero una sola finalidad: el bien común. En serio necesitamos esta fuerza que viene desde arriba para que anide en nuestros corazones. ¡Es tan profundo nuestro aislamiento egoísta, nuestra falta de audacia y valentía para dar una respuesta digna, que únicamente él nos comunicará, la convicción, hecha acción, para decir: “Jesús es el Señor”!

El saludo de Jesús a sus discípulos:” la paz esté con ustedes”, lleva consigo algo sumamente importante para nuestras vidas: ¡el perdón! Perdón y purificación que Él nos otorga para que hagamos lo mismo.

Reitera el envío, la misión y tarea: que seamos cristos vivos, consoladores y amigos, nos miremos y tratemos como hermanos.