viernes, 29 de agosto de 2025

22°- Ord. 31 agosto 2025.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría (o Sirácide): 3: 19-21, 30-3
Salmo Responsorial, del salmo 67: 
Dios da libertad y riqueza a los cautivos.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 
Evangelio: Lucas  14, 7-14.

Desde la antífona de entrada, descubrimos el mensaje central de la liturgia de este domingo: “la humildad”, que no es sino el reconocimiento de la verdad, sin ambages, sin segundas intenciones, en la meridiana claridad de nuestro ser, aceptado plenamente como don.

Quien pide piedad, reconoce que está necesitado de perdón y de ayuda: “Dios mío, ten piedad de mí…, Tú eres bueno y clemente y no niegas tu amor a quien te invoca.” Surge de nuevo la pregunta que conmueve mi realidad: ¿invoco sin cesar a mi padre bueno?, ¿a Dios misericordioso de quien todo bien procede?; si podemos darnos una respuesta afirmativa, ya estamos cerca del Señor, pero continúa nuestra súplica: “que podamos crecer en tu gracia y perseveremos en ella”.

El ser reiterativos en la reflexión, no molesta: “lo bueno, repetido, es dos veces bueno”, entonces sigamos el consejo del Sirácide; “en tus asuntos procede con humildad…, hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el señor; porque sólo el señor es poderoso y sólo los humildes le dan gloria”. Reconocer la fuente de todo bien, recordar que somos administradores, no dueños; que no cesamos de aprender y que las lecciones y consejos nos llegan de todas partes, de modo especial de los demás; percibimos que somos “seres relacionales” en contacto constante con las creaturas, con los seres humanos, con nuestro propio yo, con el padre de las luces. ¿Cuál es el centro de esas relaciones?: ¿mi “yo” activo pero centrado, que mide circunstancias y consecuencias, que no se engolfa en la soberbia?, ojalá sea otra vez respuesta afirmativa, de no ser así “estaremos arraigados en la maldad”, habremos cerrado las puertas y ventanas a la escucha y encorvados sobre nosotros mismos, será imposible tener ojos para los demás y para dios. Engreimiento que mata calladamente, que aísla, que, tristemente, desprecia, rompe el “hacia allá”; tener, y, peor aún, cultivar esta actitud, nos aleja de toda vida.

Felizmente sabemos el camino de retorno; la carta a los hebreos sigue iluminándonos: Dios no puede infundir temor, es un dios festivo que ya ha escrito nuestros nombres en el cielo, que nos brinda el libre acceso para estar con los que ya alcanzaron la perfección, y recalca lo que ya sabemos: ese acceso es “Cristo Jesús, el mediador de la nueva alianza”.

Tiene que resonar en la memoria del corazón el dicho del mismo Jesús: “nadie va al Padre si no es por mí”. Y su invitación-ejemplo que cantamos en el aleluya: “tomen mi yugo, aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.

El evangelio no es una lección de protocolo, es el resultado de mirarnos y mirar a los demás, de tomar nuestro sitio con toda sencillez y, al mismo tiempo, de no ser falsos ni calculadores. Al banquete del reino no se entra “empujando a los otros”; ¡qué bien se adapta aquello de León Felipe!: “voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo, porque lo importante no es llegar antes y solo, sino juntos y a tiempo”.

La segunda lección: vivir la plenitud de la gratuidad, así como es Dios, así como la vivió Jesús: dando y dándose…, no es fácil; nos apegamos a tantas cosas, tanto a nosotros mismos, que perdemos la visión de la esperanza que da la fe: la trascendencia que aquí comienza, desde los otros: “ellos, los pobres, los marginados, los desposeídos, no tienen con qué pagarte, pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”. 

 

viernes, 22 de agosto de 2025

21°. Ord. , 24 agosto 2025.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 66: 18-21
Salmo Responsorial, del salmo 116: 
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 12: 5-7, 11-13
Evangelio: Lucas 13: 22-30

Parecería que no hemos comprendido que el Señor siempre está atento a nuestras súplicas, e insistimos en que “nos escuche y nos responda”. Juzgo que lo que nos hace falta es tener abiertos los sentidos, porque el Señor Dios nos habla de mil maneras…; pero seguimos quejándonos, quizá preferiría decir que seguimos insistiendo porque deseamos palpar, casi físicamente, su ayuda y su presencia. 

La respuesta que Él nos da, la hacemos oración y ojalá la hiciéramos efectiva, con su ayuda: “concédenos amar lo que nos mandas y anhelar lo que nos prometes”; dos actitudes que van de la mano y que nos conducirán a superar los guiños que nos hacen las creaturas, a no fiarnos de inmediato en ellas, sino después de un maduro discernimiento, encontremos la paz, la felicidad que permanece; esa que nos impulsa a sortear los obstáculos de esta vida. 

La lectura del profeta Isaías y la lectura del fragmento de San Lucas, abren el sentido universal del mensaje de Dios, y, lógicamente el de Cristo. En ambos encontramos que nadie tiene la prerrogativa de posesión de Dios, Él es el Señor del universo, desea que todos los hombres encuentren esa felicidad que buscan, muchas veces, a tientas. La verdadera felicidad está en la salvación y ésta necesita el apoyo de todos, “Dios quiso tener necesidad de los hombres”, de toda raza, pueblo y nación, y la elección que ofrece, sin distinción abarca  a todo ser humano: “de los países lejanos y de las islas remotas, ellos darán a conocer mi nombre…, de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas”, seres consagrados al servicio del reino. Esta decisión eterna, la encontramos, ampliada, sin límites, en el salmo. De una tarea que confía Jesús mismo: “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio”, a una petición que nace de la comunidad humana universal: “que te alaben, señor, todos los pueblos”; la razón, la única que nos sostiene: “porque su amor hacia nosotros es grande y su fidelidad dura por siempre”. No es Israel, no es, ni siquiera el ámbito de la iglesia, es el mundo completo lo que el señor desea abrazar y salvar.  

Ante la pregunta que le hace alguien a Jesús: “¿son pocos los que se salvan?”, Él , según su costumbre, no responde directamente, invita a penetrar el sentido profundo, invita a superar lo cuantitativo y a adentrarse en lo cualitativo; su proposición hace trastabillar a los “judíos devotos” que creían tener la salvación asegurada con la práctica de ritos y cultos, sin importarle la suerte de los pobres, de los pecadores, de las prostitutas y los publicanos; no se trata de “comprar un seguro”, así su respuesta desconcertó y seguirá desconcertando, ¡qué bueno!: “esfuércense en  entrar por la puerta angosta, pues muchos tratarán de entrar y no podrán”. No basta con haber oído, con haber leído la escritura, con haber “conocido” al Mesías; la decisión es rotunda: “no sé quiénes son ustedes”. Conocer y seguir a Jesús nos abrirá la entrada: “yo soy la puerta; si uno entra por mí, será salvo”.

A continuación reafirma la invitación universal al banquete del reino: “vendrán del oriente y del poniente, del norte y del sur y participarán en el banquete del reino”. Señor, no sabemos si somos de los primeros o de los últimos, queremos estar contigo a toda hora, en cada momento de nuestras vidas. Mantennos unidos a ti y sabremos que Tú estás con nosotros.

sábado, 9 de agosto de 2025

19º Ord - 10 de agosto 2025.-


Lectura:
del libro de la Sabiduría 18: 6-8
Salmo Responsorial, del salmo 32: Dichoso el pueblo elegido por Dios
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos: 11: 1-2, 11-19;
Evangelio: Lucas 12: 32-48

La antífona de entrada pide al Señor que “no olvide su alianza”; ¿cómo puede olvidar esa alianza que es nueva y eterna? Desde el inicio de la eucaristía pensamos y examinamos si nuestras voces lo buscan en serio, con avidez, con ahínco, “como tierra desierta reseca y sin agua”, si experimentamos la necesidad de Dios, si escuchamos desde dentro: “mi alma me dice que te busque y buscándote estoy”, o nos vamos contentando con cumplir lo aprendido sin profundizar más en cuanto significa el compromiso de “crecer con un corazón nuevo, con corazón de hijos” que buscan la manera de complacer, por amor, al Padre en el servicio a los hermanos, en la fe y la confianza, con la seguridad puesta en la patria lejana, pero ya presente porque la vamos construyendo, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, en la obediencia activa, en el desposeimiento para participar, a cuantos podamos, de los bienes espirituales y temporales, con una convicción que supera la lógica aprendida y practicada por nosotros y nuestra sociedad, y que nos hace “entender claramente que vamos en busca de una patria, no añoramos lo perecedero sino una patria mejor”.

Sin angelismos, aceptando nuestra realidad de creaturas e intentando hacer realidad lo que la carta a los hebreos define e ilumina: “la fe, forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y conocer realidades que no se ven”.

Poseer lo que no tenemos, conocer lo que no vemos, suena a utopía, a irrealidad, a imposibilidad, a absurdez, a los oídos, a los ojos, al proceso “normal” de este mundo, que nos tachará de insensatos y soñadores; sin embargo es el camino; “la fe, nos dice Santo Tomás es ´menos cierta´ que el conocimiento, porque las verdades de la fe, trascienden el conocimiento del hombre”; aceptamos humildemente el misterio y procedemos con la seguridad de abraham que salió de su pueblo “sin saber a dónde iba”, que esperó “contra toda esperanza”, al hijo de la promesa, que fue más lejos todavía: “dispuesto a sacrificarlo”, porque pensaba en efecto “que dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos”. No poseía, poseyó, entregó y recuperó; reconocemos que, con todo derecho, tiene el título de “padre de los creyentes”; se aventuró y fue “bienaventurado”.

Jesús, en el evangelio, vuelve a insistir en el mismo punto que el domingo pasado, con una previa y tierna advertencia: “no temas rebañito mío”, tienes tesoros aquí, úsalos para que tu corazón encuentre un tesoro mejor: “vende tus bienes, reparte, comparte, sé solidario, vigila, sé fiel, administra lo que se te ha dado, conoce a tu Señor y cumple, a toda hora teniendo en cuenta a los demás”.

Jesús se está retratando, no nos pide sino lo que ha vivido: “alerta y con la luz siempre encendida”, sin sombra de temor porque sabe que lo ha dado todo, lo ha entregado todo, y, por eso, lo recibirá todo.

Señor, sabemos que nunca estaremos suficientemente preparados, pero al conocer tu paso por el mundo, por nuestra, por mi historia, la fuerza de Cristo y del Espíritu nos ayudará a dar buena cuenta de cuanto nos has confiado.