martes, 22 de septiembre de 2009

26º ordinario, 27 septiembre 2009

Primera Lectura: Números 11: 25-29
Salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: De la carta del aposto Santiago 5: 1-6
Evangelio: Marcos 9, 38-43, 45, 47-48.

El domingo pasado nos decía claramente el Señor: “Los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen”, y haciéndole caso le suplicamos que “no nos trate como merecen nuestros pecados”, que gracias a “su perdón y misericordia, no desfallezcamos en la lucha por obtener el cielo”, ese cielo que no es más que la eternidad junto a Él, poder “mirarlo cara a cara”. ¿Cómo veremos “la cara de Dios”?, no lo sé, pero si Él lo promete como nos dice por san Pablo en 1ª Cor 13: 12, tenemos fe en que su Palabra es Verdad. Ella nos fortalecerá y no permitirá que desfallezcamos en el camino, nos animará para continuar esforzándonos de modo que nada terreno nos impida proseguir, ni riquezas que deslumbran, ni lujos inútiles aun cuando agraden, ni oro ni plata ni vestidos, y menos aún desviarnos por la senda de la injusticia y la opresión; nos recordará constantemente que “la apariencia de este mundo es pasajera” (1ª Cor. 7: 31), entonces ¿qué creatura puede emular la grandeza del Señor?, Él permanece para siempre, ¿nos expondremos, insensatamente, a perderlo y a perdernos?

La primera lectura y el Evangelio dejan en claro que “la palabra de Dios no está encadenada” (2ª Tim. 2: 9). Moisés se ha quejado, no puede él solo cargar con el pueblo y pide a Dios ayuda, el Señor responde conforme a lo prometido: “en cualquier tribulación en que me llamen, los escucharé”. Hemos de preguntarnos, una vez más, qué tanto llamamos al Señor, qué tanto confiamos en la eficacia de su promesa y en la prontitud de su respuesta. “Tomó del espíritu de Moisés, -que es el Espíritu que el mismo Dios le había concedido- y lo dio a los setenta ancianos”. Dos de los elegidos no acudieron a la cita, sin embargo el Espíritu se mueve, su Sabiduría “siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama a quienes conviven con la Sabiduría. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto”, (Sab. 7: 27ss) y se posó también sobre los ausentes que “comenzaron a profetizar”. La visión de Moisés, envuelta en gratitud, apacigua el celo exclusivista de Josué, porque es la visión de Dios: “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el Espíritu del Señor”.

Jesús no puede proceder de manera diferente, tiene y Es el mismo Espíritu de Dios Trinitario que “no tiene acepción de personas” (Rom. 2: 11), es universal, delicado, respetuoso y profundamente visionario, por eso responde a Juan, que “sigue pensando según los hombres y no según Dios”: “no se lo prohíban…, todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Quien intenta liberar a cualquier hombre del mal y le ayuda a reencontrar su propia dignidad, está trabajando por el Reino, aunque no lo sepa. La conciencia de este gozo crece porque está renaciendo, por caminos insospechados, una humanidad nueva. La exclusividad de la verdad no es nuestra, es del Absoluto y Él la reparte para el bien común. A nosotros nos toca vivirla con intensidad, con coherencia, con armonía ejemplar, de modo que no haya en nuestras vidas ninguna ocasión de escándalo que pueda lesionar la fe de los sencillos. “Córtate la mano, el pie, sácate el ojo”, no se refieren a una acción física, sino a la purificación de nuestras intenciones que conduzcan nuestras obras, porque nuestra eternidad y la de los que nos rodean, está en juego. La llegada al Reino vale más que todos los bienes de la tierra.