jueves, 2 de agosto de 2012

18º Ordinario, 5 agosto 2012.

Primera Lectura: del libro del Éxodo 16: 2-4, 12-15 
Salmo Responsorial, del salmo 77: El Señor les dio pan del cielo.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los efesios 4: 17, 20-24
Aclamación: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Evangelio: Juan 6: 24-35.
“Dios mío, ven en mi ayuda…, Tú eres mi auxilio y mi salvación”. Oración del que se sabe necesitado, del que ha palpado su impotencia y acude a Aquel que es la fuente de toda fortaleza. Vivimos en la cotidianidad de nuestras limitaciones y, ojalá hagamos lo mismo desde la conciencia de creaturas dependientes, de hijos, para que Dios vea realizado en nosotros su deseo: “ser imágenes de su Hijo querido”; solamente se hará realidad si nos disponemos, si nos dejamos abrazar por la Gracia, para vivir, como nos dice San Pablo “en la justicia y santidad de verdad”.

Rozamos, una vez más el misterio de la acción de Dios y la conjunción con nuestra libertad; Él ya ha hecho y sigue haciendo cuanto está de su parte, a nosotros nos compete darle la respuesta adecuada, digna de cuanto nos ha dado.

Afincados en la visión de fe, aceptamos aquello que nuestros ojos no ven, que nuestro gusto no capta, que nuestro tacto no puede palpar, aquello que como nos dice Santo Tomás de Aquino: “solo se cree por el oído”. 

Si en el Antiguo Testamento, Dios, Padre amoroso, cumplió el capricho, a pesar de las murmuraciones de los israelitas, de darles el “maná´”, pan que bajaba del cielo, Jesús, en el Evangelio de hoy, nos promete lo que hará realidad en la última Cena. Aquello fue figura, Él nos clarifica: Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”.

Ya había dicho a los que lo seguían: “Me andan buscando por haber comido de esos panes hasta saciarse”. Ese alimento no fue ilusión, fue pan verdadero, comieron y quedaron satisfechos, no de símbolos sino de realidades.

El milagro nos pone en contacto con el admirable proceso de la Revelación, es progresivo y, ya sabemos, lo que el Señor promete, lo cumple, por eso llaman los exegetas a este capítulo sexto de San Juan “El Sermón del Pan de Vida”.

La multitud busca a Jesús, hay algo en Él que los atrae, no solamente el signo que han presenciado; buscan algo más, tienen hambre de Dios, de Trascendencia, de Paz interior…, pero los corazones aún no están preparados. Pienso que es una magnífica oportunidad para preguntarnos, honradamente,: ¿si buscamos en Jesús, si sabemos a Quién y para qué queremos encontrarlo? ¿Vislumbramos lo que espera de nosotros?   

Jesús se preocupa de nosotros, de cada uno, sabe de nuestra corporeidad, sabe que necesitamos, en la oración por excelencia nos enseña a pedir «el pan de cada día». Nos hace falta mucho más. Jesús se nos ofrece como alimento que saciará nuestra hambre de vida. Escuchemos la respuesta a la pregunta que las gentes y nosotros le hacemos: « y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? »; ¿simplemente “cumplir con las reglas?

Su respuesta debe llegarnos al corazón, a la vida en acción: «la obra que Dios quiere es ésta: que crean en el que Él ha enviado». Jesús el  gran regalo que el Padre nos ha dado.   Para subsistir en medio de una sociedad carente de Dios, nos urge el conocimiento, del que brotará el amor, de y a Cristo el Señor: Pan “de Vida Eterna y Cáliz de Eterna Salvación”. ¡Dios mismo dentro de nosotros!