viernes, 14 de abril de 2017

Domingo de Resurrección. 16 de abril de 20017.-



Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 34, 37-43
Salmo Responsorial, del salmo 117: Este es el día del triunfo del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 3: 1-4
Aclamación: Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado; celebremos, pues, la Pascua.
Evangelio: Juan 20: 1-9.

La Resurrección de Cristo no es un hecho “histórico”; sin dejar de ser real es algo  “metahistórico”, que va más allá de la realidad física; nadie hubiera podido fotografiar el momento. De hecho los Evangelios no narran la Resurrección, ¡nadie la vio!, pero ¡con qué viveza nos comparten su experiencia de que “Jesús está vivo!”.

No fue una vuelta a la vida, no fue la reanimación de un cadáver, es la pasmosa realidad de un paso adelante, un paso hacia “otra forma de vida”, la de Dios.

Nuestra fe en la Resurrección no es un “mito”, es la fe en Alguien, es la Fe en una Persona, en Jesús que se entregó a la muerte por nosotros, y Resucitó.

La “Buena Nueva de la Resurrección”, fue algo conflictivo. La lectura de Hechos suscita cierta extrañeza, ¿Por qué la noticia de la Resurrección tuvo como respuesta la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran más frecuentes en aquellos tiempos. A nadie hubiera tenido que ofender la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios; pero la de Jesús fue tomada con gran agresividad por las autoridades judías.

Nos hace pensar ¿por qué nadie se irrita hoy ante la noticia de la Resurrección? Quizá el anuncio provoque indiferencia. ¿Será que no comunicamos la misma Resurrección?

Leyendo atentamente los Hechos, nos damos cuenta que el anuncio que hacían los Apóstoles ya era polémico: era la Resurrección “de ese Jesús que ustedes crucificaron”, no hablaban de un abstracto; ni se referían a un cualquiera que hubiera traspasado las puertas de la muerte.
El Crucificado es el Resucitado, Aquel a quien las autoridades habían rechazado y condenado. Cuando Jesús fue ajusticiado, se encontró solo; sus discípulos huyeron, el Padre guardó silencio como si también lo hubiera abandonado. Los discípulos se dispersaron como queriendo olvidar. Pero ocurrió algo nuevo, una experiencia que se impuso: sintieron que estaba vivo. Certeza extraña de que Dios sacaba la cara por Jesús, lo reivindicaba: la muerte no ha podido con Él. "¿Dónde está muerte, tu victoria?"

Dios lo ha resucitado confirmando la veracidad de su vida y su doctrina, de su Palabra y de su causa. Jesús tenía razón, Dios lo respalda.

Esto irritó a los judíos; Jesús ya se había encarado varias veces con ellos, ahora les molesta más el que ¡esté vivo!  No pueden tolerar que siga presente su Causa, su proyecto, su utopía, su Buena Noticia, que tan peligrosa habían considerado. Intolerable que Dios estuviera de parte del condenado y excomulgado. Ciertamente los judíos, los sacerdotes creían en Dios, pero no en el que los discípulos habían recibido como revelación de Jesús y lo reconocían en esa experiencia de sentir a Jesús resucitado.

Los discípulos descubrieron que Jesús es el “rostro” de Dios, que era y ES el Hijo, el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida y ya no podían sino confesarlo, proseguir su Causa obedeciendo más al Señor que a los hombres.

Creer en la Resurrección no era simplemente la afirmación de un hecho “físico”, ni de una verdad teórica y abstracta, sino la validez suprema de la Causa del Reino que expresa el valor fundamental de toda vida.

Si nuestra Fe reproduce la Fe de Jesús: su vida, su opción ante la historia, su actitud ante los pobres y ante los poderosos, debería de ser tan conflictiva como la suya, como lo fue la predicación de los apóstoles hasta enfrentar la muerte misma.  

Lo importante es creer como Jesús, tener fe en Jesús y tener la fe de Jesús. Necesitamos redescubrir y hacer patente al Jesús histórico y el profundo significado de la fe en la Resurrección.
Creyendo con esta fe de Jesús, las “cosas de arriba” y las de la tierra no son direcciones opuestas. “Las de arriba” son las de la tierra nueva que está injertada aquí abajo. Hacerla nacer en el doloroso parto de la Historia, pero ya sabemos que no será fruto de nuestra planificación sino de la unión y don gratuito de Aquel de quien todo viene. Buscar “las cosas de arriba” no es esperar pasivamente a que llegue la escatología, que ya llegó en la Resurrección de Jesús, sino en hacer realidad en nuestro mundo el Reinado del Resucitado y de su Causa: Reino de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.