martes, 13 de febrero de 2018

1° Cuaresma, 18 febrero, 2018.-


Primera Lectura: del libro del Génesis 9: 8-15
Salmo Responsorial, del salmo 24
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 3: 18-23
Evangelio: Marcos 1: 12-15.

“Invocar al Señor, Él nos escucha, nos libra, nos sostiene”. El Señor  nos invita a volver al desierto, Él nos precede, ahí nos hablará de un amor más fuerte, más profundo, del que busca y encuentra un espejo completo en que mirarse en oración, en ayuno y en silencio. ¿De qué otra forma encontrará en nosotros su propia forma?

Somos testigos de muchos llamamientos, de la respuesta pronta y libre. Cruzar la mirada con Jesús, dejar que su voz penetre las entrañas, no tiene otra salida. Por eso suplicamos al Padre: “crecer en el conocimiento de Cristo y llevar una vida más cristiana”  

El tiempo de Cuaresma proporciona, si nos metemos dentro, “que el conocer se trueque en entender cuando es querido”. Descubrir, con ojos nuevos, los signos de la Alianza, la comunión con todas las creaturas, retomar la Creación en nuestras manos, incluidos nosotros, y crecer y crecer, ya sin ninguna traba debida a nuestras culpas, bajo un cielo distinto con un arco brillante: Es el Señor que preside nuestros pasos y aleja todo miedo.

Me atrevo a imaginar una leve sonrisa en Jesús, antes de su respuesta, cuando en el salmo clamamos: “Descúbrenos, Señor tus caminos”. ¿Qué no lo saben, no han oído que “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”? ¡Simplemente caminen, pisen sobre las huellas que he dejado!  ¡Suban al Arca y escapen de la muerte! La entrega de mi Ser por cada uno, asegura su llegada hasta Dios. “Dejen atrás toda inmundicia y acepten el compromiso de vivir con una buna conciencia ante mi Padre”. ¡Resurrección que glorifica!

Volvamos al espejo, al que refleja a todo ser humano que en verdad quiera serlo. La Misión se prepara en el silencio, en profundo contacto con el Padre, en la experiencia viva de ser hombre, de tener hambre y ser tentado, de ver, en soledad, su ser rasgado, de superarlo todo, con fuerza duplicada en el Espíritu sin apropiarse nada, para salir después, agradeciendo al Padre su constante presencia, a pregonar la libertad de vida “porque el Reino ha llegado”.

La invitación persiste, acompañando al tiempo y al espacio, y llega, apremiante, hasta nosotros: “Conviértanse y crean en el Evangelio”.

¡No media conversión, sino completa!, ¡ni una fe que se queda esbozada en los labios!, sino una decisión que mira hacia el futuro, consciente de los riesgos, cada uno, “fijos los ojos en el rumbo que nos diera, ir camino al Amor, simple y desnudo”.