Primera Lectura: del libro de los Hechos
de los Apóstoles 3: 13-15, 17-19
Salmo Responsorial, del salmo 4: En ti, confío Señor. Aleluya.
Segundo Lectura: de la primera carta
del apóstol Juan 2: 1-5
Aclamación; Señor Jesús, haz que comprendamos la
Sagrada Escritura. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas.
Evangelio: Lucas 24: 35-48.
Jesús sabe lo que
sucede en nuestro interior, de preocupa por nosotros:”¿Por qué se alarman? ¿Por qué surgen tantas dudas en su corazón?»
Cuántos hombres y mujeres
de nuestros días responderíamos inmediatamente enumerando razones y factores
que provocan el nacimiento de mil dudas y vacilaciones en la conciencia del
hombre moderno que desea creer.
Es bueno recordar que
muchas de nuestras dudas, aunque quizá las percibamos hoy con una sensibilidad
especial, son dudas de siempre, vividas por hombres y mujeres de todos los
tiempos.
No olvidar lo que con
tanto acierto dice Jaspers: «Todo lo
que funda es oscuro». La última palabra sobre el mundo y el misterio
de la vida se nos escapa. El sentido último de nuestro ser nos preocupa.
Pero, ¿qué hacer ante
interrogantes e inquietudes que nacen en nuestro corazón? Cada uno ha de
recorrer su propio camino y buscar a tientas, con sus propias manos, el rostro
de Dios. Pero es bueno recordar algunas cosas válidas para todos.
Reconocer y aceptar
que el valor de la vida depende del grado de sinceridad y fidelidad con que
vive cada uno de cara a Dios. No es necesario que hayamos resuelto todas y cada
una de nuestras dudas para vivir en verdad ante Él.
Comprender que para
que muchas de nuestras dudas se diluyan, es necesario que nos alimentemos
interiormente con oración y sacramentos. Desde estas fuentes comenzaremos a
comprender algo, si nos dejamos arrebatar por el misterio.
Anhelar el querer
creer, ya es una manera humilde pero auténtica de vivir en verdad ante Dios. a
pesar de las interrogantes que nos asedian sobre el contenido de dogmas o
verdades cristianas, - no se trata de evidencias inmediatas .
Quisiéramos vivir
algo más grande y gozoso y nos encontramos con nuestra pobre lógica que desea
todo claro y rectilíneo. Quisiéramos agarrarnos a una fe firme, serena,
radiante y vivimos una fe oscura, pequeña, vacilante.
Si en esos momentos, sabemos
«esperar contra toda esperanza»,
creer contra toda increencia y poner nuestro ser en manos de ese
Dios a quien seguimos buscando a pesar de todo, sí hay fe en nuestro corazón; somos
creyentes. Dios entiende nuestro pobre caminar por esta vida.
Jesús Resucitado nos
acompaña y seguirá acompañándonos hasta el fin de los tiempos. Una vez más
pidamos como el padre del niño epiléptico: “¡Creo, Señor, aumenta mi fe!”