viernes, 7 de diciembre de 2018

2º Adviento. 9 Dic. 2018.-.


Primera Lectura: del libro del profeta Baruc 5: 1-9
Salmo Responsorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 4-6, 8-11
Aclamación: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos, y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Lucas 3: 1-6.

Cuando el corazón oye la Voz de Dios no puede menos de alegrarse; ¡cómo necesitamos del silencio para poder escuchar esa Palabra, en medio del aturdimiento de las cosas temporales que nos rodean! Danos Sabiduría, Señor, para saber distinguir, para saber elegir, para llenarnos de tu propia vida.

Nuestra realidad no es muy diferente a la que vivía Israel cuando el profeta Baruc los incita a la alegría ¿Alegría en el destierro, en la pobreza, en la penuria, en la lejanía de la Ciudad Santa, en Babilonia? ¡Sí!: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Todas las creaturas están para servirte, el camino será llano, la frescura de los árboles te dará sombra; el Señor es tu Pastor “te escoltará con su misericordia”.

Volviendo los ojos a nosotros: ¿alegría en las angustias económicas, en medio de los conflictos sociales, junto a hermanos que padecen hambre, frío, segregación? ¿Alegría en un mundo roto, donde los pasos tropiezan en subida, donde los árboles no pueden dar sombra porque están talados? ¿Vestirnos de gloria ante lo incierto del mañana, la escalada de precios, la sordera de los poderosos, la impotencia creciente ante el ansia de poder que destruye a los hombres? ¿Alegría cuando, junto con Dios, nos sentimos desterrados, lejos de la paz y la justicia? ¡Sí!, porque la Palabra se sigue pronunciando con la misma fuerza creadora y liberadora del inicio: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios, nada fue hecho sino mediante la Palabra y cuanto existe subsiste en ella”.

Palabra que en Jesucristo se hace carne, como uno de nosotros, que viene a enseñarnos con su vida y su entrega, el camino que desemboca directo al corazón de cada uno, que conmueve y remoza, que convierte y transforma, que nos hace reconocer, más allá de lo que nos aprieta y acongoja, que “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros”, es quien alimenta la sólida alegría, la que supera todo, la que sabe que ha elegido el camino correcto aun cuando las circunstancias parecieran decirnos lo contrario.

Fidelidad y convicción, las que comunica Pablo a los filipenses; oración que hermana y mantiene ese lazo de unión: “Siempre pido por ustedes”, descubre la razón, además del afecto: “Lo hago con alegría porque han colaborado conmigo en la  causa del Evangelio”. La Buena Nueva es el dinamismo porque en el centro está Cristo Jesús; la seguridad es plena porque “Aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre”. Ni son ellos solos, ni somos nosotros solos, es la Gracia, es “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, lo que nos hará producir “frutos de justicia para gloria y alabanza de Dios”.

Lucas nos sitúa en el tiempo y en la historia, en el momento del reinicio de la Voz que viene a anunciar que la Palabra ha llegado; resuena en el desierto, en la meditación, en el silencio interior y exterior. Rellenar los valles, abajar las colinas: ni humildad inactiva ni soberbia altanera; horizonte sin límites que “permita a todo hombre ver la salvación de Dios”.