domingo, 2 de mayo de 2021

5°. Pascua, 2 mayo 2021.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles: 9: 26-31
Salmo Responsorial,
del salmo 21: Bendito sea el Señor, Aleluya.

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Juan 3: 18-24
Evangelio:
Juan 15: 1-8.

Continuemos cantando las maravillas del Señor, la realidad de su victoria envuelve a toda la tierra.  Había dicho a sus discípulos: “Un poquito y no me verán y otro poquito y me volverán a ver”. Nosotros podemos “verlo” en la creación entera, en la presencia constante de su acción a través del Espíritu Consolador, en el crecer de la Iglesia, en la confirmación de la fe, en la multiplicación de aquellos que han creído y se entregan a difundir la Buena Nueva, a ser testigos de la Resurrección y del inefable Amor que nos demuestra.

Pedimos al Señor “que nos mire con amor de Padre”, y luego caemos en la cuenta de que no puede mirarnos de otra forma, mejor pidamos que lo miremos con ojos de hijos y así descubriremos el camino seguro que nos lleve más allá de lo inmediato, nos libere de ataduras terrenas, nos prepare para recibir la herencia eterna.

En el libro de los Hechos, hemos admirado la fuerza del Espíritu que infundió en San Pedro el valor y la audacia para proclamar su    fe; ahora admiramos la acción de esa gracia en San Pablo convertido; Bernabé ayuda a superar suspicacias, rechazos iniciales, desconfianzas y, el antes considerado como enemigo, ahora convive con los Apóstoles y “predica abiertamente en el nombre de Jesús”. Recordamos las palabras de Cristo: “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. El punto de partida para la conversión, para que la posibilidad se vuelva realidad es: dejarnos guiar por el Espíritu; “Él es quien consolida en la fidelidad”.  Fidelidad que nace en la conciencia honesta y recta, la que vive en el sí, sin reticencias, la que no solamente dice de amor sino que lo realiza.

Tentaciones, embates, flaquezas, nos pueden hacer perder la mirada de hijos, otra vez el Señor, por boca de San Juan, nos reanima: “Dios es más grande que nuestra conciencia”; Él mismo nos ayudará a permanecer en Él, para que Él permanezca en nosotros.

En el Evangelio, la viña y los cuidados requeridos para que dé frutos buenos, eran conocidos por todos los coetáneos de Jesús. La comparación les entra por los ojos, renueva la experiencia, ya miran la poda y prevén la floración pujante que dará lo esperado.

Cristo se apropia todo el panorama: “Yo soy la vid, mi Padre el viñador, ustedes los sarmientos”. Cortar lo innecesario, ¡es necesario!, pero más aún: ¡permanecer unidos al tronco que alimenta! ¿Es complicado sacar las conclusiones?

¡Cómo necesitamos que Cristo grabe su palabra con fuego ardiente en nuestros interiores: “Sin Mí no pueden hacer nada”! Con Él, en cambio, daremos gloria al Padre y manifestaremos al mundo cómo han de ser los verdaderos hijos.

¡Señor, corta y ayúdame a cortar todo lo que me sobra!