viernes, 16 de julio de 2021

16 Ordinario, 18 julio 2021.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías 23: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol pablo a los efesios 2: 13-15
Evangelio:
Marcos 6: 30-34

La experiencia de siglos y la menos larga pero muy personal, nos hace dirigirnos al Señor para expresarle: “Señor, Tú eres mi auxilio”, que deberíamos completar lo más honestamente posible: “el único apoyo de mi vida”. Cuántas veces nos hemos decepcionado y, a nuestra vez, decepcionado a los que confiaban en nosotros; pero al sentir que pisamos tierra firme, la desconfianza desaparece, al captar la razón que nos sostiene, al constatar que la fidelidad del Señor dura por siempre “porque Él es bueno”. De Él y sólo de Él obtendremos ese triple lazo que nos une directamente con Dios: la fe, la esperanza y el amor, para intentar parecernos a Él en la fidelidad. 

La dura crítica de Jeremías envuelve a cuantos detentan poder, sea civil, sea religioso, porque no se han preocupado por el pueblo, porque, siguiendo su egoísmo, se han enriquecido y han olvidado a los más necesitados. Al recordar que “la Palabra de Dios no está encadenada”, ¿cómo resuena en nuestro mundo actual?, ¿a qué nos impulsa, dentro y fuera del ser Pueblo de Dios? Es verdad que nos sostiene la esperanza prometida: “YO mismo reuniré al resto de mis ovejas…, ya no temerán ni se espantarán y ninguna se perderá”. El futuro que anunciaba Jeremías es pasado que se mantiene como presente para nosotros en Jesucristo, el Rey al que llamarán: “El Señor es nuestra justicia”. 

Rey y Pastor que cuida, alimenta y enseña, a los que escogió “para que estuvieran con Él”, y, como parte fundamental de esa enseñanza les ejemplifica lo que es desvivirse por todos y renunciar al descanso y aun a la comida, para atender a la multitud “que andaba como ovejas sin pastor”; ya les dará pan, pero antes se dedica a enseñarles muchas cosas”. La verdadera compasión –sentir con el otro- se deja ver, de inmediato, en la acción. Lo aprendieron los apóstoles, , ¿lo aprenderemos nosotros y todos aquellos que, de una o de otra forma, deberían tener más cuidado y cercanía con los pobres, segregados y repudiados porque son un estorbo y una carga? A Jesús nunca le estorba la gente. ¿A qué compromiso nos incita? “A romper la barrera que nos separa: el odio”, a realizar en nosotros, con la fuerza del Espíritu, lo que encierra su nombre de Rey y Pastor: “El Señor es nuestra justicia”. Un día tendremos que revisar ante Jesús, nuestro único Señor, cómo miramos y tratamos a esas muchedumbres que se nos están marchando poco a poco de la Iglesia, tal vez porque no escuchan entre nosotros su Evangelio y porque ya no les dicen nada nuestros discursos, comunicados y declaraciones. Un día el rostro de esta Iglesia cambiará. Jesús tiene fuerza para transformar nuestros corazones y renovar nuestras comunidades.