sábado, 18 de septiembre de 2021

25°. Ordinario, 19 septiembre 2021.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría 2: 12, 17-20

Salmo Responsorial,
del salmo 53: El Señor es quien me ayuda.

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Santiago 3:16-4:3

Evangelio:
Marcos 9: 30-37.
 

La liturgia de este domingo nos propone un magnífico espacio para que analicemos cuál es el proyecto de vida que nos hemos trazado.

La antífona de entrada da la pauta: “Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor”. Él es el inicio y la finalización de todo y cualquier proyecto. “En Él vivimos, nos movemos y somos”, desde nuestra realidad de creaturas y de hijos, no encontraremos nada que más nos humanice y divinice, que orientar deseos y realizaciones hacia Él; la confianza nos acompaña: “Los escucharé en cualquier tribulación y seré siempre su Dios”. 

Hablando con la realidad entre las manos, confesamos, sin tener que pensarlo mucho, que no ha sido siempre esa nuestra actitud, que nuestro proyecto ha marginado al Señor, si no teórica, sí prácticamente. Él nos habla de diversas maneras, por la conciencia, por su Palabra, por los acontecimientos, por la ejemplaridad de los hombres y mujeres justos que han permanecido fieles al compromiso; pero nuestra respuesta, en ocasiones se asemeja al pensamiento y a las acciones que nos describe el Libro de la Sabiduría: los justos nos molestan, su sola presencia nos afecta, porque, sin violencia, nos hacen entrar en nosotros mismos para buscar cómo sacudirnos “a aquellos que reprochan nuestras acciones y se oponen a lo que hacemos”. Quizá no lleguemos a ponerles una trampa pero sí los tildamos de locos e inadaptados, con eso parecería que aquietamos la conciencia para proseguir encerrados en vanos deseos e ilusiones. Detengámonos y escuchemos la oración silenciosa de los que esperan en Dios: “Hay Alguien que mira por nosotros”. ¡Qué precioso don encontrarnos en la vida con personas así! ¡Qué gran aventura pedirle al Señor que lo seamos para los demás! ¿No es éste el proyecto que nos llevará, como flecha al centro del blanco, superando, por la velocidad de la convicción, cualquier ráfaga que intente desviarnos?    

Vivimos en una sociedad de constante cambio de actitudes, de valores que no lo son, que pone todo su empeño en el éxito, en el poder, en el parecer, en la moda; sí son cambios pero que no afinan la dirección que hemos recibido como seres humanos “elegidos para reproducir la imagen de Aquel que es el Primogénito de toda creatura, Cristo Jesús” 

  Santiago nos delinea perfectamente: “donde hay rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas…, luchas, envidias, guerras, ambiciones…” Los justos, en cambio, “con la sabiduría de Dios, son amantes de la paz, comprensivos, llenos de misericordia y buenos frutos, imparciales y sinceros”. Balanza concreta ante los ojos, ¿hacia dónde se inclinan los platillos? Un elemento más para aquilatar nuestro proyecto de vida.

  Jesús, en el Evangelio, abre su corazón a los discípulos y a nosotros. Se percibe su angustia y a la vez la seguridad de su esperanza: sufrirá, pero resucitará. Palabra directa, ejemplo acabado del “justo que ha puesto su confianza en Dios que salva”. Los discípulos oyen, pero no entienden, están enfrascados en miniproyectos: “¿Quién será el más importante entre ellos?” También ellos necesitan corregir su visión, y eso a pesar de convivir, tan de cerca, con la misma Vida. Por lo menos la vergüenza de haber ignorado los sentimientos de Cristo, los hace callar.

Jesús nos vuelve a abrir su corazón, nos redescubre el camino, confirma la certeza del proyecto que quiere realizar en nosotros: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. ¡Qué cambio de mentalidad, qué actitud que se ve corroborada en los actos! “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida para la salvación de todos”.

La sencillez del niño, la transparencia que brota de la inocencia, son el sello final para evaluar la validez de nuestro proyecto de apertura, de universalidad, de profunda fe: en cada ser humano, aun en el más pequeño, encontramos a Jesús y al Padre.