sábado, 12 de marzo de 2022

2°. Cuaresma, 13 marzo 2022.


Primera Lectura:
del libro del Génesis 15: 5-12, 17-18
Salmo Responsorial, del salmo  26: El Señor es mi luz y mi salvación
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 3: 17- 4: 1
Evangelio: Lucas 9: 28-36. 

¿De Quién está ansioso nuestro ser?, ¿a Quién deseamos encontrar?; depende de la búsqueda. ¿Podríamos confesar con el Salmo: “El Señor es mi luz y mi salvación? 

Supongo y espero que nuestra respuesta sea afirmativa, pero ¿qué luz buscamos?, ¿con qué ojos, con qué intención?

En la oración explicitamos el deseo: “alimenta nuestra fe con tu Palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu…solamente así seremos capaces de contemplar tu gloria y colmarnos de alegría”. 

No se trata de un Dios imaginado a nuestro gusto, a nuestra conveniencia, un Dios al que le pedimos que “se apiade” de nosotros y haga nuestra voluntad; ¡cuánto lo hemos distorsionado! Busquemos el verdadero rostro de Dios en Cristo, “por quien obtenemos la redención, el perdón, el que nos hace visible al Padre” , el que no se arredra ante el encargo recibido: para poder realizarlo hace espacios largos para estar con Él, para orar, para clarificar su propio interior después de haber oído las respuestas de sus discípulos, las que huyen del compromiso, y también la inspirada a Pedro por el Padre: “Tú eres el Mesías de Dios”; Jesús necesita del retiro para reafirmar su “Ser de Dios” y continuar su ascensión hasta la plenitud.

La promesa hecha por Yahvé a Abran: “Así será tu descendencia”, incontable como las estrellas, como las arenas, se convierte en realidad en Jesucristo: “Te daré en heredad todos los reinos de la tierra”, “Le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”, y la de Pablo: “Al nombre de Cristo se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos y todos confiesen que Jesucristo es el Señor”. “De su Plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia”.

No es la tierra prometida la que esperamos como fruto de la Plenitud de Cristo, sino que ya somos “ciudadanos del cielo, de donde esperamos la venida de nuestro salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo glorioso, como el suyo.” ¡Mantengámonos fieles en el Señor!

¡Qué humilde y sano orgullo poder decir, con Pablo y con tantos otros que se mantuvieron fieles, que vivieron colgados de Dios, que creyeron, confiaron y actuaron conforme al único modelo: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo”!

Segundo domingo de Cuaresma, iluminado por la Transfiguración, por el destello divino en la humanidad de Cristo, que nos deja entrever la gloria que nos aguarda, pero a la vez, la necesidad de bajar del monte, fortalecidos por la contemplación y la experiencia vivida de Dios cercano, que invita con claridad a que “Escuchemos” y, consecuentemente, sigamos a Jesús, “el Hijo, el escogido”.

Con Moisés, Elías, Pedro, Juan y Santiago captamos la unidad total de la Escritura que desemboca en la fiel comunicación de la tradición oral: escuchemos la conversación: “Hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén”.

Por más que deseáramos hacernos un “dios a nuestra medida”, Él se encarga de corregir nuestras cómodas desviaciones; a la gloria se llega por la muerte y la resurrección y el corazón se prepara en la oración, en la soledad y el silencio, venciendo el sueño y las fantasías infantiles.

Cristo nos da la definitiva interpretación de la historia y de nuestra historia, nos interpela personal y comunitariamente y, como siempre, precede con el ejemplo, aunque sea repetitivo: sólo sus pasos hacen camino y es el que lleva a la Plenitud en comunión con el Padre, por la acción del Espíritu Santo.

Contemplando lo que nos espera, no desesperaremos de lo que nos sucede en el lapso que aún nos separa y llevaremos a los demás, por la experiencia, a una vida “transfigurada”.