viernes, 1 de abril de 2022

Domingo 5° de Cuaresma, 3 abril 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 43: 16-21

Salmo Responsorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.

Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 3: 7-14

Evangelio: Juan 8: 1-11.
 

“Señor, sálvame de gente sin piedad, del injusto y el malvado…”, ¿de quién le pido al Señor que me salve?: del más injusto y malvado, del pequeño ególatra y ateo que llevo dentro. Apenas creíble, pero cierto: soy mi peor enemigo, con quien solapadamente hago las paces, los arreglos, las connivencias, a quien concedo todas las prerrogativas, a quien excuso, y, más cuando percibo con claridad lo que el Señor espera de mí. ¡Con qué atención y profundidad necesito la experiencia de liberación! 

Es la última semana de Cuaresma, ¿hubo, en verdad, ayuno, oración y misericordia? ¿Qué puedo decirle al que penetra los secretos del corazón? No cabe el engaño, lo único sensato es reconocer, apropiarme de la Palabra que salva, que renueva, que purifica, que “abre caminos en el desierto y hace correr ríos en tierras áridas”. Con la conciencia y el oído atentos para escuchar “lo nuevo que brota”, y permitirle que me ayude a olvidar lo pasado y abrirme al futuro esperanzador, a la primavera en la que resurge la vida. 

No es sueño, es realidad: “El Señor me hace volver del cautiverio”, me propone liberarme de mí mismo, de todo aquello que me apesga a lo perecedero, de lo inútil, de lo que he convertido en necesario sabiendo que era prescindible; solamente así podré entonar el salmo: “Grandes cosas ha hecho por mí el Señor”. 

Pablo nos comparte su experiencia en: “El que vive según Cristo, es una creatura nueva, para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo”; ahora la concreción es tajante: “todo es basura con tal de ganar a Cristo y estar con Él”. Experimentar desde ahora “la fuerza de la resurrección”. Ignoro cuánto camino me separe del encuentro, pero como Pablo, deseo mantener la vista en el horizonte, “lanzarme adelante, en busca de la meta, del trofeo al que Dios me llama en Cristo Jesús.”  

¿Quién, sino el mismo Jesús, será el apoyo? En el pasaje de Juan que hemos escuchado, lo encontramos claro, valiente, decidido, duro, misericordioso y tierno.

¡Qué contraste entre la mezquindad de corazones que condenan y la delicadeza de Jesús; entre la dureza de la ley invocada de forma inapelable y la comprensión de Aquel que “no ha venido a condenar sino a perdonar”.

La insistencia de los fariseos no lo intranquiliza, se agacha y se pone a escribir en la tierra, pareciera ignorarlos…, tratan de poner a prueba el amor de Dios por todos, mujeres y hombres, no entienden que Él nos mira siempre con perspectiva de futuro. Jesús nos muestra al Padre, se incorpora y con una sencillez que los asombra, les dice: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que arroje la primera piedra”. De acusadores se han convertido en acusados. La confrontación con la conciencia personal hace que las piedras caigan y la escena quede desierta, solamente Jesús y la mujer: “¿Nadie te ha condenado?” “Nadie, Señor”. Y aflora la fuente de Bondad: “Tampoco Yo te condeno. Vete en paz y no vuelvas a pecar”. 

De un presente que había perdido su sentido, a un futuro lleno de esperanza…, así es Dios.