Salmo Responsorial, del salmo 97: El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 4: 7-10
Evangelio: Juan 15: 9 - 17
“Voces
de júbilo” llenan nuestras vidas. El júbilo nos llega por la victoria de Jesús,
nuestro hermano, nuestro ejemplo, nuestro camino; esa alegría debe perdurar
siempre, es el fruto de la paz que nos vino a traer para que se haga efectiva
en la transformación de nuestras vidas, a tal grado que nadie tenga que
preguntarnos si somos discípulos de cristo, porque lo captarán mirando nuestras
obras: “hechas a la luz para gloria del
padre”.
Alegría que viene del espíritu, ese “soplo
universal” que inspira a todo ser humano: “dios
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.
Indecible la sorpresa de pedro al ser testigo de que el espíritu santo
descendía sobre los paganos. Comprendió, en toda su grandeza que “la palabra de dios no está encadenada”.
Recordó que “el espíritu va donde quiere,
no lo ves, como al viento, pero sientes sus efectos.” Ahí estaba, actuando frente a él y escuchando
cómo aquellos hombres “proclamaban las
grandezas de dios”. ¿quién puede oponerse al espíritu? ¡lástima que nos
resistamos a su ímpetu, a sus mociones y no nos presentemos como instrumentos
listos para transformar el mundo! Bajo la luz de dios todo cambia de aspecto,
todo brilla, todo es bello, todo es posible…, ¡aun nuestra
conversión!
El salmo continúa animándonos a la alegría.
¿quién no estará alegre al ver cómo el señor nos ha mostrado, nos muestra y nos
seguirá mostrando su amor y su lealtad? La revelación sigue en presente, faltan
oídos que la escuchen y corazones que le den albergue. Abramos el interior y
dejemos que nos inunde, con toda su potencia, la realidad que tanto ansiamos:
el amor, motor incansable, fuerza transformadora que alimenta lo que, a la
mirada puramente racional e inmediata le parece imposible: “amarnos los unos a los otros”, simplemente para ser como dios,
porque “dios es amor”. Con él y desde
él se limpiarán los ojos, se olvidarán heridas y rencores, se ensanchará el
horizonte y, de verdad, constataremos que todo es bello. Trataremos de
reproducir en cada ser humano, más aún en cada creatura, lo que ese amor ha
hecho de nosotros: existir y crecer.
Probablemente, Jesús, no nos pida la vida de
una manera cruenta, como él la ofreció al padre por nosotros, pero sí la
actitud bondadosa, amable, servicial, pronta y atenta, la del amigo de ojos
transparentes, la que no esconde engaños, la que confía y comunica cuanto el
señor le ha hecho percibir de su presencia, como el mismo Jesús en relación al Padre.
Esto es vivir en el amor y en la apertura, es
el seguir el rastro de sus huellas, es cumplir su mandato y estar
constantemente agradecidos porque puso su morada entre nosotros.
“No son
ustedes los que me han elegido, soy Yo quien los ha elegido y los he destinado
para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”. Desde la eternidad fue
hecha la elección, se ha concretado en un momento exacto: este, en el que somos
y seguimos siendo. Es tiempo de revisar los frutos y preguntarnos, simplemente,
ante él, si están maduros.