viernes, 20 de julio de 2012

16° ordinario, 22 de julio de 2012

Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 23; 1-6
Salmo Respnsorial, del salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta."
Segunda Lectura: de la segunda carta de San Pablo a los efesios 2: 13-18
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí; él me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva.
Evangelio: Marcos 6: 30-34.

El domingo pasado pedíamos “saciarnos de gozo en tu presencia, Señor”, en la antífona de entrada; ahora confesamos que “Él es nuestro único auxilio y apoyo, y por ello le daremos gracias, y recalcamos la razón: “porque eres bueno”. Si ahondáramos en serio esta convicción, nuestro agradecimiento jamás terminaría y de él colectaríamos las fuerzas necesarias para ser perseverantes de corazón.

Como nos conocemos y nos seguimos conociendo más sincera y profundamente, captamos la necesidad de crecer en las virtudes que nos unen más directamente a Dios, las teologales, de ahí nuestra petición: “multiplica tu gracia en nosotros para que llenos de fe, esperanza y caridad, que es el amor, permanezcamos fieles en el cumplimiento de tus mandatos”. ¿Qué mejor regalo podemos pedir que aquel que nos mantenga en el nivel que el Señor espera de nosotros y que por nosotros mismos no podemos alcanzar?

El mensaje del “Señor Dios de Israel” es triple: Primero “contra los pastores que apacientan a mi pueblo”, no cuidan, rechazan a mis ovejas; sin duda habremos tenido la experiencia de admirar el cariño del pastor por su rebaño, cómo conoce a cada oveja y las llama por su nombre. Luego “Yo mismo las reuniré”. Finalmente: “Les pondré pastores que las apacienten”. Vendrá la promesa definitiva: “Haré surgir un renuevo del tronco de David: será un Rey justo y prudente y hará que en la tierra se observen la ley y la justicia”. Esperanza que se cumple en Jesucristo pero que está, de alguna forma condicionada a que las ovejas escuchen su voz, ahora tan apagada por tanto ruido extraño –que nos deja- en una sordera, lamentablemente, creciente. No queremos oír “Al Señor que es nuestra justicia”. ¡Señor, danos pastores según tu corazón; que nos precedan con el ejemplo, no solamente con la palabra, entonces sí seremos capaces de distinguir tu voz entre tantas voces que nos circundan!

En el Salmo la esperanza crece porque la promesa proviene del mismo Jesús que cumple cabalmente: “repara nuestras fuerzas, nos lleva a fuentes tranquilas y a pastos abundantes, nos prepara la mesa – en la que Él es el manjar- nos da la seguridad al estar con nosotros porque su bondad y su misericordia nos acompañan”. ¿Podríamos esperar un Pastor más seguro y entregado?

San Pablo fortalece aún más nuestra confianza: en Cristo Jesús encontrarán todos los pueblos la unificación, pues no se queda en una figura que anima, va hasta el final: mediante la Cruz dio muerte en sí mismo al odio que nos separaba”. La conquista está finiquitada, nos ha acercado al Padre por la acción de un mismo Espíritu.

Jesús, verdadero hombre, igual a nosotros, se cansa y sabe que los discípulos están cansados, su invitación también nos atañe: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. La tranquilidad para reposar, para reflexionar, para analizar lo hecho, pero lo importante: con Él. Sin embargo, su impulso de Pastor le hace olvidar lo planeado porque se compadece, porque “andaban como ovejas sin pastor”, y se pone a enseñar a la multitud. Jesús vive lo que predica, lo enseña, lo contagia, lo importante para Él son siempre los demás; ¿qué tan cerca lo imitamos? Insistamos en la petición: aumento de fe, de esperanza, de amor, y Él nos ayudará a conseguirlo.