jueves, 15 de noviembre de 2012

33º Ordinario, 18 Noviembre, 2012.

Primera Lectura: del libro de Daniel 12: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 14:  Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 11-14, 18
Aclamación: Velen y oren, para que puedan presentarse sin temor ante el Hijo del hombre.
Evangelio: Marcos 13: 24-32. 

El Señor responde a la súplica que elevamos el domingo anterior, sus palabras transpiran bondad: “Yo tengo designios de paz, no de aflicción”, pero la condición persiste: Si me invocan “los escucharé y los libraré de toda esclavitud”. De parte de Él: seguridad asertiva que aguarda de nosotros que purifiquemos la condición “si”, para pasar del murmullo apenas perceptible, a la acción que acepta el compromiso: “con tu ayuda cumpliremos tus mandatos y podremos encontrar lo que, una y otra vez anhelamos: la felicidad verdadera”

Con sencillez confieso que me admiro de mí mismo, no con la admiración que deslumbra y alienta por haber encontrado esa luz perseguida, sino porque, habiendo meditado y pedido, creyendo estar perfectamente convencido, no crece en mí la respuesta esperada, la que no pone límites, la que acepta el abrazo, la que confía en el Padre.

Daniel, profeta apocalíptico, me avisa: ¡El tiempo que no cabalga en la esperanza, trota vacío! Ya no tienes pasado, ni siquiera presente, estás lanzado, de manera constante, hacia el futuro; considera el segundo que vives, lo ves y ya no es, lo mismo pasa con todos los que siguen: ¡sin ser, dejan de ser apenas siendo! ¿Persigo un despertar amanecido, aun cercado de angustia? ¿Prefiero permanecer en polvo o convertirme en resplandor eterno?

El dilema del ser, que es el mío, que no puedo traspasar a nadie, que me compete, que seguirá la ruta que le indique, que pende de la ilusión alimentada con el querer de Dios sobre mi vida, para considerar todas las opciones, y elegir la única que llega a completar el círculo: ¡Salí de Dios y a Él regreso! El estribillo del salmo, me recuerda: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”. Enseñanza que no aprenda el tono solamente, sino que lo vuelva paso duradero.

Vuelvo los ojos a Jesús, el Centro de todo cuanto existe; me lleno de su decisión inquebrantable; confío en su entrega que nos abraza a todos y asegura la victoria final, más allá del pecado y de la muerte. Le pido que resuene en mí, de manera creciente, lo que San Pablo expresa: “El justo vivirá de la fe” (Rom. 1: 17).

Todo lo que comienza, tiene un fin, y yo, creatura entre creaturas, debo de estar atento al brote de la higuera y distinguir los tiempos de la espera; al fruto que se anuncia, preceden circunstancias que estremecen y aterran, pero hay una Voz que todo lo supera, la que convoca a los hombres al momento del triunfo de la Palabra que permanece siempre.

¿Cuándo será el momento decisivo? Lo incierto de lo cierto es lo más cierto, por eso regreso a la expresión paulina: “El justo vivirá de la fe” y pido estar tan afincado en ella, que a cualquier hora que escuche la llamada, pueda extender las alas del encuentro.