viernes, 7 de febrero de 2014

5° Ordinario, 9 Febrero 2014

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 58: 7-10
Salmo Responsorial, del salmo 111: El justo brillará como una luz en las tinieblas.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 2: 1-5
Aclamación: Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida.
Evangelio: Mateo 5: 13-16.

“Entremos y adoremos de rodillas al Señor, creador nuestro, porque él es nuestro Dios”, orábamos en la antífona de entrada y al hacerlo reconocemos nuestra realidad de creaturas, de seres relativos, que tenemos la referencia total de nuestra existencia en Dios, el Creador, el Absoluto; pero sin quedarnos en una concepción abstracta, aceptamos lo que nos complementa, al recitar la oración colecta: “somos hijos” que sabemos “en Quién hemos puesto nuestra confianza”.

Isaías nos sacude, aleja de nosotros la vaciedad de una adoración que se escuda en lo exterior, en la aceptación universal que no compromete, que se queda en ideas que no comprometen, que huyen de la acción, nos propone lo concreto, lo que proyecte aquello que decimos tener en el interior: “abre tu corazón a los demás, comparte tu pan, cobija al que no tiene techo, no des la espalda a tu hermano, viste al desnudo…, entonces clamarás y Yo te escucharé, brillará tu luz en las tinieblas…, entonces Yo te diré ¡Aquí estoy!”.  Isaías preanuncia lo que Jesús proclama en el inicio de este capítulo quinto de Mateo, y que deberíamos haber leído el domingo pasado; no lo hicimos porque celebrábamos La Presentación del Señor en el templo: las Bienaventuranzas, que al vivirlas, elevarán nuestro clamor hasta Dios y escucharemos su respuesta: “Aquí estoy”. Si las dejamos en la mente, donde “nada duele”, jamás imitaremos, desde la posibilidad de nuestra pequeñez, la integración de la vida en la de Cristo que vino  repartir vida a costa de la suya, a hacer brillar la luz en las tinieblas.

San Pablo analiza la experiencia tenida en Atenas: no es con sabiduría humana como dará testimonio de Cristo, sino hablando de lo único que salva: de Jesucristo y “de Jesucristo crucificado”, convencido de que la fuerza para hacerlo viene del Espíritu y del poder de Dios. Este es el camino para convertirnos en “sal de la tierra”, en “luz del mundo”, en “ciudad construida en lo alto de un monte”, en “lámpara encendida que alumbre a todos los de casa”.

Misión que enaltece, que consolida y clarifica las relaciones que considerábamos al inicio: creaturas, relativos e hijos; nuestras acciones ya no quedarán vacías de contenido, cada una será, en serio, “para dar gloria al Padre que está en los cielos”.