viernes, 14 de febrero de 2014

6º Ordinario, 16 febrero 2014.

Primera Lectura: del libro del Eclesiástico 15: 16-21
Salmo Responsorial, del salmo 118: Dichoso el que cumple la voluntad del Señor. 
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 2: 6-10
Aclamación: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del reino a la gente sencilla.
Evangelio: Mateo 5: 17-37.

En la antífona de entrada, al unir nuestras voces en el Salmo, expresamos lo más profundo de nuestra confianza en Dios: “roca, fortaleza, baluarte y refugio”, si Él lo es para nosotros, habremos encontrado al mejor compañero y guía. Consecuencia de esta experiencia, empujarnos aún más y por eso pedimos: queremos ser rectos y sinceros para que “hagas tu morada en nuestros corazones y nunca dejemos de ser dignos de esa presencia tuya”.

La presencia del Señor, de la furza del Espíritu nos hará querer querer guardar los mandamientos, vivir en la fidelidad, saber elegir, sin dudar ni poder dudar, la vida bajo la luz de su mirada, para poder cantar a pulmón lleno, desde la experiencia vivida en casa paso: “Dichoso el que cumple la voluntad del Señor”.

San Pablo prosigue en su carta, el hilo enhebrado: no es la sabiduría de este mundo la que ilumina, sino la divina, misteriosa pero eficaz, la que asegura que llegaremos a donde la mente humana ni puede imaginar: “Conocer a Dios como somos conocidos”. (1ª. Cor. 13: 12)

Entendamos las palabras de Jesús: «No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darles plenitud». Nada de romper el proceso progresivo de la Revelación; para llegar a la meta, es necesario cada paso:”En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres por los Profetas. Ahora, nos ha hablado por su Hijo”. (Heb. 1: 1-2) La misma Palabra, pero ahora Encarnada.

Jesús acepta antiguos contenidos, pero llena la letra con un nuevo espíritu, el de la finura en el trato con los hermanos y el de la total sinceridad en las relaciones con Dios.


Las proposiciones adversativas contraponen, pero las conclusiones, elevan, clarifican y conducen: no sólo lo inmediato es lo que cuenta, no basta el ritualismo vivido sin resquicios, quedaríamos envueltos en “la sabiduría de este mundo”, es preciso ese “más” que Jesús enarbola en cada decisón de su paso entre nosotros: “Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió”. (Jn. 4: 34)