viernes, 15 de marzo de 2019

2º Cuaresma, 17 de marzo, 2019.-


Primera Lectura: del libro del Génesis 15: 5-12, 17-18
Salmo responsorial, del salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol pablo a los filipenses 3: 17 a 4: 1
Aclamación: En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.
Evangelio: Lucas 9: 28-36.

¿De Quién está ansioso nuestro corazón?, ¿a Quién deseamos encontrar?; depende de la búsqueda. ¿Podríamos confesar con el Salmo: “Busco tu rostro, Señor no me lo escondas”? Supongo y espero que nuestra respuesta sea afirmativa, pero ¿qué rostro del Señor buscamos?, ¿con qué ojos, con qué intención?

En la oración explicitamos el deseo: “ilumina Señor con tu Palabra nuestro espíritu,…solamente así seremos capaces de contemplar tu gloria y colmarnos de alegría”.

No se trata de un Dios “imaginado” a nuestro gusto, a nuestra conveniencia, un Dios al que le pedimos que “se apiade” de nosotros y haga nuestra voluntad; ¡cuánto lo hemos distorsionado! Busquemos el verdadero rostro de Dios en Cristo, el Único Mediador, “por quien obtenemos la redención, el perdón, el que nos hace visible al Padre” (Col 1:15-17), el que no se arredra ante el encargo recibido por el Padre, y para poder realizarlo hace espacios largos para estar con Él, para orar, para clarificar su propio interior; después de haber oído la proposición de Pedro  que por  el entusiasmo no sabía lo que decía, los prepara para que escuchen con mente y corazón abiertos, la palabra del Padre.

La promesa hecha por Yahvé a Abran: “Así será tu descendencia”, incontable como las estrellas, como las arenas, se convierte en realidad en Jesucristo: “Te daré en heredad todos los reinos de la tierra”, “Le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”, y la de Pablo: “Al nombre de Cristo se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos y todos confiesen que Jesucristo es el Señor”. “De su Plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia”.

No es la tierra prometida la que nos espera como fruto de la Plenitud de Cristo, sino que ya somos “ciudadanos del cielo, de donde esperamos la venida de nuestro salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo glorioso, como el suyo.” ¡Mantengámonos fieles en el Señor!

¡Qué orgullo y atrevimiento  poder decir, con Pablo y con tantos otros que se mantuvieron fieles, que vivieron colgados de Dios, que creyeron, confiaron y actuaron de manera verdaderamente cercana a Jesucristo: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo”!

Segundo domingo de Cuaresma, iluminado por la Transfiguración, por el destello divino en la humanidad de Cristo, que nos deja entrever la gloria que nos aguarda, pero a la vez, la necesidad de bajar del monte fortalecidos por la contemplación y la experiencia vivida de un Dios cercano, que invita con claridad a que “Escuchemos” y, consecuentemente, sigamos a Jesús, “el Hijo, el escogido”.

Con Pedro, Juan y Santiago captamos la unidad total de la Escritura que desemboca en la fiel comunicación de la tradición oral: escuchemos la conversación: “Hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén”.

Por más que deseáramos hacernos un “dios a nuestra medida”, Él se encarga de corregir nuestras cómodas desviaciones; a la gloria se llega por la muerte y la resurrección y el corazón se prepara en la oración, en la soledad y el silencio, venciendo el sueño y las fantasías infantiles.

Cristo nos da la definitiva interpretación de la historia, nos interpela personal y comunitariamente y, como siempre, precede con el ejemplo, aunque sea repetitivo: sólo sus pasos hacen camino y es el que lleva a la Plenitud en comunión con el Padre por la acción del Espíritu Santo.

Contemplando lo que nos espera, no desesperaremos de los que nos sucede en el lapso que aún nos separa y llevaremos a los demás, por la experiencia, una vida “transfigurada”.